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Ben pasó la tarde recostado, esta vez con la cabeza apoyada sobre su ropa.

Descubrió que la zona donde el techo inclinado del desván adquiría mayor altura era ligeramente más fresca que el resto, de modo que se tendió allí, justo debajo de la rejilla de ventilación en la pared, y el tiempo se desdibujó. Perdió consciencia del paso de las horas, preguntándose de vez en cuando cuántas habrían pasado desde que despertara. ¿Cuál era el significado del tiempo allí arriba? Por unos momentos se imaginó a sí mismo tendido en medio del bosque, en una noche sin luna y a merced del acecho de predadores desconocidos. Su respiración pesada era quizás la única prueba del paso del tiempo, pero no servía definitivamente para medirlo.

Sus pensamientos tampoco ayudaban. Sus pensamientos eran lo peor de todo.

Una serie de ideas se enredaban en su cabeza, como un parásito estomacal interminable. Allí estaba Danna, gritando a los cuatro vientos en su propia habitación, refiriéndose a Ben como el mierda… Pero también había otras líneas. Entrecruzándose con los recuerdos fragmentados de Danna, había un recuerdo nuevo, mucho más simple: una única imagen congelada y subtitulada. La de Andrea de pie en el principio del pasillo de la casa, con sus vaqueros gastados y la camiseta rosa con la palabra LOVE parcialmente oculta.

Ben aprecia a la perfección cada detalle, incluso el palillo que lleva su hermana incrustado en el cabello para mantenerlo recogido. Ella mueve la boca para decir algo, pero Ben escucha únicamente la voz de Mike, el hombre al que considera su tío y una de las pocas personas en quien confía.

Es toda una mujer… Y definitivamente ha heredado el cuerpo de Danna.

Le horrorizaba haberse introducido en la cabeza de Mike. Procuró no pensar en ello, pero reconoció que había perdido el control completo sobre sus pensamientos. Lo peor de todo es que sabía la razón por la que se sentía de ese modo. Para empezar, el vacío en su estómago; y la sed. La necesidad de beber llevaba horas hostigándolo. Tragar su propia saliva había servido al principio, pero ahora incluso eso se había transformado en un proceso doloroso. La poca que le quedaba era caliente y espesa como la savia de un cactus, y el solo hecho de hacer que aquella sustancia se deslizara por su garganta se había convertido en una experiencia insoportable. Mientras yacía tendido de costado, encogido en posición fetal y presionando una de sus mejillas contra su pantalón del pijama, una visión lo aquejó…

Es Patterson. Sólo que es un nuevo Patterson; igual de monstruoso, pero ahora convertido en un ser con el cuerpo rollizo de un hombre y la cabeza desproporcionada de un cerdo de ojos grandes. Lleva un cigarrillo colgado de la comisura de la boca, y cuando observa a su pequeño interlocutor, sonríe; y es quizás su sonrisa el único rastro humano que queda en su rostro porcino. El nuevo Patterson le tiende a Ben un vaso de zumo de naranja lleno hasta el borde. El líquido resplandece como una aparición mágica, y mientras Ben estira su brazo para agarrarlo, imagina la sensación de aquel líquido humedeciendo su garganta. Evoca la imagen de una válvula oxidada que lentamente se desplaza con un chirrido para dejar pasar una corriente de agua. Cuando está a punto de asir el vaso…, Patterson hace un movimiento rápido y lo retira de su alcance. Luego, siempre con la sonrisa de cerdo feliz en su rostro, hace que el contenido se derrame. Un hilo amarillento pende del vaso inclinado hasta alcanzar la tierra reseca… Ben quiere gritar, pero no puede, porque recuerda que está tendido en el desván, escondido, pero que además tiene la garganta seca como papel de lija. Patterson ríe con ganas. Su cuerpo se sacude con la explosión de cada carcajada. Ben intenta apartar la vista de él y del zumo de naranja, pero le resulta imposible, porque así suceden las cosas cuando la imaginación nos juega una mala pasada, ¿no es cierto? Ben no se sorprende cuando Patterson se encoge y cambia de forma, y ya no es él quien ríe, sino Danna. Su cuerpo sigue sacudiéndose, en especial sus pechos, que rebotan al ritmo de su risa histérica. Casi no queda zumo de naranja en el vaso. Ben advierte este detalle con el ojo de su mente, pero se ve obligado a apartar la vista. El sonido que produce el líquido al formar un pequeño charco en la tierra le recuerda sus propias ganas de mear y hace que la hinchazón en su vejiga le advierta que es precisamente eso lo que ocurrirá de un momento a otro

Tenía que mear si es que no quería enloquecer. Los intentos por contener la orina caliente lo llevaban a sacudirse y a contorsionarse, pero aun así tenía la sensación de que el instante contra el que luchaba era siempre el mismo, y que cada vez le costaba más esfuerzo vencerlo.

Tenía dos alternativas. La primera era desembarazarse allí arriba de aquel líquido hirviente. Sería peligroso porque podría filtrarse hacia abajo o generar mal olor (o ambas cosas), pero al mismo tiempo era la salida más rápida. ¿Pero qué vendría después? La sed y el hambre acuciante no tardarían en convertirse en enemigos tan poderosos como su actual rival.

En realidad no tenía dos alternativas. Tenía una.

Debía bajar, y evitar ser descubierto.