Phoebe y yo no fuimos las únicas en acudir al restaurante aquella noche. La cocina había cerrado en cuanto se conoció la muerte de Omie, de modo que no se servían comidas, pero la gente entraba a riadas para consolar a la familia y para verse. Todo el mundo quería a Omie en Middle River. Había influido en la vida de la mayoría de nosotros.
Para Phoebe y para mí, y también para Sabina, que llegó poco después que nosotras, era un duelo especial. Omie había sido amiga íntima de nuestra madre, de modo que fuimos allí también en nombre de Alyssa.
Los que fuimos aquella noche, y algunos más, volvimos a la mañana siguiente, para llevar galletas, bollos, guisados, bocadillos, sopas, todo lo que habíamos preparado. Ninguno esperábamos que la familia de Omie cocinara aquel día. Entrábamos y salíamos sin cesar, para calentar esto, enfriar aquello, poner lo de más allá en platos y servirlos, y hablo en plural porque allí estaba prácticamente todo Middle River. Si existe el sentido de lo comunitario, allí estaba. Si algo tienen las pequeñas ciudades, es unirse en tiempos de necesidad. Era de agradecer, y también algo admirable.
Pues bien, otra verdad, VERDAD N.o 8: las pequeñas ciudades tienen sus virtudes. Pueden ofrecer un apoyo y una clase de consuelo que no ofrece una gran ciudad.
Pero ya metida en el asunto de las verdades, encontré todavía más. ¿Qué había dicho antes? ¿Que cuando miraba a mis hermanas veía a dos mujeres inteligentes cuyas vidas se estaban malgastando en un pueblo en el que estaban mal vistos la libre expresión y la honradez de pensamiento? No tenía del todo razón. Había visto a Phoebe en su trabajo: proporcionaba un servicio vital para la gente del pueblo. Y otro tanto ocurría con Sabina, con aquel centro de datos que ella dominaba; era impresionante. Y de repente, allí estaban las dos, comunicándose con toda facilidad con aquella gente, unidas por la pena, recibiendo y dando consuelo. Para ser sincera, me daban envidia.
En fin, al menos durante aquel día, formé parte de todo aquello. A nadie se le ocurrió pensar que yo no quisiera a Omie, ni que no sintiera que hubiera muerto. Trabajamos codo con codo en la cocina, y nos ofrecimos comida los unos a los otros, además de a las hijas, los nietos y nietas, los sobrinos y sobrinas que había dejado Omie. Su cuerpo reposaba en la funeraria, pero su espíritu, tan fuerte, estaba entre nosotros.
La gente pareció olvidarse de lo mucho que me odiaba bajo el hechizo de aquel espíritu. La muerte de Omie supuso una distracción para ellos, que en cierto modo los ablandó.
Y ejerció el mismo efecto sobre mí. Fui capaz de sonreír a Marylou Walker, a pesar de que había estado conmigo como un témpano la última vez que entré en su tienda. Fui capaz de saludar cortésmente con la cabeza a Hal Healy sin hacer demasiado caso a aquel brazo con el que rodeaba a su esposa, que parecía más fuera de lugar que nunca. Incluso saludé a algunas de las personas que me habían dado con la puerta en las narices el día anterior.
Kaitlin se portó maravillosamente. Fuera adonde yo fuera, venía a ayudar, y cuando sus amigas vieron que me aceptaba, ellas también lo hicieron. Hablaron conmigo, e incluso sonrieron. Seguro que a Hal Haley no le hizo ninguna gracia.
En ciertos momentos entraban personas desconocidas al restaurante, y yo me preguntaba si entre ellas habría alguna capaz de haberme rajado los neumáticos. Y también en ciertos momentos llegué a preguntarme si Azul Azul estaba allí. Estaba el jefe de policía, Greenwood. Lo vi varias veces, pero se escaqueó. Quería creer que, ante la bondad de Omie, él estaría retorciéndose de remordimiento.
