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Frente al volante del Toyota, detenido en el aparcamiento del Carnival News, Robert cogió el móvil y mantuvo presionado el uno, activando la marcación automática a su casa. Sostuvo el aparato junto a su oído mientras aguardaba que alguien respondiera, pero nadie lo hizo. Sabía que aquél era el día libre de Rosalía, pero Danna debía estar en casa.

Repitió la llamada, con el mismo resultado.

Tu mujer te engaña. Todo el mundo lo sabe.

¿Se estaba volviendo un paranoico a tiempo completo?

Mejor no responder.

Danna asistía a clases de pintura dos veces por semana, y las dos correspondientes a la actual ya habían tenido lugar. Eso dejaba el gimnasio como única opción. Y Robert sabía lo que haría en ese instante: iría precisamente allí a echar un vistazo. Sabía que era una locura, que Danna podía estar en el centro comercial, en casa de Rachel o en cualquier parte. Que no estuviera en casa no significaba nada. Pero entonces no tenía nada que perder con visitar el gimnasio, ¿verdad? Claro que no. Averiguaría si su mujer había asistido o no, y en caso de no encontrarla allí, esa noche, dejando deslizar la pregunta al pasar, le preguntaría a Danna dónde había estado…

Y entonces se sentiría deseoso de oír la respuesta.

Estás loco. Si piensas así de ella, entonces tienes que replantearte las cosas, amigo.

Podía ser. A esas alturas era poco lo que podía sacar en claro en cuanto a sus sentimientos. Alguien había tenido la deferencia en los últimos días de coger su vida, colocarla en uno de esos vasos metálicos en los que se preparan los cócteles y luego lo había agitado toda la jodida noche.

¡Salud!

Robert no era estúpido, sabía que lo que pensaba hacer sólo empeoraría las cosas, pero tenía que hacerlo. Necesitaba comprobar que Danna no estaba en el gimnasio y esperar a la noche para hablarle. Encendió el motor y aceleró. Quince minutos después, el Toyota pasaba por delante del gimnasio Excerside. Robert avanzó con lentitud en busca del Escort de Danna, pero no lo vio. Sabía que aquello no probaba nada, por lo que se dijo que no tendría otra alternativa que entrar y preguntar por ella.

Eran las cinco y veinte. Decidió esperar fuera media hora antes de entrar. Se colocó donde supuso que no sería visto con facilidad y esperó. Una parte de su mente se programó para lo que sucedería; esperaría el tiempo estipulado, y luego entraría para confirmar que Danna no había asistido al gimnasio ese día.

Mientras jugaba al detective, su cabeza rememoró su visita a Union Lake del día anterior. El recuerdo vívido de Ben jugando con las arañas se presentó con un grado de realismo extraordinario. Era curioso cómo había sido necesario que algo tan horrible como la muerte de Ben hubiese tenido lugar para que se dispararan en él ese tipo de recuerdos. Normalmente no pensaba mucho en el pasado. En su vida, cada instante de felicidad se desvanecía cuando nuevos instantes frescos venían a ocupar su lugar; luego venían otros y otros… Claro que ahora sabía que algún día el crédito de instantes felices se interrumpía; y cuando esto ocurría, entonces era necesario echar mano a los instantes felices del pasado.

Cuando miró su reloj por segunda vez, con el rabillo del ojo captó una figura saliendo del gimnasio. Dirigió su atención hacia ella, pero incluso antes de hacerlo supo que era Danna. Reconoció de inmediato sus pantalones de gimnasia rojos.

Apenas pudo dar crédito a la visión. Había estado tan seguro…

Asía el volante con fuerza; se sentía estúpido.

Golpeó el volante con ambas manos. Tenía que olvidarse del mensaje. Puso en marcha el motor y aceleró. Dejaría que Danna llegara a la casa y luego lo haría él. Por la noche hablaría con ella, como había previsto, pero no le lanzaría una batería de preguntas. No señor. Tenía claro lo que haría: aceptaría hacer el viaje a Pleasant Bay.