La guerra se decide en Aragón (II):
la batalla del Ebro
La convicción de que la victoria se hallaba al alcance de la mano contribuyó, sin duda, a que durante los primeros meses de 1938 Franco dedicara un interés especial a los aspectos jurídicos y administrativos de lo que iba a ser la España de la posguerra. Con notable habilidad excluyó —aparentemente sólo de momento— la posibilidad de que Alfonso XIII pudiera regresar a España para realizar una restauración monárquica. El 3 de enero de 1938, Franco formó un gobierno en el que aparecían recogidas todas las tendencias que se daban cita en el bando nacional, desde la Falange (Fernández Cuesta y González Bueno) a los carlistas (conde de Rodezno) pasando por monárquicos (Gómez Jordana y Amado), un miembro del Bloque nacional (Sáinz Rodríguez) y, por supuesto, militares (Dávila y Martínez Anido). Tampoco faltaron en el gabinete hombres especialmente cercanos a Franco como su cuñado Serrano Suñer o su amigo José Antonio Suances. Dentro de la simbología que venía acompañando a las acciones de Franco, los ministros juraron su cargo en el monasterio de Las Huelgas, cerca de Burgos. No se trataba —por mucho que en ello insistiera la propaganda del Frente popular— de un gobierno fascista y no resulta por ello extraño que los asesores alemanes desde su llegada a España lo calificaran como Weiss (blanco) en clara referencia a las fuerzas que se habían enfrentado en Rusia con los bolcheviques. La mezcla de monárquicos de diferente tipo y de militares unidos por un programa antibolchevique y patriótico, que hundía sus raíces en la Historia nacional y deseaba defender la religión, recordaba, desde luego, más a personajes como Kornílov, Denikin o Kolchák que a Mussolini o Hitler. Incluso la Falange, que había recibido buena parte de su inspiración del fascismo italiano, contaba con peculiaridades, como su catolicismo, que la distanciaban de modelos como los entonces existentes en Alemania o Italia.
En la primavera, el nuevo gobierno iba a adoptar una serie de medidas que dejarían ver con una mayor claridad su orientación social e ideológica. Así el 9 de marzo fue promulgado el Fuero del Trabajo que, trasunto fiel de la Carta del Trabajo italiana, pretendía regular en cierta medida las condiciones de la industria y evitar los principios de la lucha de clases distanciándose de las normativas aprobadas por las izquierdas en los años de la Segunda República. Al mes siguiente, el gobierno creó el Servicio nacional de reforma económico-social de la tierra que, contra lo que podría indicar su nombre, tenía como finalidad derogar de una manera más formal la reforma agraria y las diversas acciones desencadenadas por la revolución devolviendo las tierras a sus anteriores propietarios. Aquel mismo mes se derogó la autonomía catalana (5) y se promulgó de manera formal una ley de censura de prensa (22).
Aniquilados de manera legal los aspectos izquierdistas y nacionalistas que caracterizaban al Frente popular, el embrionario nuevo estado de Franco necesitaba un soporte ideológico sobre el que levantarse. Halló éste —y para nadie fue una sorpresa— no en el fascismo, sino, como había sucedido en Rusia con los ejércitos blancos o en México con los criterios, en el patriotismo y en la forma de cristianismo vivida durante siglos en el seno de la nación, es decir, en el catolicismo.
La horrible persecución religiosa desencadenada por el Frente popular había llevado ya el 23 de noviembre de 1936, al cardenal Gomá, primado de España, a tomar abiertamente partido por los nacionales en un escrito de amplia circulación que recibió el nombre de «El caso de España».[46] La suya no era, en absoluto, una postura aislada y si no resultó aún más evidente fue por un deseo de la jerarquía de no enajenarse las simpatías de los nacionalistas vascos —el PNV era un partido expresamente católico— y de no frustrar la posibilidad de una paz por separado con ellos. Como ya vimos, finalmente, el 1 de julio de 1937, Gomá había encabezado la firma de la Carta colectiva del Episcopado español.[47] La suscribieron 43 obispos y 5 vicarios capitulares. No lo hicieron los 12 obispos ya asesinados por el Frente popular en aquel entonces, el obispo de Menorca recluido en la zona de España controlada por el Frente popular y el cardenal Vidal y el obispo Múgica que se negaron.
La Carta había sido precedida por una petición formal de Franco con la intención de que, dirigida a todos los obispos del mundo, les alertara de las tergiversaciones que la propaganda del Frente popular estaba creando sobre la guerra civil española. Las razones de la firma, en última instancia, fueron, fundamentalmente, espirituales y se relacionaban de manera clara con la persecución que padecía la Iglesia católica. No resulta por ello extraño que el texto insistiera en que «nuestra misión es de reconciliación y de paz», que afirmara que «con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para nuestros perseguidores» o que aclarara que «La Iglesia… ha organizado cruzadas. No es éste nuestro caso. La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó». La Carta señalaba igualmente algo que también hubiera suscrito la Iglesia ortodoxa durante la guerra civil que asoló Rusia: «La división en dos bandos es tajante; el espiritual, con la defensa de la patria y de la religión; el materialista, con el comunismo, el marxismo y el anarquismo». En una descripción escalofriante, pero no inexacta, de lo que llamaban revolución comunista, los obispos se referían a las 20 000 iglesias y capillas destruidas y a los 6000 sacerdotes asesinados. De éstos diría el texto que «se les cazó con perros, se les persiguió a través de los montes… se les mató sin juicio las más de las veces». Finalmente, la Carta concluía con una defensa del Movimiento nacional y —por expreso deseo de la Santa Sede— con una condena del nacionalismo vasco.
La repercusión de la Carta fue, verdaderamente, espectacular. Tan sólo en Estados Unidos se agotaron varias ediciones que superaron en su conjunto los 100 000 ejemplares. Todos los episcopados respondieron al cardenal Gomá sumándose a las tesis expuestas en la Carta, sin que pudiera contrarrestar el efecto la propaganda llevada a cabo por el PNV y por algunos católicos a los que hoy se calificaría de progresistas. Al respecto, no deja de ser significativo que en 1938 Negrín impulsara en Barcelona la creación de un Instituto Católico de Estudios Religiosos que publicó un diálogo contra la Carta colectiva. Este tipo de acciones llevadas a cabo por las izquierdas tendrían un cierto eco después del Vaticano II, pero en aquella época fueron un fracaso total. Como en el caso de la guerra civil rusa o de la guerra mexicana de los cristeros, el fenómeno de la persecución religiosa era innegable y tanto la Santa Sede como los obispos de todo el mundo adoptaron una posición unánime y tajante.
