Para: Annie Barnes
De: Azul Azul
Asunto: Sé lo de la fábrica
Estás fisgoneando. Tengo información. Pregunta.
No había firma electrónica, ni ningún dato que pudiera desvelar la identidad de Azul Azul. Pinché en todos los puntos posibles, pero no encontré nada, salvo lo que aparecía en la pantalla. Por el lado positivo, mi ordenador no lo borró, lo que significaba que Azul Azul; no era letal, al menos inmediatamente.
Di a «responder», pero tampoco me enteré de nada nuevo con dirección de Azul Azul. Entonces, ¿qué datos tenía? Sabía que Azul Azul tenía mi nombre y mi dirección de correo electrónico, que quienquiera que fuese, hombre o mujer, sabía que me interesaba la fábrica y que aquel correo había sido enviado a las nueve y media aquella noche, hacía aproximadamente una hora.
Para: Azul Azul
De: Annie Barnes
Asunto: Re: Sé lo de la fábrica
¿Quién eres?
Mi dedo revoloteó sobre «enviar». Sabía que si contestaba confirmaría mi existencia, lo peor que se puede hacer para combatir el spam. Pero no era spam, como en un envío masivo de correos que anunciaran algo que yo no quería. Azul Azul sabía que yo sentía curiosidad, hablaba de la fábrica. Pero ¿de nuestra fábrica? No necesariamente. El mensaje podía ser de un ecologista aficionado respondiendo a mis investigaciones sobre el mercurio. Había visitado un montón de sitios, y cualquiera de ellos podía haberme localizado y respondido si le hubiera venido en gana. ¿Suponía eso mala intención? No veía por qué. Además, los voluntarios no se agolpaban precisamente ante mi puerta.
Envié el correo y me quedé allí diez minutos, pinchando en «enviar/recibir» cada treinta segundos, hasta que me di cuenta de lo absurdo que era suponer que Azul Azul estaba frente a un ordenador esperando respuesta y que diera la casualidad de que yo estuviera ante mi ordenador a aquella hora concreta.
Así, cuanto más se prolongaban los minutos, más deseaba saber quién era Azul Azul. Descolgué el teléfono impulsivamente para llamar a mi hermana, la experta en informática.
Mientras sonaba, me pregunté si, dadas las características del asunto, sería buena idea llamar a Sabina. Pero ya era demasiado tarde; tenía pantalla identificadora de llamadas y sabría que era yo, o Phoebe, y en cualquier caso, llamaría. Entonces contestó, y mi duda quedó en el aire.
—Hola —dije—. No estarías durmiendo, ¿verdad?
—No —contestó, con una cautela audible.
—Tengo que hacerte una pregunta. Acabo de recibir un correo electrónico de alguien con un nombre de usuario que no conozco. ¿Cómo puedo averiguar quién es?
—¿Es spam? —preguntó, como si se relajara un poco.
—No. Es sobre mi trabajo. —Volví a pinchar en «enviar/recibir». Nada.
—¿Algún admirador?
—No.
—¿Es amenazador?
—No. Creo que es sobre unas investigaciones que estoy haciendo. Quiero comprobar la legitimidad de la fuente.
—¿No reconoces el nombre del dominio?
—Eso sí.
Le dije cuál era.
—No sirve de nada —me advirtió—. Es un servicio de correo electrónico basado en la red, por lo que es prácticamente imposible encontrarlo. ¿Has intentado una búsqueda inversa?
—No. Acabo de recibirlo.
—Pues inténtalo. También escribir la dirección en Google. A lo mejor sale algo.
—¿En Google? ¿Alguien que desea el anonimato?
Sabina no me hizo caso. Estaba tranquila; era evidente que sabía de lo que hablaba.
—Sea quien sea, puede haber utilizado la dirección en un chat o en un tablón de anuncios. Si lo ha recogido un buscador, podría aparecer. No es que con eso fueras a encontrar necesariamente el nombre real, pero sí tendrás otro sitio donde mirar. Inténtalo. Si no te funciona nada, yo podría indagar por ahí. A lo mejor encuentro un código que te dice algo.
