XLIV

Charlie condujo el LTD a la zona de estacionamiento del motel, aparcó en la sección frente a su unidad… y le pareció ver movimiento tras la pequeña ventana de la cocina. Podría haber sido su imaginación, por descontado. O podría haber sido la camarera. Pero él no creyó que fuera ni una cosa ni otra.

Así que, en vez de parar el motor, puso la marcha atrás e hizo retroceder el LTD fuera del aparcamiento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Christine.

—Tenemos compañía.

—¿Qué? ¿Dónde?

Desde el asiento trasero les llegó una voz tenue que era la esencia del terror.

—¡La bruja!

Frente a ellos, mientras se alejaban de espaldas, la puerta de su motel empezó a abrirse.

«¿Cómo diablos nos habrán descubierto tan pronto?», se preguntó maravillado Charlie.

A fin de no perder tiempo en la maniobra para marchar de frente, continuó en marcha atrás hacia la avenida que pasaba por delante del motel.

En la calzada apareció una furgoneta blanca que se acercó al bordillo para bloquear la salida del Wile-Away Lodge.

Charlie la vio por el espejo retrovisor y frenó en seco para evitar el choque.

Oyó unos disparos. Dos hombres empuñando armas automáticas habían surgido del motel.

—¡Al suelo!

Christine se volvió hacia Joey.

—¡Échate al suelo! —le gritó.

—Tú también —le ordenó Charlie mientras apretaba otra vez el acelerador y hacía girar el volante para contornear la furgoneta detrás de él.

Ella se soltó el cinturón y se agazapó manteniendo la cabeza por debajo de la ventanilla.

No había nada que Charlie pudiera hacer salvo salir de allí a una velocidad de todos los diablos.

Chewbacca ladró furioso. Fue un sonido para romper cualquier tímpano en el coche cerrado.

Harrison atravesó el aparcamiento en marcha atrás, arañando de refilón a un Toyota, rompiendo una esquina de la barandilla metálica que circundaba la piscina. No existía otra salida a la calle; pero eso no le importó. Se hizo su propia salida. Condujo hacia atrás por la acera y por el alto bordillo. El bastidor rozó algo con un largo chirrido, y Charlie rezó por que el depósito de gasolina quedara intacto. Luego, el LTD se descargó sobre el pavimento con una fuerte sacudida. El motor no se caló. ¡Gracias a Dios! Con el corazón marchando casi al mismo ritmo que los seis cilindros del automóvil, Charlie apretó el acelerador y siguió hacia atrás rugiendo hasta entrar en la State Street; estuvo a punto de chocar con un Volkswagen que subía embalado la cuesta, y dio lugar a que los conductores de otros seis vehículos frenaran y giraran el volante frenéticos para apartarse de su camino.

Entretanto, la furgoneta Ford blanca abandonó la salida del motel que había estado bloqueando; volvió a la calle e intentó arrollarles. El radiador del vehículo semejó una boca enorme y sonriente, era como las fauces de un tiburón cuando arremetió contra ellos. Dos hombres fueron visibles detrás del parabrisas. La furgoneta afeitó el guardabarros derecho del LTD, y hubo un desgarramiento de metal como el grito de un animal torturado, seguido por la caída estrepitosa de cristales al estallar el faro derecho del coche, el cual osciló de forma violenta a consecuencia del trastazo. Joey gritó, el perro gimió y Harrison casi se mordió la lengua.

Christine empezó a levantarse para ver lo que estaba sucediendo y Charlie le gritó que permaneciera quieta mientras cambiaba de velocidad y arrancaba hacia el este del Estado, contorneando en amplia curva la parte trasera de la furgoneta. Ésta hizo un intento de topar contra él en marcha atrás, pero fue esquivada a tiempo.

El investigador temió que el abollado guardabarros obstaculizara el funcionamiento del neumático y les obligara a detenerse tarde o temprano. Por suerte no ocurrió así. Se oyó un tintineo metálico como de trozos desprendidos del coche cayendo al suelo, pero no hubo ningún ruido de desgarramiento como el que haría una cubierta o un eje al encontrar una obstrucción.

Charlie oyó más disparos. Algunas balas alcanzaron el coche; no obstante ninguna penetró donde se hallaban los pasajeros. Luego, el LTD se movió rápido poniéndose fuera del alcance de sus perseguidores.