Por si esto fuera poco, el 28 de agosto el Vaticano reconoció al gobierno de Franco como el legítimo y le envió a monseñor Antoniutti en calidad de delegado apostólico. Franco no olvidaría aquel respaldo y bajo su gobierno, prácticamente hasta los años setenta, la Iglesia católica disfrutaría en España de un peso religioso, familiar y educativo —en menor medida cultural— verdaderamente extraordinario. Semejante situación comenzó ya durante la guerra civil. No sólo se permitió el regreso a España de los jesuitas —expulsados por la Constitución republicana de 1931— y se estipuló que les fueran devueltas sus propiedades sino que la enseñanza religiosa católica se convirtió en obligatoria en las escuelas primarias y secundarias,[48] se ordenó que hubiera un crucifijo en todas las clases de enseñanza media y universitaria y una imagen de la Virgen en las de primaria, se decretó la obligación de todos los funcionarios civiles y oficiales militares de asistir a los oficios religiosos y se procedió a investigar las creencias religiosas de los maestros. Otra muestra de la influencia católica fue la derogación oficial de la ley de divorcio republicana en marzo de 1938. Se trataría de una relación estrecha que sólo comenzaría a resquebrajarse durante los años sesenta y que, de manera significativa, indicaría ya en ese entonces que el régimen nacido de la guerra civil se acercaba a su ocaso.
Tras la caída de Prieto, relacionada con la derrota de Teruel, Negrín había asumido la cartera de Guerra y se convirtió en el símbolo de la voluntad de resistir a toda costa frente a los continuados éxitos militares de Franco. Tras convencer a mediados de marzo a Blum para que abriera, siquiera parcialmente, la frontera francesa, llevó a cabo en abril una reorganización de su gobierno que, teóricamente, le iba a permitir controlar mejor los recursos con que aún contaba la España controlada por el Frente popular. En paralelo, con el mayor control de Negrín seguiría imparable una tendencia al monopolio comunista del poder que no había comenzado con él, pero que con él llegaría a su consumación.
El 1 de mayo de 1938, Negrín pronunció un discurso en el que formuló sus famosos «Trece puntos». Los mismos podían resumirse en defensa de la integridad de España frente a la penetración militar y económica extranjera; un plebiscito en relación con la nueva forma que tendría la república una vez concluida la guerra; preservación de las libertades regionales y de la libertad de conciencia individual; reforma agraria, respetando la pequeña propiedad; no confiscación de las empresas extranjeras cuyos propietarios no hubieran estado implicados en la rebelión militar; amnistía política general; continuación del apoyo a la Sociedad de Naciones y adhesión en el marco de la misma a la política de «seguridad colectiva». La formulación de estos puntos no pasaba de ser una medida propagandística dada la estrecha vinculación de Negrín con los agentes de Stalin y los planes que estaban fraguando entre ellos para el futuro de España. Negrín tenía que ser consciente de que Franco nunca los aceptaría, pero sí pudo creer que podría mover a alguna de las potencias a presionarle en favor de una conclusión pactada del conflicto. En cualquiera de los casos, Negrín creía todavía en la posibilidad de ganar la guerra en el campo de batalla. Durante los meses de abril y mayo, unas veinticinco mil toneladas de material de guerra cruzaron la frontera francesa en dirección a la España controlada por el Frente popular. Esta nueva recepción de material militar —en el que destacaba un centenar de aviones 1-16 «ratas»— abría la posibilidad de lanzar una nueva ofensiva, algo que hubiera parecido totalmente imposible para un Ejército que llevaba soportando golpes y desastres desde hacía dos años y al que sus adversarios consideraban cerca de la derrota. La primera finalidad de esa ofensiva —cuya preparación se encargó a Rojo— era imperiosa. Se perseguía detener el imparable avance de las tropas de Franco posterior a la reconquista de Teruel. Los desastres de Aragón, el Maestrazgo y Extremadura no sólo habían significado considerables pérdidas humanas, económicas y territoriales para el Frente popular sino que además parecían presagiar, tras verse cortada Cataluña del resto de la España republicana, la caída de la región valenciana. En julio, las unidades del Ejército popular ya habían llegado en su retirada hasta la línea elegida por el Estado Mayor del Grupo de Ejércitos para defender Valencia y Sagunto. Para lograrlo, contaban con las últimas tropas extraídas de los frentes de Madrid, Andalucía y Extremadura, pero si estas unidades fracasaban en defender sus líneas, la caída de Valencia y de Sagunto era segura y con ello se entraría, presumiblemente, en una crisis que implicaría el final rápido de la guerra con una victoria nacional. Se trataba, en última instancia, de una confirmación, siquiera indirecta, de que había sido acertada la decisión de Franco de encaminar las fuerzas del Ejército nacional hacia el Sur en lugar de hacia el Norte.
Pese a la importancia de ese objetivo estrictamente militar, el Gobierno del Frente popular tenia además otra razón de tipo político que debía impulsarlo a lanzar la ofensiva. En aquellos momentos, y dada la superioridad material con que contaba el Ejército nacional, la España controlada por el Frente popular sólo podía aspirar a la supervivencia sobre la base de uno de los dos siguientes supuestos: la conclusión de una paz negociada con mediación internacional o la prolongación del conflicto lo suficiente como para que llegara a conectar con una guerra que se adivinaba inminente en Europa. De producirse este último supuesto, Negrín contaba con que la España frentepopulista fuera aliada de la Francia del Frente popular y de Gran Bretaña contra Alemania e Italia que estaban ayudando a Franco desde 1936.
Esta situación, ciertamente difícil, había llevado al Mando del Ejército popular a preparar la nueva ofensiva ya en los primeros días de junio. Se había venido retrasando por falta de elementos materiales (especialmente puentes), cuya consecución dependía de la industria catalana al no poder ser importados.[50] Como tuvimos ocasión de ver, durante los días 21, 22 y 23 de julio, las tropas de Franco no lograron avanzar hacia Valencia por Viver. De esta manera, tuvieron que detenerse para tomar un respiro previo a un nuevo ataque sobre Valencia planeado para el día 25 de aquel mismo mes. No llegaría a llevarse a cabo porque ese mismo día se inició la ofensiva del Ejército popular en el Ebro.
