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Tras media hora de trabajo, Allison tenía clasificadas las cintas en tres montículos. Las cintas sin identificación, que eran las que verdaderamente la preocupaban, eran unas veinte. Suponiendo que la caja número dos contuviera la misma cantidad que la uno (lo que en realidad era una suposición sumamente arbitraria), el trabajo le exigiría más tiempo del que había creído al principio. Quizás tres sesiones de una hora cada una.

Escogió una de las cintas del montículo de las sin identificación y la introdujo en el reproductor. Había llevado consigo un par de auriculares, lo cual resultó una buena idea, pues la calidad de la cinta era pésima. Aun así, tuvo suerte con la primera grabación, ya que una voz que no reconoció se encargó en los primeros segundos de especificar la información necesaria para identificarla. Interrogatorio a Jason Anthony Worthington, asalto a mano armada expediente 027-036, 3 de marzo, 1989. Satisfecha, apuntó los datos en una etiqueta autoadhesiva. Extrajo la cinta y se la pegó. La colocó temporalmente en la repisa del escritorio; más tarde tenía pensado ordenarlas por fecha.

Bebió el último sorbo de café frío.

Encontró dos cintas unidas por cinta adhesiva y decidió que serían las próximas. Introdujo una en el reproductor y presionó PLAY.

Esta vez no se habían tomado la molestia de indicar de qué trataba la cinta. Escuchó:

No es indispensable dormirse por completo, pero si siente sueño, no se resista, es posible que abandone la sensación de bienestar que lo embargará en un momento. Con esto en mente, debe mirarme a los ojos y permitir que agarre sus pulgares… Así. Muy bien.

Luego, silencio.

Allison enarcó las cejas. Avanzó la cinta, luego presionó PLAY otra vez.

La voz que llegó a sus oídos no era la misma de antes; pertenecía a un hombre que hablaba sin variar el tono. Allison la había escuchado antes, pero la mala calidad de la grabación le hizo imposible identificar a su dueño.

… regreso al jardín delantero de la casa. La llave inglesa no está. ¡Ha desaparecido!

Retrocedió la cinta. Allí estaba otra vez la primera voz, con la misma cadencia inanimada.

Está recordando algo, posiblemente de su infancia

¿Qué debemos hacer?

Dejarlo hablar, desde luego… sólo así lograremos que se remita a la fecha que buscamos.

Allison detuvo la cinta. Se suponía que no debía escucharlas. Además, el contenido carecía de sentido para ella. Pensó que quizás en la otra cinta, la que estaba unida con cinta adhesiva, estaría la información que buscaba, por lo que extrajo del reproductor la que estaba escuchando y colocó la otra.

¿De dónde conocía esa voz?

Cuando la cinta comenzó a correr, no encontró referencias al motivo de la grabación. Otra vez habló la voz del principio, que supuso que pertenecería a un hipnotizador o algo por el estilo.

Díganos qué ocurre cuando llega su padre

Silencio.

Estudió la posibilidad de buscar otro fragmento de la voz que le había resultado familiar, pero la descartó. Le sorprendió encontrar una grabación de esas características entre confesiones de delincuentes o disertaciones entre policías, pero ya era suficiente. Lo que tenía que hacer era extraer la cinta y colocarla en un grupo aparte; si se proponía escuchar en detalle todas las cintas que no tuvieran referencias, llegaría el día del juicio final y ella seguiría en el archivo.

Observó las dos cintas un buen rato, mientras se quitaba los auriculares y sus oídos se acostumbraban a los comentarios de los policías y el golpeteo sobre el teclado de una o dos máquinas de escribir que llegaban desde el lado opuesto de los tabiques divisorios. Se disponía a colocar la tercera cinta en el reproductor cuando súbitamente una idea se materializó dentro de su cabeza como por arte de magia: supo a quién pertenecía la voz que acababa de escuchar.

Era Robert Green. Estaba segura.