Charlie hizo rechinar los dientes con tal furor que las mandíbulas le dolieron; pero no pudo contenerse.

Más adelante, en el cruce, otra furgoneta Ford blanca apareció por su derecha y avanzó rauda desde la sombra profunda proyectada por un inmenso roble.

—¡Éstos tipos están por todas partes, Dios santo!

La nueva furgoneta se dirigió como un rayo hacia la intersección con la finalidad de bloquearles el paso. Para apartarse de su trayectoria, Charlie invadió temerariamente la calzada contraria. Un Mustang contorneó en amplio arco al LTD, y detrás de él un Jaguar rojo saltó el bordillo y se metió en el aparcamiento de una Burger King para evitar el encontronazo.

A todo esto el LTD había alcanzado la intersección. El coche respondía con demasiada lentitud pese a que Charlie apretaba el acelerador a fondo.

Por la derecha, la segunda furgoneta seguía avanzando aunque no pudiera ya cerrarle el camino. Como era demasiado tarde para eso, intentaba arrollarlo.

Charlie continuó en la calzada contraria. El conductor de un Pontiac que venía en dirección contraria, frenó con excesiva brusquedad y patinó. El coche se puso de costado y se deslizó, directamente hacia ellos, como un huracán arrollador.

Charlie aflojó el acelerador, pero no tocó los frenos porque si paraba por completo perdería toda movilidad y sólo conseguiría retrasar algo el momento del impacto.

Le bastó una fracción de segundo para considerar todas sus opciones. No podría girar hacia la izquierda, la otra calle del cruce, porque ésta se hallaba atestada de coches. No le era posible marchar hacia la derecha porque la furgoneta provenía de esa dirección para embestirle. Tampoco existía la solución de dar marcha atrás porque había muchos vehículos detrás de él y además no le daba tiempo a cambiar la velocidad. Sólo podía seguir hacia adelante tal como lo hacía el Pontiac hacia él, continuar avanzando e intentar hurtar el bulto o más bien la masa de acero que, súbitamente, pareció tan grande como una montaña.

Una tira de goma se desprendió de las humeantes cubiertas del Pontiac y saltó en el aire cual una serpiente voladora.

En la siguiente fracción de segundo, la situación cambió: el Pontiac no continuó deslizándose de costado sino que giró hasta virar ciento ochenta grados desde la posición original. Ahora, la parte posterior apuntó al LTD y, aunque siguió deslizándose, fue ya un bólido menos amenazador. Charlie dobló el volante todo a la derecha, luego otra vez a la izquierda esquivando al desmandado Pontiac que pasó chirriando con dos centímetros escasos de holgura.

Fue entonces cuando la furgoneta arremetió contra ambos. Por fortuna, tocó sólo los cinco centímetros finales del LTD arrancando el parachoques con un sonido horrendo, y el coche entero pareció desintegrarse al ser arrastrado un par de metros. De repente, el volante pareció tener voluntad propia; escapó a las manos agarrotadas de Charlie girando vertiginoso y quemándole las palmas. Él dio un grito; pero lo apresó otra vez. Entre maldiciones, se tragó las lágrimas de dolor, que le nublaron por un instante la visión, y consiguió colocar de nuevo el coche de cara al éste, pisó el acelerador y reanudó la marcha. Con un golpe de volante volvió a su propio carril e hizo sonar con insistencia el claxon para que los vehículos que se hallaban delante se apartaran de su camino.

Entretanto, la segunda furgoneta blanca, la que les había arrancado el parachoques, logró zafarse del barullo en la intersección y comenzó a perseguirlos. Al principio había dos coches delante de ella, luego uno, y por fin se había puesto inmediatamente detrás.

Al finalizar el tiroteo, Christine y Joey se habían sentado otra vez.

El chico miró por la ventanilla trasera hacia la furgoneta y exclamó:

—¡Es la bruja! ¡Puedo verla! ¡La veo!

—Siéntate bien y ponte el cinturón —le dijo Charlie—. Tal vez tengamos que dar algunos frenazos y giros súbitos.

La furgoneta los siguió a unos nueve metros, pero se fue aproximando.

Seis metros.

Chewbacca ladró de nuevo.

Con el cinturón ya puesto, Joey sujetó al perro con fuerza y lo tranquilizó.

La circulación delante de ellos se iba haciendo cada vez más densa y lenta.

Charlie miró por el retrovisor.

