Poco antes de medianoche Charlie hizo alto ante un motel. Tomaron una habitación con dos espaciosas camas. Christine y él se turnaron para dormir. Aunque el investigador tuviera la certeza de que no los habían seguido, y a pesar de que aquella noche se sentía más seguro que las precedentes, creyó oportuno que se hiciera guardia sin interrupción.
Joey tuvo un sueño irregular, despertando repetidas veces de pesadillas, estremeciéndose entre sudores fríos. Por la mañana, estaba más pálido que nunca, y habló incluso menos que antes.
La lluvia se había reducido a una llovizna ligera.
El cielo era bajo y gris, desapacible y opresivo.
Después del desayuno, cuando Charlie puso el jeep de cara al norte, camino de Sacramento, Christine viajó en el asiento trasero con el niño. Le leyó un libro de cuentos, así como tebeos que habían comprado el día anterior. Él escuchó pero no hizo preguntas, mostró poco interés y no sonrió ni una vez. Su madre intentó animarle a jugar una partida de naipes; pero él no quiso.
Harrison sentía cada vez mayor preocupación por Joey, y también experimentaba una frustración y una cólera crecientes. Él había prometido protegerlos y poner fin al acoso de la Spivey. Y ahora, todo cuanto hacía por ellos era ayudarles a huir, con el rabo entre las piernas, hacia un futuro incierto.
Hasta Chewbacca se mostraba deprimido. El animal se tendió en la zona de carga, detrás del asiento trasero, moviéndose raras veces, si acaso, para mirar un instante por la ventanilla el ceniciento día, y luego tumbarse de nuevo sin dejarse ver más.
Llegaron a Sacramento antes de las diez, localizaron un gran establecimiento de artículos deportivos y compraron muchas cosas que necesitarían para la montaña: sacos de dormir con forro aislante, por si el sistema calefactor de la cabaña no fuera lo bastante fuerte para combatir las temperaturas bajo cero del invierno; botas alpinas; trajes de esquiar… Blanco para Joey, azul para Christine, verde para Charlie; guantes; gafas ahumadas para evitar la ceguera de la nieve; gorros de punto; zapatos adecuados; cerillas para la intemperie en latas impermeables, un hacha y una veintena de artículos diversos. Charlie compró también una escopeta Remington del calibre treinta, y un rifle automático Winchester 100, que era un arma ligera pero muy potente. Adquirió asimismo munición en abundancia.
Estaba seguro de que la Spivey no los buscaría en la montaña.
Pero por si acaso…
Después de un almuerzo anticipado y rápido en McDonald’s Charlie utilizó el detector electrónico en un teléfono público y llamó a Henry Rankin. La línea no estaba pinchada pero Henry tenía pocas novedades. Los periódicos del Condado de Orange y Los Ángeles rebosaban todavía de información sobre la Iglesia del Crepúsculo. Los polis seguían buscando a Grace Spivey. No obstante, les interesaba también el paradero de Charlie y se estaban impacientando; comenzaban a sospechar que él no quería presentarse porque era culpable del asesinato por el que querían interrogarle. Ellos no podían entender que él les evitara porque la Spivey pudiera tener adictos dentro del departamento policial; en cualquier caso, ellos rechazarían de plano semejante posibilidad. Entretanto, Henry se hallaba atareado con la reorganización de la empresa, y por lo pronto había instalado el cuartel general de la agencia en su propia casa. Le aseguró que dentro de veinticuatro horas se reanudaría el trabajo a toda máquina sobre el caso Spivey.
En una gasolinera, los tres usaron los lavabos para ponerse la ropa de invierno que habían comprado. La montaña no estaba ya muy lejos.
De nuevo en el jeep, Charlie tomó la dirección éste, hacia la sierra; Christine continuó en el asiento trasero, leyendo cuentos a Joey, hablándole, intentando con ahínco, pero sin mucho éxito, hacerle salir de su concha.
La lluvia cesó.
El viento arreció.
Más adelante hubo nevisca.