¿Por qué debía devolver un regalo?, se preguntaba Andrea mientras seguía cegada por la presión que la almohada ejercía sobre su rostro húmedo. No era justo. Mucho menos cuando todo se debía al capricho de su madre. Andrea sabía que nada tenía que ver la familia de Matt en todo el asunto. De hecho, Matt podría haber sido un estudiante modelo, que asistía regularmente a la iglesia, y de todos modos su madre habría encontrado la manera de cuestionarlo.
Lentamente, alzó su rostro. El sol se había escondido parcialmente, pero aun así la luz que se filtraba por la ventana hizo que se cubriera los ojos con el antebrazo. Cambió de posición en la cama, eligiendo para apoyar su rostro una parte seca de la almohada, y observó su habitación tendida de lado.
El altavoz del equipo de música, único indicio de la confrontación con Danna, yacía a pocos metros de la cama. Aquel elemento de plástico constituía el único recordatorio de lo que había tenido lugar en la habitación unos minutos atrás, y Andrea sintió la necesidad de ponerse en pie y devolverlo a su sitio. Pero por el momento no lo hizo; y la razón, supuso, era que, si lo hacía, empezaría a olvidar lo que le había dicho a su madre hacía un momento. Y no quería.
—Quiero que lo devuelvas. Y es una orden.
—¡TE ODIOOO!
¿Por qué su madre se empecinaba en echarlo todo a perder?
Andrea no era estúpida, sabía que la familia de Matt no eran los Ingalls. Cualquiera sabía eso. El propio Matt debía enderezar más de un aspecto en su vida; Andrea tenía previsto hablarlo con él cuando fuera el momento oportuno, pero ¿por qué traerlo a colación ahora? Su novio le había hecho un regalo. Posiblemente había invertido buena parte de sus ahorros en él. Alguien que veía problemas en un gesto como ése no estaba pensando con claridad.
O lo hacía con malas intenciones.
Andrea no estaba dispuesta a permitir que su madre antepusiera su odio en la relación con Matt. Ella no era la culpable si su matrimonio se había convertido en algo sin sentido y eso hacía que se centrara en lo negativo de las personas. Andrea no era una persona así. No permitiría que su madre la arrastrara a convertirse en una.
Se sentó en la cama con lentitud. Siguió observando el altavoz.
El odio que su madre transmitía no era nuevo; de hecho, podía decirse que constituía algo que tenía tan incorporado que en ocasiones perdía su verdadera dimensión. Sin embargo, esta vez el recuerdo de la pelea con Danna actuó como la mano experta de un fotógrafo, que mediante un rápido ajuste enfoca una imagen nueva… Era la imagen de Ben.
Ben había tenido que lidiar con ese odio irracional que su madre parecía empecinada en inyectar al prójimo. Andrea sintió una enorme pena al pensar en su hermano y en su incapacidad para enfrentarse a Danna como ella lo había hecho apenas unos minutos atrás. Andrea no sabía por qué Ben se había marchado de casa y había decidido introducirse por aquella tubería; lo que sí sabía es que ese día Danna lo había importunado haciendo que los abuelos fueran a recogerlo a la fiesta de Will Sbarge.
¿Danna tenía derecho a criticar a la familia Gerritsen?
O a cualquier familia, llegado el caso.
Claro que no.
Andrea no llegaría tan lejos como para culpar a Danna de la muerte de Ben, pero sabía que, si seguía dándole vueltas al asunto, tarde o temprano lo haría.
Se puso en pie. Rodeó el altavoz y se acercó al escritorio. Buscó allí la extensión inalámbrica del teléfono, pero no la encontró. Hacía un par de días que no daba con ella. La buscó debajo de la cama, entre su ropa, pero sin suerte.
Estaba decidida a hablar con Matt. Lo haría desde la sala. Sabía que su madre se había marchado de casa hacía un rato, porque había oído el coche desde su habitación. El no tener que cruzarse con ella fue importante a la hora de tomar la decisión de abandonar la habitación.
Una vez en la sala, escogió uno de los extremos del sofá para dejarse caer. Agarró el teléfono y marcó el número del móvil de Matt.
Aguardó unos segundos y estuvo a punto de cortar, cuando la voz de su novio se hizo audible desde el otro extremo de la línea.
—¿Andrea? —la voz de Matt tembló ligeramente.
—Sí —respondió ella—. ¿Hay algún problema?
Matt se apresuró a responder que no, que no había ningún problema en absoluto. El único inconveniente era que mientras había estado trabajando en la remodelación de la furgoneta de su primo, con la que tenían previsto trasladar una buena cantidad de droga hacia Nueva York, el sujeto responsable de TODO se había presentado para darle un susto de muerte. Pero ahí no terminaba la historia. En ese preciso instante lo tenía delante, con una sonrisa sarcástica de oreja a oreja capaz de horrorizar al mismísimo Stephen King.
—¿Crees que podrás venir a mi casa? —preguntó Andrea.
—¿Ahora? —dijo Matt, sabiendo que no había nada que quisiera más en el mundo que marcharse de la casa de Randy y dejar atrás al dichoso Zorro.
—Sí.
—¿Ha ocurrido algo?
Andrea advirtió otra vez cierto nerviosismo en el tono de voz de Matt, pero decidió no insistir con el tema.
—He discutido con mi madre —se limitó a decir—. Quiere que te devuelva el regalo.
—Eso no tiene sentido.
—Claro que no. No estoy diciendo que quiera hacerlo. Pero fue una discusión fuerte. De hecho, mi madre lanzó uno de los altavoces al suelo con bastante fuerza. Espero que no esté estropeado…
El corazón de Matt dio un vuelco. En aquel momento, el Zorro lo observaba con atención, y la idea que lo embargó fue simple: si aquel sujeto se enteraba de lo que su novia acababa de decirle, entonces estaría complacido de tomar la cortadora que estaba en el patio trasero y utilizarla para reducir sus rodillas a un puñado de polvo.
—Matt, ¿estas ahí?
—Andrea…, estaré ahí lo antes posible.
—Está bien. Gracias.