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—¿Habéis hablado con todos sus amigos? —preguntó Mike.

Seguían en el porche. Hacía por lo menos una hora que no habían visto un solo vehículo circular por la calle Madison.

—Sí. —Robert habló sin apartar los ojos de su lata de cerveza vacía. La sostenía con ambas manos en el regazo y la hacía girar.

Mike meditó unos segundos sus siguientes palabras.

—Si sigue enfadado con Danna es probable que haya decidido esconderse unos días.

—¿Crees que Ben puede estar escondido en casa de algún amigo? —preguntó Robert.

—Es una posibilidad. Ben es inteligente, no creo que haya decidido pasar la noche en el bosque sabiendo los peligros que lo esperan allí.

—Es cierto.

¿Lo era? Robert había perdido la capacidad de determinar qué era posible y qué no. La idea de que Ben se hubiera marchado de casa constituía un punto de partida que hacía que el resto careciera de lógica.

—¿Cómo están Danna y Andrea? —preguntó Mike.

—Andrea ha ido a pasar la noche a casa de Linda, la hija de Harrison. He hablado con ella hace unas horas. Está bien. Danna ha permanecido en su estudio casi todo el día. Prácticamente no he hablado con ella.

—¿Le has dicho que Ben estuvo conmigo?

—Estaba presente cuando hablé de eso con la policía.

Mike asintió y luego dijo:

—He hablado con el oficial Timbert hoy por la tarde. Me pidió que fuera a la comisaría a darle algunas precisiones acerca de la visita de Ben: horarios y esas cosas. No creo haber sido demasiado útil.

—Espero que no te haya quitado demasiado tiempo.

Mike miró a su amigo como si acabara de decir la estupidez más grande de la historia.

Robert se recostó contra el respaldo de su silla y clavó la vista en el techo del porche. Allí vio el tubo fluorescente circular que por alguna razón fascinaba a los insectos. En aquel momento, al menos una docena de ellos se arremolinaban alrededor, proyectando sombras monstruosas.

—He notado a Rosalía muy nerviosa hoy —comentó Mike en un intento de seguir adelante con la conversación—. Casi derrama el café al servírmelo.

—También lo noté. Incluso he tenido la sensación de que quería decirme algo.

—¿Cuándo?

—Esta mañana, antes de la discusión con Danna.

—Quizás sabe algo. Quizás oyó a Ben cuando salía.

—¿Tú crees? Si supiera algo me lo habría dicho. No creo que sea eso.

—¿Qué crees entonces?

Robert apartó la vista del techo. Miró en dirección a Mike, pero por un momento no vio más que una espiral oscura. Paulatinamente, el rostro de su amigo fue ocupando su lugar.

—Creo que Rosalía está simplemente preocupada por Ben —dijo Robert—. Supongo que querría decírmelo y no ha podido hacerlo.

—No sé. No la he visto comportarse así antes.

—Ella quiere mucho a Ben. Tiene un hijo casi de la misma edad…

—¿Rosalía? Pensé que no tenía hijos.

—No habla mucho de él. Se llama Miguel. Vive con sus tíos, en una ciudad pequeña cerca de Boston; no recuerdo cuál. Rosalía se queda con ellos los fines de semana. El nombre del padre del niño se me ha quedado grabado: un tal Félix Hernández.

—¿Por alguna razón?

—Rosalía huyó de él… No quise preguntarlo nunca, pero suponemos que la sometía a algún maltrato. Probablemente también al niño.

—Dios mío, ¿cuánto hace que no lo ve?

—No me lo ha dicho, pero Rosalía está con nosotros desde hace seis años. Debió de ser antes de eso.

—Pobre mujer.

Mike permaneció en silencio. La conversación acerca de Rosalía no había sido más que una excusa para evitar hablar de algo que había rondado su mente durante la última hora.

—Hay algo que no me he atrevido a preguntarte —anunció Mike de repente.

Robert lo observó.

—Hace años que hablamos de todo. ¡Dispara!

—Sé que no hay secretos entre nosotros —reflexionó Mike en voz alta—, pero esto es algo que he querido preguntarte desde hace tiempo. Al principio no me pareció correcto hacerlo, luego creo que lo olvidé, y hoy, a raíz de lo que ha ocurrido…

—Pues no sé qué puede ser, pero has despertado mi curiosidad.

Mike se incorporó en su asiento. Sabía que se arrepentiría en cuanto formulara la pregunta que tenía en mente. Analizó la posibilidad de suavizarla, o abordar el tema indirectamente, pero decidió que no tenía sentido.

Habló despacio, sin mirar a Robert:

—¿Recuerdas cuando tú mismo te marchaste de esta casa?

Robert abrió los ojos como platos. Era evidente que no sabía a qué se refería Mike, pero éste en el fondo había sabido que eso ocurriría.

¿Recuerdas cuando tú mismo te marchaste de esta casa?