La reacción del Frente Popular: Brunete
En la primavera de 1937, el mayor problema con que se enfrentaba el gobierno del Frente popular era eliminar —o al menos aliviar— la presión que las fuerzas de Franco ejercían sobre el Norte. Siendo prácticamente inexistente la coordinación militar entre el gobierno vasco y el republicano, la ayuda de éste al frente del Norte tuvo que adquirir la forma de operaciones de diversión. Las mismas tuvieron escaso relieve. Del 9 al 13 de abril, en el sector de Madrid, tuvo lugar un ataque del Frente popular contra las posiciones nacionales de Garabitas y el Cerro del Águila cuya finalidad era aislar la Ciudad Universitaria. Durante los días 10 y 11 de mayo, los republicanos lanzaron asimismo un ataque sobre la cabeza de puente establecida por los nacionales al sur de Toledo. Finalmente, del 30 de mayo al 2 de junio, se produjo una nueva ofensiva del Ejército popular cuyo objetivo era progresar sobre Segovia valiéndose del trazado de las posiciones enemigas en el sector de La Granja. Se trataba de un intento ambicioso que, combinado con un ataque demostrativo en el Alto de los Leones, debía no sólo romper el dogal enemigo sobre Madrid sino también obligar a los nacionales a desplazar tropas desde el Norte suavizando así la presión que las fuerzas de Mola ejercían en aquel frente. Todos estos ataques republicanos se saldaron con fracasos sucesivos y, al no conseguir el desvío de tropas enemigas de la zona de Vizcaya, no lograron aliviar ni siquiera mínimamente los efectos de la ofensiva de Mola.
Fue entonces, todavía en el verano de 1937, cuando tuvo lugar lo que el general Rojo definiría, de manera un tanto inexacta, «primer intento ofensivo del ejército de la República».[59] La razón fundamental de esta ofensiva era el carácter cada vez más preocupante que las operaciones militares en el Norte estaban adquiriendo para el gobierno del Frente popular. Resultaba imperativo reducir la presión de las tropas de Franco sobre aquel frente y para ello el medio más adecuado era el desencadenamiento de una ofensiva de carácter diversorio. El teatro elegido para este objetivo debía contar con una serie de condiciones. En primer lugar, tenía que permitir al Ejército popular utilizar sus mejores tropas; en segundo, debía contar con la suficiente importancia como para obligar a Franco a disminuir la presión en el Norte y a enfrentarse con aquella nueva amenaza. En ese sentido, la elección de Madrid resultaba casi forzosa.
Ya en enero de 1937, cuando se cortó la carretera de La Coruña desde Las Rozas a El Plantío, los generales Pozas y Miaja habían proyectado una reacción en virtud de la cual, descendiendo por el valle del Guadarrama, se tomaría Brunete. De hecho, casi todos los estudios de operaciones realizados durante los primeros meses de 1937 contenían referencias a Brunete. El 22 de marzo, el general Miaja, al frente del Ejército del Centro, y el teniente coronel Vicente Rojo, su jefe de Estado Mayor, procedieron a redactar unas directivas reservadas en las que se hacía referencia a una línea de penetración para romper el cerco de Madrid. La mencionada línea pasaba por Valdemorillo, Villanueva de la Cañada, Brunete y Villaviciosa de Odón. Cinco días después, el plan quedó perfilado. De acuerdo con éste, además del ataque ya señalado debía producirse otro sobre el saliente de La Marañosa y un tercero sobre Valsaín y La Granja. El 22 de abril, el jefe del Estado Mayor, coronel Álvarez Coque, propuso a Largo Caballero la realización de tres operaciones: una destinada a liberar Mérida; otra, cuyo objetivo era Oropesa y una tercera, centrada en Brunete. En un Estado dotado de cierta cohesión política —como sucedía en el