15

Aidan Meade no soportaba a Annie Barnes. No se fiaba de Annie Barnes, y sabía desde el principio que andaba en busca de algo, y nada bueno. ¿Un mes entero en Middle River? Mal asunto. Si no lo hubiera notado por aquel aire suyo de superioridad cuando la vio el primer día en el pueblo, se habría dado cuenta por las cosas raras que hacía. Y no era solamente él. También le preocupaba al jefe de policía, lo que significaba que también le preocupaba a Sandy, y cuando a Sandy le preocupaba algo, la tomaba con Aidan. Y encima Nicole, que lo había puesto en apuros no hacía ni siquiera una hora. Aidan no estaba preparado para eso, cuando todo parecía ir tan bien.

«¿Podemos hablar un momento?», le dijo Nicole por el interfono desde su mesa, como hacía muchas veces cuando tenía asuntos de trabajo que tratar con él, pero en cuanto entró en su despacho, Aidan comprendió que algo pasaba. Para empezar, y aunque ella solía tomarle el pelo por eso, ni siquiera pareció darse cuenta de que tenía el palo de golf en una mano y que estaba dando golpes cortos a unas pelotas en un extremo de la habitación. Y algo peor: que no llevaba un montón de papeles en la mano.

Cerró la puerta, se acercó a él y dijo en tono íntimo:

—Podríamos tener un problema. Me ha llamado Hal Healy esta banana. Ha visto a Kaitlin hablando con Annie Barnes, y sabía que me gustaría enterarme. A los dos nos tiene preocupados Kaitlin, porque últimamente tiene una actitud insufrible. A Hal le preocupa que no sea un buen modelo para las chicas del pueblo. —Le sostuvo la mirada—. A mí me preocupa otra cosa.

—¿Qué? —preguntó Aidan. La actitud de Kaitlin no era asunto suyo.

—Me preocupa que Kaitlin lo sepa.

—¿Lo nuestro? —preguntó Aidan con sorpresa—. ¿Y cómo iba a saberlo? No hacemos nada fuera de este despacho.

—¿Y en Concord? ¿Y en Worcester? ¿Y en Nueva York?

—Estábamos trabajando.

Nicole cruzó los brazos sobre el pecho.

—Sí, trabajando. Querrás decir haciendo ejercicio en cueros.

—Vamos, Nicki, ¿cómo se va a haber enterado de esas veces? —insistió Aidan, dejando el palo de golf.

—Quién sabe… Sospechas, rumores, suposiciones, espías. Pero si está enfadada conmigo, podría devolverme el golpe yéndole con el cuento a Annie Barnes. No soporta que yo no pueda ni ver a su padre. Incluso si pillara a su padre engañándome, yo tendría la culpa. El problema es que si se corre el rumor de lo que hacemos, Anton lo utilizará. Lleva tiempo esperando algo así, esperando a que yo meta la pata para tener una excusa para romper nuestro matrimonio sin que todo el mundo diga que es un canalla.

Aidan le aferró los brazos y la sacudió con cariño.

—No has metido la pata. No se lo has contado a los amigos, ¿verdad?

—No, por Dios. No se lo he contado a nadie.

Desde luego que no. Sabía cuándo tenía algo bueno entre manos. Era la secretaria mejor pagada de la empresa, y se lo merecía.

—Y no estás segura de que Kaitlin lo sepa —le recordó Aidan.

—No, y no puedo preguntárselo directamente. Pero si no, ¿por qué iba a hablar con Annie Barnes? ¿Qué tendría que decirle mi hija a esa mujer? Kaitlin está muy distante últimamente. Lo noté cuando estaba sentada entre Anton y yo en la iglesia el domingo pasado. Según Hal, fue justo después de hablar con Annie.

—Llévala a un psicólogo.

—¿Y que le cuente a otra persona lo que sabe? No es muy prudente, Aidan. Ya sabes cómo son las cosas en este pueblo. La confidencialidad es una fantasía.

Aidan empezaba a cansarse del asunto. No había sido él quien había destrozado el matrimonio de los DuPuis.

—Habla con Kaitlin cuando la veas de humor. O cómprale algo, un cochecito, por ejemplo.

—Anton se niega.

—¿Qué quieres que haga yo?

—Que le pares los pies a Annie Barnes.

Aidan se echó a reír.

—¡Mira quién fue a hablar de fantasías!

Nicole se separó bruscamente de él.

