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Al inclinarse sobre el boquete del baño, Ben sintió otra vez cómo su espalda se quejaba.

No fue sencillo desplazar la placa de vidrio esmerilado desde arriba; pudo colocar apenas dos de sus dedos en uno de los laterales y alzarla ligeramente, para luego deslizarla con el cuidado suficiente para no romperla. Una vez que hubo espacio suficiente para que pasara su cuerpo, se detuvo y observó el baño a oscuras.

La casa estaba en silencio desde hacía un buen rato. El baño era ahora una habitación fría, que se perfilaba apenas con una serie de líneas frágiles y grises. Ben supo de inmediato que bajar sería más peligroso de lo que había supuesto. Además de las dificultades para introducirse en el boquete y dejarse caer hasta el lavabo, le preocupaba la idea de ser descubierto por alguien que entrara justo en ese momento. Llevaba puestos únicamente sus calzoncillos blancos, pero como el plan consistía en no ser visto, poco le importó.

Además estaba a punto de mearse encima.

La visión difusa del retrete no hizo más que intensificar sus deseos de orinar. Es bien sabido que nuestro organismo pierde la capacidad de control cuando una posibilidad de evacuación está próxima. Ben experimentó un intenso ardor en la entrepierna, lo cual hizo que se pusiera en movimiento.

Se sentó en el borde del boquete. De inmediato sintió el aire frío acariciándole la planta de los pies y por alguna razón se sintió reconfortado. Quizás las cosas saldrían bien después de todo. Se inclinó con cuidado para no ser hostigado por su espalda otra vez. Colocó los antebrazos a ambos lados del boquete, se alzó ligeramente con los codos y se dejó caer con lentitud.

Hasta aquí fue sencillo. Lo que debía hacer a continuación era asirse a los laterales del boquete con las manos, descender y balancearse hasta afirmarse en el lavabo. Así lo había planeado cuidadosamente en el desván. Sin embargo, una vez que inició el balanceo, sus pies no alcanzaron el lavabo… Ben sintió un dolor espantoso en los antebrazos, que de repente protestaron ante la tarea de soportar todo el peso de su cuerpo. Vio su rostro reflejado en el espejo, apenas una silueta fantasmagórica. Sus dedos cedieron un poco. La caída desde esa altura no sería mortal, ni mucho menos, pero la idea de los dedos de los pies doblándose al chocar con la superficie rígida del suelo de baldosas no le resultó precisamente agradable.

Estaba a punto de rendirse cuando uno de sus dedos tocó apenas la superficie fría del lavabo. Faltaba un poco, sólo un poco. Comprendió que el problema estaba en que no se había aferrado al extremo del boquete, lo cual, en realidad, no servía para nada en ese momento. Intentó alcanzar de nuevo el lavabo, esta vez haciendo su máximo esfuerzo para balancearse, pero con la misma suerte. Lo único que logró fue que el deseo de orinar se intensificara.

¿Y si alguien entraba en ese momento?

¡Nadie iba a entrar! Lo que menos necesitaba era asustarse más de lo que lo estaba. Permaneció un instante en aquella posición, advirtiendo cómo sus dedos amenazaban con dejar de sostenerlo. Tenía que pensar. Dejarse caer podía ser una solución rápida, y bien sabía que no era precisamente tiempo lo que le sobraba, pero no podía correr el riesgo de llamar la atención con una caída desde esa altura. Debía balancearse con más fuerza.

Flexionó las piernas y corcoveó hasta darse el máximo impulso de que fue capaz. Sus pies se lanzaron en pos del lavabo, y esta vez lo logró. Valiéndose de los dedos de sus pies, Ben se aferró a la superficie redondeada de loza. ¡Perfecto! Sin embargo, aún era prematuro cantar victoria. Sus manos estaban a punto de soltarse de los laterales del boquete, y si tal cosa ocurría precisamente en este momento, no tendría oportunidad de amortiguar la caída con sus piernas. Con sumo cuidado, fue desplazando las manos, primero una, luego la otra, hasta alcanzar el extremo del boquete, y justo cuando completó la operación, pudo soltarse y permanecer de pie sobre el lavabo.

Se permitió quince segundos para reponerse de la maniobra.

Creyó conveniente volver a poner la placa en su sitio, y lo hizo.

En su plan original, concebido en el desván, había pensado que cerrar la puerta con llave sería una buena idea, pero ahora que se hallaba a unos centímetros del retrete comprendió que no había tiempo ni para eso ni para encender la luz. No había tiempo para nada. Ben se bajó del lavabo y salió disparado hacia el retrete. Verificó si la tapa estaba levantada e hizo lo que su cuerpo le pedía a gritos desde hacía horas. Sus piernas estaban rígidas formando una V invertida, y Ben intercambiaba frenéticamente el peso de una a otra. Mientras aferraba su pequeño miembro, un chorro con la potencia de un rayo láser se proyectó primero contra el agua acumulada en el fondo y luego contra uno de los laterales.

Sintió un alivio inmenso. Dejó caer la cabeza hacia atrás, al tiempo que la presión en la vejiga disminuía. No supo cuánto tiempo transcurrió hasta que sacudió las últimas gotas, pero fue bastante.

Estiró el brazo para alcanzar el botón de la cisterna, pero se detuvo. Lo que menos necesitaba era llamar la atención; aunque tampoco era buena idea dejar su orina allí. Lo pensó un segundo y luego presionó el botón apenas lo suficiente para que un hilo de agua emergiera de cada uno de los orificios. Al cabo de un minuto supuso que sería suficiente y soltó el botón. Dio media vuelta y abrió la puerta con cuidado.

La casa seguía en silencio. Ante él se extendió el pasillo iluminado desde el otro extremo. Ben se cubrió el rostro con el antebrazo y pestañeó hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz.

Sonrió y avanzó por el pasillo.