XXI

En el segundo piso de la casa vacía, O’Hara y Baumberg se apostaron ante las ventanas del espacioso dormitorio principal.

Ambos sintieron todavía la amenazadora presencia de una entidad diabólica observándolos. Intentaron desecharla aferrándose a su fe y a su determinación de completar la tarea que les había encomendado madre Grace.

Fuera, el patio trasero entre tinieblas sufrió los embates de un viento creciente. Desde allá arriba, ellos pudieron ver el fondo de la piscina. Ninguna bestia se agazapaba en la cavidad de cemento. Ahora no. Ahora estaba con ellos dentro de la casa.

Más allá de esa propiedad, había otra parcela de césped y otra casa, una vivienda estilo rancho de una sola planta, con una piscina llena e iluminada desde el fondo; era como una reluciente joya de un azul verdoso con forma de riñón.

Entretanto, O’Hara había sacado de la bolsa que tenía a sus pies unos prismáticos para ver de noche. Aprovechaban la escasa luz disponible para hacer resaltar la imagen de los paisajes oscuros. Gracias a ellos se le ofrecía una excelente panorámica de todas las fincas que colindaban con los patios traseros de las que se alineaban en la calle. Las fachadas daban a otra vía paralela a ésa.

—¿Cuál es la vivienda de Scavello? —preguntó Baumberg.

O’Hara se volvió despacio hacia la derecha tendiendo la vista al norte.

—La que se halla detrás de ésta, no. La siguiente, la de la piscina rectangular y los columpios.

—No veo columpio alguno —dijo Baumberg.

O’Hara le entregó los prismáticos.

—A la izquierda de la piscina. Un juego de columpios para niños y un gimnasio estilo laberinto. ¿Lo ves?

—Justo dos puertas más allá —dijo Baumberg.

—Sí.

—Ninguna luz encendida.

—No han llegado todavía.

—Quizá no vayan a casa —advirtió Baumberg.

—Irán.

—¿Y si no van?

—Los buscaremos —respondió O’Hara.

—¿En qué lugar?

—Iremos adonde Dios nos envíe.

—Baumberg asintió.

O’Hara abrió uno de los sacos y sacó un rifle.