¡El mierda lo hace a propósito!
Ben se alejó de la habitación de sus padres. Se desplazó cuidando de colocar las rodillas sobre los tirantes principales. Las seis palabras pronunciadas por Danna reverberaban en su cabeza como el golpeteo rítmico de un tambor. Cuando se topó con la pared trasera del desván, apoyó la espalda en ella y se dejó caer hasta sentarse, rodeó sus piernas con los brazos y cerró los ojos. Aunque el sentido de la vista no servía de mucho allí arriba, sintió la necesidad de oprimir los párpados con fuerza. Sus pestañas no tardaron en humedecerse, y sus labios, en temblar. Una primera lágrima pesada se formó en el rabillo del ojo, se desplazó por su mejilla sucia trazando una línea gris e irregular y pendió en la barbilla durante un segundo antes de caer.
A aquella primera lágrima le siguieron otras. Brotaban silenciosas, humedeciendo su rostro enrojecido. Sollozaba, pero apenas era consciente de sus intentos por no hacer ruido.
En ese instante, Ben Green supo una cosa. No fue un pensamiento demasiado claro: la idea se formó poco a poco, como una silueta que surge en la bruma de la mañana. Fue tomando forma en su cabeza de un modo lento, similar al desplazamiento de las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Supo que permanecería en el desván más tiempo del que tenía previsto. No sabía cuánto, y no le importó. Tampoco le importó pensar en cómo se las arreglaría para subsistir sin agua ni comida, o algo básico como atender su necesidad de orinar.
Se desabrochó la camisa del pijama y la dejó a un lado. No se preocupó en doblarla. Luego se quitó el pantalón y lo arrojó sobre la camisa, formando un montículo que se le antojó perfecto para utilizar de almohada de ahí en adelante. El calor era opresivo; hacía por lo menos tres o cuatro grados más que fuera de la casa. Suspiró e hizo crujir las articulaciones de la espalda arqueándose hacia atrás. Un dolor espantoso lo atenazó en la parte baja.
Su respiración comenzaba a regularizarse cuando dos voces llegaron flotando hacia él. Al aguzar el oído supo que se trataba de Robert y Mike.
Se incorporó. Las voces llegaban a sus oídos con una claridad que lo sobresaltó. Se volvió hacia la derecha. Sus ojos se toparon con un rectángulo luminoso en la parte baja de la pared, a unos dos metros de donde estaba. Se acercó, desplazando las rodillas y las manos alternativamente, enfundado ahora únicamente en sus calzoncillos. Estudió aquel rectángulo con fascinación.
Al acercarse sintió una ráfaga de aire fresco golpeándolo en su cuerpo desnudo. Advirtió que se trataba de una rejilla de ventilación de unos veinte centímetros de lado, en cuya existencia no había reparado antes. Aquélla era la parte más alta del desván, pero tuvo que permanecer arrodillado para observar a través de la rejilla. Se sintió aturdido. Pudo ver con claridad el comedor de la casa: la mesa principal, la puerta que conducía a la cocina, el televisor. Lo examinó todo como si no lo conociera, concentrándose en la ventana de dos hojas justo frente a él y en el desnivel que comunicaba con la sala. Aunque creía conocer su casa al dedillo, nunca había visto la rejilla por la que ahora observaba.
Vio a Mike sentado en una de las sillas, con el rostro desencajado, tamborileando los dedos sobre la mesa de madera. Robert estaba sentado frente a su amigo. Ben siguió con la mirada el perfil de su rostro, su nariz pequeña y su mandíbula ligeramente expuesta.
Se sintió como un espía, pero al mismo tiempo se reconocía incapaz de apartarse de la rejilla.
—Lamento que hayas tenido que oír eso. —La voz de Robert flotó hacia la parte alta del recinto. Su tono reflejó una tristeza sobrecogedora.
—Descuida. —Mike cesó de tamborilear sobre la mesa y posó una de sus manos en la de su amigo.
Su rostro presentaba un aspecto sumamente acongojado también, y Ben sabía exactamente el porqué.
—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?, preguntó de pronto Robert.
Mike alzó la vista y por un momento no supo cómo seguir.
—Ben vino a verme anoche —dijo al fin.
—¿Anoche?
—Aún estaba despierto cuando se presentó en mi casa, montado en su bicicleta.
Los dos hombres hablaban en voz baja, apenas susurrando. Sin embargo, Ben podía oír con toda claridad lo que decían.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué fue a verte? —Robert se mostró impaciente, aunque no alzó el tono de voz.