Pero había algo más importante. Sin la distracción del duelo de Omie, habría estado preocupándome por James. Lo que había pasado en la pista era tremendo, y no me refiero solo a haber borrado la humillación de haber esperado allí cerca a Aidan. Me refiero al sexo en el bosque y después en su casa.
Yo me tomo el sexo con mucha seriedad. No lo conocí hasta los veinte años, y en los trece siguientes he estado con tres hombres, con cada uno de los cuales me quedé durante varios años. No me acostaba con cualquiera, y mucho menos con hombres que apenas conocía, pero resulta que a James apenas lo conocía.
¿Había tomado una decisión consciente de acostarme con el enemigo? No.
¿Estaba planeando destruirlo mientras tenía su lengua en mi boca? Por supuesto que no.
A Grace la habría decepcionado. Habría dicho que había desperdiciado una oportunidad única, pero francamente, quién era James y lo que hacía era lo que menos me importaba mientras hacíamos el amor. En aquellos momentos era un tío hacia el que me sentía fuertemente atraída… y que sentía una fuerte atracción por mí. ¡Sí! Sentía cierto cosquilleo al pensarlo incluso horas después de que hubiera ocurrido.
De modo que intenté mantenerme ocupada. Hablaba con la gente, pero donde más cómoda me sentía era en la cocina. Fregar era lo ideal, y también cargar y descargar el lavaplatos. Así no estaba en primer plano y tenía las manos ocupadas y la cabeza centrada en Omie.
¿Que si se presentó James? Por supuesto. Creo que lo noté en el momento mismo en el que entró en el restaurante; entonces yo estaba en la cocina, lo que indica hasta qué punto tenemos antenas sexuales los seres humanos. Tuve un extraño presentimiento; miré por la ventanilla del mostrador y allí estaba él.
Me hice a un lado para que no me viera. ¿Qué podía decir? Porque a pesar de aquella tremenda atracción, me sentía muy confusa. Habría pensado que el apellido mismo de James podía actuar como depresivo, pero no era así.
Me encontró en un momento en que no había demasiadas personas en la cocina y pudo decirme unas cuantas palabras sin que lo oyeran.
Y eso es todo lo que dijo, unas cuantas palabras, las primeras sin despegar los ojos del lavash que yo estaba sacando de una bolsa de plástico grande y colocando en un plato.
—¿Te han arreglado las ruedas?
—Sí. Normie encontró las que necesitaba en Weymouth.
Levanté la mirada justo a tiempo de ver que James torcía la boca, con un gesto que daba a entender que sabía que algo más pasaba en Weymouth. Entonces se encontraron nuestras miradas, y en un instante intercambiamos algo más.
Yo apenas podía respirar, y desde luego, no podía apartar mis ojos de los suyos. Sentí gran alivio cuando al fin él rompió el hechizo al decir:
—No puedo ir a correr los fines de semana. No me viene la canguro. ¿Puedes el lunes?
—El próximo lunes estaré en Nueva York, con Phoebe. Volvemos el martes por la noche.
—Entonces, ¿el miércoles por la mañana?
—Vale.
Asintió con la cabeza, dio un golpecito en la encimera de acero inoxidable, se dio la vuelta y yo pensé que ya estaba, que no había nada más. Se volvió y dijo:
—Yo no soy de los de ligue de una noche.
Vamos a ver: ¿qué demonios significaba eso? ¿Que no se iba a repetir lo que habíamos hecho porque, efectivamente, habíamos ligado una noche y él no se dedicaba a eso? ¿O que habría una repetición de lo que habíamos hecho porque significaría algo más que un ligue de una noche, que también estaría muy bien?
Naturalmente, no se lo pude preguntar, porque cuando quise hacerlo, James ya estaba casi en la puerta de la cocina. Lo único que pude hacer fue ver cómo sorteaba encimeras y estanterías para salir. Iba con la espalda erguida, el pelo plateado impecable, la camisa azul impecable, los pantalones grises impecables, los mocasines impecables.
