Me quedé pasmada, pero no porque hubieran despedido a Sabina. Aidan lo habría hecho de todos modos, aunque solo fuera por deporte. Lo que me dejó pasmada es que Sabina no me echara la culpa a mí. Después de la advertencia que me había hecho nada más llegar a Middle River, su actitud había cambiado por completo. Ni siquiera estaba enfadada, o al menos no conmigo. Con Aidan sí. Lo llamó grandísimo hijo de puta, algo que, aunque me cueste repetir, les dará una idea de cómo se sentía mi hermana. No creo que se hubiera planteado las consecuencias del paro a largo plazo, pero de momento estaba encantada. No podría habérmelo imaginado.
Como tampoco podría haberme imaginado que fuera a abrazar mi causa. Por supuesto, cabía la posibilidad de que lo hiciera para dar un sentido a su despido, o de que simplemente quisiera llenar un vacío. Pero que se hubiera puesto de mi parte después de toda una vida de riñas… Me hacía sentirme bien de verdad, como si estuviera dándole validez a lo que yo hacía, como si en esta ocasión no fuera contra corriente, como si no estuviera sola.
Aquella noche estaba de buen humor mientras preparaba la cena para Phoebe y para mí. La ensalada de pollo era otra de las recetas de Berri, que me había dado muy animada aquella misma tarde. Berri estaba enamorada de su abogado filántropo, con quien había pasado todo el fin de semana. Supongo que se sentía tan generosa que habría sido capaz de darme la superreceta de la empanada de su abuela.
Bastó con la ensalada de pollo. Con pollo cocido, cacahuetes cortados en trocitos y uvas troceadas, aderezada con un aliño increíblemente dulce que le daba un toque único y acompañada con tortitas de maíz, estaba riquísima. Incluso a Phoebe le gustó, y comió bien, tras haber pasado todo el día en la tienda. Tom iba a ponerle la primera inyección intravenosa la mañana siguiente. Como Phoebe sabía que a lo mejor no podría trabajar durante los próximos días, había intentado ponerlo todo en orden.
Durante la cena hablamos sobre eso. Yo le había prometido sustituirla, y Sabina tenía intención de ayudarme. Aunque Phoebe estaba muy cansada, porque ya era tarde, y no podía pensar con claridad, logró responder a la mayoría de mis preguntas.
Tomé notas. Después de la cena, recogí la cocina. Miré mis correos electrónicos y después el reloj.
A las nueve Phoebe ya estaba en su habitación. Me senté en el borde de su cama y le dije:
—Voy a salir un rato. Voy a dar una vuelta en el coche, para pensar un rato. ¿Te importa?
En uno de sus escasos momentos de lucidez, contestó secamente:
—Más vale que no me importe. Tú no vas a estar aquí eternamente.
Sentí una punzada… ¿de culpabilidad? ¿De nostalgia? ¿De pesar?
En cualquier caso, tenía razón. Dentro de nada se quedaría sola.
—Pero empezarás a sentirte mejor —dije apremiante, en un susurro. Me miró, preocupada, y añadí—: ¿Estás nerviosa por lo de mañana?
—Sí. Ella dijo que me pondría peor antes de ponerme mejor.
—Por eso estoy aquí, y por eso está Sabina, y Tom. Estarás mejor dentro de nada, Phoebe. Te lo prometo.
Tras apretarle el brazo para darle ánimos, salí de la habitación. Quizá estén pensando que qué desfachatez la mía al ser tan positiva sobre algo que era tan incierto, pero a mí no me parecía tan incierto, y Phoebe necesitaba que le dieran ánimos. Y claro, también puede ser que no estén pensando eso. ¿Por qué no le decía que iba a casa de James?, se preguntarán. ¿Por qué mentía?
Bueno, en realidad no era una mentira. Quería ir un rato en el coche y pensar, pero decidí no decirle que iba a hacer una parada, y buenas razones tenía para ello. James era un Meade, y los Meade eran el enemigo, no solo por abuso de poder, sino por el asunto de los vertidos de mercurio, y encima, el despido de Sabina… y James tenía que saberlo. Podría haberlo impedido, sin más. Ocupaba un lugar más alto en el escalafón que Aidan. O al menos así se percibía.