Para desencadenar la ofensiva, Negrín y su jefe de Estado Mayor, el general Rojo, buscaron una zona que permitiera, a la vez, dañar las líneas de comunicación de Franco, minimizar el impacto de la superioridad material del enemigo y concentrar las reservas y suministros. Finalmente, se eligió la parte del río Ebro situada entre Fayón y Benifallet, un sector que estaba defendido por el Cuerpo de Ejército marroquí, al mando de Yagüe. La maniobra quedó encomendada al Ejército del Ebro que era el último que se hallaba en proceso de organización.[51] Dirigido por el comunista Modesto, estaba formado por los XV y V Cuerpos de Ejército, a las órdenes de los también comunistas Tagfieña y Líster respectivamente. Se trataba en más de un sentido, por lo tanto, de un auténtico Ejército Rojo que mostraba la ascendencia vertiginosa e ininterrumpida de los comunistas en la España controlada por el Frente popular. De acuerdo con el plan, el Ejército del Ebro debía forzar el río en dos zonas de paso. Después había que alcanzar, por el Norte, los montes de Fatarella, y, por el Sur, las sierras de Pándols y Cavalls. A continuación habría que reducir por envolvimiento el área situada entre Ascó, Camposines, Benisanet y el río, con Mora de Ebro, y profundizar en las direcciones Fatarella-Villalba-Batea y Corbera-Gandesa-Bot. Como acciones secundarias, se había pensado en una, al Norte, entre Fayón y Mequinenza con la finalidad de cortar las comunicaciones enemigas de Norte a Sur; y otra, al Sur, en el sector de Amposta, para atraer la atención hacia la costa y así facilitar la caída de la región montañosa.
Durante los primeros días de julio, el coronel Luis Campos Guereta, jefe de la 50 División, había notificado al Mando los movimientos que las fuerzas republicanas estaban realizando al otro lado del Ebro, pero Franco descalificó como pesimismo semejantes informaciones. El 14 de julio, Yagüe se dirigió a Dávila, al que quizá juzgó más receptivo que a Franco, para informarle de que «de un modo indudable el enemigo persiste cada vez más en su intención de forzar el Ebro». Tres días después volvió a cursarse un nuevo informe al Mando en el que se indicaba cómo en una pequeña islita, doscientos metros aguas abajo del puente volado de Amposta, se había descubierto un puente y 200 barcas. Yagüe solicitó de nuevo refuerzos, consciente —varios desertores lo habían confirmado en esos días— de que la ofensiva del Ejército popular en breve iba a convertirse en realidad. La respuesta de Franco fue negativa. Pensaba emplear todas las tropas en la ofensiva sobre Valencia y además consideraba que un río caudaloso —como el Ebro— era un obstáculo prácticamente infranqueable.[52] El que durante la noche del 22 al 23 se percibieran movimientos de vehículos pertenecientes a las tropas republicanas[53] no hizo cambiar de postura al mando.
A las 0,15 del 25 de julio —lo que equivalía a la noche del 24 de julio según el horario del adversario—[54] unidades procedentes de seis divisiones del Ejército popular comenzaron a cruzar el río Ebro por doce puntos distintos. La sorpresa fue total, pero no puede culparse de ella a los servicios de información nacionales, como se ha hecho en ocasiones.[55] Como estaba previsto, el XV Cuerpo de Ejército pasó entre Flix y Ascó, y el V en el área de Mora de Ebro a Miravet. Por el Norte, debían confluir hacia Gandesa y por el Sur, hacia las sierras de Pándols y Cavalls. En la mañana del 25, se recibió en Burgos una comunicación telefónica procedente del Cuartel General del Ejército del Norte en la que se informaba de la ofensiva del Ejército popular. El primo de Franco, Francisco Franco Salgado-Araujo, lo despertó inmediatamente y le leyó el mensaje. La reacción de Franco fue ponerse en comunicación rápidamente con el general Kindelán, que tenía el mando de la aviación, y ordenarle que utilizara «toda la aviación disponible contra los rojos sin reparar en sacrificios para destrozar y desorganizar sus dispositivos de marcha, cortar sus comunicaciones con retaguardia y debilitar su capacidad de penetración».[56]
Sin embargo, a pesar del acoso de la aviación adversaria, que comenzó en la primera jornada, las tropas del Ejército popular continuaron la maniobra de paso y fueron reduciendo los diferentes núcleos de resistencia: Flix, Ascó, Ribarroja, Camposines, Pinell y Fatarella. El jefe de la 50 División, coronel Campos, que había advertido repetidamente de que aquel momento iba a llegar, solicitó a las pocas horas de combate permiso para replegarse a fin de evitar que sus hombres se vieran copados. El Mando se lo autorizaría, pero, acusado de ser el culpable de la ruptura de la línea de fuego, fue destituido y lo sustituyó el coronel Coco. Por lo que se refiere a las fuerzas del Ejército popular, al final del primer día, se habían logrado todos los objetivos del avance.
Durante la segunda jornada, quedaron reducidos los demás pueblos de la bolsa, se ocupó Corbera y se avanzó hacia Gandesa y Villalba. Se trataba de importantes triunfos y los mandos del Ejército popular no estaban dispuestos a perderlos como en otras ocasiones. El 27 de julio, mientras la zona era limpiada de enemigos y se continuaba el avance, Líster dictaba una orden que establecía que cualquiera que se retirara de una posición fuera fusilado.[57] Era una manera de intentar garantizar la conservación de las ganancias territoriales al estilo de cómo, años atrás, lo había hecho Trotsky al frente del Ejército Rojo. Pese al martilleo de la aviación nacional, por la izquierda, las fuerzas del Ejército popular quedaron fuertemente asentadas y, a la vez que resistían con éxito los contraataques enemigos, continuaron su avance hacia Bot. Por la derecha, la caballería quedó detenida frente a Pobla de Masaluca y en el centro se llegó hasta Villalba y Gandesa. Estas dos últimas localidades no pudieron ser tomadas en los dos primeros días de la ofensiva, un fracaso que se atribuyó al hecho de que la artillería y los tanques no habían pasado el Ebro en grado suficiente como para permitirlo. Durante los días 30 y 31, los nuevos ataques del Ejército popular sobre estos objetivos se enfrentaron ya con una potencia de fuego que fueron incapaces de traspasar. Quedaba así de manifiesto que la ofensiva no podría avanzar en profundidad y hubo que adoptar la decisión de suspender los ataques y de organizar las nuevas posiciones.