La furgoneta los seguía a sólo cuatro metros.

Tres.

—Se proponen embestirnos en marcha —dijo Christine.

Rozando apenas los frenos, Charlie se desvió hacia la derecha y entró en una calle estrecha, dejando atrás el denso tráfico y el trajín comercial de la State Street. Parecía que se hallaban en un antiguo barrio residencial: mucho bungalow, algunas casas de dos plantas, abundantes árboles añosos y coches aparcados sólo en una acera.

La furgoneta continuó tras ellos; pero se fue rezagando porque no podía doblar las esquinas tan aprisa como el LTD. Resultó ser un vehículo menos manejable que el coche. Con eso fue con lo que contó Charlie.

Tomó la próxima esquina a la izquierda aminorando la velocidad lo menos posible, casi sobre dos ruedas, a punto de perder el control en un bárbaro patinazo; pero manteniéndose firme por milagro, aunque abolló un coche aparcado demasiado cerca del cruce. Una manzana más allá, dobló a la derecha; luego a la izquierda, después derecha, por último izquierda otra vez… zigzagueando por las angostas calles, aumentando la distancia entre ellos y la furgoneta.

Cuando se encontraron ya «a dos esquinas» de la furgoneta y sus perseguidores no podían ver por dónde giraban, Charlie cesó de doblar al azar e inició la búsqueda de una ruta menos errática, calle por calle, encaminándose de nuevo hacia la State Street, cruzando la arteria principal y luego hacia el aparcamiento de otro centro comercial.

—No nos detendremos aquí, ¿verdad? —exclamó asombrada Christine.

—Pues sí.

—Pero…

—Los hemos perdido de vista.

—Por el momento, quizá. Pero ellos…

—Hay algo que necesito revisar —dijo Charlie.

Aparcó en un lugar lo más alejado posible del tráfico en la State Street, entre dos grandes vehículos, una caravana y un camión de carga.

Al parecer, cuando la segunda furgoneta blanca había arrancado el parachoques al LTD, también había dañado el tubo de escape y tal vez el silenciador. De resultas, un humo acre se introducía entre las juntas del suelo. Charlie les dijo que abrieran unos centímetros las ventanillas. No quiso parar el motor mientras se pudiera evitar; deseó estar presto para moverse en un momento dado, pero el humo se hizo demasiado denso y tuvo que detener el coche.

Christine se desabrochó el cinturón y se volvió hacia Joey.

—¿Te encuentras bien, cariño?

El niño no respondió.

Harrison lo observó.

El chiquillo estaba derrengado en un rincón. Sus manitas eran puños muy prietos. La barbilla hundida en el pecho. El rostro, lívido. Los labios le temblaban, pero él estaba demasiado asustado para gritar, paralizado por el miedo. A instancias de Christine, el pequeño levantó la vista por fin y dejó ver unos ojos horrorizados, cuarenta años más viejos que su rostro infantil.

El investigador sintió inmensa tristeza y fatiga al ver aquellos ojos y el alma torturada que revelaban. También sintió cólera. Le costó mucho dominar el impulso irracional de apearse, y regresar furtivo a la State Street para buscar a Grace Spivey y meterle unas cuantas balas en el cuerpo.

—¡La muy perra! ¡La estúpida y demencial perra! ¡Lastimosa y aborrecible, delirante y repulsiva!

—Chewbacca gimió muy quedo como si se diera cuenta del decaimiento de su joven amo.

El muchacho hizo un sonido similar y miró agradecido al animal, el cual apoyaba la cabeza sobre sus rodillas.

La bruja los había encontrado como por arte de magia. El niño dijo desde el principio que uno no puede ocultarse de una bruja por mucho que se esfuerce, y al parecer estaba en lo cierto.

—Joey… —le instó Christine—. ¿Te encuentras bien, cariño? Dime algo, hijo mío. ¿Te encuentras bien?

Al fin el chico asintió. Pero siguió sin querer, o sin poder, hablar. Y no hubo mucha convicción en su gesto de asentimiento.

Charlie comprendía que se sintiera así. ¡Resultaba dificilísimo creer que unas cosas tan terribles hubiesen ocurrido en un lapso de muy pocos minutos!

Los ojos de Christine se humedecieron. Charlie adivinó lo que ella estaba pensando… Temía que Joey hubiese perdido el juicio.

Y tal vez fuera así.