Sin embargo, y por primera vez mientras cruzaba el pueblo camino de su casa, me puse a pensar en ello. ¿Qué era lo que había dicho Azul Azul respecto a cuál de los Meade relevaría a Sandy? Yo había dicho que James era el primero en la lista, pero él contestó: «Yo no estaría tan seguro». Azul Azul trabajaba en Northwood y quizá supiera algo que yo no sabía. Quizá supiera algo que no sabía la mayoría del pueblo.
Quizá James no fuera la pieza central. ¿Acaso no me había avisado de que no debía meterlo en el mismo saco que a su padre y su hermano? Parecían distintos; para empezar, por el carácter. Tenía que preguntárselo. En definitiva, teníamos mucho de lo que hablar.
Naturalmente, lo olvidé todo en cuanto subí por el sendero y me saludó James, con Mia en brazos. La criatura estaba preciosa con su pijama, una niña delgada con pañal, las piernecitas alrededor del torso de James y un brazo alrededor del cuello. Ya me resultaba familiar su cara: la piel cremosa, los ojos oscuros, la boquita rosa. Llevaba un minúsculo pasador en el pelo oscuro. Me incliné para verlo.
—Mia —decía el pasador. Y dirigiéndome a la niña—: Es el pasador más bonito que he visto nunca. —La niña sonrió—. Y lo lleva la niña más bonita que he visto nunca. —Dirigiéndome a James, que también sonreía, añadí—: Es una verdadera monada. ¿Puedo cogerla?
Cuando tendí los brazos para que James me la pasara, Mia empezó a hacer pucheros. Sus ojos siguieron clavados en mí, pero se acercó más a James.
—Otra vez será —dijo James—. Vamos, entra.
Fuimos a la habitación de Mia y jugamos un ratito con ella. Cuando la colocó en el cambiador para ponerle otro pañal, estaba cariñosa conmigo, jugando con el peluche que yo tenía en la mano, e incluso se rio cuando le hice cosquillas en el cuello.
No hay nada como la risa de un niño. Lo había descubierto cuando los hijos de Sabina eran pequeños, y lo recordé en ese momento. La risa de un niño es contagiosa. Levanta el ánimo. Es inocente, pura, llena de esperanza y luminosidad. Da prioridad a la vida, pone las cosas buenas en primer lugar, da un valor exquisito a los momentos de armonía.
Digo todo esto para explicar por qué, después de acostar a Mia y conectar el monitor, James y yo bajamos inmediatamente al pequeño cuarto de estar, todo recubierto de cuero, de la primera planta, para hablar, pero en su lugar hicimos el amor, lo que en realidad respondió a una de las preguntas que yo tenía. Lo que quería decir con no era hombre de ligues de una noche era que no iba a ser una sola noche. Y no fui yo quien empezó. Él fue quien dio el primer paso: una mano en mi cuello cuando salíamos de la habitación de la niña, sus dedos entrelazados con los míos mientras bajábamos la escalera, un brazo alrededor de mi cintura mientras me llevaba al cuarto de estar. No podía quitarme las manos de encima, y después de las manos, fue la boca. Aquella boca lo cubría todo.
¿Y yo ofrecí resistencia?
Claro que no. Me encantaba lo que hacía.
No oí a Grace ni una sola vez, pero tampoco tenía por qué decir nada. Aquello le parecía bien, y probablemente le habría gustado hacer lo que hacíamos con la impunidad con que lo hacíamos. Espíritu libre en los represivos años cincuenta, recibió todas las críticas posibles por el papel que desempeñaba el sexo en su vida y en la vida de sus personajes. Hasta el día de hoy sigo convencida de que, en gran parte, la reacción negativa hacia Peyton Place tenía menos que ver con el sexo en sí mismo que con la sexualidad de las mujeres. Esas mujeres amenazaban a la gente. Fijémonos en Betty Anderson. Después de estar saliendo durante meses enteros con Rodney Harrington, el chico acabó llevando al baile del colegio a Allison MacKenzie. Enfadada, Betty fue al baile con John Pillsbury, pero a medianoche se llevo a Rodney al coche de John para darse un buen magreo, consiguió excitarlo y a continuación lo echó del coche y se largó.