El balance inicial de la ofensiva había sido ciertamente halagüeño y no es extraño que sembrara la desmoralización en el Estado Mayor de Franco.[58] Consiguiendo que, durante el día, avanzaran las tropas del Ejército popular, mientras por la noche recibían suministros, Modesto había ocupado las montañas situadas al sur del río en apenas una semana. En su poder estaba una extensión de territorio superior a los 30 kilómetros desde Fayón a Benifallet y una zona de maniobras de 20 kilómetros de máxima profundidad. En paralelo, las acciones de las tropas de Franco destinadas a impedir el paso de material —incluida la apertura de las represas de Tremp y Camarasa receptoras de los afluentes pirenaicos del Ebro— se revelaron inicialmente infructuosas. Sin embargo, la satisfacción inicial de los atacantes no duró mucho. El parte del observatorio central de la DCA del Ejército popular del día 31 señalaba que habían tenido lugar desde las 7.08 h a las 17.55 h 50 servicios de la aviación enemiga con un total de 200 aparatos de bombardeo y 96 de caza. La presión de la aviación nacional sería mucho mayor a medida que fuera avanzando la batalla, pero, de momento, contribuyó a detener el avance enemigo a inicios de agosto. El día 3, seguían Gandesa, Villalba y Pobla de Masaluca en manos de las tropas nacionales y el frente se encontraba establecido a lo largo del Matarraña hasta su confluencia con el Ebro, habiendo escapado también Fayón a los atacantes.
El hecho de que la ofensiva se hubiera visto abortada y además existiera la posibilidad de que el Ejército popular fuera aniquilado con el Ebro a sus espaldas provocaron una avalancha de críticas contra Negrín. Azaña incluso pensó en la posibilidad de formar un nuevo gobierno —destinado a negociar la paz— en el que estuviera incluido Besteiro, el único dirigente del PSOE que, durante el período republicano, se había manifestado a favor de la democracia y en contra de la bolchevización del partido propugnada por Largo Caballero. Sin embargo, ni Negrín ni los comunistas estaban dispuestos a aceptar una derrota de ese calibre. Una demostración de fuerza aérea realizada en los cielos de Barcelona sumada a centenares de telegramas que solicitaban la permanencia de Negrín llevaron a Azaña, de carácter medroso, a renunciar a sus propósitos.
Para Negrín, la situación del adversario distaba de ser óptima. De momento, su ofensiva sobre Valencia había quedado interrumpida sine die y además se veía obligado a lanzar sus reservas sobre un terreno de defensa relativamente fácil. El 16 de agosto, Negrín formó un nuevo gobierno. En los meses siguientes, su misión sería que el Gobierno del Frente popular, cuya muerte había parecido sentenciada sólo unos días antes, lograra que la guerra concluyera con un resultado distinto a la derrota. Ese intento de supervivencia, en realidad, sólo conseguiría prolongar la agonía.
Detenida la ofensiva del Ejército popular, Franco tenía dos opciones. La primera hubiera consistido en contener a las fuerzas del Ejército popular que tenían el Ebro a sus espaldas y haberse lanzado contra una Cataluña que entonces se encontraba prácticamente indefensa. La segunda era lanzarse sobre las tropas enemigas en una batalla de desgaste que las aniquilara privando así al gobierno del Frente popular de su mejor arma. La primera posibilidad fue defendida ante Franco por Kindelán[59] y, asumida a posteriori por el comunista Tagüeña,[60] convencidos ambos de que así la guerra hubiera podido concluir en 1938 con la derrota fulminante del Frente popular. Sin embargo, Franco optó por la segunda. De esa manera, la ofensiva del Ejército popular se convertiría en una batalla de desgaste en la que fueran aplastadas las tropas enemigas y no tuvieran posibilidad de interponerse en la marcha del Ejército nacional hacia Cataluña, Levante y la victoria final. En buena medida, se repetiría así un esquema bélico que contaba con antecedentes en Brunete, Belchite o Teruel. El Ejército popular de la República había desencadenado una ofensiva para apartar a Franco de sus objetivos, pero, una vez paralizada por la resistencia del Ejército nacional, se vería seguida por una contraofensiva de consecuencias desastrosas para la España del Frente popular.
Con tal finalidad, Franco ordenó la primera ofensiva cuyo objetivo era acabar con la bolsa Fayón-Mequinenza, defendida por unidades de la 42 División. El 6 de agosto, una extraordinaria preparación artillera acompañada de acciones aéreas en bombardeo y picado, permitió que las tropas nacionales, bajo el mando del coronel Lombana, ocuparan el vértice dels Auts, mientras los soldados del Ejército popular se retiraban a la orilla izquierda del río. Al día siguiente, las fuerzas nacionales ocupaban en la misma línea del Ebro las posiciones abandonadas.
Con una enorme celeridad, la totalidad de la artillería y de los carros de combate empleada en la reducción de la bolsa Fayón-Mequinenza fue trasladada a las estribaciones del suroeste de la sierra de Pándols, cercanas a Prat del Comte. Allí estas fuerzas fueron desplegadas junto con las de la IV de Navarra. Su objetivo ahora consistía en dirigirlas contra la 11 División republicana de tal manera que consiguieran desalojar a ésta, primero, del macizo central y, luego, de las estribaciones orientales. La ofensiva comenzó en las primeras horas del día 10 de agosto, tras una intensa preparación artillera y unos bombardeos aéreos masivos. Se inició así una serie ininterrumpida de ataques nacionales durante el día que eran seguidos por contraataques del Ejército popular durante la noche en un marco geográfico y climatológico especialmente duro. Si las temperaturas superaban con facilidad los treinta grados por la mañana, por la noche descendían considerablemente. A todo ello se sumaron de manera especialmente cruel la sed, las irregularidades en los suministros y lo escarpado de los caminos. A costa de más de tres mil bajas, los navarros lograron ocupar la cota 705 para descender después hacia el barranco de Pándols, pero ahí quedó detenido su avance. Por añadidura, en la noche del 14 al 15 de agosto, un contraataque de la División 35 del Ejército popular (que había sustituido a la 11) restableció la situación. Estas circunstancias, unidas a la previsible imposibilidad de vencer a las fuerzas republicanas que defendían Pándols, llevaron al Mando nacional a pensar en un nuevo objetivo militar. Fue así como se optó por desencadenar una nueva ofensiva en el sector de Cuatro Caminos. Este derivaba su nombre de la confluencia de las carreteras que iban de Gandesa a Villalba, de Villalba a La Fatarella y el Camí Vell de Corbera, siguiendo por Valdecanelles. Estas vías formaban, junto con el cruce de la Venta de Camposines, los puntos auténticamente claves para controlar las comunicaciones. Los objetivos de la operación consistían en ocupar los montes de La Fatarella para, a continuación y partiendo del kilómetro 6, confluir hacia Camposines. De esta manera, se produciría un envolvimiento de las posiciones del Ejército popular situadas frente a Gandesa y valle del Riu Sec, a lo largo de la carretera de Corbera. El Tercio de Nuestra Señora de Montserrat (los denominados «catalanes de Franco»), perteneciente a la División 74 debía llevar a cabo la ruptura del frente en una elevación —la cota 481 o «Posición Targa»— que domina la encrucijada de Cuatro Caminos. Además, otras fuerzas de esta misma División debían infiltrarse por Valdecanelles con la finalidad de rebasar Corbera por el Norte.
