LVI

Al llegar a la cabaña, Christine encontró a Joey plantado en la sala. Su cara tenía un tinte ceniciento. El niño había oído el tiroteo y lo sabía.

—¡Es ella!

—Escucha, cariño, ve a buscar tu traje de esquiar y tus botas. Saldremos muy pronto.

—Es ella, ¿verdad? —inquirió él muy quedo.

—Debemos estar dispuestos para partir apenas llegue Charlie.

—Pero ¿es ella?

—Sí —confesó Christine; las lágrimas llenaron los ojos del niño y ella lo estrechó contra su pecho—. Todo saldrá bien. Charlie cuidará de nosotros.

Ella le miró a las pupilas; pero él no le correspondió; más bien parecía ver a través de ella, hacia un mundo distinto, un mundo exclusivamente suyo. El vacío de aquella mirada la escalofrió.

Christine había esperado que él se vistiera solo mientras ella metía cosas en la mochila; pero el chiquillo parecía a punto de caer en un estado catatónico. Permaneció allí plantado e inmóvil con expresión ausente y brazos colgantes. Ella cogió su traje de esquiar y lo vistió, se lo puso encima del suéter y los vaqueros que llevaba. Luego unos calcetines gruesos en los menudos pies, y las botas cuyos cordones ató. Después, depositó su pasamontañas y sus guantes en el suelo junto a la puerta para no olvidarlos cuando se marcharan.

Después, fue a la cocina y seleccionó comestibles y otros artículos para la mochila. Joey la acompañó y se mantuvo a su lado. De improviso, salió de su trance y con las facciones desfiguradas por el miedo exclamó:

—¡Brandy! ¿Dónde está Brandy?

—Querrás decir Chewbacca, cariño.

—Brandy. ¡Quiero decir Brandy!

Atónita y consternada Christine cesó de embalar cosas y acuclillándose frente a él le puso una mano en la cara:

—No me hagas esto cariño… no preocupes tanto a tu mamá. Recuérdalo. Sé que no lo harás. ¿No recuerdas que Brandy… se murió?

—No.

—La bruja…

—¡No!

—… lo mató.

El niño meneó la cabeza con violencia.

—¡No, no! ¡Brandy! —llamó con verdadera desesperación—. ¡Brandy! ¡Braaaandy!

Ella le sujetó. El muchacho se debatió furioso.

—Por favor, cariño, por favor…

En ese momento, Chewbacca llegó a la cocina para averiguar la causa de tanta conmoción. El niño se zafó de Christine, cogió gozoso al perro y le abrazó la peluda cabeza.

—¡Brandy! ¿Lo ves? Es Brandy. Está todavía aquí. Me has engañado. Brandy está bien. No le ha ocurrido nada al viejo Brandy.

Durante un momento, Christine no pudo respirar ni moverse porque el dolor la paralizó, no un dolor físico sino emocional, profundo y amargo. Joey estaba enloqueciendo. Ella creyó que el pequeño había aceptado la muerte de su perro, que todo había quedado solucionado cuando ella le obligó a llamar Chewbacca al nuevo animal, en lugar de Brandy II. Pero ahora… Cuando ella le hablaba, él no le respondía ni la miraba, sólo murmuró palabras cariñosas al perro; lo acarició y abrazó. Christine gritó su nombre. El niño siguió sin contestar.

Ella hizo mal al permitir que tuviera esta réplica del otro. Debió haberlo llevado otra vez a la perrera y hacerle elegir otro chucho; cualquiera menos un spaniel dorado.

O quizá no. Quizás ella no pudiera hacer nada para salvar su cordura. No cabía esperar que un chiquillo de seis años se mantuviera firme mientras su mundo se derrumbaba en derredor. Muchos adultos se habrían desmoronado antes. Aunque ella pretendiera lo contrario, los problemas mentales y emocionales del niño habían sido inevitables.

Un buen psiquiatra le habría ayudado. Esto fue lo que se dijo ella. Su apartamiento de la realidad no era permanente. Tenía que creerlo así. ¡Tenía que creerlo! De otra forma, no podrían ir a ninguna parte.

Ella vivía para Joey. Él era su mundo, su significado. Sin él… Lo peor de todo era que ahora no tenía tiempo para abrazarlo, consolarlo y hablarle, que era lo que él necesitaba desesperadamente… y ella también. Pero la Spivey se acercaba y el tiempo pasaba… Por tanto, tuvo que hacer caso omiso de Joey, apartarse de él cuando más la necesitaba, dominarse y seguir introduciendo cosas en la mochila. Las manos le temblaron, las lágrimas le rodaron por las mejillas. Ahora, aunque Charlie salvara la vida de Joey, ella podría perder a su niño para conservar de él sólo el cascarón viviente pero vacío.

La llenó el odio más negro contra la Spivey y la Iglesia del Crepúsculo. No quiso sólo matarlos. Deseó torturarlos primero. Deseó hacer gritar a la vieja perra, hacer suplicar gracia a aquella asquerosa tiparraca ¡repugnante e inmunda, podrida y demencial!

Con palabras tiernas, mimosas, Joey murmuró:

—Brandy… Brandy… Brandy.

Y acarició a Chewbacca.