Habría aceptado de buena gana la oferta en circunstancias distintas, pero empecé a sentirme culpable por utilizar a Sabina para obtener información que podría llevarme hasta la noticia sensacional contra la que me había prevenido. Si se enteraba, se pondría furiosa.
—Primero voy a intentar eso —dije—. Gracias, Sabina. Ha sido una gran ayuda.
—Gracias a ti por la cena —replicó—. Estamos en paz.
Colgué pensando que era muy triste el ojo por ojo entre hermanas, pero enseguida me distraje, al volver a pinchar en «enviar/recibir».
Para: Annie Barnes
De: Azul Azul
Asunto: Re: Sé lo de la fábrica
No importa quién sea. Sé cosas de la Papelera Northwood.
Respondí inmediatamente:
Importa, y mucho, quién seas. ¿Cómo puedo confiar en nada de lo que me digas si no quieres decirme tu nombre? Seguro que eres un antiguo empleado resentido capaz de contar cualquier cosa con tal de crear problemas. Solo los cobardes se esconden tras el anonimato. Además, ¿quién dice que estoy husmeando? ¿Y de dónde has sacado mi dirección de correo?
Y si andas detrás de dinero, olvídate.
En cuanto envié esta nota, me imaginé la consternación de Greg. «Tienes un posible informante y lo insultas. Eso está fatal, Annie. Azul Azul tiene algo que tú quieres. Hasta que lo tengas, trátalo con guantes de seda. Como se te escape, vas de culo y cuesta arriba».
Por mucho que hice clic en «enviar/recibir», no llegó respuesta. Empezaba a pensar que, efectivamente, iba en esa posición por la cuesta, cuando contestó Azul Azul.
Lo siento, chata, pero conmigo no funcionan las provocaciones. Ya sé que soy un cobarde. Y no soy un antiguo empleado. Llevo bastante en Northwood y tengo intención de seguir, así que no necesito tu dinero. Sé que andas husmeando, porque lo sabe todo el pueblo. Y es mucho más fácil encontrar las direcciones de correo electrónico que rastrearlas.
El mensaje de aquel hombre era elocuente. Sí, tenía que ser un hombre. Una mujer no me habría llamado «chata». Ni siquiera Grace usaba esa palabra, y ella sí que podía ser ordinaria.
Ron, mi cuñado, la había empleado hacía apenas dos horas, pero si están pensando que Ron era Azul Azul, es mejor que lo piensen dos veces. Ron hablaba en serio mientras fregábamos los platos. No iba a poner en peligro su trabajo ni a su mujer contándome secretos de la fábrica. Además, Ron no tenía ordenador, lo que significaba que si era Azul Azul, estaría utilizando el de Sabina, y era demasiado listo para semejante cosa. Y quería demasiado a mi hermana como para estar fuera de casa frente al ordenador de otra persona a esas horas de la noche.
No, Azul Azul no era Ron. Podía ser cualquiera de los cuatro hombres que ya había catalogado como posibles topos. O podría ser uno entre centenares. La fábrica tenía todos esos empleados, en diversos puestos.
Siguiendo el consejo de Sabina, escribí la dirección de correo en Google. No había correspondencia. Lo mismo ocurrió con un directorio inverso. Es mucho más fácil encontrar las direcciones de correo electrónico que rastrearlas. Azul Azul tenía razón. Entonces ¿de dónde había sacado la mía? Posiblemente, si estaba enganchado a la red de Northwood y sabía de informática, del ordenador de Sabina. Posiblemente, del ordenador de Phoebe, ajeno a Northwood pero vulnerable a un pirata. O del de Sam. Por desgracia, preguntarle a cualquiera de ellos habría supuesto descubrir mis intenciones.
Y descubrir mis intenciones también era un problema con Azul Azul. Me daba la impresión de que no tenía la menor intención de ofrecerme respuestas, sino que sencillamente estaba intentando averiguar detrás de qué andaba yo. Desde luego, Aidan Meade no dudaría en abordarme con fingimientos; Dios sabe que ya lo había hecho. En cuanto averiguase que andaba tras el mercurio, sería imposible que me enterase de nada.