A las doce del 19 de agosto, el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat se lanzó al asalto de la «Punteta de Targa». El embate fue durísimo, pero, anochecido ya, el Tercio debió retirarse sin haber conquistado su objetivo y habiendo sufrido 228 bajas entre muertos y heridos. Al día siguiente se reanudaron los ataques, actuando otras unidades sobre los flancos de la cota 481. Finalmente, los hombres del Ejército popular tuvieron que abandonarla ya que las fuerzas nacionales habían ocupado algunas posiciones al este y existía la posibilidad de que la cota se viera envuelta. La progresión de los atacantes siguió el eje del camino de Villalba a La Fatarella utilizando unidades de las Divisiones 82 y 152, pero pronto quedó de manifiesto que se interrumpiría nuevamente a causa de la tenaz resistencia republicana.
El 22 de agosto, las fuerzas nacionales ocuparon Puig Gaeta. Se trataba de la cota más elevada del sistema montañoso de La Fatarella, que había sido literalmente machacado por los bombardeos aéreos y las baterías artilleras, que arrasaron también el bosque. Allí, sin embargo, se detuvo el avance. Mientras algunas unidades se pararon en la partida de Prat de Gardell, entre el Gaeta y La Fatarella, otras intentaron infructuosamente llegar a Corbera por la Partida de Fanjoanes. A partir del día 25 comenzó a resultar obvio que esta segunda ofensiva podía concluir con un nuevo fracaso para las tropas de Franco. Durante ocho días se siguió combatiendo a la desesperada en el triángulo comprendido entre Villalba, Corbera y Puig Gaeta, pero las unidades nacionales sólo consiguieron avanzar cuatro kilómetros en profundidad. El 29 de agosto, Mussolini, totalmente desilusionado por lo que consideraba torpeza e incapacidad militar de Franco, señaló a su yerno la posibilidad de que el general español fuera derrotado: «Anota en tu diario que hoy, 29 de agosto, yo profetizo la derrota de Franco. Ese hombre o no sabe hacer la guerra o no quiere hacerla. Los rojos son luchadores, Franco, no».[61] El Duce, que nunca tuvo entre sus cualidades la del genio militar, incluso llegó a pensar que lo más sensato era que Franco llegara a una paz de compromiso.[62] Sin embargo, Franco distaba mucho de darse por vencido —a decir verdad, estaba convencido de que seguía la táctica adecuada para aniquilar a las tropas enemigas— y en los últimos días de agosto, inició una reagrupación de fuerzas en las cercanías de Gandesa relacionada con el envío de la I de Navarra. Se pretendía iniciar así una tercera ofensiva que lograra una ruptura del frente en la zona de la partida de los Gironesos, situada entre Gandesa y Corbera. El objetivo perseguido era ocupar Corbera de Ebro y avanzar después por el valle del Riu Sec hacia la Venta de Camposines.
El día 2 de septiembre, Franco llegó al puesto de mando situado en el Coll del Moro y el 3 se inició el ataque. Desde las ocho hasta las doce, 76 baterías descargaron una auténtica lluvia de fuego sobre las posiciones del Ejército popular. A estos bombardeos respondieron 15 baterías republicanas desplegadas entre Puig Gaeta y Corbera. Este cruce de fuegos fue seguido por un bombardeo aéreo efectuado sobre las líneas republicanas por treinta aparatos. A las doce en punto cesó la preparación artillera y se produjo el ataque de la infantería nacional. Las tropas navarras tenían que ocupar los Gironesos mientras que la División 13 debía romper el frente al norte de Corbera. La localidad —defendida por las tres Brigadas mixtas de la División 27 del Ejército popular— pudo ser ocupada mediante una maniobra envolvente a las siete de la mañana de la siguiente jornada. La lucha había sido durísima y las fuerzas nacionales tuvieron que reagruparse antes de continuar el avance hacia el Molí d’en Farriol. En el curso de estos combates la División 27 del Ejército popular había quedado deshecha, pero la brecha fue cubierta inmediatamente por la División 11.
