Kyle Barlowe, Burt Tully y Edna Vanoff rodearon a Grace en el lindero del bosque bajo la última conífera. El viento pareció lamerles desde el prado como si tuviera hambre de su calor. Grace se quitó los guantes y extendió los brazos con las palmas hacia el prado, más allá de los árboles, para recibir impresiones psíquicas. Los otros esperaron silenciosos a que ella decidiera cuál había de ser el siguiente paso.
Fuera, en el terreno abierto del valle, la fulminante ventisca era igual que una cadena interminable de explosiones de cargas de dinamita, un rugido incesante, violentas oleadas de viento semejantes a maretazos, nieve tan densa como el humo. Un tiempo apropiado para el fin del mundo.
—Ellos siguieron este camino —dijo madre Grace.
Barlowe sabía ya que sus presas habían dejado el bosque allí porque sus huellas se lo revelaban. Otra cuestión muy distinta era saber la dirección que habían tomado hacia el campo abierto; aunque hubieran abandonado aquel lugar poco tiempo antes, su rastro no habría sobrevivido mucho más allá del perímetro del bosque. Esperó a que madre Grace le revelara algo que le era imposible discernir por su cuenta.
Estudiando con aire preocupado el campo de nieve ante su vista, Burt Tully dijo:
—No podemos exponernos ahí fuera. Moriríamos todos.
De repente, Grace bajó las manos y se internó entre los árboles.
Los demás la escoltaron, alarmados por su expresión de terror.
—Demonios —murmuró ella con voz ronca.
—¿Dónde? —inquirió Edna.
Grace tembló de pies a cabeza.
—Ahí fuera.
—¿En la tormenta? —preguntó Barlowe.
—Centenares… millares… esperándonos… agazapados tras los cúmulos de nieve… dispuestos a saltar… y destruirnos.
Barlowe miró hacia el campo abierto. No pudo ver nada, salvo nieve. Quiso poseer el don de madre Grace. Había espíritus malévolos muy cercanos, y él no era capaz de detectarlos, lo cual le hizo sentirse pavorosamente vulnerable.
—Debemos esperar aquí —decidió Grace—. Hasta que pase la tormenta.
Burt Tully mostró un alivio patente.
—Pero el chico… —objetó Barlowe.
—Se hace más poderoso —reconoció Grace.
—¿Y el Crepúsculo?
—Se aproxima.
—Entonces, si esperamos…
—Llegaremos demasiado tarde —sentenció ella.
—¿No querrá protegernos Dios si vamos al prado? —inquirió el hombretón—. ¿Acaso no estamos armados con Su poder y Su gracia?
—Debemos esperar. Y rezar —fue la única respuesta que tuvo de ella.
Entonces Kyle supo cuan tarde era en realidad. Tan tarde que ellos deberían estar más vigilantes que en ninguna ocasión anterior. No podrían permitirse ya la temeridad. Ahora Satanás era una presencia tan poderosa y real en este mundo como el propio Dios. Tal vez la balanza no se hubiese inclinado todavía a favor del demonio, pero el equilibrio se hacía sumamente delicado.