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Robert estaba de pie en su habitación. La lámpara sobre la mesilla de noche proyectaba una sombra larga y ancha de su cuerpo, que se quebraba en el zócalo y se extendía por la pared. Danna dormía desde hacía rato. No habían intercambiado una palabra durante todo el día, ni siquiera un saludo; el único síntoma de mejoría desde la pelea del día anterior era que él había vuelto a dormir en su propia cama. El dato no resultaba precisamente alentador.

Mientras se desnudaba y se colocaba el pantalón del pijama, su sombra desobediente se deformaba en la pared siguiendo formas antojadizas que nada tenían que ver con los movimientos de su cuerpo. Se sentó al borde de la cama, abatido, con el torso desnudo y la camisa del pijama colgando de su mano. Apenas había podido dormir en el sillón la noche anterior, pero la principal razón no había sido la incomodidad, o al menos no una incomodidad física. A su pesar, reconoció que aún persistía la sensación de ausencia que lo había embargado ese día en el trabajo. Había creído que al llegar a casa recompondría su estado de ánimo, pero se había encontrado con una muralla gélida e impenetrable. Robert sabía que las reconciliaciones con Danna eran lentas, pero ni siquiera había podido iniciar una conversación con ella, lo que era decepcionante e inédito. Mientras terminaba de vestirse, se sintió frustrado evocando el modo esquivo con que Danna había reaccionado a sus intentos de acercamiento. Seguía convencida de que debían hacer el viaje.

Robert la observó. Verla dormir ayudaba a pensar que todo saldría bien.

Oyó un ruido afuera, en el jardín.

Se puso en pie. Terminó de abrocharse el pijama y se acercó a la ventana. Fue poco lo que pudo ver; había luna, pero la luz del interior no le permitía ver hacia afuera. Regresó junto a la mesilla de noche y la apagó. La habitación quedó en penumbra. Robert evocó el sonido que había creído escuchar: un golpe sordo, un peso chocando contra algo amortiguado.

Pensó que probablemente no había sido más que un gato. Escrutó el jardín, recorriendo la cerca primero y las siluetas de los árboles a la derecha después. Detrás de uno de ellos creyó advertir el contorno irregular de una forma humana, alguien de pie procurando ocultarse. Se sobresaltó, instintivamente retrocedió y se apartó de la ventana como si corriera algún peligro. Volvió lentamente, esta vez asomando apenas su rostro y concentrándose en el tronco robusto que hacía un momento había creído que ocultaba a una persona.

El tronco seguía allí, pero el contorno irregular no era el de una persona, eso seguro.

Hace un momento sí lo era.

No. Hacía un momento su cabeza había estado ocupada pensando en otras cosas. Había imaginado el ruido. Estaba cansado, y era lógico. La noche anterior apenas había dormido.

Volvió a asomarse por la ventana y clavó la vista en el tronco. No vio ninguna silueta detrás ni mucho menos en las proximidades. Permaneció allí el tiempo suficiente para convencerse de que en efecto había sido una jugada de su imaginación, al igual que el ruido.

Se acostó y permaneció boca arriba unos minutos, contemplando el techo. El cansancio lo venció y se durmió.