En esta ocasión redacté la respuesta con más cuidado.
Husmear suena terriblemente negativo en mi caso. Lo único que hago es intentar averiguar la verdad sobre la muerte de mi madre. No acuso de nada a nadie. Sencillamente estoy dedicando las vacaciones de verano a intentar explicar su muerte.
No creo que tuviera Parkinson. En esto no hay ningún malo de la película. Prefiero pensar que estuvo expuesta a alguna sustancia tóxica. Como no trabajaba en la fábrica, es una posibilidad muy remota.
Dices que tienes información. ¿Sobre qué?
Eran casi las once y media. Claro, era viernes por la noche, de modo que Azul Azul no tendría necesariamente que madrugar para ir a trabajar. De todos modos, me pregunté por qué estaría solo ante el ordenador, así que añadí una pregunta:
¿Y por qué estás enviando correos electrónicos a estas horas? ¿Demasiada cafeína? ¿Miedo? ¿Mala conciencia?
Mientras enviaba el mensaje, comprendí que seguramente había olvidado la razón más probable: la confidencialidad. Azul Azul no querría que nadie supiera lo que hacía, como una esposa, pareja o lo que fuera.
Al cabo de unos minutos recibí respuesta.
Llamémoslo dedicación a la causa. Debería estar durmiendo. Tengo que estar en pie dentro de un par de horas. ¿Y tú? ¿Vas siempre de noctámbula?
Escribí a toda prisa el primero de varios intercambios rápidos.
Solo cuando recibo mensajes de personas desconocidas que dicen tener información pata mí. ¿Por qué te llamas Azul Azul?
Si te lo dijera, revelaría algo. Y tú, ¿por qué escribes con este tipo de letra?
Es prerrogativa de artista. ¿Compartes el ordenador con alguien?
No. ¿Y tú? ¿Es el ordenador de tu hermana?
Por supuesto que no. Por si te interesa, no está de acuerdo con esta investigación, ni tampoco mi otra hermana, Sabina. Así que si estás pensando en chivarte de ella, no te molestes. Se pondría furiosa si supiera que tú y yo mantenemos correspondencia. ¿Es que aquí tenéis que prestar juramento de lealtad o qué?
No hay que prestar juramento de lealtad, por lo menos de momento ¿Qué has encontrado sobre las toxinas que pudieron haber matado a tu madre?
Si te lo dijera, revelaría algo, por utilizar tu misma frase. Pero me has ofrecido tus servicios. Nadie más me ha hecho semejante oferta. ¿Por qué tú sí? ¿Qué papel desempeñas en esto? ¿Qué significa para ti?
Pasó un rato sin que me respondiera, pero no lamentaba haberla hecho esas preguntas. Para empezar, pensaba que eran importantes y además, la pausa me dio tiempo para enviar un correo a Greg. Debía de haber ido de San Francisco a Anchorage unas horas antes. Se había llevado su Blackberry.
Le expliqué lo que ocurría y le pedí consejo. Confiar o no confiar… Esa era la cuestión.
Azul Azul tardó casi treinta minutos en enviar una respuesta. No contestaba a ninguna de mis preguntas, pero sí me hacía una a mí.
¿Estás escribiendo un libro?
Siempre estoy escribiendo un libro. Pero no es sobre Middle River. Se desarrolla en Arizona, y habla de una familia de urracas.
¿De urracas? ¿Es un libro para niños?
No. Me refiero a urracas humanas. No se dicen nada realmente importante unas a otras, pero acumulan todas las pequeñas claves de sus vidas. El personaje principal es la hija mayor, que lucha por comprender quién es y qué quiere. Cuando sus padres mueren repentinamente, emplea todas esas cositas que han acumulado sus padres para entender su pasado. Como lo explica mi publicista, las cosas que habían ocultado se convierten en las claves de un viaje personal de autodescubrimiento.
¿Trapos sucios? Qué idea tan original.
Para tu información, te diré que las únicas ideas verdaderamente originales son las relacionadas con los avances en el campo de la tecnología y de la medicina, yo escribo sobre las relaciones humanas. Se trata de pintar un cuadro emocional que dé que pensar al lector.
