Nicole había pedido un día de baja por enfermedad. Aún estaba intentando procesar lo que había pasado entre Aidan y ella, intentando comprender lo que sentía y qué significaba para su trabajo. Aidan la había estado llamando durante toda la mañana, unas veces enfadado y otras deshaciéndose en disculpas, pero no tenía ganas de verlo. Fue a comer a casa de una amiga, y en cuanto se supo que no iba a ir a trabajar, su teléfono no paró de sonar. De modo que sabía perfectamente lo que estaba a punto de pasar en Northwood, y aun así, no tenía la menor intención de acercarse.
Pero no dejó de mirar el reloj durante toda la tarde, y cuando iban a dar las cuatro, se subió al coche. No había tomado una decisión consciente de sumarse a la protesta, pero algo la empujó a ir y a quedarse allí.
Hasta que toda la pradera se llenó de gente y alzaron la pancarta, hasta que todos se quedaron en silencio mirando las ventanas tras las cuales se estaba decidiendo la suerte de Middle River, hasta que Annie Barnes dobló la esquina del edificio y fue asediada primero por sus hermanas y después por todos los demás, Nicole no comprendió qué era lo que la había empujado a ir y a quedarse allí, y era algo que no tenía nada que ver con el mercurio.
Era su hija que, seguramente no se había dado cuenta de la presencia de su madre, parecía muy cómoda y muy tranquila en el grupo que rodeaba a Annie. Era su hija; resultaba atractiva entre aquella gente y parecía claramente feliz y aceptada por ellos. Su hija. Su mismísima hija. ¿Era aquella Kaitlin? ¿Mayor? ¿Independiente? ¿Quizá actuando por lo que creía, mucho más que Nicole?
Nicole no podía dejar de mirarla. Inevitablemente, Kaitlin la vio, reaccionó con cierto sobresalto y le devolvió la mirada.
Nicole intentó sonreír, pero fue una tentativa penosa. Se sentía demasiado confundida. Se debió de notar, porque cuando los que rodeaban a Kaitlin empezaron a dirigirse hacia sus coches, la chica se quedó. Parecía tan confusa como su madre.
Al fin Nicole se aproximó a ella.
—No sabía que estabas aquí.
—Hemos cerrado antes la tienda. Creía que estabas enferma.
A pesar de la confusión, el tono era desafiante.
Nicole podría haber dicho que por la mañana había estado enferma pero que se encontraba mejor, pero no era verdad, y de repente se sintió harta de tener que poner excusas.
—Necesitaba desconectar de la oficina. Cuando me enteré de lo que estaba pasando aquí, me pareció que era el sitio en el que tenía que estar.
—¿Y él sabe que has venido?
Nicole sabía que se refería a Aidan. Pensó en las posibilidades: que el guarda lo hubiera llamado desde la puerta, que la hubiera visto por la ventana, que alguien se lo hubiera chivado. ¿Lo sabría?
Se encogió de hombros. No tenía ni idea.
—¿Y tu trabajo? —preguntó Kaitlin—. Despidió a Sabina por atreverse a pronunciar la palabra «mercurio» delante de alguien, y tú aquí, en la protesta… Como se entere, te despedirá.
—Pues si me despide, que me despida.
Kaitlin se quedó atónita.
—No me puedo creer que te lo tomes con tanta calma. Tu trabajo lo es todo para ti.
—Antes sí, pero quizá ya no tanto. La verdad, no lo sé.
La chica empezaba a ponerse nerviosa. Su expresión cambió bruscamente.
—¿Ha pasado algo? ¿Papá y tú…?
Nicole negó con la cabeza y sonrió con tristeza.
—No. Todo sigue igual. Ni siquiera sé si tu padre está enterado de esto. —Era verdaderamente lamentable. Anton no pintaba nada en su vida. Pasaban por la casa como dos extraños. No era muy divertido, pero ¿era reparable? No lo sabía. Pero Kaitlin estaba esperando a que dijera algo—. Bueno, ¿te gusta trabajar en la tienda?
—Sí.
—¿Son amigas tuyas, las Barnes?
—Les caigo bien —contestó Kaitlin, otra vez en tono desafiante.
—A mí también —replicó Nicole—. Por Dios, que eres mi hija.
—Piensas que soy una inútil, y ellas no.
—Yo nunca he dicho que seas una inútil.
—No hace falta que lo digas para que se note, mamá. —Levantó la barbilla con un gesto alarmante—. Tengo novio. Ni siquiera sabías eso, ¿eh?
No. No lo sabía. ¿Cómo que novio?
—Se llama Kevin Stark —añadió Kaitlin precipitadamente—; es del otro lado del río y, antes de que te pongas hecha una furia y digas que le dirás a Aidan que despida a su padre, tienes que saber que sé lo que hago. No voy a casarme con Kevin. Ahora es mi novio y nada más. Pienso ir a la universidad, así que me marcharé de Middle River y me casaré cuando tenga una profesión, y así no importará si soy fea o gorda, porque la gente me querrá por lo que soy. Yo, en primer lugar. —Y se dio un golpe en el pecho.