Podría decirse que fue una auténtica tomadura de pelo, pero tuvo el valor de hacer una especie de declaración de principios, una declaración de fortaleza, que resultó amenazante tanto para los hombres, que temían llevarse la peor parte, como para las mujeres que no se atrevían a hacer otro tanto.
Yo sí me atrevía, pero claro, yo vivía en una época distinta de la de Grace. Una parte de la transformación que experimenté en la universidad fue el descubrimiento de mi sexualidad. Con la pareja adecuada, disfrutaba del sexo.
Y en el cuartito de estar de James, él era la pareja adecuada y se acabó.
Bueno, en realidad, solo acababa de empezar. Una vez satisfechos (es decir, físicamente agotados), teníamos que hablar; empecé yo, pero él no se opuso. Nos sentamos en la alfombra bereber medio de la oscuridad. Aún desnudos, estábamos frente a frente pero sin tocarnos. Distinguía los rasgos de James, pero no los detalles, y eso me ayudó. Entre los aromas del cuero y del sexo y la oscuridad, me envalentoné.
—Han despedido a Sabina —dije.
—Me lo ha contado Aidan. Lo siento.
—Entonces, ¿no estás de acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo.
—Pero no lo evitaste.
—No pude. Yo no tengo ningún control sobre Aidan.
—Entonces, ¿quién? ¿Sandy?
—Cuando quiere. Se está haciendo mayor. Le gusta que Aidan tome las decisiones difíciles.
—¿Y esa ha sido la decisión correcta? —le pregunté con inquietud.
—Difícil no es lo mismo que correcto. Ya te he dicho que yo no estoy de acuerdo. Pero Sandy sí. No le gusta que haya disensiones en la empresa.
—Y Aidan es el hombre de hierro.
—Podría decirse así.
—¿Qué eres tú? —pregunté.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué papel desempeñas para Sandy?
—Yo me dedico al desarrollo de productos, y no para Sandy.
—¿Sandy no tiene nada que ver con eso?
—No.
—¿Y Aidan?
—Tampoco. Mi trabajo es independiente.
—Empezaba a tener esa impresión. ¿No os lleváis bien?
—Hemos tenido nuestras diferencias.
—¿Por el mercurio, por ejemplo?
Al fin y al cabo, ese era el problema fundamental para mí.
James se quedó en silencio durante un buen rato, y a mí me habría gustado ver los detalles de su cara. Había fruncido el ceño, o al menos eso pensaba yo. Por último, dijo:
—El mercurio, por ejemplo. Siento lo de Phoebe. ¿Seguro que ese es el problema?
—No lo sabremos de una forma definitiva hasta que le pongan el tratamiento. James, lo de Tom va muy en serio. No quiero que lo convirtáis en el chivo expiatorio. No tiene nada que ver en todo esto; sencillamente es el único que puede aplicar el tratamiento.
—Nadie castigará a Tom —replicó James con la autoridad y la tranquilidad que me hacían creerlo.
—¿Y si aplica el tratamiento a otras personas después de Phoebe?
—A mí me parecería bien.
—¿Y si se propaga el rumor de que hay un problema de mercurio en la papelera?
—No lo tiene. Ya no.
—Pero antes sí, y podría tenerlo otra vez. Sé que hay residuos tóxicos enterrados bajo el Club y el Cenador.
—Ahí no hay residuos tóxicos.
Estaba haciendo juegos de palabras. Irritada, cogí mi blusa.
—Ya no —concedí—, pero había. ¿Y qué me dices del Centro Infantil?
—En el Centro Infantil no hay ningún problema.
Metí los brazos en las mangas.
—¿Dijiste lo mismo del Club y del Cenador?
—No, pero sí lo digo de la guardería. Está controlado. Si surge algún problema, lo sabremos antes de que cause daños.
—¿Y si la gente ya ha sufrido daños? —pregunté mientras me abotonaba.
James suspiró.
—Annie, hago lo que puedo.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que hago lo que puedo.
—¿Eso qué significa?
—Significa que ahora no puedo decir nada más.