Hasta el día de hoy no podría decir si la gente nos vio hablar y si Por eso empezaron a considerarme una persona digna de confianza. Pero en cuanto James se marchó, empezaron a hacerme preguntas. La gente se planteaba si la muerte de Omie se debía simplemente a su edad o si la había acelerado algún factor externo. Al parecer, en la familia de Omie era muy normal la longevidad, un detalle que yo no conocía. Su madre había muerto a los noventa y seis años de edad, y su padre (que era mucho mayor que su esposa, y de ahí que hubiese muerto cuando Omie era joven) a los noventa y ocho. Omie solo tenía ochenta y tres, que a mí me parecía una edad muy avanzada, pero no en comparación con sus familiares. Querían averiguar por qué había estado enferma cada dos por tres el año anterior, el porqué de las neumonías y el ataque al corazón que había acabado con ella.
Lo decían con toda tranquilidad, haciendo preguntas casi retóricas. Pero no paraban de preguntar, y me preguntaban a mí. Eso significaba algo. Era como si supieran que yo andaba indagando y que precisamente por eso yo había pasado a ser su defensora, como si no tuvieran a nadie más a quien preguntar, como si confiaran en mí.
Bueno, quizá esto último sea un poco exagerado. Sin embargo cuando salí del restaurante de Omie, a media tarde, sentía una gran responsabilidad.
Encendí el ordenador. Me había enviado un correo electrónico mi amiga Jocelyn para decirme que había llegado al capítulo de Peyton Place en el que Tomas Makris desnuda con la mirada a Constance MacKenzie, y que le parecía fantástico. Le contesté diciéndole que sí, que a mí también me lo parecía, que Tomas era muy sexy, pero que lo importante de la relación era que Constance había empezado a aceptar su propia sexualidad. ¿Hasta dónde hemos llegado las mujeres en este sentido? Yo no podría haber hecho lo que había hecho con James si no me hubiera gustado el sexo, pero eso no se lo conté a Jocelyn. Mis amigos todavía no sabían nada de James.
Greg enviaba un correo para decirme que habían llegado a los 4200 metros, pero que la nieve y el viento les impedía avanzar, y he de reconocer que empecé a preocuparme un poco. Mucha gente había muerto escalando montañas, y el McKinley era bastante alto. ¿Era menos peligroso que te pillara una ventisca a 4200 metros de altitud que andar por las calles de Afganistán devastadas por la guerra? No lo tenía yo tan claro.
Mis pensamientos volvieron a los peligros de lo más cotidiano, justo cuando estaba a punto de responder a Greg, me llegó un correo de Azul Azul. «¿Ha habido suerte?», decía, y comprendiendo que él estaba ante su ordenador, me enfadé.
De momento no he tenido suerte, pero tú estás haciendo todo lo posible para que no la tenga, a no ser que me des más información. No puedo hacer preguntas a la gente si no tengo con qué respaldar esas preguntas. No puedo ganarme su confianza si no puedo presentarme ante ellos como una persona medianamente inteligente, ¿o no?
¿Qué ocurrió en Northwood en las fechas que me diste? ¿Se produjo un vertido de mercurio? ¿Sí o no?
En esas dos fechas hubo un incendio. El 21 de marzo de 1989, un incendio destruyó el Club, y el 27 de agosto de 1993 otro incendio destruyó el Cenador.
Vale, en esas fechas. Pero lo de los incendios no es ninguna novedad. Todo el mundo lo sabe. Sam lo sacó en primera página. ¿Qué relación guardan con esto?
Se hizo todo lo posible para que esos incendios parecieran accidentes. El incendio del Club se atribuyó a un fallo eléctrico en la cocina. El del Cenador a una vela mal apagada, pero ninguno de los dos fue fortuito. Los dos fueron provocados por agentes de Northwood, por orden de Sandy Meade. El objetivo consistía en arrasar los edificios para que Northwood pudiera hacer negocio reconstruyéndolos desde cero. Lo que no llegó a salir a la luz es que antes de la reconstrucción se había quitado mercurio del suelo.
¿Mercurio en el Club y en el Cenador, pero no en la fábrica?
¿Recuerdas que te dije que Northwood utilizaba otros métodos para deshacerse de los residuos de mercurio? Había enormes bidones enterrados bajo esos dos edificios.