El 8 de septiembre, las fuerzas nacionales reiniciaron la ofensiva. La I de Navarra continuó su avance en la sierra de la Vall de la Torre y la carretera y la División 13 se desplazó hacia la cota 496 (la «Muntanya del Cucut») para poder batir con su fuego la carretera de La Fatarella-Camposines y ocupar las alturas que permitieran a otras unidades avanzar por el llano. Los ataques nacionales chocaron con una resistencia encarnizada de las fuerzas del Ejército popular. Las dos siguientes semanas de septiembre iban a ser una repetición de la táctica de desgaste ya utilizada en Pándols y Puig Gaeta. Durante el día, la artillería y la aviación nacionales machacaban las posiciones del Ejército popular y su infantería procedía al ataque. Por la noche, los soldados enemigos contraatacaban e intentaban recuperar el territorio perdido. En apariencia, se había llegado a un punto muerto, una circunstancia que sólo podía favorecer al gobierno del Frente popular. De hecho, como tendremos ocasión de ver más adelante, a esas alturas los agentes de Stalin y Negrín estaban fraguando planes para la España de la posguerra, una España de partido único sometida a la política soviética.[63]
El balance de la batalla del Ebro a mediados del mes de septiembre no resultaba especialmente alentador para Franco. Durante cerca de dos meses se había producido una cadena ininterrumpida de ataques extraordinariamente sangrientos contra las líneas republicanas, pero el avance territorial había resultado mínimo y las bajas, considerables. En el plano internacional, Alemania e Italia dudaban cada vez más de la capacidad de Franco para ganar la guerra. En paralelo, la ofensiva propagandística en el extranjero se había recrudecido y un buen número de periodistas favorables a la causa del Frente popular estaban informando positivamente acerca de Negrín[64] en términos no por falsos, menos convincentes. Precisamente, con ese contexto internacional, Negrín aprovechó el momento para viajar a Suiza y reunirse en secreto con el duque de Alba. Su intención —que fracasó ante la firmeza de Franco— era llegar a una paz negociada. El 9 de septiembre, Negrín se entrevistó en el bosque de Shil, en las afueras de Zurich, con un emisario de Hitler para tantear las posibilidades de llegar al final de las hostilidades. Doce días después, el jefe del Gobierno del Frente popular sorprendió a la opinión pública internacional anunciando la retirada de España de las Brigadas internacionales creadas en 1936 por decisión de Stalin.[65] No pasaba de ser una medida propagandística ya que desde hacía mucho tiempo estas unidades estaban compuestas mayoritariamente por soldados españoles, pero podía crear la impresión de que Negrín deseaba acabar con la presencia de tropas extranjeras en España y poner fin a la guerra mediante una mediación internacional. El efecto de esas maniobras político-psicológicas acabó dejándose sentir. De hecho, con ese trasfondo, no resulta extraño que el embajador alemán Stohrer señalara en un comunicado fechado el 19 de ese mes que la depresión había cundido en el Cuartel General de Franco y que éste estaba incluso soportando fuertes discusiones con los generales situados bajo sus órdenes: «… el equilibrio de las fuerzas que se ha producido —en proporción aún mayor que en Teruel— no permite prever si Franco podrá reanudar la ofensiva, o cuándo y cómo podrá hacerlo. Eso hace que la moral sea muy baja en el Cuartel General. Se han multiplicado las escenas de violencia entre Franco y sus generales, que no ejecutan bien las órdenes de ataque. La situación internacional, alarmante, contribuye todavía más a la depresión general». El mismo Franco, por primera vez en años, se sintió mal y se encerró en su cuartel general de Aragón.[66] Por si fuera poco, la evolución política de la Europa central amenazaba con influir en la situación española. En esa época, Hitler había exigido a Checoslovaquia que le entregara los Sudetes[67] con el argumento de que estaban poblados por alemanes oprimidos. Los checoslovacos, abandonados por sus aliados franceses, estaban dispuestos a llegar a ciertas concesiones, pero no a desaparecer como nación. Ante su resistencia, Hitler amenazó directamente con desencadenar la guerra. Finalmente, la presión británica y la conciencia de su desamparo llevaron a Checoslovaquia a aceptar el 20 de septiembre las peticiones de Hitler. Aquella concesión no significó, sin embargo, el apaciguamiento del Führer. Ya el 28 de mayo había señalado en una reunión a la que asistieron Goering, Brauchitsch, Beck, Keitel, Raeder, Ribbentrop y Neurath, que tenía la «inquebrantable voluntad de que Checoslovaquia fuera borrada del mapa». El 22 de septiembre, Hitler sorprendió a Chamberlain presentando nuevas reivindicaciones. La respuesta de Checoslovaquia fue decretar una movilización general. Franco —a pesar de que a la sazón había dejado de recibir los suministros que necesitaba de Alemania e Italia— se apresuró a declarar que en caso de conflicto europeo, la España nacional se declararía neutral,[68] pero Negrín sintió que sus planes de internacionalizar la guerra civil podían convenirse en realidad. En ese nuevo escenario, frente a Alemania, y posiblemente Italia, se coaligarían la Unión Soviética, las potencias occidentales, Checoslovaquia y, por supuesto, la España del Frente popular.
Sin embargo, el desenlace iba a ser muy distinto. El 28 de septiembre los jefes de gobierno de Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania se reunieron en Munich y, excluyendo conscientemente a la Unión Soviética, entregaron Checoslovaquia a Hitler. La paradoja más terrible de aquella política de apaciguamiento fue que no sólo no conjuró el peligro de una guerra mundial, sino que además estimuló a Hitler para acabar provocándola. Pero eso no sería evidente hasta el 1 de septiembre de 1939 cuando las tropas del Führer invadieran Polonia. De momento, parecía que la paz había sido comprada a costa de la destrucción de Checoslovaquia. Negrín no iba a lograr insertar la guerra civil en otra mundial y no es de extrañar que Franco manifestara a Von Stohrer su alegría por lo sucedido.[69]
El impasse militar estaba a punto de concluir. Franco volvió a recibir material alemán y, en contra de lo señalado ocasionalmente[70] no fue al coste elevadísimo de conceder más derechos mineros a Alemania y de avenirse a sufragar los gastos de la Legión Cóndor. De hecho, los gastos de la Legión Cóndor no se pagaron hasta concluida la contienda y el material entregado se iba abonando mediante un sistema de clearing.[71] No hubo, pues, a diferencia de lo sucedido con el envío por Negrin de las reservas de oro del Banco de España a la URSS una entrega de la riqueza de la nación a una potencia extranjera.[72] La suerte del Frente popular quedaba definitivamente echada. Sin embargo, ni Stalin ni Negrín daban la partida por perdida. Por el contrario, tenían bien delimitado el destino de una España en la que gobernara un Frente popular vencedor. Así lo pone de manifiesto un documento soviético recientemente desclasificado, fechado el 10 de noviembre de 1938 y procedente de Marchenko, el encargado de negocios de la URSS en España. En él, se dirigía a M. M. Litvinov, comisario del pueblo de Asuntos Exteriores, para informarle de la situación:
«En mi primera conversación con él tras mi regreso, Negrín se refirió de pasada a la labor de nuestros especialistas en España. Manifestó su deseo de que el nuevo jefe del trabajo, el compañero Kotov, no se hiciera con la información por sí mismo ni se procurara un círculo amplio de relaciones oficiales… manifestó de manera meridiana que creía que no era correcta ni adecuada la relación directa entre el compañero Kotov y sus subordinados, por una parte, y el Ministerio de Gobernación y el SIM, por otro. Así que me propuso que el compañero Kotov estableciera contacto con él, Negrín, que está creando un aparato secreto especial bajo su propia dirección. El que Negrín, que siempre ha sido muy correcto en lo que se refiere a nuestra gente, haya juzgado pertinente expresar esa observación, indica sin lugar a dudas la enorme presión que sobre él ejercen el partido socialista, los anarquistas y especialmente los agentes de la Segunda Internacional, en relación con las “interferencias” de nuestra gente en el trabajo de policía y contraespionaje…»[73]
Con el ejército y los organismos de represión controlados por el PCE y los agentes soviéticos, con la práctica aniquilación en su territorio de los contrarios al Frente popular y de los sacerdotes y religiosos, con el inicio de la represión de otros grupos de izquierda considerados rivales, se podía acometer la creación de un solo partido que articulara la implantación de una dictadura comunista. Al respecto resulta especialmente revelador otro documento soviético, dirigido a Voroshílov, en el que se refiere una conversación mantenida con Negrín el 10 de diciembre de 1938:[74]
«Sobre la creación de un Frente Nacional de todos los españoles. Negrín me dijo que había estado hablando con Díaz y Uribe sobre el asunto de la creación de un Frente Nacional unido que concibe como una forma distinta de nuevo partido. Esa idea se le ocurrió después de perder la confianza en poder unir a los partidos socialista y comunista. Semejante unificación no se pudo llevar a cabo por la oposición de los dirigentes del partido socialista. Como mucho, se podría esperar que el partido socialista fuera absorbido por el comunista tras acabar la guerra, pero en ese caso, los dirigentes más conocidos del partido socialista —Prieto, Caballero, Besteiro, Almoneda, Peña y otros— no aceptarían la unificación y los burgueses los seguirían considerando como el partido socialista para aprovecharse de la división. Pero ¿en qué partido podría apoyarse el gobierno? No resulta adecuado apoyarse en el comunista desde el punto de vista de la situación internacional. Los partidos republicanos que ahora existen carecen de futuro. El Frente popular no tiene una disciplina en calidad de tal y sufre la lucha de los distintos partidos. Lo que se precisa, por lo tanto, es una organización que unifique lo mejor de cada uno de los partidos y organizaciones y sirva de apoyo fundamental para el gobierno. Se podría denominar Frente Nacional o Frente o Unión Española. Negrín no ha pensado cómo debería construirse esa organización de manera concreta… Sería posible la doble militancia, es decir, que los miembros del Frente Nacional pudieran seguir perteneciendo a los partidos que ya existen… el Partido Comunista debería ofrecer colaboradores a esa nueva organización, pero, al principio, no de entre sus dirigentes. Sería más conveniente utilizar a gente poco conocida. La dirección del trabajo de organización y de propaganda del nuevo partido debería quedar en manos de los comunistas… No cabe un regreso al viejo parlamentarismo. Sería imposible permitir el “libre juego” de los partidos tal como existían antes, ya que en ese caso la derecha podría conseguir nuevamente llegar al poder. Eso significa que resulta imperativo o una organización política unificada o una dictadura militar. No ve que sea posible ninguna otra salida».
La postura de la URSS coincidía con la de Negrín en que, después de la guerra, no habría en España una democracia, pero los agentes soviéticos seguían siendo favorables a la unificación del PCE con el PSOE y a la eliminación de los disidentes de izquierdas. En un documento dirigido por G. Dimitrov, el factotum de la Komintern, a Stalin, Molotov, Kaganovich, Voroshílov, Yezhov, Mikoyán y Andreyev, el 25 de noviembre de 1938, se expresaba de la siguiente manera:[75]
«En los dos o tres últimos meses no se han producido cambios esenciales en la cuestión de la unidad de las fuerzas antifascistas en la España republicana. Es verdad que durante este tiempo los seguidores de Largo Caballero, los trotskistas y los elementos trotskizantes de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) han desencadenado una vigorosa ofensiva contra el Partido Comunista, la unificación del Partido Comunista con los socialistas, la unidad interna de la Juventud Socialista Unificada, la dirección del Partido Socialista, el Frente popular, el gobierno, el PSUC… Hay que señalar que aunque esa ofensiva ha obstaculizado y todavía obstaculiza el desarrollo del movimiento para crear la unidad de toda la clase obrera y de todas las fuerzas antifascistas y ha ocasionado un riesgo de escindir la Juventud Socialista Unificada, no ha logrado su objetivo principal. No ha logrado aislar al Partido Comunista ni aniquilar la unidad de socialistas y comunistas ni la del Frente Popular.
…
Para reforzar la unidad es preciso intensificar la lucha contra sus enemigos —POUM, partidarios de Largo Caballero, aventureros de la FAI, derrotistas— coordinando esa labor con la lucha por una unidad más estrecha entre el Partido Comunista y el Partido Socialista, por la unión de la juventud, por una reactivación del Frente Popular, y, sobre todo, por la creación de una central sindical unificada… habrá que hacer algo para lograr que algunos dirigentes importantes de la CNT, entre sus elementos más honrados, se incorporen al Partido Comunista y al PSUC. Entonces podríamos valernos de esos casos para llevar a cabo una campaña política a gran escala.
…
La labor del PCE ha mejorado en los últimos tiempos, en especial, en el seno del ejército y, en menor medida, en las empresas y en la UGT… el PCE dispone en la actualidad de unos 830 000 miembros —sin contar el PSUC— de los que la mitad se encuentran en el Ejército».
A unos meses del final de la guerra, tanto Negrín como el PCE y los agentes soviéticos eran conscientes de que la democracia parlamentaria era ya cosa del pasado. Al pensar así manifestaban una clara coherencia con la trayectoria de los movimientos revolucionarios en España desde finales del siglo XIX y, desde luego, con la trayectoria del PSOE y el PCE en 1934 y 1936. En el futuro, tras la victoria del Ejército popular de la República, se pasaría a un sistema de partido único controlado por el PCE —y a través de éste por Stalin— en el que se integrarían los elementos sumisos a estas directrices de formaciones como el PSOE o la CNT. Igualmente serían unificados los sindicatos. Por lo que se refería al ejército o a las fuerzas de represión, su control por parte de los comunistas era casi absoluto. Finalmente, los adversarios —socialistas refractarios a la unificación con el PCE, poumistas, anarquistas, nacionalistas o republicanos históricos— sólo podían esperar el exterminio. De manera nada sorprendente, entre los que apoyarían con las armas el proyecto de dictadura de Negrín se hallaría Juan Tomás Estalrich, uno de los chequistas que había desempeñado labores represivas en los Linces de la república y que entonces tenía a sus órdenes una brigada. Seguramente, actuaba tan convencido como en los años anteriores, pero esta vez no le iba a acompañar la suerte. Al fin y a la postre, el plan del PCE —y de sus asesores soviéticos— fracasó y se debió únicamente a la derrota militar, una derrota que iba a resultar irreversible tras la batalla del Ebro.