—No tiene ninguna gracia. —Aidan la cogió y la atrajo hacia sí, pero los ojos de Nicole echaban chispas—. Aidan, no tiene ninguna gracia. Si Anton se divorcia de mí, estoy perdida. Quiero decir que me quedo sin dinero, y ese es el único sentido que tiene mi matrimonio. Me gusta donde estoy. Me gusta lo que hago. Me gusta lo que hacemos. Si Anton se entera, se acabó. ¿Tú crees que tu mujer consentirá que pendonees por ahí? Ya te has cargado dos matrimonios por no poder tener la bragueta cerrada. ¿No te obligó a firmar un acuerdo prenupcial para que le des más dinero si la engañas? ¿O es un cuento que me has contado para que tenga la boca cerrada? Pues bien cerrada la tengo. Así que a lo mejor se te ha escapado a ti.

—Te pones preciosa cuando te enfadas.

—¡Aidan! ¡Es-cú-cha-me!

Pero él estaba excitado.

—No se me ha escapado nada. Todavía no. Qué sexy eres.

La besó.

—Aidan —protestó Nicole, pero no se resistió al beso y él profundizó con la lengua en su boca al tiempo que la empujaba contra la Puerta, que cerró con llave, y deslizaba las dos manos bajo la blusa.

Nicole siempre llevaba blusas, por lo general de seda, y sujetador, por lo general de encaje, y a veces él jugueteaba con la sensación de aquellos tejidos contra su piel, pero en aquella ocasión estaba demasiado impaciente. Liberando los pechos con un movimiento simétrico de las manos, puso un pulgar en un pezón y la boca en el otro.

—No sé qué hacer, Aidan —dijo Nicole, pero en un murmullo cortado. Tenía las manos en el pelo de él, sujetándole la cabeza contra su cuerpo.

—Haz esto, nena —susurró Aidan, apretando su boca contra la firme carne de Nicole. Metiendo una mano bajo la falda, le bajó las bragas y después la cremallera de sus pantalones. En cuestión de segundos estaba dentro de ella, y ella lista con la misma rapidez. Siempre sucedía así, y era una de las razones de que su relación funcionara. Él no necesitaba estimulación previa cuando lo apremiaba el deseo. Los movimientos y los ruidos que hacía Nicole le indicaron que ella sentía lo mismo.

Acabaron rápidamente, algo que también era bueno para los dos. Ella quedó satisfecha y él satisfecho. Normalmente, todo quedaba ahí. Pero ese día, Nicole no estaba dispuesta. Después de arreglarse la ropa, se enderezó y dijo:

—La única razón por la que he mencionado lo de tu acuerdo prematrimonial es para recordarte que tú también te juegas algo en esto. Te conviene, y mucho, que Annie Barnes no saque a la luz ni siquiera de forma indirecta lo que hacemos tú y yo. Si yo me hundo, no me hundiré sola.

Aidan estaba comprobando que sus pantalones estaban como era debido y alzó la mirada lentamente.

—¿Qué quieres decir?

—Que me niego a ser pobre. Si mi marido se divorcia de mí por lo que hacemos aquí, doy por supuesto que me echarás una mano.

Aquello parecía una amenaza.

—¿De qué estás hablando, Nicole? No va a pasar nada.

—Bien —replicó ella, y sonrió—. Necesitaba que lo dijeras.

Y a continuación se marchó.

Aidan se quedó mirando la puerta sin moverse. Cuanto más la miraba, mayor era su irritación. No le gustaba que lo amenazaran, y mucho menos una mujer. Estaba hecho una furia cuando sonó el teléfono, y se puso peor cuando lo informaron de que Annie Barnes estaba patrullando por las instalaciones de Northwood. Cuando salió a enfrentarse con Sabina, estaba literalmente dispuesto a echársele encima a Annie, y más aún cuando la vio hablando tan tranquilamente sobre la cena, subirse al coche y desaparecer.

Annie era un peligro. Aidan no tenía ni idea de lo que pensaba hacer. Sabina era otra historia. Estaba en su nómina, y no podía controlar lo que hacía en su tiempo libre, pero antes habría muerto que consentir que colaborase con la enemiga de Northwood.

—¿Qué quería? —preguntó.

—Me ha traído la cena —contestó Sabina, con una actitud que Aidan jamás le había visto, tan parecida a la de su hermana, con tanta tranquilidad, que lo enfureció aún más.

—Eso es una excusa —replicó Aidan—. Ha llegado hasta las instalaciones. ¿Por qué piensas que ha hecho eso?

—No lo sé. A lo mejor quería ver los cambios que ha habido desde que se marchó.

—O a lo mejor está fisgoneando.