¿Bajo el Club y el Cenador? ¿Por qué? ¿Por qué no los enterraron en pleno campo?
Sandy Meade pensó que sería buena idea (y menos sospechoso si había una investigación) construir algo de uso público encima de los desechos. Para ser justos con él, en teoría los bidones aguantarían. No se pensaba que pudiera haber un escape.
Pero ¿lo hubo?
Durante la semana anterior a cada uno de los incendios se celebraron actos públicos en ambos edificios. Después se produjeron brotes que en unos casos se atribuyeron a la gripe y en otros a intoxicación alimentaria. Eso obligó a los Meade a analizar el aire. Encontraron pruebas de un gran vertido que probablemente se había filtrado en los conductos de ventilación.
Entonces, ¿los incendios fueron una maniobra de encubrimiento?
Sí. Se hizo limpieza, en todos los sentidos de la palabra. Desaparecieron los informes internos de los archivos. Se conserva un registro de los actos que se celebraron durante los días anteriores a los incendios, pero hay muy pocos nombres de las personas que asistieron a cada uno. Las enfermedades consiguientes no se extendieron lo suficiente como para llamar la atención de las autoridades del estado. Los Meade se conformaron con haber descubierto el vertido a tiempo y haberlo limpiado por completo.
¿Y pensaron que eso lo eximía de responsabilidades? ¿Hicieron algo por los afectados?
Se han hecho algunas cosas, pero sin darle publicidad, para que los afectados no sepan por qué se han hecho.
¿Hay más puntos como ese?
Sí. La guardería se encuentra en uno de ellos. Se construyó allí con la misma idea. Por si te interesa, no ha habido más escapes. En vista de los años que han pasado desde el último, Sandy Meade da por sentado que con aquellos dos hubo problemas y que los demás aguantarán.
¿Y están dispuestos a correr ese riesgo, sabiendo que hay niños de por medio?
Eso parece. Se sienten más seguros con el paso del tiempo. Consideran que el hecho de que no haya escapes demuestra que no los habrá en el futuro. Yo lo considero una tragedia anunciada. Por eso te necesito.
Me quedé horrorizada. Aparte de lo que hubiera pasado antes, no podía comprender qué mente perversa podía hacer semejante cosa a los niños, y eso planteaba otra cuestión.
Supongamos que Sandy Meade se muere de repente, hoy mismo. ¿Qué pasaría? ¿Continuarían sus hijos con esa costumbre?
Depende de qué hijo se haga cargo de la empresa.
James es el sucesor.
Yo no estaría tan seguro. Por cierto, parecías muy ocupada en el restaurante de Omie.
¿Estuviste allí y no te presentaste? ¿Cuándo vamos a conocernos?
Cuando tengamos pruebas de que es factible. Necesitamos nombres. Necesitamos personas que estuvieran en uno de esos sitios durante la semana en cuestión, que hayan tenido problemas físicos desde entonces y que estén dispuestas a hablar.
¿Qué van a sacar en limpio? ¿Podemos ofrecerles alguna clase de ayuda?
Nosotros no, pero supongo que los Meade sí lo harían, como parte de un acuerdo. ¿No es eso lo que nos proponemos?
Sí. Naturalmente, antes de llegar a ningún acuerdo habría que enfrentarse con los Meade. No me apetecía nada. Ellos tres contra mi supondría una tremenda desventaja. Si Azul Azul salía del armario, podríamos ser tres contra dos, pero no podía contar con ello. Según sus propias palabras, quería seguir trabajando en la fábrica, algo imposible si se metía con los Meade.
Y tampoco podía contar con Tom. Desde luego, me estaba ayudando muchísimo. No solo había conseguido hora con su amiga d Nueva York, sino que nos había dado el historial de mi madre para que pudiéramos darle pistas a la doctora sobre la situación de la familia con respecto a los problemas de Phoebe. Pero también su trabajo correría peligro si se ponía en la línea de fuego.
Daba la impresión de que el aspecto público de aquella lucha era mío y solo mío.