Domingo, 22 de julio, 2001
El domingo Ben apenas pudo dormir, en parte por la dureza de la madera, en parte por sus sueños. Rara vez despertaba en medio de la noche, como esta vez.
Era pasada la medianoche, casi seguro. El corazón le latía rápido y la oscuridad que lo envolvía lo angustió aún más.
¿Había soñado con Rosalía?
La amenazaba. Le lanzaba improperios e intimidaciones mientras el rostro de la mujer se transformaba. Sus ojos se disolvían para rodar por sus mejillas como claras de huevo. Lo mismo ocurría con su nariz, que colgaba pesada como una masa muerta. Las dos líneas rosadas que normalmente constituían sus labios crecían y se fundían entre sí.
—Rosalía —murmuró.
Ahora era su cabello el que se desintegraba como ceniza y dejaba al descubierto su cabeza arrugada.
¡Pues si lo sabes, puta…, será mejor que no se lo digas a nadie!
Ben estaba solo en el desván. Yacía en posición fetal, con sus rodillas apretadas contra el pecho y su brazo izquierdo encorvado sobre su ropa. Levantó la cabeza. Miró en todas direcciones…
Con la casa a oscuras, ni una gota de luz se filtraba hacia arriba. La oscuridad era completa.
Volvió a colocar la cabeza sobre la almohada improvisada. Tenía que dormir.
Transitó el borroso límite entre el sueño y la vigilia, por momentos consciente de los pensamientos que poblaban sus sueños. Mucho más tarde, algo rozó su pierna e hizo que abriera los ojos de golpe. «Una rama», fue lo primero que pensó, estúpidamente, pero aun en la confusión que lo envolvía, supo que era una idea absurda. Se sentó al tiempo que se frotaba los ojos con dos índices doblados como ganchos. Encendió la linterna y barrió el desván para cerciorarse de que todo estaba en orden.
No vio nada anormal. Sin embargo la impresión de haber sido rozado por algo era demasiado intensa para desecharla. Masajeándose la pierna desnuda, evocó lo que había sentido. No lo habían rozado, se corrigió; algo había caminado sobre su pierna. Pensó en un roedor. Echó un vistazo a las provisiones, entre ellas las galletas, pero estaban intactas. No había pasado por allí ningún animal, o éste no había mostrado interés alguno por su comida.