El baño era amplio. Las paredes estaban revestidas de azulejos hasta media altura y el resto, pintadas de color celeste. Los azulejos mostraban hilos delgados formando mapas; eran grandes y antiguos. Ben no se había detenido a pensar en ello, pero se trataba de los originales de la casa, al igual que la bañera: una gigantesca pieza que presidía el extremo opuesto a la entrada. Una curiosidad respecto a ésta era que tenía patas de bronce. La barra de la cortina, en forma de U, estaba suspendida del techo con soportes especiales y la rodeaba casi por completo.
El espejo oval sobre el lavabo había sido colocado recientemente. Ben recordaba el espejo anterior, un modelo de tres hojas con bisagras, de esos en los que podías verte de perfil, pero no sabía qué había sido de él. Sí recordaba, en cambio, que las dos lámparas sobre el espejo, cuyas tulipas se asemejan a los pétalos de una flor, habían estado ahí desde que tenía uso de razón.
Junto al retrete había un aro dorado que servía de soporte para una toalla pequeña. Ben tomó el extremo de la toalla, tiró de ella y la soltó, provocando que el soporte se balanceara. Pensó en lo familiar que le resultaba estar sentado allí, pero al mismo tiempo se sintió fascinado por ciertos detalles que ahora veía, por alguna razón, de un modo diferente. Las tuberías de la ducha, por ejemplo, eran de bronce y estaban colocadas fuera de las paredes, lo cual no era algo común. Había recibido tantas advertencias en cuanto al peligro de quemarse con la tubería del agua caliente que había condicionado su existencia a algo peligroso. El armazón de acero sobre el que estaban montadas estaba sujeto a la pared, y de los extremos salientes colgaban un cepillo de mango largo y un gorro de baño. Nunca se le había ocurrido treparse a esa estructura, pero pensó que podría hacerlo si quisiera.
Dirigió la vista hacia la puerta de entrada. El marco poseía una moldura de yeso de dos pequeños escalones, idéntica a la de la confluencia entre las paredes y el techo. Como si hiciera falta corroborarlo, alzó la cabeza y las recorrió con la mirada.
Debió protegerse de la luz proveniente de las lámparas anteponiendo una de sus manos entre éstas y su rostro. Sus ojos verdes se concentraron en la entrada al desván: un sitio del que sabía muy poco y que también venía de la mano con su propio rótulo mental; el de terminantemente prohibido. Advirtió, quizás por primera vez, que el boquete rectangular que servía de acceso, similar en cuanto a tamaño al espejo sobre el lavabo, estaba delimitado por un bisel de aspecto diferente al del marco de la puerta, o la unión entre las paredes y el techo. Presentaba cantos redondeados y no afilados, y en cada uno de los dos minúsculos escalones había formas talladas que Ben no alcanzó a distinguir con claridad, pero que supuso que podrían ser flores. Le resultó extraño no haber reparado antes en ellas.
El acceso estaba protegido por una placa de vidrio esmerilada sujeta por ganchos suspendidos desde el techo. Si bien daba la sensación de ser negra, no era más que una ilusión generada por la oscuridad del otro lado.
¿Qué era exactamente lo que sabía del desván?
Era como un ojo. Un ojo que lo observaba todo…
No gran cosa. Al igual que las tuberías de la ducha, era algo que había visto desde que nació y nunca se había detenido demasiado en ello. Recordaba haber hablado con Robert una sola vez al respecto, pero no si había sido su padre o él quien había iniciado la conversación. Sabía que originalmente aquella entrada había sido prevista como una claraboya, pero nada más.
Se preguntó cómo sería el desván, qué tamaño tendría. Y lo más importante: ¿cómo sería estar allí arriba?
¿Era ésta la razón por la que estaba en el baño?
Debía reconocer que no era la primera vez que el desván despertaba su curiosidad.
Lo has tenido toda la vida sobre tu cabeza y no lo conoces, ¿no es algo increíble?
Ben recorrió el revestimiento de azulejos como si allí lo esperara una respuesta. Sabía que esto no constituía más que un modo de ganar tiempo mientras seguía sentado en el retrete. Si se escondía en el desván hasta el día siguiente, pensó con lógica perversidad, sus padres no podrían embarcar en el avión que los llevaría a Pleasant Bay. No podrían marcharse si él no estaba en casa. Danna probablemente insistiría en hacerlo, alegando que Ben habría ido al bosque y que regresaría de un momento a otro, pero Robert se opondría terminantemente. Deberían cancelar el viaje. Ben podría bajar del desván más tarde y decir que en efecto había pasado la mañana en el bosque, o en casa de su amigo Tom. Probablemente le esperaría un castigo que ni siquiera podía imaginar en este momento, pero ¿qué importancia tendría?
Danna no haría el viaje que había planeado durante semanas.