—¿Fisgoneando aquí? ¿Para qué? —preguntó Sabina, guasona.

—Eso deberías decírmelo tú —le espetó Aidan—. No irás a decir que simplemente tiene curiosidad por los cambios. Esta empresa no significa nada para ella. Lo que quiere es crear problemas, Sabina, y no soy yo el único que lo piensa. Incluso Hal Healy está preocupado por el asunto.

—¿Hal? ¿Y qué tiene que ver Hal con Northwood?

—Nada, pero la ha visto hablando con algunas chicas del pueblo. Le preocupa que sea una mala influencia.

—Es una escritora reconocida. Es una mujer de éxito. Eso es una buena influencia —objetó Sabina.

—No si da alas a las chicas. Pensar en Annie Barnes es lo mismo que pensar en Peyton Place, y pensar en Peyton Place lo mismo que pensar en el sexo. Reconoce que tu hermana vive a tope. Tú tienes una hija impresionable. ¿No te preocupan esas cosas?

Sabina tuvo la desfachatez de echarse a reír.

—Claro que sí, pero no por Annie. Lo que me preocupan son los chicos de este pueblo. Tú, sin ir más lejos. Aidan, fuimos juntos al colegio, y recuerdo las cosas que hacías.

Aidan no había hecho más que cualquier otro hombre sano y fogoso. Ya, claro. Sabina diría que lo hacía más por ser un Meade y tener patente de corso, y sacaría a relucir la historia de Annie y el Promontorio de Cooper. Pero eso no procedía en la discusión que mantenían.

—Yo ni toqué a tu hermana.

—Lo sé. Ya tenías bastante con tocar a Kiki Corey. Y hubo muchas más, antes y después. Vamos, Aidan. No me vengas ahora con beaterías.

Primero Nicki, y después Sabina. No le gustaba que las mujeres lo ganaran con la palabra.

—¿Es que no soy tu jefe? —preguntó.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que merezco respeto. Te digo que tu hermana se está buscando un buen lío. No quiero que nadie se ría de mí delante de mis narices.

Sabina no replicó. Se quedó mirándolo con perplejidad, y eso fue aún peor, porque era simplemente insolencia.

—Controla a tu hermana, Sabina, o esto tendrá consecuencias.

Sabina siguió sin replicar; se limitó a mirarlo perpleja.

—Si veo que tu relación con tu hermana crea problemas de seguridad en esta empresa, te sustituiré.

—¿Cómo que me sustituirás?

—Que te despido. Controla a tu hermana, Sabina. Quiero que se largue de este pueblo.

Sabina lo observó mientras se alejaba. Sabía que Annie sería un problema. ¿Acaso no le había pedido que no metiera las narices en los asuntos de Middle River, no se lo había incluso rogado la primera mañana que se vieron en casa de Phoebe? Le había explicado qué estaba en juego, y ya no era pura teoría. Gracias a su hermana, Sabina podía perder su trabajo. ¡Annie era la persona más cabezota, más bruta, más insoportable y con más mala leche que había conocido en su vida!

A punto de estallar, miró hacia el despacho. No podía seguir trabajando. Estaba demasiado furiosa.

Y además, ¿por qué tenía que seguir trabajando? Eran las cinco. ¿No era su ayudante el que se estaba preparando para marcharse?

—¡Hasta mañana! —dijo él, alzando la voz junto a su coche, y Sabina agitó la mano a modo de despedida.

Él se marchaba todos los días a las cinco. Sabina se quedaba hasta más tarde. ¿Por orgullo? ¿Por sentido de la responsabilidad? ¿Por el deseo de agradar a sus jefes?

Pero Aidan acababa de amenazarla con el despido, y eso le daba rabia. Y además quería que obligara a Annie a marcharse, lo cual le daba aún más rabia. Annie tenía tanto derecho como Aidan a estar allí. Se metía en lo que no la llamaban, pero eso no era un delito, desde luego, no tenía la menor intención de decirle que se marchara. Quizá intentaría acercarse a ella, hablar más con ella, enterarse de a qué dedicaba el tiempo. Eso resultaría productivo.

Sus ojos se posaron en la bolsa que estaba en el asiento de su coche. Aidan tenía razón: Annie había ido allí por algo más que la cena. Había ido por Phoebe, y eso era bueno. Más aún; era muy generoso por su parte. Phoebe necesitaba ayuda, y ya iba siendo hora de reconocerlo. Si Annie estaba dispuesta a poner las cosas en marcha, ¿cómo iba a quejarse ella?