creado por Franco— semejante propuesta hubiera venido decidida por criterios fundamentalmente estratégico-militares. No fue ése el caso en la España controlada por el Frente popular. De hecho, la decisión, de signo militar, se convirtió en un instrumento de lucha política entre las distintas facciones presentes en el Gobierno frentepopulista. La acción sobre Oropesa quedó descartada y hubo que decidir entre una ofensiva sobre Mérida y otra contra Brunete. Largo Caballero era partidario de la operación sobre Mérida considerando que discurriría sobre territorio mayoritariamente favorable a la causa del Frente popular y que de la misma podía derivarse una partición en dos de la España nacional. La idea era sumamente atractiva, pero el dirigente socialista había chocado, a la hora de intentar imponerla, con la resistencia de los comunistas soviéticos y españoles decididos a derribarle por su independencia. Apoyándose en Miaja, respaldado por los generales soviéticos Stern (Grigorovich), Kulik (Kupper) y Shmuchkievich (Douglas), los comunistas hicieron todo lo posible para torpedear la iniciativa de Largo Caballero. Señalado el día 7 de mayo como el de comienzo de la ofensiva, la fecha fue retrasada hasta el 21. Sin embargo, tampoco entonces dio inicio. El 3 de mayo estallaron los «sucesos de Barcelona»[60] precisamente cuando Largo Caballero se disponía a viajar a Extremadura. Como ya vimos, aquel enfrentamiento en tierras catalanas entre el PSUC y la inteligencia soviética, por un lado, y el POUM y la CNT, por el otro, se saldó con una clara victoria de los primeros. Tras la caída de Largo Caballero, el nuevo jefe del Gobierno, Negrín, y el ministro de Defensa Nacional, Prieto, rechazaron de manera definitiva la idea de una ofensiva en Extremadura. El nuevo objetivo señalado fue Brunete.
El plan de la ofensiva pretendía, mediante una maniobra de ruptura y envolvimiento, cercar la línea adversaria que discurría en las lindes de Madrid desde Las Rozas a Entrevías, atacándola de frente y de revés y provocando su caída. Si esta maniobra tenía éxito —lo que obligaba previamente a las fuerzas atacantes a enlazarse a la altura de Navalcarnero— Franco se vería obligado a retirar fuerzas del frente del Norte y tendría además que constituir un nuevo frente (por añadidura más extenso y más difícil de defender) que iría desde el Cerro de los Angeles a Brunete. De esta manera, Madrid se vería además libre del cerco que se apretaba sobre la ciudad desde el otoño de 1936 y la iniciativa de la guerra pasaría al Frente popular. A partir de la victoria, el Ejército popular —que no habría agotado sus reservas— podría pasar a nuevas ofensivas frente a un enemigo que no tendría posibilidad de proseguir la lucha en el Norte.
El plan tenía que ser ejecutado mediante dos ataques, uno principal y otro secundario. El principal, llevado a cabo por los cuerpos de Ejército V (Modesto) y XVIII (Jurado),[61] debía llevarse a cabo en dirección a Brunete, pasando entre los ríos Perales y Guadarrama, y concluyendo en las inmediaciones de Navalcarnero. El V Cuerpo constituiría un nuevo frente defensivo desde Quijorna hasta Sevilla la Nueva y avanzaría hacia Móstoles. El XVIII Cuerpo —en paralelo con el V— atacaría en dirección a Villanueva de la Cañada, Romanillos y Boadilla del Monte. De esta manera, podría enlazar entre el Ventorro de El Cano y Móstoles con las fuerzas que habrían llevado a cabo el ataque secundario. Éste, que desarrollarían las reservas de Madrid reunidas en el II Cuerpo (teniente coronel Romero), partiría del sector de Vallecas y cortaría el frente enemigo entre Villaverde y el Basurero, avanzando después hacia Alcorcón para enlazar allí con el XVIII Cuerpo.
