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Cuando vio a Matt en el umbral de la puerta, no pudo más que pensar en el gesto de su novio.

—¿Eso es para mí? —preguntó Andrea sin poder apartar la vista de la caja de cartón.

—Claro que sí.

Andrea lo besó.

¡Un equipo de música para ella sola!

Matt cargó con la caja y la depositó junto a la mesa. Robert se acercó y ambos se estrecharon las manos. Matt le dedicó su sonrisa marca registrada, mientras Andrea le explicaba a su padre que se trataba de su regalo de cumpleaños.

—Es un regalo caro, Matt —se limitó a decir Robert.

—El gerente de la tienda es amigo de mi padre —explicó él—. Me ha hecho un buen descuento. Debí haber esperado al día de su cumpleaños para entregárselo, pero la ansiedad ha sido más fuerte.

—¡No veo la hora de tenerlo en mi habitación!

—¿Quieres que lo instalemos ahora? No le molestaría, ¿verdad, señor Green? Serán sólo unos minutos.

—No me molesta en absoluto.

Matt siguió con su papel de Alex P. Keaton y asintió, sin desarticular su sonrisa Foxiana. Ambos se dirigieron a la habitación.

—Matt, es el regalo más fantástico que he recibido. Gracias.

(Andrea Green no tenía manera de saber que en el interior de los altavoces de su flamante equipo de música había cuatro kilos de heroína).

Instalar el artefacto no les llevó más que unos minutos. Matt se encargó de sacar el cuerpo principal de la caja y de colocar los pesados altavoces uno a cada lado; luego los conectó mediante los cables correspondientes, que venían cuidadosamente envueltos en unas bolsitas de plástico. Andrea rebuscó en la caja y extrajo el manual de instalación junto con el mando a distancia.

—Listo —anunció Matt, al tiempo que una serie de luces se encendían en el frente.

Andrea tomó un disco de su colección: By Request, de Boyzone. Lo colocó en la bandeja con capacidad para tres discos y presionó la tecla de reproducción del mando. Una canción pegadiza que Matt no reconoció inundó la habitación. Andrea sonrió, al tiempo que subía el volumen al máximo, experimentando las potentes vibraciones del aire cercano a los altavoces.

Matt se preguntó, con un dejo de gracia, si semejante cosa no afectaría a sustancias como la heroína.

Poco tiempo después interrumpieron a Ronan Keating y regresaron a la sala para unirse a Robert. Andrea llevó la caja de cartón con intención de dejarla en el garaje antes de la llegada de Danna, cosa que no tardaría en olvidar. Ofreció café, y tanto Robert como Matt aceptaron.

Mientras tomaba su café, Matt alternó su atención entre la conversación con Robert y la droga en el interior del equipo de música de su novia. Los Yankees habían perdido dos partidos consecutivos con Seattle, diez contra dos en el último, una verdadera paliza, sí señor, pero tanto Robert como Matt estuvieron de acuerdo en que los dos equipos se volverían a ver las caras en la final de la Championship Series. Ambos confiaban en que los Yankees invertirían los papeles con los Mariners. Además, la droga estaría segura en donde estaba; sería imposible que alguien diera con ella, y más aún, que la relacionaran con él. Era difícil que teniendo un bateador como Jeter no alcanzaran las World Series ese año, aunque era cierto que Derek Jeter no era el mismo de hacía un par de temporadas. Con respecto al momento en que necesitara la droga, había pensado detenidamente el asunto y había llegado a la conclusión de que tenía suficientes alternativas como para no considerar este punto un riesgo. Visitaría a Andrea cuando quisiera y aprovecharía cualquier situación en la que estuviera solo para recuperar la droga…, mientras ella iba al baño, por ejemplo. Si no se presentaba una situación como ésa, podría provocar una pelea y pedirle que le devolviera el regalo, aunque esto constituía un caso extremo al que no creía que fuera necesario llegar. Lo más sensato sería simplemente simular una avería en el aparato (un corte en alguno de los cables bastaría) y llevar los altavoces a su casa para revisarlos. Sería sencillo.

Matt había pensado que una hora de visita a casa de los Green sería suficiente, pero la madre de Andrea no había regresado y no se atrevía a preguntar la razón. ¿Cuál era su nombre? Hizo un primer rastreo en su cabeza sin éxito; se dijo que con llamarla señora Green sería suficiente, y probablemente eso sería lo correcto en cualquier caso. Matt no la conocía, pero sabía que Andrea no tenía una buena relación con ella.

La realidad es que comenzó a sentirse ansioso y con deseos de marcharse apenas media hora después de haber llegado. Tenía cosas que hacer, por no mencionar el cansancio que lo aquejaba. A esto se sumaba que Robert Green parecía haber leído el manual de las Conversaciones Típicas con Yernos y con metódica destreza estaba llevando al pie de la letra las recomendaciones del capítulo uno, el que versaba lógicamente sobre «La primera conversación con su yerno». A la charla deportiva siguió un cuestionario camuflado acerca de los intereses académicos de Matt, que dijo sentirse inclinado por la tradición familiar por el derecho, pero que sentía que su verdadera vocación era la medicina. Robert sonrió, e hizo un comentario del manual, evidenciando un buen entendimiento del texto.

¿Es la primera vez que pone en práctica una de nuestras lecciones, señor Green? ¿De veras? ¡Sobresaliente!; pero no pierda de vista que su yerno parece no decirle la verdad. Parecería que un acercamiento suyo a la medicina o el derecho son tan probables como que usted se toque la nuca con el pito.

—¿Has pensado en alguna universidad, Matt?

Matt lo único que tenía claro respecto a las universidades era que no iba a ir a ninguna. Para responder a la pregunta, se tomó unos segundos en los que incluso Andrea, que los observaba sin participar de la conversación, se mostró disconforme con la pregunta de su padre. Matt ocultó sus emociones tras su hilera reluciente de dientes y respondió que Dartmouth podría ser una alternativa interesante, en especial teniendo en cuenta los cursos de medicina que se dictaban allí. Robert se mostró gratamente sorprendido, aunque Matt podría haber dicho Princeton o cualquier otra, lo mismo hubiera sido. Al ver sus calificaciones, en ambas universidades pensarían que su solicitud era la obra de algún bromista con tiempo para perder en rellenar formularios.

Matt bebió el último sorbo de su segunda taza de café y se preguntó qué diría el manual de las Conversaciones Típicas con Yernos una vez agotados el deporte y la formación educativa.

¿Ya se la has metido por el culo a mi hija, Matt?

Robert se dispuso a decir algo, pero un sonido procedente de la puerta de la calle lo silenció.

Llaves.

Andrea, que regresaba de la cocina en ese momento, pareció contener la respiración. Vio la caja de cartón aún en el suelo y luego alzó la vista justo a tiempo para observar la puerta de la calle abriéndose.

Danna.