Conque somos susceptibles, ¿eh? Pero ahora que me has contado la trama, ¿no tienes miedo de que te la robe?
Lo dirás en broma, ¿no? Con la misma idea de una trama, seis personas distintas escribirán seis libros completamente distintos. ¿Estás pensando en intentar escribir?
No, pero si lo pensara, no sería tan displicente como tú. ¿No te molestaría que alguien se aprovechara de esa trama y escribiera algo?
Solo si lo hiciera mejor que yo.
Ja, ja. ¿Qué haces mientras esperas mis respuestas?
Pues parece que tramar. Ayuda mucho hablar sobre la trama de un libro, o en este caso escribirla para un amigo. No es tu caso, pero sabes qué quiero decir. Las mejores ideas se me ocurren por la noche. Y hablando de ideas, ahí va una. ¿Quieres llamarme por teléfono? Podría darte el número de mi móvil, y así nadie se enteraría de que has llamado. O tú podrías darme el tuyo. Esto de escribir unas cuantas frases y vuelta a empezar es una tontería. ¿Tienes mensajería instantánea?
No. No tengo tiempo para esas cosas. Y nada de llamadas telefónicas. Esto es más seguro.
Pero tú mantienes el anonimato y yo no. No le veo la gracia.
A mí me parece muy divertido. Me gusta librarme de quién soy y de lo que hago. ¿Tienes ordenador de sobremesa o portátil?
Intenté decidir cuál de los sospechosos podría desear huir de sí mismo. Aidan Meade no, seguro. Era demasiado narcisista para necesitar distanciarse. Supuse que cualquiera de los otros sí podría desearlo. ¿Acaso no deseamos la mayoría de nosotros escapar de nuestra identidad de vez en cuando?
Portátil. ¿Y tú?
También. ¿Estás en la cama?
No. En la cocina. Necesito un enchufe para el teléfono. ¿Y tú?
En la cama. Es inalámbrico.
¿Inalámbrico en Middle River? Impresionante.
No bien había enviado estas palabras cuando me di cuenta de dos cosas. La primera, que si estaba con el ordenador en la cama, dormía solo. Y la segunda, que estábamos coqueteando.
Eso también eliminaba a Aidan Meade. Aidan no coqueteaba; él iba a saco. Y eliminé a su hermano, James: no tenía sentido del humor. Azul Azul escribía bien —ni un solo error, de momento—, y sabía expresarse mejor de lo que me imaginaba, lo que me hacía pensar que tampoco era Alfie Monroe. Alfie era como un motor grande, como una máquina grande.
Tony O’Roarke era una posibilidad. No sabía nada de él, y mucho menos si dormía solo o acompañado.
Y también habría incluido a Tom Martin, de no haber sido porque no trabajaba en la fábrica, sino en la clínica.
Conque ligando. Interesante. Jamás había ciberligado. A Greg podría parecerle fatal, pero ¿qué daño podría hacer explotar el asunto hasta el final? Con esa actitud añadí unas palabras antes de enviar el correo.
¿Eres un hombre?
Eso parecía la última vez.
Ja, ja. ¿Qué haces en la fábrica?
Lo suficiente para saber de lo que hablo. ¿Qué estás buscando?
Algo que me convenza de que eres un tipo legal.
A ver qué te parece esto. Las papeleras como Northwood transforman la madera en papel. Una parte del proceso comporta la utilización de blanqueador. El blanqueador o cloro, como se suele llamar, se produce en una instalación especial. Northwood tiene una pequeña que cubre sus necesidades. ¿Lo sabías?
No. ¿Qué más?
En las instalaciones para el proceso de blanqueo se produce cloro con sal y electricidad. Tradicionalmente se empleaba mercurio para estabilizar el producto cuando la electricidad pasaba por la sal. Digo «tradicionalmente» porque ahora sabemos que el mercurio es sumamente tóxico. Cuando se libera en las instalaciones de blanqueo en forma de residuos, contamina el aire, la tierra y el agua cercanos a la instalación. Si le añadimos las corrientes del agua y del viento, nos encontramos con una contaminación muy grave.