Una vez que se hubiera llevado a cabo la conjunción de las fuerzas,[62] quedarían constituidos dos frentes. El exterior tendría como finalidad detener a las tropas enemigas que se enviasen para socorrer a las atacadas y, si era posible, avanzar hacia el sur de la línea Ciempozuelos-Torrejón-Griñón. El interior, por su parte, aprovechando el aislamiento del adversario iría desmoronando sus resistencias. En su conjunto, el plan de la ofensiva, trazado de manera meticulosa por Rojo y en el que también intervinieron los consejeros soviéticos, resultaba notablemente brillante. Podía objetarse su ambición,[63] pero, en conjunto, no podía ser calificado de imposible. Si se veía coronado por el éxito, estratégicamente, quedaría interrumpida la victoriosa ofensiva de Franco en el Norte y sus reservas serían atraídas a Madrid donde podrían ser fijadas e incluso destruidas con más facilidad. A esto se sumaba una serie de circunstancias favorables a los atacantes. Geográficamente, Brunete carece de líneas de defensa naturales y está dominado en buena medida por las alturas de Valdemorillo. Además, la superioridad numérica con que contaba el Ejército popular era, en un primer momento, verdaderamente abrumadora. En el momento de la ofensiva, en la localidad había varias planas mayores, incluida la del subsector,[64] pero apenas fuerzas de los nacionales que pudieran ser calificadas de combatientes. En los pueblos cercanos de Quijorna, Villanueva de la Cañada, Villafranca del Castillo y Villanueva del Pardillo, los defensores se reducían a cinco unidades de tipo batallón, dos compañías sueltas, dos baterías y algunas piezas antitanque. Se trataba de un conjunto de efectivos muy reducido que permitía ser muy optimista sobre el resultado final de la ofensiva.
En la tarde del 5 de julio, el ministro de Defensa de la República visitó la zona de concentración. El ambiente de la tropa estaba marcado por el entusiasmo, un entusiasmo que superaba, en realidad, al de las autoridades del Frente popular. Prieto era consciente, por ejemplo, de que un fracaso en esta ofensiva podría poner de manifiesto que la guerra no podía ser ganada militarmente y que la única salida sería una paz negociada. Aquella misma noche comenzó el ataque. La División 11, al mando del comunista Líster, rompió el frente y logró llegar hasta Brunete. A medio kilómetro de esta localidad, las tres brigadas de la División de Líster actuaron. La 9 Brigada rebasó Brunete por la izquierda (este), la 100 por la derecha (oeste) y la restante se detuvo a unos trescientos metros del pueblo. A las seis de la mañana, dos batallones de la Brigada 100 atacaron Brunete de revés, mientras la 9 Brigada seguía avanzando hacia el Guadarrama y la 100 seguía hasta Sevilla la Nueva y Navalcarnero.[65] El enemigo no se había percatado de las maniobras del Ejército popular y cuando se produjo el ataque sobre Brunete resultó presa del pánico. A las siete, las fuerzas de Líster habían tomado la localidad y todos sus defensores o eran baja o habían caído prisioneros.[66] En aquellos momentos, Líster debía haber continuado su avance, pero perdió casi cinco horas en Brunete dedicado a la requisa. Esta pérdida de tiempo iba a resultar fatal para la ofensiva.
Hacia las ocho y media, el Estado Mayor del I Cuerpo de Ejército nacional (general Yagüe) dio órdenes a algunas unidades dispersas para que se dirigieran a Brunete y fijaran al enemigo sobre el terreno. El batallón LXXV del Regimiento salmantino de la Victoria, mandado por el comandante Alfredo Castro Serrano, se encontraba en Villa-viciosa y recibió la orden de desplegarse en la línea del río Guadarrama. Esta unidad, a cuyo frente se situó Álvarez Entrena se excedió, de hecho, en su cometido. Así optó por rebasar la línea asignada y enfrentarse con el enemigo, a costa incluso de quedar destrozada, para dar tiempo al Mando y así permitirle reaccionar adecuadamente frente a la ofensiva. A unos dos kilómetros de Brunete se halla una ligera altura —la cota 663— que el batallón LXXV tomó para resistir a las fuerzas de Líster. La acción fue muy similar a la decidida por el unionista Buford en los primeros momentos de la batalla de Gettysburg. Una fuerza pequeña pero decidida y mandada por un jefe resuelto optó por resistir firmemente en una altura para dar tiempo a que el resto del Ejército llegara y detuviera la ofensiva enemiga. Como en el caso de Buford, la medida llevada a cabo por Álvarez Entrena tuvo efectos decisivos sobre el resultado de la batalla.