—No estaba bien, Robert, no puedo engañarte en cuanto a eso. No quiero hacerlo tampoco. Le hice pasar, le ofrecí un vaso de Pepsi y charlamos durante un rato. Me habló de un recado de Danna con un tal Patterson, un hombre sumamente desagradable a juzgar por la descripción de Ben.
—Creo que le vende a Danna pinturas y esas cosas.
—Sí. De buena gana iré a romperle la cara cuando salgamos de ésta.
—¿Ben te dijo qué quería…?
—Marcharse de casa. Pero vino a verme para que lo disuadiera, tenlo por seguro. Se sentía sumamente perturbado por la experiencia con el tal Patterson… y había algo más.
—¿Qué cosa?
Mike se movió, inquieto. Colocó ambas manos sobre la mesa y se inclinó hacia atrás. Sorbió aire como si necesitara una buena cantidad para continuar con lo que tenía que decir.
En ese momento apareció Rosalía. Robert le había pedido café para él y su amigo, por lo que depositó dos tazas humeantes sobre la mesa. Al hacerlo estuvo a punto de derramar el contenido de una de ellas sobre Mike, quien alcanzó a sujetarla por el asa justo a tiempo para evitarlo. Rosalía era una mujer que rara vez cometía distracciones de ese tipo, lo que llevó a Robert a pensar si habría escuchado lo que Mike acababa de decirle. Tan pronto como la mujer se marchó, dirigió de nuevo su atención a Mike.
—¿Qué dijo Ben además de lo de Patterson?
—Que de regreso a casa, hubo un incidente entre Marcia y Ralph.
Robert se puso tenso al escuchar el nombre de su padre. La sola mención de Ralph Green activaba algún mecanismo malicioso que parecía no deteriorarse con el paso del tiempo. Mike desde luego lo sabía.
—Marcia tuvo una especie de ataque —siguió diciendo Mike—. Comenzó a proferir gritos y los intentos de tu madre por calmarla no fueron suficientes. —Mike sorbió un poco de café, probablemente buscando las siguientes palabras—. Ralph la golpeó para que guardara silencio —finalizó.
Esta vez fue Robert quien se recostó contra el respaldo de la silla. Con Ralph de por medio no era difícil imaginar un desenlace como aquél.
—Robert, escúchame, no te sientas culpable. No tenías manera de saber una cosa así.
—¿Te dijo que quería marcharse de casa por…? —Los ojos de Robert se humedecieron.
Desde la rejilla ubicada a pocos metros sobre sus cabezas, Ben observó cómo Mike colocaba su mano sobre el hombro de Robert y lo palmeaba.
—Creí que después de hablar de lo sucedido, Ben se sentiría mejor —dijo Mike—. Hasta vimos un poco la televisión, una vieja película de Steve Martin.
Ben recordó haber reído con Mike al ver la nariz desproporcionada del personaje de Martin, interpretando a un jefe de bomberos que no se atrevía a declararle su amor a una rubia bonita por miedo a que se burlara de él. El recuerdo se le antojó sumamente lejano, como si proviniera de una vida anterior o de una mente ajena.
—Subimos la bicicleta en mi Saab —explicó Mike—, y lo traje a casa. Me prometió que se iría a dormir y se olvidaría de lo que me había dicho. Supuse que todo iría bien, aunque déjame decirte que permanecí aparcado en la puerta una media hora. No creía que fuera necesario, pero lo hice.
—Ben debió marcharse después…
—Me siento culpable, Robert, debí quedarme más tiempo.
—Mike, tú no tienes la culpa de nada. —Robert procuró darle ánimo a su voz—. Conocemos a Ben. Pudo haberse sentido mal por el día de ayer, pero regresará de un momento a otro. Sé que lo hará.
—Hay algo más. Supongo que debo decírtelo todo.
—Sí, por favor…
—Tanto la visita a Patterson como el incidente con Marcia… Ben no creía que fueran casuales.
Robert se masajeó la frente.
—No te mencionó a ti, Robert, entiéndeme.
Ambos entendían perfectamente. No había secretos entre ellos, y mucho menos en lo referente a Danna Green. Mike la conocía más que suficiente para saber que era capaz de enviar a su hijo a visitar a un hombre desagradable y orquestar un viaje en compañía de su tía sabiendo lo que Ben, conscientemente o no, sentía por ella. Robert, desde luego, también sabía de qué era capaz su esposa, por más pesar que pudiera sentir al respecto. Si acaso necesitaba algún ejemplo reciente, no tenía más que retrotraerse unos minutos para verla lanzar el equipaje por los aires, y luego llamar mierda a su propio hijo.
