Poco después de la partida de Matt, Andrea apagó la luz de su habitación y la casa quedó completamente a oscuras.
Benjamin se desplazó por el desván a una velocidad asombrosa; sus piernas flexionadas y sus brazos estirados se movieron en sincronía mientras su cabeza erguida estaba fija en el extremo al cual se dirigía. Había adoptado el rincón derecho, junto a la pared trasera, como su almacén de objetos personales. Allí conservaba, intacta, la comida que Ben había traído consigo después de su excursión abajo. Sabía que conservarla era peligroso, pues aquello constituiría una ventaja para el niño si decidía salir a la superficie, pero por el momento tenía cosas más importantes que hacer.
Junto a la comida estaba la ropa que había encontrado en la caja de cartón, el ejemplar de La isla misteriosa y el cuchillo que Benjamin había utilizado para ahuyentar al niño mediante el mensaje en su antebrazo. Echó un vistazo y advirtió las letras formadas ahora con hilos cicatrizados todavía perfectamente legibles. Esperaba que aquello hubiese sido suficiente. Había asustado al niño, lo sabía, pero también sabía que debía ser especialmente precavido esta noche.
Benjamin iba a bajar.
Su primera excursión al mundo de abajo. Un acontecimiento tan importante como peligroso. Una parte de él se sentía eufórica; si bien sería una visita breve, era la primera acción concreta y el inicio de algo que llevaba mucho tiempo de gestación. Mientras estudiaba la herida que él mismo se había causado, se recordó que abajo podía no resultar sencillo combatir al niño si éste decidía enfrentarse a él. Si perdía el control allí, sería poco lo que podría hacer para recuperarlo, y Benjamin prefería no conjeturar en lo desastroso de aquella posibilidad.
Junto al cuchillo había una hoja de papel doblada por el medio. La cogió y la sostuvo ante sí un buen rato: su primer obsequio al mundo de abajo. Desdobló la hoja y estudió las nueve palabras que ese mismo día había escrito con la punta roma del lápiz negro. Volvió a doblar la hoja sobre sí misma dos veces, obteniendo un cuadrado de cuatro centímetros de lado.
Introdujo el mensaje en el elástico de su calzoncillo y se encaminó en silencio al acceso del desván.
Retirar la placa de vidrio que protegía la entrada y lanzarse hasta el baño no le resultó dificultoso. Apenas dos saltos sucesivos para aterrizar en el lavabo, primero, y en el suelo embaldosado, después. Volvió a colocar la placa en su sitio, lo cual consideró una medida precautoria necesaria por si las cosas no resultaban como él pensaba.
Sus primeros recuerdos abajo se presentarían luego fragmentados, y apenas tendría conciencia de haberse lanzado desde el acceso, o de haber caminado por el pasillo hasta el comedor de la casa, donde se detuvo, sin saber por qué se dirigía en aquella dirección. Abajo todo era nuevo. Observó las sombras grises que definían el comedor: los respaldos de las sillas sobresaliendo en torno a la mesa como lápidas. Pudo ver parte de la cocina y, en el extremo opuesto, la puerta que servía de acceso a la sala y que normalmente permanecía abierta. Benjamin percibía todo aquello con fascinación, y sin saber que lo hacía dio un paso vacilante en dirección al comedor.
¿Por qué estaba allí?
¡¿Por qué?!
Miró en ambas direcciones. El impulso de avanzar fue enorme, pero logró contenerlo y dar media vuelta. Debía ir a la habitación de Danna y Robert; así lo había planeado y no había razón para estar donde estaba. No creía que el haberse desplazado hasta el comedor sin haber sido consciente fuera obra del niño, pero probaba que estar allí abajo era un riesgo para él. Debía darse prisa.
Avanzó por el pasillo regresando a su posición cuadrúpeda para hacerlo con mayor velocidad. Pasó junto a las puertas del estudio de Danna y de la habitación de Andrea. La primera estaba abierta, a diferencia de la segunda. La siguiente puerta pertenecía a la habitación de Ben y también estaba cerrada. Prefirió no dirigir siquiera su atención a ella. Si había algo capaz de hacer reaccionar al niño era precisamente una visión como aquélla.
Se detuvo unos metros más adelante.
La habitación de Danna y Robert, finalmente.
Encontró la puerta cerrada, como había esperado. Abrirla sin hacer ruido le llevó casi un minuto completo. Accionó el picaporte con firmeza, lo mantuvo hacia abajo y probó ligeros movimientos hasta tener la certeza de que las bisagras estaban lo suficientemente aceitadas para no quejarse. La empujó un poco, luego otro poco más. Cuarenta centímetros serían suficientes para pasar, y tan pronto los alcanzó, volvió el picaporte lentamente a su posición original.
En la habitación hacía calor, aunque no tanto como en el desván. Robert y Danna estaban acostados con sus espaldas enfrentadas, cubiertos únicamente con una sábana. Benjamin observó el movimiento de ascenso y descenso de sus cuerpos. Si cualquiera de los dos encendía la luz en ese momento, se vería en serios problemas. Pensó en arrastrarse por el suelo, pero rápidamente descartó la idea. Lo que tenía que hacer no le exigiría más que un par de minutos.
