Eran más de las cinco cuando Danna llegó a casa.
—¿Qué es eso? —preguntó mientras colocaba las llaves en el soporte junto a la puerta.
Todos desviaron la atención hacia la caja de cartón, ahora vacía.
—Matt me lo ha regalado —dijo Andrea, sabiendo que lo que vendría a continuación no sería sencillo.
Un rato antes, cuando Andrea vio a Matt de pie en el umbral de la puerta junto a la caja de cartón, tuvo dos pensamientos sucesivos: el primero respecto al gesto que su novio estaba teniendo con ella y el segundo, lo que Danna diría al respecto. Su Sistema de Emulación de Danna lanzó al instante una llamada de atención y una serie de luces de alerta se encendieron dentro de su cabeza. Con el tiempo había logrado predecir a su madre en diversas situaciones, aun en cosas irracionales, como el hecho de molestarse si su novio le hacía un regalo costoso.
¿Qué razones podía tener ella para molestarse?
No importaba. Siempre se las arreglaba para encontrar alguna.
Afortunadamente, el tiempo no sólo le había enseñado a adelantarse a ciertas reacciones de ella, sino también a lograr que le importaran un rábano. Cuando vio la caja de cartón del equipo de música con el rótulo de SONY, mandó al cuerno el parlamento que su cerebro formuló con la voz computarizada de Danna. Más tarde, cuando su madre inició su exposición acerca de Los perjuicios ocasionados por los regalos caros de los novios (en especial en las primeras etapas de la relación) la dejaría hablar como lo hacía últimamente, limitándose a observarla como a alguien que ha perdido el juicio. Y eso sería todo.
Matt, ajeno a la tensión que su regalo había causado entre los tres integrantes de la familia, y que se reflejaba en las miradas esquivas de unos y desafiantes de otros, tenía sus propias cuestiones que asimilar.
¿Ésa era Danna Green?
Torció el cuello en un ángulo peligroso para observarla mejor. La figura femenina con la que se encontró era lo suficientemente diferente a lo que esperaba como para hacer un esfuerzo por enderezarse, pero una punzada de dolor le indicó que su cuello había llegado al límite de lo que podía ofrecer. Un poco más y vas directo al hospital con rotura de cuello…, tú decides, amigo. Para empezar, el físico de Danna era el de una mujer de veinticinco años, treinta a lo sumo. Generar una imagen mental de la madre de Andrea no había sido algo que le pareciese importante, pero supuso que su cerebro lo había hecho de todos modos… y definitivamente la mujer que tenía delante no coincidía en nada con aquélla. Se puso en pie; no quería permanecer mucho tiempo en aquella posición. Irguió sus piernas al tiempo que giraba el torso para levantarse, y lo hizo con tanto ímpetu que por un momento creyó que iría a dar de cabeza contra la pared, o peor aún, de lleno en el estómago de Danna.