El día se fundía ya en la oscuridad. El color se retiraba del escenario por donde ellos circulaban, dejando árboles, colinas y todo cuanto componía el paisaje, tan gris como la superficie de la autopista.
Kyle Barlowe encendió los faros y se encorvó sonriente sobre el volante del Oldsmobile.
¡Ahora sí! Ahora poseían una pista real que seguir. Ahora tenían algo sólido a que agarrarse. Información. Un plan lógico. No iban ya guiados por un presentimiento, una oración. No conducían a ciegas, camino del norte, simplemente porque pareciese una buena idea. Sabían al fin dónde se hallaba el chico, dónde debía estar. Tenían un destino, y Barlowe empezaba a creer otra vez en el liderazgo de madre Grace.
Ella iba en el asiento contiguo, respaldada contra la puerta, sumida en uno de esos sueños breves pero de profundidad abismal que la sorprendían con una frecuencia decreciente. ¡Bien! A la mujer le hacía falta descanso. El enfrentamiento estaba cercano. La hora de la verdad. Cuando estuvieran cara a cara con el demonio, ella necesitaría de toda su energía.
Y si Grace no era la mensajera de Dios, ¿por qué les había llegado esa información vital? Aquello probaba que ella tenía razón, que obraba bien, que decía la verdad. Y, por tanto, debía ser obedecida.
Por el momento, sus dudas se disiparon.
Barlowe miró por el retrovisor. Las dos furgonetas iban casi pegadas a ellos. ¡Cruzados! Cruzados sobre ruedas en vez de a lomos de caballo.