¿Aquí hay contaminación grave?
Northwood ha cumplido todas las normativas del estado. Ya no utilizamos mercurio.
Entonces, ¿cuál es el problema?
Te toca a ti. Tú me dirás.
Quizá fuera lo suficientemente fuerte como para resistir las provocaciones, pero yo soy muy humana, y además estaba impaciente. Coquetear era estupendo —la cautela era algo estupendo—, pero era él quien había mencionado la palabra «mercurio». Si tenía información, yo quería esa información.
Mercurio. O seguís utilizándolo ilegalmente o queda contaminación de otras épocas. ¿Qué tal voy?
No está mal. Olvida lo primero. Ya no utilizamos mercurio. Pero el pasado sigue siendo un problema.
¿En qué sentido?
Si te lo digo, ¿qué harás con la información?
Depende de si llego a la conclusión de que puedo confiar en ti. Aún no me has dicho por qué haces esto. ¿Qué importancia tiene para ti? ¿Qué esperas que haga yo? ¿Y por qué no lo haces tú mismo?
¿Que por qué no lo hago yo mismo? Lo he intentado. He hablado con la gente, pero se niegan a hacerme caso. Y estoy en una situación difícil. Si voy demasiado lejos, me arriesgo a perder los vínculos con Northwood, y esos vínculos significan mucho para mí.
¿Qué espero que hagas? Hay cierta información que yo no tengo. Tendrás que ser mis piernas para eso. Para lo demás, necesito que seas mi voz.
Pensé en Tom. ¿No había hablado él también con la gente? ¿No se encontraba también en una situación difícil? No, no pensaba que Tom fuera Azul Azul. Azul Azul decía que llevaba bastante tiempo en Northwood. Tom no solo había llegado hacía relativamente poco a Middle River, sino que no tenía nada que ver con la papelera.
Sin embargo, me estaba utilizando. Los dos tenían eso en común. Así que contesté a Azul Azul.
Quieres decir que me necesitas como chivo expiatorio.
Pulsé «enviar» con más fuerza de lo necesario, pero es que me tenía atónita la caradura de aquel tipo. Quería que le hiciera el trabajo sucio. Nada de coqueteos. Me estaba utilizando.
Sentí la tentación de apagar el ordenador, de cortar a aquel tipo, por así decirlo: dar media vuelta y largarme. Eso es lo que me impulsaba a hacer mi máscara, apasionadamente defensiva, de Middle River. Pero también era lo suficientemente adulta como para pararme a pensar, a comprender que si aquel hombre tenía información que pudiera resultarme beneficiosa, la utilización era recíproca. Si tenía información que pudiera explicar la enfermedad de mi madre, y si esa información implicaba a la Papelera Northwood, ¿no mataría dos pájaros de un tiro?
¿Cómo ibas a ser un chivo expiatorio? Repararías un daño. Averiguarías por qué murió tu madre. Harías algo bueno por todas las personas que viven en Middle River. Si no en otra cosa, piensa en los niños. El mercurio tiene consecuencias devastadoras para los niños. ¿Cómo puedes volverle la espalda a algo así?
Es lo que tú haces.
No. Si no accedes a ayudarme, buscaré a otra persona. Llevo en esto bastante tiempo, y tengo a quién recurrir. Quizá no esté dispuesto a mostrarme a las claras. Quizá no esté dispuesto a sacrificar mi nombre y mi puesto, pero me siento comprometido. Es posible que no te hagan una oferta mejor. Piénsalo. Voy a cerrar.
Lo estuve pensando durante un buen rato y, naturalmente, a la mañana siguiente me desperté tarde, lo que significó que, como le había prometido a Phoebe que la ayudaría en la tienda, no tuve tiempo para ir a correr. Eso me puso de mal humor, lo que probablemente explique mi paranoia. Estaba convencida de que Phoebe no quería que anduviera por allí, porque no bien habíamos llegado a la tienda cuando me encargó una larga serie de recados sin importancia —estaba segura de que lo hizo a propósito—, como tirar la basura, comprar productos de limpieza y entregar en mano un par de medias a una clienta.