Avanzó hasta el extremo opuesto de la habitación al tiempo que retiraba el papel aplastado entre su cuerpo y el elástico del calzoncillo. Se arrodilló frente a la mesilla de noche de Robert, junto a la cual vio su portafolio: un modelo de cuero con múltiples divisiones y un cierre corredizo en la parte superior. Deslizó el cierre con lentitud. Sus dedos se movieron por los diferentes compartimentos con presteza. Procuró no volverse hacia la derecha, donde sabía que estaba el rostro dormido de Robert. Los dedos de Benjamin se toparon finalmente con lo que buscaba: la agenda electrónica de Robert. Era un dispositivo plano del tamaño de una billetera. Colocó dentro de la agenda la hoja de papel doblada y la volvió a colocar en su sitio.
Sin perder tiempo emprendió el regreso. Se dirigió sigilosamente hasta la puerta con el convencimiento de que sería mejor dejarla abierta y evitar así ser oído. Era demasiado arriesgado repetir la operación que había llevado a cabo para abrirla, y no creyó que fuera un detalle que requiriera atención. Se escabulló por la abertura y se encontró una vez más en el pasillo. Se disponía a volver al baño cuando un sonido procedente de la habitación de Andrea lo alarmó.
Supo inmediatamente que se trataba de la puerta.
Durante un par de segundos no supo qué hacer, pero tan pronto como logró superar la reacción inicial, retrocedió y se introdujo de nuevo en la habitación de Danna y Robert.
Maldijo. Andrea despierta lo complicaba todo.
Los pasos de Andrea no tardaron en hacerse audibles desde el pasillo. Se dirigía al baño, no cabía duda. Benjamin se arrellanó detrás de la puerta e inició una espera que no tardó en resultarle eterna. Tenía puestos sus ojos en la cama matrimonial, en especial en Danna, quien se movía debajo de la sábana y tosía. Si escuchaba a su hija y despertaba, todo se iría al demonio. Por primera vez sintió temor, o algo parecido; una mezcla de incertidumbre e impaciencia que no le resultó para nada agradable.
Después de utilizar el retrete, Andrea oprimió el botón de la cisterna. Una vez que el estallido acuático pasó y los ocupantes de la cama matrimonial seguían durmiendo como hasta entonces, Benjamin se dijo que había pasado lo peor. Escuchó con atención a la espera de los pasos de Andrea de regreso a su habitación, pero…
Lo embargó una sensación de malestar. Algo revolviéndose en su interior. Ganas de vomitar. Sólo que no eran ganas de vomitar, y Benjamin lo sabía perfectamente. Era el niño. Podía sentirlo.
Si Andrea te ve ahora, todo habrá terminado. TODO.
Pensó rápido. Benjamin dejó que el niño avanzara. Sabía que por lo general nuestros planes presentan situaciones impredecibles, y el éxito de llevarlos adelante es muchas veces consecuencia de la búsqueda de soluciones rápidas. No había previsto que Andrea pudiera retrasar su vuelta al desván, y que eso le daría a su amiguito interior el tiempo suficiente para hacer de las suyas, pero no importaba. Lo dejaría avanzar un poco más.
Un poco más…, así. Muy bien.
Allí está Andrea, caminando por el pasillo, guiándose por la idea que conserva de la casa más que por lo que sus ojos entrecerrados le muestran de ella. Lleva el cabello despeinado, en parte por haberse levantado hace un momento y en parte por el reciente encuentro con Matt. Esto último le dibuja una incipiente sonrisa en el rostro. Avanza en dirección al baño, apresurando el paso; no ha sido realmente consciente de las ganas que tenía de orinar hasta que se encuentra frente a la puerta entreabierta y la empuja para pasar. Pero algo llama su atención a la izquierda, en la habitación de sus padres. La puerta se abre de golpe y ¡su hermano sale de ella!
Éste no es Ben, piensa Andrea, tiene el aspecto de Ben, pero no es él.
Los pensamientos de Andrea se interrumpen cuando siente un dolor fuerte en la comisura de la boca, un círculo ardiente y húmedo. Gritando, intenta desprenderse de su atacante, pero al retroceder no hace más que caer de espaldas. Siente un dolor insoportable en las piernas, que se doblan en ángulos imposibles, pero aun así lo peor es el rostro; un río caliente corre desde su boca y chorrea pesado por el cuello. La caída ha hecho que su cabeza golpee contra el zócalo con un sonido sordo. Cree que ha perdido el conocimiento, o al menos la noción que tiene de lo que está pasando es distante, como si lo viera todo a través de una tela apenas translúcida. Siente la presión de una dentadura poderosa desgarrando su cuello, luego el pecho…
El cuerpo de Andrea pronto permanece inmóvil. Su rostro desfigurado es una masa informe que alberga restos desprendidos de carne y huesos astillados.
Cuando Benjamin consideró que el visitante estaba lo suficientemente cerca de la superficie y, por ende, vulnerable, proyectó sus pensamientos con todas sus fuerzas. Los lanzó con violencia, sólo que antes los pobló con algunos condimentos personalizados. Un truco simple, pero que tomaría al insurrecto por sorpresa en cuanto asomara las narices y vislumbrara lo que tenía preparado para él.
Mientras el ataque a Andrea tenía lugar en algún cúmulo de neuronas que hacían las conexiones apropiadas, Andrea, la real, regresó a su habitación ajena a la proyección que la había tenido como protagonista.
Benjamin sonrió, conforme con sus resultados cinematográficos, y experimentando cómo el niño retrocedía, alejándose de la superficie para regresar a las profundidades. El sitio donde se debilitaría lentamente hasta dejar de existir.
Satisfecho, Benjamin regresó al desván.