Nicole no sabía por dónde empezar. Quería enterarse de lo del novio, pero era un terreno desconocido. Así que dijo con dulzura:
—No eres ni fea ni gorda.
—El caso es que a Kevin no le importa. Y mis amigas del colegio piensan que es guay que esté con alguien.
—¿Qué quieres decir con estar con alguien?
—Pues… Ya lo entiendes, mamá.
—¿Te acuestas con él?
Kaitlin replicó, sin pestañear:
—¿Tú te acuestas con Aidan?
—Un momento, vamos a ver. Yo soy adulta. Sé cuidarme. Tú eres una niña.
—¡No soy una niña! —gritó Kaitlin. Se había puesto rígida, pero tenía los ojos llenos de lágrimas—. Ese es el problema que tenemos tú y yo. No soy una niña. ¿Es que no lo ves? Soy más que capaz de tener un hijo, precisamente lo que están haciendo tres compañeras mías del colegio, pero probablemente no te has dado cuenta, porque solo te fijas en que llevan ropa suelta y piensas que están gordas. Yo también sé protegerme, mamá. Y sé lo que quiero. Kevin me trata como a una persona importante, y lo mismo pasa en la tienda. Quiero estar con gente que me trate como si fuera alguien importante.
Se calló bruscamente. Parecía que había llegado al meollo de la cuestión y no tenía nada más que añadir.
Era Nicole quien tenía que devolver la pelota. El problema era que nunca se le habían dado bien los deportes. Así que intentó aclararse las ideas y distanciarse del lío emocional en el que siempre habían estado metidas Kaitlin y ella. Intentó pensar en lo que diría si Kaitlin fuera hija de una amiga.
—Me gustaría tratarte como a alguien importante —dijo al fin, en voz baja.
—Pues hazlo —le rogó Kaitlin.
Nicole lo quería de verdad.
—Pero no sé qué puedo hacer si no sé qué piensas ni qué sientes. Quizá te sigo considerando una niña porque no compartes conmigo tus ideas y tus sentimientos.
—¿Y es culpa mía? —preguntó Kaitlin en tono lastimero.
Nicole se apresuró a contestar.
—No. Es mía. No te pregunto. Pero a lo mejor puedo cambiar.
Fue ella quien se quedó callada en esta ocasión. Había llegado al meollo de la cuestión. Lo mismo debió de pensar Kaitlin, porque bajó la barbilla y de repente apareció tal expresión de necesidad en sus ojos que Nicole se conmovió. Sin mediar palabra, se acercó a su hija, la estrechó entre sus brazos, y fue una sensación bonita, realmente bonita. No sabía qué hacer con su marido y no tenía ni idea de qué hacer con Aidan, pero Kaitlin era algo distinto. Era algo que podía salvar.
Sabina tenía una sensación de victoria cuando se marchó de Northwood. Se sentía orgullosa de ser Barnes y hermana de Annie, orgullosa de ser de Middle River y amiga de cuantos habían acudido a la fábrica. Incluso había aprendido una lección de humildad por ser la madre de Lisa y Timmy, que habían visto las cualidades de Annie mucho antes que ella.
Victoria. Orgullo. Humildad. Pero detrás de todo eso se abría un vacío. No adquirió nombre ni rostro hasta que llegó a la casa pintada de azul claro en Randolph Street. Allí estaba personificado, en carne y hueso, apoyado en el maletero del coche, con los brazos y los tobillos cruzados, con toda la pinta de estar esperándola.
Ron.
No parecía precisamente enfadado, pero Sabina no reconoció el estado de ánimo en que se encontraba. Aparcó y se colocó frente a él.
—Hola —dijo con timidez.
—Hola —replicó él en el mismo tono, y añadió—: Al parecer ha habido toda una movida.
Sabina asintió con la cabeza.
—¿Te has enterado de lo de James?
—Sí. En transportes nos enteramos enseguida. La gente está contenta.
—¿Y tú?
Ron asintió con la cabeza.
—El cambio le va a venir bien a la fábrica. Sandy se merece un descanso, y Aidan…, bueno, a lo mejor James lo mete en cintura.
Volvió a mover la cabeza en señal de asentimiento, con más lentitud, como si no supiera qué decir.
Sabina sabía lo que Ron necesitaba decir, y desde luego, sabía lo que ella necesitaba oír. Y no era precisamente lo que preguntó Ron.
—¿Crees que te volverán a dar el trabajo?
—¡No tengo ni idea! —estalló Sabina—. La protesta no iba de eso. La gente que ha ido hoy a la fábrica sabía que se arriesgaba a que los Meade tomaran represalias contra ellos y sin embargo lo ha hecho. Se trata de algo mucho más importante que tu trabajo o el mío, Ron. Es una cuestión de lo que está bien y lo que está mal. Es cuestión del mundo que vamos a dejarles a nuestros hijos.
—Lo sé —dijo Ron, y parecía realmente arrepentido.