Ben siguió observando desde la rejilla mientras los dos hombres bebían el resto del café. Se sintió apenado. Recordó el encuentro con Mike la noche anterior, su consuelo y sus palabras de aliento. Él le había asegurado que todo saldría bien tras hacerle prometer que borraría de su cabeza las ideas de escaparse de su casa. Ben apartó la vista de la rejilla, pero en especial de la mirada dolorida de Mike Dawson.
¿Por qué? ¿Por qué había subido al desván después de todo?
Al sentimiento de desolación que lo embargaba, Ben sumó el de culpabilidad. Consideraba a Mike como a un tío, y no es que no tuviera uno; sí lo tenía, pero apenas había visto a Brandon Arlen, el hermano de Danna, un puñado de veces en su vida. Era poco lo que sabía de él. Parecía una buena persona, pero quién sabe. Quizás era más parecido a Danna de lo que Ben creía, y en tal caso, era mejor que permaneciera alejado en Manchester, donde vivía junto a su esposa. Además, Mike ocupaba aquel puesto a la perfección. No tenía hijos, ni estaba casado; conocía a Robert desde que eran niños y había desarrollado un vínculo sumamente estrecho con la familia. No era extraño que Ben recurriera a él ante algún problema. La visita a su casa la noche anterior había sido una prueba de ello.
Pero ahora Mike tenía la mirada perdida, y Ben era el culpable.
Se disponía a alejarse de aquella zona del desván cuando ocurrió algo sumamente extraño e inquietante. Ben escuchó pasos en el pasillo que comunicaba el comedor con las habitaciones. Los rostros de Robert y Mike se volvieron en esa dirección, y entonces Ben supo que la que se aproximaba era su hermana. No necesitó que ella dijera una palabra, simplemente lo supo. Pero no sólo eso, porque no se necesitaba demasiada suerte para adivinar que quien se aproximaba podía ser ella. Hubo algo más. Fue la visión en su cabeza de Andrea de pie, con unos vaqueros gastados y una camiseta sin mangas color rosa ceñida lo suficiente para que la palabra LOVE estampada en ella se deformara. Llevaba el cabello recogido, sujeto mediante un palillo atravesado. Y lo último, y no por eso menos importante, fue la existencia de un pensamiento que acompañó aquella imagen mental. Un pensamiento que Ben no reconoció como suyo, pero que supo al instante que pertenecía a Mike.
Es toda una mujer… Y definitivamente ha heredado el cuerpo de Danna.
Se sintió aturdido. Se llevó las manos a la boca y ahogó un grito. Lo abrumó la sensación de sentirse un intruso; un ladrón que toma posesión de lo que no le pertenece.
Andrea, en efecto, se hizo visible desde la rejilla instantes después. Se acercó a Robert, y Ben no se sorprendió al descubrir que estaba vestida tal y como la había visto en su mente hacía un momento. Experimentó una conmoción profunda. Se olvidó del calor sofocante que lo aquejaba, de sus crecientes ganas de mear y de que su madre se había referido a él como el mierda.
Se olvidó de todo por completo.
Abajo, en el comedor, Andrea explicó que había hablado con casi todos los amigos de Ben y que ninguno sabía nada de él. Muchos de ellos dijeron haber compartido con él algunos momentos la noche anterior durante la fiesta de Will, pero insistieron en que Ben se había comportado como siempre.
Mike se puso en pie.
—Iré a dar una vuelta —dijo—. Haré algunas preguntas; quizás sirva de algo.
—Gracias —dijo Robert—. Seguramente me comunique con la policía de un momento a otro.
Ben se sobresaltó con el comentario.
Es toda una mujer… Y definitivamente ha heredado el cuerpo de Danna.
Mike atravesó el comedor, pero antes de perderse en la sala se volvió.
—¿Habéis descubierto si falta algo?
—Sólo algo de ropa y su bicicleta.
¿Mi bicicleta? ¡Cómo es posible que no encuentren mi bicicleta!
Ben se concentró de nuevo en la conversación entre los hombres. ¿Había dicho su padre que no habían encontrado su bicicleta? Era imposible, él mismo la había dejado en el…
¿Cobertizo?
Creía que sí, pero no pudo recordarlo con certeza. ¿Por qué no podía recordar algo tan simple?