Adondequiera que iba, se me quedaban mirando; también estaba convencida de eso. Me daba la impresión de que sabían que estaba en contacto con Azul Azul, de que sabían que estábamos conchabados.
La verdad es que no había vuelto a saber nada de Azul Azul. Sí había tenido noticias de Greg, un mensaje truncado enviado por su Blackberry poco antes de que el helicóptero que lo llevaba aterrizara en un campamento base en el glaciar Kahiltna. Decía que estaba muerto de frío pero lleno de energía, que sería el último correo que me enviaba hasta que cubrieran los 3600 metros de la meta, en el plazo de cuatro días, si el tiempo lo permitía, y que debía verificar lo que me dijera cualquier informante. Hasta eso me sentó mal. Naturalmente que pensaba comprobarlo todo. ¿Qué se creía Greg? ¿Que soy tan ingenua?
En el transcurso del día tuve que hacer más recados. Envié facturas, fui a buscar algo para comer, llené de gasolina la furgoneta (esto último tras esperar diez minutos detrás del minibús con su carga de domingueros que hacían la ruta de Peyton Place desde el hostal de Road’s End).
Phoebe tuvo sus buenos momentos: arregló el lío que había montado en el despacho el día anterior. Pero no conforme con encargarme recados sin importancia, me pidió cosas absurdas. Por ejemplo: en un momento dado me envió con una lista de sitios en busca del carpintero que había prometido pasar el domingo reconstruyendo los expositores de una habitación de la tienda. Quería confirmación de que iba a ir. Lo que yo quería saber era por qué aquel tipo no tenía teléfono móvil para poder llamarlo. Por Dios, si en aquella ciudad todo el mundo tenía móvil.
No lo localicé, lo que me hizo pensar que Phoebe sabía que no lo encontraría, y sí, estaba de mal humor. Ella no me había pedido ayuda; se la había ofrecido yo. ¿Acaso esperaba que me pusiera al frente de la tienda? A lo mejor tenía miedo de eso, de que yo intentara hacerme dueña de la situación, lo que era absolutamente ridículo. Soy escritora, no comerciante. Y lo digo con el mayor respeto por lo que hacía Phoebe. Yo me habría vuelto loca con la indecisión de algunas de sus clientas: la falda negra es la mejor… no, la azul marino quedará mejor con los zapatos… pero la negra me hace más delgada… claro que la beis sería perfecta para septiembre…
Escribir es una profesión solitaria, y eso significa que hago lo que quiero y cuando quiero. Sí, tengo que ajustarme a los plazos de las editoriales, pero mi libro es mi libro, y controlo por completo su contenido. Mi modus operandi no supone esperar a que alguien decida comprar mocasines o sandalias, un jersey de cuello de pico o redondo de cachemira o de lana. No tengo paciencia para esas cosas. No querría haberme quedado con la tienda por nada del mundo.
Quizá Sabina le había metido esa idea en la cabeza.
Más paranoias.
Y eso era culpa de Phoebe. Si me hubiera encomendado tareas que hubieran requerido pensar, no habría tenido tiempo para hacerme mala sangre. Pero solo me encargaba cosas para que estuviera entretenida, nada más. ¿Ir por todo Middle River haciendo recaditos estúpidos? Mi peor pesadilla. Y lo violenta que me sentía. No solo me miraba la gente adondequiera que fuese, sino que cuando había algún motivo para que intercambiáramos unas palabras, se ponían a la defensiva.
Y por si fuera poco, mi sombra. Alguien me seguía. Estaba convencida. No sé cuántas veces sentí una especie de picor en la nuca y me volví rápidamente a mirar. Por supuesto, nunca había nadie. Pero había habido alguien. No descubrí quién era hasta que fui a la tumba de mi madre, al día siguiente. Hasta entonces, simplemente estaba de un humor de perros, algo que podía ser un tanto infantil pero también real. El sábado por la noche estaba tan indignada con Middle River que accedí a ayudar a Azul Azul a cualquier cosa que deseara su corazoncito.
Para: Azul Azul
De: Annie Barnes
Asunto: Tu oferta
Tienes razón. ¿Qué hacemos ahora?