—No lamento nada de lo que he hecho, Ron, y mucho menos haber hablado con Toni, aunque ella fuera a contárselo directamente a Aidan. Lo que ha ocurrido hoy habría ocurrido de todas maneras, tanto si me hubieran despedido del trabajo como si no, porque hay una persona que empezó a defender la causa en este pueblo. ¡Annie tiene más valor que todos nosotros juntos!
—Lo sé.
—Me he portado mal con ella, y me avergüenzo.
—Yo me he portado mal contigo y también lo siento.
Al oír aquellas palabras, Sabina cayó en la cuenta de que lo que había visto en el rostro de Ron era remordimiento, pero no lo reconoció, porque era algo completamente nuevo. Ron jamás había tenido motivos para sentir remordimientos. Era su primera pelea de verdad, algo insólito.
Ron extendió los brazos, más largos que los de Sabina, la aferró por las muñecas y la estrechó contra su cuerpo.
—Has sido mucho mejor persona que yo en todo este asunto. ¿Podrás seguir viviendo conmigo, sabiéndolo?
El vacío de Sabina desapareció, y dijo, sonriendo:
—Creo que sí.
James no respiró a gusto hasta que se hubo marchado el último miembro del consejo de administración. El último fue Lowell. Abogado y amigo íntimo de su padre de toda la vida, tendría que ejercer una tremenda influencia en Sandy para que aceptara la derrota.
—No es una derrota —le dijo James a Lowell—. ¿Por qué no lo consideramos una especie de prejubilación?
Pero Lowell conocía muy bien a Sandy.
—Para él es una derrota. Le has dado la puntilla, James.
—Pues no era esa mi intención. Si hubiera accedido a poner las cosas en claro, yo me habría quedado donde estaba.
—No, si está bien. Tus documentos están debidamente firmados, y con los testigos necesarios. Mañana presentaré mi dimisión.
—No, Lowell. No tienes por qué hacerlo.
—Yo soy de la vieja escuela. Seguro que tú querrás formar tu equipo.
—Pero si este equipo es bueno, podría bastar con un cambio en la jefatura. Quiero que te quedes. Voy a necesitar tu ayuda. Vamos, que no es cuestión de tirar el niño con el agua sucia de la bañera.
—Ya. Y hablando de eso…
James levantó una mano.
—Si te refieres a Mia, dejémoslo para otra ocasión.
Tendió la mano, Lowell se la estrechó, recogió su maletín y se marchó. Entonces James fue hasta la ventana y aspiró una gran bocanada de aire, con alivio. Desde luego, era una mezcla de triunfo y soberbia, pero también de satisfacción. Y claro, de entusiasmo. Pero sobre todo era alivio. Llevaba demasiado tiempo enfrentándose a su padre y al fin había quedado todo solucionado.
Un movimiento detrás de uno de los árboles le llamó la atención. Era el jefe de policía, Greenwood, con su camisa, sus pantalones vaqueros y sus botas marrones, mirando hacia la ventana.
James le hizo un gesto para que entrase, señalando hacia la puerta trasera. Estaba esperándolo en lo alto de la escalera cuando el policía llegó hasta allí fatigosamente.
—Me estabas esperando —dijo James a modo de conjetura.
Un peldaño antes de llegar al final de la escalera, el jefe de policía apoyó una mano en la barandilla. Le faltaba el aire y tenía la voz ronca.
—Sabemos que has echado a tu padre. ¿Me vas a echar a mí también?
—No, a menos que sea eso lo que quieres.
—Lo que yo quiera da igual. Ahora el jefe eres tú.
—Solamente de la fábrica. Yo no voy a controlar al encargado de vigilar el pueblo como hacía mi padre. Bastante trabajo tengo.
El jefe de policía parecía albergar dudas.
—¿No vas a despedirme porque… porque…?
—¿Porque te pasaste con Annie? Te echaste para atrás. Eso se acabó. Pero lo que tienes que hacer ahora es actuar de tal modo que no tengas miedo de que la gente se entere de lo tuyo.
Greenwood le clavó la mirada.
—¿Qué quieres decir?
James no replicó. Se limitó a devolverle la mirada. Greenwood fue el primero en reaccionar.
—¿Se te ocurre cómo puedo hacerlo?
James se acercó a la mesa, sacó un trozo de papel del cubo que había en el centro y escribió el nombre de una clínica. Le dio el papel al jefe de policía.
—Está en Massachusetts. Edna y tú podéis tomaros unas vacaciones. Nadie se enterará de que habéis ido.
—¿Es el requisito para quedarme en mi trabajo?
James negó con la cabeza.
—Solo una sugerencia de alguien que se preocupa por ti.
El jefe de policía se quedó mirándolo un poco más, se dio la vuelta y bajó pesadamente la escalera. James no sabía si seguiría su consejo, pero él se lo había dado. Era lo máximo que podía hacer. Además, de pronto sintió grandes deseos de marcharse. Volvió a la sala de conferencias y recogió sus cosas. No sabía adónde había ido Annie, pero necesitaba encontrarla. Tenían que hablar.