2

Como llevaba tres días sin pasar por el apartamento y cuatro por la oficina, tenía un gran dilema. Al final, al recorrer St. Charles, decidí que la oficina quedaba más cerca, qué coño. Di la vuelta a la manzana varias veces. No encontraba dónde aparcar. Acabé dejando el Caddy en una zona para coches averiados y levanté el capó. Una excusa débil, pero a lo mejor colaba. Ya había colado en otras ocasiones.

La panadería no daba abasto pero unos pisos más arriba no había un alma, como si todos se hubieran mudado. Era algo raro a las dos y cuarto de la tarde. Luego caí en la cuenta de que era el Día del Trabajo. Quizá tuviese que trabajar un poco para celebrarlo.

Me detuve frente a la puerta que rezaba «Lewis Griffin, In estigaciones» (la uve había huido hacía uno o dos años; la mayoría de los días, la envidiaba) y saqué la llave. Había un montón de notas pegadas en la puerta (tenía un acuerdo informal con la panadería para que me cogieran los recados). Las arranqué, giré la llave y entré. El suelo estaba cubierto de sobres que habían colado por la ranura. Los recogí y los eché sobre la mesa del despacho junto con los mensajes.

Había un vaso medio lleno de bourbon y una botella casi vacía en la mesa. Una mosca flotaba en el vaso. Me paré a pensar, pesqué la mosca con un abrecartas, bebí y vacié la botella. Luego me senté a examinar el papelorio.

La mayoría era sólo eso. Circulares, avisos para la renovación de suscripciones, panfletos religiosos. Había tres cartas del banco advirtiéndome que tenía un descubierto y me rogaban que pasara lo antes posible a ver al señor Whitney. También había un telegrama. Lo sostuve en el aire y le di vueltas y más vueltas. Nunca me han gustado los imprevistos.

Al final, lo abrí. Se veía el típico batiburrillo de números y letras que no significaban nada. Debajo, aparecía el mensaje:

PADRE GRAVEMENTE ENFERMO STOP PIDE POR TI STOP BAPTIST MEMORIAL MEMPHIS STOP LLÁMANOS STOP BESOS MADRE.

Me quedé mirando el papel amarillo allí sentado. Debieron de transcurrir diez minutos. El viejo y yo nunca habíamos congeniado, o al menos desde hacía tiempo, pero ahora pedía por mí. ¿O era sólo algo que mamá se había sacado de la manga? ¿Y, vamos a ver, qué coño pasaba? No podía imaginar más que un tren o un obús derrumbando a Goliat.

Me levanté y fui a la ventana con el bourbon. Lo vacié de un trago y dejé el vaso en el alféizar. En la calle una pandilla parecía jugar a policías y ladrones. Los ladrones ganaban.

Volví a la mesa y marqué el número de LaVerne. No esperaba encontrarla a aquella hora, pero se puso a la tercera llamada.

—¿Lew? Mira, tío, llevo toda la semana tratando de localizarte. Tu madre me llama dos o tres veces al día. He dejado recados por toda la ciudad.

—Ya, lo sé, corazón. Lo siento. Estuve fuera por trabajo.

—Pero si siempre me avisas.

—Yo mismo no lo supe hasta el último minuto —dije y miré con anhelo la botella vacía en la mesa (bonita palabra, anhelo) y me pregunté si estaría abierta la tienda de enfrente. No me había fijado—. Pero ahora estoy de vuelta y tengo ganas de verte.

—¿Qué pasa, Lew? ¿Algo malo?

—¿Mamá no te lo dijo?

—Ni siquiera me habría dicho quién era si no hubiera necesitado algo de mí.

—Mi padre está mal. No sé, un ataque al corazón, un derrame cerebral, tal vez un accidente, algo, en todo caso. «Gravemente enfermo», dice su mensaje.

—Lew. Debes ir. En el próximo avión.

—¿Y qué uso en vez de dinero?

Silencio.

—Yo tengo dinero.

—Como dice el viejo: gracias, pero no, gracias.

Otro silencio.

—Un día ese orgullo tuyo te matará, Lew. El orgullo o la rabia, no sé cuál de los dos acabará contigo primero. Pero mira, lo podemos dejar en préstamo, ¿te parece?

—Olvídalo, Verne. Además, estoy en pleno caso. —Empezaba a preguntarme por qué se me había ocurrido llamarla. ¿Pero a quién más tenía?—. Llamaré esta noche para saber qué está sucediendo. Mañana te digo algo. No te pierdas.

—Y tú tampoco, Lew. Sabes dónde encontrarme. Hasta luego.

—Sí, hasta luego.

Colgué y miré de nuevo la botella vacía. A lo mejor el Joe’s era el lugar ideal para mí esa noche. Miré el reloj. A lo mejor, las ocho o las nueve era el momento ideal para llamar. A lo mejor ya sabían algo a esas alturas. A lo mejor ya sabían algo ahora mismo.

Tiré las cartas del banco a la papelera y fui hacia la puerta.

Cuando salí a la calle, el coche no estaba.