A las once se produjo el primero de una serie de terribles choques en la cota 663. Sin embargo, Líster no logró desalojar ni en ese día ni en los siguientes al batallón. El frente quedó fijado en ese costado en la cota 663 y el día 6, a las tres de la tarde, se estableció además a la izquierda del batallón el I Tabor de Regulares de Melilla. En paralelo a la acción del batallón mandado por Álvarez Entrena, la I Bandera de la Legión (comandante Cebriá) partiendo de Chapinería, se situó en unas posiciones que dominaban la carretera de San Martín de Valdeiglesias. También allí Líster quedó detenido. La acción del mando republicano no sirvió para subsanar una situación que estaba empeorando. A las once de la mañana, Miaja ordenó al V Cuerpo que se limitase a asegurar Brunete mientras no cayesen Quijorna y Villanueva de la Cañada. Esa falta de audacia —que parece indicar una desconfianza hacia los propios hombres o una supravaloración de los contrarios— se revelaría fatal.
Por otro lado, la situación de las otras divisiones del Ejército popular no era todo lo favorable que se habría esperado. La División 46, situada en el flanco derecho, arrolló las resistencias de primera línea y rompió el frente al amanecer. Sin embargo, su avance resultó detenido en Quijorna. Por su parte, la División 3 del XVIII Cuerpo se dirigió a Villanueva de la Cañada. No logró desbordar el pueblo inicialmente y sólo consiguió entrar en el mismo cuando, al atardecer, los defensores, ante la posibilidad de verse cercados, se retiraron. De esta manera, el primer día de la ofensiva había concluido en apariencia de manera favorable para el Ejército popular, pero lo cierto es que ya había comenzado a producirse una cierta ralentización. Para el segundo, se había previsto que se continuara el avance comenzado y, a su vez, se iniciara el secundario. Gracias a éste se esperaba que las reservas de Madrid no pudieran paralizar el avance por Brunete. En cuanto al II Cuerpo había sido aún menos eficaz en el logro de su misión. Aunque inicialmente había logrado llegar hasta la carretera de Toledo, por la tarde el pánico cundió entre sus elementos más avanzados. La falta de experiencia y el temor a una situación de avance a la que no estaban acostumbradas impulsaron a estas tropas a replegarse perdiendo así lo obtenido en las primeras horas. Semejante error resultó fatal. Los nacionales habían captado el objetivo que perseguía el Ejército popular y dispuso una cobertura de fuego. Al día siguiente, cuando se produjo el ataque, no se logró ningún avance.
Al amanecer del día 7, las fuerzas del V Cuerpo tomaban Villanueva de la Cañada donde durante la noche se había combatido cuerpo a cuerpo. Quijorna, sin embargo, continuó resistiendo e incluso el enemigo reforzó su defensa. Durante el día 8, las tropas del Ejército popular tampoco lograron sus objetivos y, por añadidura, comenzaron a perder el dominio del aire. Ya el 7, los aviones de Franco habían bombardeado dos veces el norte de Brunete y otras tantas Valdemorillo y Villanueva de la Cañada.[67] Desde el 8, los bombardeos sobre las fuerzas del Ejército popular no se interrumpieron y en ellos tuvo un papel destacadísimo la Legión Cóndor que Franco había trasladado desde el frente Norte.
A partir del día 9 de julio, la ofensiva del Ejército popular, que ya se había detenido, quedó completamente desangrada. Quijorna cayó el cuarto día de la ofensiva y Villanueva del Pardillo, el quinto, pero, para entonces, aquellos éxitos parciales ya carecían de trascendencia. El 10 de julio, el general Sperrle de la Legión Cóndor ordenó a todas sus escuadrillas de bombarderos que atacaran los aeródromos republicanos situados en las inmediaciones de Madrid. Al mismo tiempo, debían emplearse en bombardeos detrás de las líneas enemigas.[68] La táctica consistió en realizar vuelos pequeños con intervalos de diez minutos durante todo el día y la noche. Las fuerzas del Frente popular habían perdido irremisiblemente el dominio del aire y la posibilidad de seguir con el plan original.
