No es la heroína, que te convierte en un zombi. No es el porro, que te relaja y te inyecta los ojos en sangre. La coca es la droga performativa. Con la coca puedes hacer cualquier cosa. Antes de que te haga estallar el corazón, antes de que el cerebro se te haga papilla, antes de que el pene se te quede fláccido para siempre, antes de que el estómago se te convierta en una llaga supurante, antes de todo eso trabajarás más, te divertirás más, follarás más. La coca es la respuesta exhaustiva a la necesidad más apremiante de la época actual: la falta de límites. Con la coca vivirás más. Te comunicarás más, primer mandamiento de la vida moderna. Cuanto más te comunicas más feliz eres, cuanto más te comunicas más disfrutas, cuanto más te comunicas más comercias en sentimientos, más vendes, vendes más de cualquier cosa. Más. Siempre más. Pero nuestro cuerpo no funciona con los «más». En cierto punto la excitación tiene que calmarse y el físico volver a un estado de tranquilidad. Y justo aquí interviene la cocaína. Es un trabajo de precisión porque debe infiltrarse entre las células individuales, en el punto exacto que las separa —la hendidura sináptica— y bloquear un mecanismo fundamental. Es como cuando juegas al tenis y acabas de meterle a tu adversario un drive imparable: en ese momento el tiempo se congela y todo es perfecto, la paz y la fuerza conviven en ti en total equilibrio. Es una sensación de bienestar provocada por una microscópica gota de una sustancia, el neurotransmisor, que cae justo sobre la hendidura sináptica. La célula se ha excitado y ha contagiado a la de al lado, y así sucesivamente, hasta implicar a millones de ellas en un hormigueo casi instantáneo. Es la vida que se enciende. Luego vuelves a la línea de fondo y lo mismo hace tu adversario, estáis listos para disputaros otro punto, la sensación de hace un momento es un eco lejano. El neurotransmisor ha sido reabsorbido, los impulsos entre una célula y otra han quedado bloqueados. Es entonces cuando llega la cocaína. Inhibe la reabsorción de los neurotransmisores, y tus células están siempre encendidas, como si fuera Navidad todo el año, con las luces resplandeciendo los trescientos sesenta y cinco días. Dopamina y noradrenalina son los nombres de los neurotransmisores a los que la coca ama con locura y de los que no querría separarse nunca. El primero es el que te permite ser el centro de la fiesta, porque ahora todo es más fácil. Es más fácil hablar, es más fácil ligar, es más fácil ser simpático, es más fácil sentirse apreciado. El segundo, la noradrenalina, tiene una acción más solapada. A tu alrededor todo está amplificado. ¿Se cae un vaso? Tú lo oyes antes que los demás. ¿Golpea una ventana? Tú eres el primero en darse cuenta. ¿Te llaman? Te vuelves antes de que hayan terminado de pronunciar tu nombre. Así funciona la noradrenalina. Aumenta el estado de vigilancia y alerta, a tu alrededor el entorno se llena de peligros y amenazas, se vuelve hostil, siempre esperas sufrir un daño o un ataque. Las respuestas de miedo-alarma son aceleradas, las reacciones inmediatas, sin filtro. Es la paranoia, su puerta abierta de par en par. La cocaína es la gasolina de los cuerpos. Es la vida elevada al cubo. Antes de consumirte, de destruirte. La vida de más que parece haberte regalado la pagarás con intereses de usurero. Tal vez, después. Pero después no cuenta para nada. Todo está aquí y ahora.