Luz cegadora… Oscuridad.
Ben estaba sentado contra la pared del desván, junto a la rejilla. Tenía las rodillas presionadas contra el pecho. En sus manos sostenía la linterna que había traído del garaje, pero la utilizaba únicamente para iluminar su rostro. Sus ojos eran fríos y distantes. Sus pensamientos se concentraban cíclicamente en el encuentro con Rosalía; no recordaba en absoluto lo que había ocurrido después, incluido el ascenso al desván. Regresar había sido como el andar de un sonámbulo, pensó, o una máquina que lleva a cabo un proceso para el cual ha sido diseñada.
Encendió y apagó la linterna. Sus pupilas se redujeron al tamaño de un punto para luego dilatarse.
Le diré a Félix dónde encontrar a Miguel…
A su lado descansaba la bolsa del supermercado. No había cogido nada del interior. A juzgar por su aspecto, Ben ni siquiera era consciente de que la había traído consigo.
Repasó el incidente con Rosalía: el modo en que las palabras acudían a su mente y se deslizaban hacia su boca como por un tobogán. Todo como si…
… como si alguien hablara a través de él.
Jamás había sabido nada de lo que le había dicho a la mujer, salvo el nombre de su hijo; el modo en que todo aquello se presentó en ese preciso momento no dejaba de resultarle inquietante y horroroso.
Luz cegadora… Oscuridad.