El 30 de octubre, dos días después de la muerte de su hermano en una misión aérea, Franco inició una nueva ofensiva que, en esta ocasión, tenía como objetivo la sierra de Cavalls. A partir de las ocho, comenzó la preparación artillera, que fue llevada a cabo por 91 baterías y duró cuatro horas. La infantería estaba situada en las barrancadas próximas a la ermita de Santa Madrona. Mientras tanto fuerzas de la División 74 intentaban fijar a las tropas del Ejército popular en la zona oriental de Pándols y la ermita de San Marcos. Durante aquella jornada, las tropas nacionales consiguieron completar la ocupación de la cresta y las fuerzas republicanas tuvieron que retirarse en dirección a Benisanet. Por su parte, la División 74 logró el día 31 ocupar el vértice San Marcos y la ermita. Así, a primeras horas de la tarde, las fuerzas del Ejército popular se retiraron para evitar verse envueltas.
Como consecuencia del dominio conseguido en Cavalls y San Marcos, la División 84, situada en lo alto de Pándols, realizó una serie de ataques que, al final, obligaron al Ejército popular de la República a retirarse de unas posiciones que ocupaban desde el 15 de agosto. Se trataba de un repliegue obligado porque las fuerzas de Franco habían iniciado el avance hacia Pinell marchando en vanguardia los carros de combate italianos. Además otras fuerzas habían cortado la carretera de Tortosa que por Benisanet va al Valle de Arán. El control sobre las alturas permitió ocupar Miravet el día 4 de noviembre una vez que las Divisiones 11 y 46 del Ejército popular repasaron el río. Mientras tanto, la División 45 del Ejército popular ocupó posiciones defensivas en la sierra de la Picosa, entre Mora de Ebro y Ascó. A esas alturas, resultaba obvio que la batalla estaba perdida, pero la resistencia se prolongaba para ralentizar el avance enemigo y permitir la evacuación de hombres y material a la otra orilla del Ebro.
El día 6, las tropas nacionales ocuparon Benisanet y las alturas situadas al sur del Riu Sec, así como la carretera de Mora. Así quedaba la carretera de Venta de Camposines hasta el río bajo el fuego nacional. En la jornada siguiente fueron ocupadas la sierra de la Picosa, mediante una maniobra envolvente, y Mora de Ebro. Empero la resistencia del Ejército popular no había concluido todavía. Fue así como las tropas republicanas lanzaron una acción ofensiva en el sector del Bajo Segre, ocupando Aitona, Serós y Soses tras cruzar el río por la noche. De esta manera llegaron a la carretera general de Lérida a Fraga donde fueron contenidas.
En el Ebro, las fuerzas de Franco siguieron avanzando. Así se fueron ocupando la totalidad de las sierras del Águila y de las Perlas, La Fatarella (el día 14) y Ascó (el 15). Era obvio que el Generalísimo intentaba reducir de manera definitiva la bolsa del Ebro. Las fuerzas del Ejército popular volaron el puente de García y continuaron la resistencia en torno al de Flix y dique de la presa de Electroquímica. Se trataba, naturalmente, de posibilitar la evacuación durante el mayor tiempo posible. El día 16, a primeras horas de la tarde, cayó Ribarroja. Aquella noche Flix fue abandonado por los hombres del Ejército popular, que volaron su puente para evitar la persecución enemiga. Al día siguiente por la mañana, la localidad era ocupada por las tropas nacionales. La batalla del Ebro había terminado.
Sin duda, la batalla del Ebro fue una de las ofensivas mejor preparadas de la guerra. Si algo quedó de manifiesto en su transcurso fue que el Ejército popular de la República había llegado a un notable grado de competencia, tanto en los mandos como en la tropa. La ofensiva consiguió así en menos de una semana su objetivo estratégico inmediato que era impedir la ofensiva nacional sobre Valencia. Con todo, aquella victoria estratégica inicial —de enorme trascendencia por otra parte— pudo haber terminado en desastre para el Frente popular. Con el río Ebro a sus espaldas, las tropas atacantes hubieran podido ser contenidas por Franco mientras éste lanzaba una ofensiva sobre Cataluña. Así lo comprendieron tanto Kindelán (en su bando) como Tagüeña (en el republicano), pero Franco prefirió optar por la batalla de desgaste, una opción que no fue comprendida. Que así fuera no carece de lógica ya que el Ejército popular de la República detuvo a las unidades enemigas en situación desfavorable hasta el final de octubre (más de tres meses) y aún habría que esperar a mediados de noviembre para que éstas lograran obligarlo a repasar el río Ebro. Da cuenta, siquiera mínimamente, de lo que fue este enfrentamiento el hecho de que a los noventa días de contraofensiva, Franco sólo hubiera logrado profundizar dos kilómetros en dirección Bot-Pinell, ocho en la de Gandesa-Camposines y cuatro en la de Villalba-Fatarella. Algunas posiciones —como la cota 343 que dominaba la salida de Corbera— fue perdida y reconquistada cuatro veces en un mismo día.[76] Sin embargo, al final, los hechos —los resultados— dieron la razón a Franco y el Ejército del Ebro quedó aniquilado, en lugar de permanecer intacto, como hubiera sucedido de dirigirse contra Cataluña.
En paralelo, fracasaron totalmente los planes de Negrín —ya totalmente decidido a implantar una dictadura bajo control de Stalin en la España controlada por el Frente popular— consistentes en llegar a una paz pactada o en alargar el conflicto para conectarlo con una guerra europea. Así, la mayor ofensiva lanzada nunca por el Ejército popular de la República no sirvió para conducirlo a la victoria, sino únicamente para prolongar la agonía de una derrota que se perfilaba como segura mucho tiempo atrás.