Joey quiso ir delante con Pete Lockburn a quien habló sin tregua, y lleno de entusiasmo, durante todo el recorrido hasta casa.
Christine se acomodó detrás con Charlie, el cual se volvió a ratos para mirar por la ventanilla trasera. Frank Reuther los siguió en el Pontiac Firebird de Christine. Entre los pocos coches que marchaban detrás de Reuther, se dejó ver la furgoneta blanca, fácilmente identificable de noche porque tenía un faro más brillante que el otro.
—Me es imposible catalogar a ese individuo —dijo Charlie—. ¿Será tan tonto como para creer que no nos apercibimos de su presencia? ¿Estará convencido de que su actuación es discreta?
—Tal vez no le importe que lo hayamos localizado —comentó Christine—. ¡Ellos parecen ser tan… arrogantes!
Charlie se olvidó de la ventanilla trasera y suspiró.
—Probablemente tiene usted razón.
—¿Qué ha averiguado usted acerca de la compañía impresora… La Palabra Verdadera? —inquirió Christine.
—Lo que sospechaba. La Palabra Verdadera imprime material religioso… Folletos, octavillas, propaganda de toda especie. Su propietaria es la Iglesia del Crepúsculo.
—Jamás oí hablar de ella —manifestó Christine—. ¿Un culto de lunáticos tal vez?
—Sí, hasta donde llegan mis averiguaciones. Chiflados totales.
—No debe de ser un grupo muy nutrido, pues de lo contrario habría oído mencionarlos alguna vez.
—Nutrido no; pero sí rico —informó Charlie—. Tal vez lo formen unas mil personas.
—¿Peligroso?
—No ha estado complicado en grandes disturbios. Pero el potencial está ahí: el fanatismo. Nosotros hemos tenido ya un litigio con ellos por cuenta de otro cliente. Hace siete meses. La esposa de ese individuo lo abandonó para incorporarse al culto, y se llevó consigo a sus dos hijos… uno de tres años y otro de cuatro. Ésos iluminados se negaron a decirle dónde estaba su mujer y no le dejaron ver a los niños. La Policía no ayudó mucho que digamos. No hace nunca acto de presencia en tales casos. ¡Todo el mundo es tan cuidadoso de no pisotear las libertades religiosas! Además, los niños no habían sido secuestrados. Estaban con su madre. Una madre puede llevar a sus hijos adonde le plazca siempre que no viole un acuerdo de custodia en situaciones de divorcio, lo cual no era el caso. Fuera como fuera, encontramos a los niños, nos los llevamos y se los devolvimos al padre. No pudimos hacer nada acerca de la mujer. Ella permanecía con el culto por su propia voluntad.
—¿Viven en comuna? ¿Cómo esas gentes de Jonestown hace pocos años?
—Algunos sí; otros tienen sus hogares y apartamentos… Pero sólo si madre Grace les confiere ese privilegio.
—¿Quién es madre Grace?
Harrison abrió un portafolios del que sacó un sobre y una pequeña linterna. Le entregó el sobre, encendió la luz y dijo:
—Eche una mirada.
El sobre contenía una instantánea ampliada de veinte por veinticinco. Era una fotografía de la anciana que les había importunado en el aparcamiento. Incluso en una foto, hasta en dos dimensiones, los ojos de la vieja eran temerosos; había destellos de locura en ellos. Christine se estremeció.