Busqué los pantalones a tientas en la oscuridad y me los puse.
—No tienes que marcharte —dijo James en voz baja.
Me levanté y me puse las sandalias.
—Sí tengo que marcharme —repliqué. Me llevé las manos al pelo para apartármelo de la cara—. Hablar de esto me destroza. Si no puedes decir nada más, es porque no confías en mí…
—Confío en ti.
—… y si no confías en mí, lo que acabamos de hacer lo degrada todo. Me hace pensar qué hago yo aquí, es decir, no solo aquí en tu casa, sino en Middle River. Vine a resolver un misterio, y lo he re suelto. Empieza a parecer que mi madre murió, murió, fíjate en eso James, porque estuvo expuesta al mercurio de tu fábrica. Phoebe sufre los mismos síntomas, y Dios sabe cuántas personas más. No comprendo cómo puedes consentir que ocurra. No sé cómo puedo estar contigo, sabiendo que consientes que ocurra. ¿Cómo eres capaz de vivir contigo mismo? ¿Cómo puedes dormir por la noche? —Señalé hacia el piso de arriba—. ¿Y cómo justificas que esa niña se quede aquí con la niñera, en la seguridad de tu hogar, mientras los demás niños del pueblo corren el riesgo de intoxicarse cada vez que van a la guardería?
Un loquero diría que había provocado deliberadamente a James, que deliberadamente lo he retratado como un mal hombre porque quería distancia entre nosotros, y supongo que es verdad. Me sentía demasiado atraída por él. Me gustaba demasiado. ¿Y cómo no? Nunca había sido sino respetuoso conmigo, nunca había sido sino solícito y cariñoso, tanto si corríamos como si hacíamos el amor. Además, era un padre exquisitamente tierno. Yo me derretía cuando lo veía con Mia.
Vale. Podía culpar a Sandy y a Aidan del problema de Northwood, pero James estaba allí. Sabía lo que ocurría. Y yo no pensaba que estuviera haciendo suficiente.
Me lo repetí un montón de veces en el trayecto de vuelta de su casa a la de Phoebe. Al llegar, encendí el ordenador y encontré dos correos electrónicos que me ayudaron a volver a centrarme. El primero era de Azul Azul.
¿Has encontrado ya a personas relacionadas con esas fechas? No podemos hacer nada hasta entonces. Incluso si se niegan a hablar, si encuentras a suficientes personas enfermas que estuvieran en los lugares en cuestión aproximadamente en las fechas en cuestión, las pruebas circunstanciales serían suficientes. Encontrar a esas personas era tu trabajo. ¿Lo estás haciendo o no?
Parecía impaciente. Parecía irritado. Pero tenía razón. Yo era demasiado lenta.
Estoy en ello. Mañana recibiré refuerzos que me ayudarán. ¿Y tu trabajo? Necesito copias de informes internos que demuestren que los Meade sabían lo del mercurio. Y está el problema de la confrontación directa. ¿Tienes intención de salir a la luz cuando me enfrente con los Meade?
Lo envié con un clic decidido y abrí el segundo correo. Era de Greg.
HEMOS LLEGADO A LA CIMA ESTA TARDE, TRAS UN ASCENSO INCREÍBLE. ¡QUÉ EXPERIENCIA! YA VERÁS MIS FOTOS. QUIZÁ SEAN LAS ÚLTIMAS QUE SAQUE DE MOMENTO, PORQUE LA NIEVE SE ESTÁ ACUMULANDO. TENGO QUE CONCENTRARME EN EL DESCENSO. EN ESTAS CONDICIONES ATMOSFÉRICAS NO HAY SOMBRAS, Y EN LAS FOTOS NO SE VE GRAN COSA. ES ALUCINANTE. ESTOY DESEANDO PONERTE AL CORRIENTE.
Conociendo tan bien a Greg, sentí su triunfo como él mismo. Y yo también estaba deseando que me pusiera al corriente. Lo echaba de menos, verlo, intercambiar ideas; echaba de menos nuestras cenas y las noches con amigos en los bares del barrio. Mi vida en Washington era estupenda, y pronto volvería a ella.
Entretanto, Greg me serviría de inspiración para seguir adelante.