El trueno sacudió las paredes de cristal.
La lluvia cayó con más fuerza que nunca.
Aunque surgiera calor de las rejillas del techo, Charlie no pudo reprimir un escalofrío que le dejó sudorosas las manos.
Denton Boothe siguió hablando.
—Yo he conversado con personas que conocían a Grace antes de ese fanatismo religioso. Muchas mencionaron lo muy unidos que estaban su marido y ella. Casados durante cuarenta y cuatro años. Grace lo idolatraba. Nada le parecía demasiado bueno para su Alberto. Ella tenía siempre la casa como a él le gustaba, cocinaba sólo sus platos favoritos, hacía todo del modo que él prefería. La única cosa que fue incapaz de darle fue la que él habría antepuesto a todas las demás: un hijo. Cuando ella se vino abajo en su funeral, se pasó el rato diciendo: «¡No le di un hijo, no le di un hijo!». Resulta concebible que un retoño varón sea para Grace un símbolo de su fracaso por no poder dar a su marido lo que deseaba más. Mientras él vivió, ella pudo reparar ese fracaso tratándolo como a un rey, pero cuando el esposo se fue al otro mundo, Grace no tuvo ningún atenuante para paliar su esterilidad, y quizás empezara entonces su odio contra los niños pequeños. Primero los aborrecería, después los temería y por último imaginaría que uno de ellos era el Anticristo y había venido aquí para destruir el mundo. Aunque lamentable, es una progresión comprensible para la psicosis.
—Si no recuerdo mal, ellos adoptaron una hija… —dijo Henry.
—La que impuso a Grace un reconocimiento psiquiátrico cuando salió a la luz ese asunto del Crepúsculo —apuntó Charlie.
—Cierto —asintió Boo—. Grace vendió su casa, liquidó las inversiones y dedicó todo el dinero a esa iglesia. Fue un proceder irracional, y la hija tuvo razón al intentar preservar la fortuna de su madre. Pero Grace pasó el examen psiquiátrico con banderas desplegadas.
—¿Cómo? —preguntó maravillado Charlie.
—Bueno, ella fue astuta. Sabiendo lo que el analista buscaría, tuvo la suficiente presencia de ánimo para disimular todas las actitudes y tendencias que habrían disparado la alarma.
—¡Pero ella estaba liquidando todas las propiedades para constituir una iglesia! —exclamó Henry—. Sin duda el médico vería que ese acto no era el de una persona racional.
—Todo lo contrario. Demostró que ella veía lo arriesgado de sus acciones y preveía todas las consecuencias potenciales, o por lo menos convenció al analista de que las tenía previstas; el mero hecho de que quisiera dedicar todos sus bienes a la obra de Dios, no habría sido suficiente para declararla una incapacitada mental. En este país tenemos libertad religiosa, como es sabido. Es una importante libertad constitucional, y la ley, respetuosamente, se mantiene al margen en tales casos.
—Has de ayudarme, Boo —dijo Charlie—. Explícame cómo piensa esa mujer. Proporcióname una palanca para manejarla. Muéstrame cómo disuadirla, cómo hacerle cambiar de idea acerca de Joey Scavello.
—Ése tipo de personalidad psicopática no se asusta, ni vacila, ni se desmorona. Precisamente se presenta la reacción opuesta. Con una causa en la que creer, sustentada por delirios de grandeza cuya naturaleza es eminentemente religiosa… Bueno, pese a las apariencias, ella es una roca que resiste a ultranza presiones y coacciones. Vive una realidad que se ha forjado para sí, y lo ha hecho tan bien que, con toda probabilidad, no podrás desvirtuarla, ni descomponer ni hacer que Grace pierda su fe en ella.
—¿Estás diciendo que me será imposible hacerle cambiar de idea?
—Yo lo creo así. Imposible.
—¿Entonces, cómo le hago renunciar a sus designios? Ella es una pluma al viento, debe de ser fácil manejarla.
—No me estás escuchando… o al menos no quieres entender lo que te digo. No debes cometer el error de suponer que ella es vulnerable por la sencilla razón de que es una persona psicótica. Ése tipo de problema mental entraña un vigor peculiar, una habilidad especial para aguantar el rechazo, el fracaso y toda forma de coacción, ¿comprendes? Grace desarrolló su imaginación psicótica con la única finalidad de preservarse contra esas cosas. Es un modo de acorazarse frente a las crueldades y las decepciones de esta vida, y esa coraza es, por cierto, endiabladamente resistente.
—¿Estás diciendo que esa mujer no tiene flaquezas? —preguntó Charlie.
—Todo el mundo las tiene. Sólo te estoy diciendo que, en el caso de Grace, no será fácil encontrarlas. Tendré que revisar mi archivo sobre ella y meditar un buen rato… Dame un día por lo menos.
—Pues medita aprisa —dijo Charlie levantándose—. Me están pisando los talones unos cuantos centenares de fanáticos religiosos con instintos homicidas.
Cuando abandonaban el despacho, Boo dijo antes de que alcanzaran la puerta:
—Charlie, sé que algunas veces depositas mucha fe en mí…
—Sí, tengo un complejo mesiánico acerca de ti.
Haciendo oídos sordos a la broma, Boo dijo con un tono taciturno desacostumbrado:
—Sencillamente, no quiero que pongas demasiadas esperanzas en lo que yo pueda facilitarte. Lo más fácil es que me sea imposible proporcionarte nada. Ahora mismo yo diría que, en realidad, hay sólo una respuesta, un medio de frenar a Grace si deseas la salvación de tus clientes.
—¿Y cuál es?
—Mátala —dijo Boo sin sonreír.
—Tú no eres ni mucho menos uno de esos psiquiatras cruentos que quieren dar siempre una segunda oportunidad al genocidio. ¿Dónde te graduaste? ¿Tal vez en la escuela huna de Atila para comecocos?
Charlie deseó que Boo accediera a bromear con él. La torva reacción de su amigo ante el relato de su entrevista con Grace aquella mañana había sido tan desusada que le trastornó. Necesitaba una carcajada. Le hacía falta oírle decir que había algún puente de plata en alguna parte. La sobriedad de Boo, acompañada de una expresión tétrica, fue casi más pavorosa que la ampulosidad extravagante de Grace.
Boo se limitó a decir:
—Escucha, Charlie, tú me conoces. Sabes que suelo sacarle punta a cualquier cosa. En ciertas situaciones me río de la demencia precoz. También me divierten ciertos aspectos de la muerte y los impuestos fiscales, la lepra, la política norteamericana y el cáncer. Incluso se me ha visto sonreír ante las reposiciones de Laverne & Shirley cuando mis nietos han insistido en hacérmelas ver con ellos. Pero no veo aquí nada digno de risa. Tú eres un amigo muy querido, Charlie. Tengo miedo por ti.
—¡No querrás decir de verdad que yo deba matarla!
—Sé que tú no cometerías a sangre fría un asesinato —dijo Boothe—. Pero mucho me temo que la muerte de Grace sea lo único que pueda desviar la atención de esos exaltados religiosos hacia otros objetivos que no sean tus clientes.
—¿De modo que, si yo fuera capaz de asesinar a sangre fría, habría solución?
—Sí.
—¡Dios santo!
—El asunto es espinoso —convino Boo.