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Esa noche, Mike se sentó en la cama de golpe, como si despertara de una pesadilla. Sólo que él no se había dormido. Respiraba agitado.

No encendió la lámpara de su mesilla de noche. No hacía falta. El resplandor lunar que se filtraba por las ventanas alargadas del pasillo era suficiente para que pudiera advertir que seguía en su habitación, en el número 124 de la calle Park. A un lado vio la silla en la que descansaba la ropa del día, más allá una pequeña estantería, la cómoda baja, un espejo rectangular…

Recuperó lentamente la posición horizontal. Hundió la cabeza en la almohada y entrelazó sus manos sobre el pecho por encima de la sábana. Mantuvo los ojos abiertos, fijos en el techo.

Esa tarde, hablando con Allison del incidente con Michael Brunell, había experimentado una sensación que no había podido explicar.

Ahora podía.

Había percibido que sabía algo más respecto a todo el asunto. Algo que se le escapaba. Lo extraño era que sentía que lo tenía delante de sus narices; lo suficientemente cerca como para atraparlo de un manotazo. El principal escollo para desenmarañar qué lo aquejaba como un aguijón clavado en un sitio molesto era saber que no se trataba de una sola cosa. Eran dos. Esa noche, mientras recorría el límite entre la vigilia y el sueño, las dos piezas se unieron frente a él, provocando que se irguiera en la cama del modo violento en que lo había hecho. Las piezas hicieron un clic al encajar, y tan pronto como las vio juntas, supo que podían no significar gran cosa en realidad, pero sintió alivio al desembarazarse de esa sensación perturbadora que lo había aquejado desde la tarde.

La primera pieza tenía que ver con la desaparición de Robert cuando era pequeño. No había pensado en eso en los últimos días, pero sí recordaba la conversación con su amigo en el porche de su casa. ¿Cuándo había sido? Creía que el día antes de iniciar la búsqueda de Ben. Robert se había mostrado sorprendido porque no recordaba el asunto, lo que en aquel momento le había llamado la atención.

¿Podía tener alguna relación la ausencia temporal de Robert en su infancia con la desaparición de Ben? Resultaba llamativo que tanto Robert como Ben hubiesen sentido la misma necesidad de marcharse de casa a la misma edad. Y no menos llamativo resultaba el hecho de que Robert no recordara nada de aquel episodio.

Pero hasta ahí no era mucho lo que tenía; sólo una conexión traída de los pelos. La primera pieza no era de gran ayuda en sí misma.

La segunda pieza, en cambio, tenía que ver con algo que Allison le había dicho durante la cena en The Oysterhouse. Ella había mencionado las cintas de la sesión de hipnosis de Robert en el caso del secuestro de Lisa Carlson. Allison no las había escuchado en detalle; sin embargo, durante la cena mencionó que Robert se había negado a hablar del caso de la niña y que en su lugar se había remontado a un episodio del pasado.

¿Y si ese episodio estaba relacionado con sus deseos de marcharse de casa? Mike sabía que la infancia de Robert no había sido precisamente placentera, siempre habían hablado al respecto; no había secretos entre ellos. Sin embargo, nunca habían hablado de aquel día: el de la desaparición. ¡Robert ni siquiera parecía recordarlo! ¿Acaso no era lógico suponer que un hecho traumático como éste pudiera aflorar precisamente en la sesión de hipnosis?

Mike suponía que sí.

Decidió que hablaría con Allison al día siguiente. Si existía la posibilidad de escuchar esas cintas, lo haría. No la comprometería; le diría que lo hiciera ella si era necesario, que tomara algunas notas y nada más.

Se sintió conforme, pero aun así, intranquilo. No se volvió en dirección a su mesilla, pero de haberlo hecho se hubiera encontrado con un luminoso número uno separado de dos ceros mediante dos puntos parpadeantes.

Cerró los ojos.

Se deslizó hacia la inconsciencia sin reparos. Para hacer el proceso más ameno, su mente organizó una miniproyección en la concavidad interna de sus párpados. Añadió sonido y transmitió a sus centros nerviosos la información necesaria para que la función fuera perfecta.

En la película más diminuta del mundo, Mike rodeaba a Allison con el brazo. El Mike semidormido podía sentir la tela deslizándose bajo su mano, suave y delgada, y la redondez apenas perceptible del abdomen de ella subiendo y bajando al ritmo de su respiración, ondulante como la marea: un cordón húmedo que bañaba la costa de una playa desierta para retirarse luego, marcando el tiempo.

Allison deja caer la cabeza hacia un lado, allí donde el pecho de Mike, una cabeza más alto que ella, forma una hendidura con el nacimiento de su brazo, y un apoyo naturalmente perfecto. Mike piensa que por primera vez en mucho tiempo está en el lugar preciso: la playa desierta, donde todo es perfecto, y el sol, una bola anaranjada, que cae hacia un horizonte receptivo.

Gracias —dice ella.

Mike no comprende, porque es él quien se siente agradecido, aunque no sabe cómo responder. Procura pensar algo que decir, pero ya es tarde; los actores no hacen caso a los espectadores que gritan desde sus butacas; y él es un espectador adormecido. La película sigue su curso, un fotograma tras otro, sucediéndose sin remedio. La siguiente escena muestra a Allison despegándose de Mike, girando hacia la derecha y entonces él, aunque quiere tenerla así para siempre, disminuye la presión sobre su cuerpo. Allison, en efecto, gira, se desliza, acelerándose fotograma tras fotograma, separando su cabeza del cuerpo de él y volviéndola para mirarlo a los ojos. Sus cuerpos se juntan. Sol y horizonte. Uno escondiendo al otro. Se observan, y por un instante permanecen quietos, como en un cuadro… Es el momento en que ambos saben. Mike entrelaza sus brazos por detrás del cuerpo frágil de Allison, temiendo dañarlo si lo hace con demasiada fuerza. Ella rodea su cuello. Dicen algo, pero es apenas un susurro que sólo ellos entienden. Sonríen. Sus rostros se acercan. Cierran los ojos. La oscuridad es bienvenida; los últimos jirones de luz se desintegran al tiempo que una línea de sol se derrite en el mar negro. Con la oscuridad viene el silencio efervescente del mar, inundándolo todo con sus lenguas húmedas.

Mike no se atreve a abrir los ojos. Piensa que si lo hace se va a encontrar en su habitación, la misma que lo despide cada noche, solo. No quiere descubrir que la presión suave sobre sus labios pueda ser fruto de algún estado neuronal. No quiere dejar de oír la música humedecida del mar. No quiere dejar de sentir la respiración de Allison sobre la suya. No quiere aislarse de su perfume, de sus manos largas hundiéndose en su cabello. No quiere.

Prefiere mecerse en la oscuridad, como le ocurre al mar cada noche. Como el Mike que descansa, sonriente, hasta que el sueño lo devora y una noche turbulenta se apodera de él.

Una noche en la que despierta más de una vez, confundido.