Franco había captado el peligro que existía en la ofensiva del Ejército popular y había decidido rápidamente desplazar a Brunete parte de las tropas empleadas en el Norte. En primer lugar, fueron enviadas a Brunete dos divisiones, la 105 y la 108, que aún estaban en período de formación así como todas las reservas que se habían podido extraer del teatro de operaciones del Centro. Luego, de manera inmediata, la aviación nacional en masa (incluida la alemana Legión Cóndor) fue desviada a Brunete así como las Brigadas de Navarra 4 y 5 y un considerable despliegue artillero. Si los días 12 y 13, sus fuerzas ya habían sido lanzadas a contraataques parciales, a partir del 18 —durante el cual la Legión Cóndor derribó veintiún aparatos enemigos— el contraataque fue generalizado.
Su finalidad era estrangular la bolsa de Brunete y, si resultaba posible, liquidar todo el sector de El Escorial. Para ello operaron cinco divisiones: la 13 (Barrón), por el centro; la Provisional (Asensio); la 5.ª’ Brigada de Navarra (coronel Sánchez González), por la derecha; y la 150 (Sáenz de Buruaga) y la 4.a Brigada de Navarra (coronel Alonso Vega) por la izquierda. Los hombres de la 11 División del Ejército popular desarrollaron en los días siguientes una durísima resistencia, sumada a la práctica de continuos contraataques, pero el día 20, Líster solicitó el relevo de su unidad que llevaba combatiendo sin interrupción catorce días con sus catorce noches.[69] La situación era indudablemente gravísima para las fuerzas del Ejército popular. Como el mismo Líster expondría a los mandos en la finca de Canto del Pico, término de Torrelodones, las bajas ya rondaban la mitad de sus hombres, algunos combatientes habían enloquecido y la falta de sueño, día tras día, resultaba desesperante. Miaja señaló a Líster que debía entrevistarse con Rojo y éste, efectivamente, le anunció que la 11 podría ser relevada en dos o tres días.
Del 20 al 23, los ataques de la infantería nacional se redujeron, aunque continuaron los de la aviación y la artillería en paralelo a la ubicación de más fuerzas frente a Brunete con vistas a una ofensiva. El día 24 a las siete de la mañana —con un objetivo limitado a la destrucción del enemigo y a la recuperación de Brunete— la División Barrón, organizada a base de dos Brigadas, cada una con dos Regimientos de tres batallones,[70] se lanzó sobre esta localidad.[71] Su acción había sido precedida por un bombardeo artillero iniciado a las seis de la mañana y otro de aviación comenzado a las seis cuarenta y cinco. El combate resultó durísimo. Por la derecha, los regimientos Álvarez Entrena y Santamaría desalojaron las primeras posiciones del Ejército popular a la bayoneta calada. A las nueve cuarenta y cinco, los nacionales habían tomado las lomas que dominan de flanco la carretera que iba desde Brunete a Villanueva de la Cañada. Tras soportar un fortísimo contraataque republicano, las tropas de Álvarez Entrena atravesaron la carretera general de Brunete a Boadilla, rebasándola medio kilómetro a vanguardia. Seguir resistiendo constituía desde ese momento una imposibilidad aunque tal reflexión no caló en el ánimo de las fuerzas de Líster. Los soldados del Ejército popular continuaron defendiéndose hasta que, a las once cuarenta y cinco, el Regimiento Molero consiguió ocupar las ruinas a las que había quedado reducida la localidad.
La batalla, sin embargo, distaba de estar concluida. Al norte, a medio kilómetro aproximadamente, sobre una loma baja, se encontraba el cementerio. En su interior se refugiaron los restos de la División 11, mezclados con algunas fuerzas de la 35 (Walter) y la 14 (Mera). No iban a limitarse a resistir. Durante toda la noche del 24 al 25, se sucedieron a la desesperada los contraataques de los hombres del Ejército popular e incluso llegaron a entrar en Brunete algunos carros que acabarían siendo rechazados. Las primeras horas del día 25 transcurrieron en una sucesión prácticamente ininterrumpida de ataques y contraataques con resultado irresuelto pese a la acción continua de la Legión Cóndor que voló en tres oleadas sobre la zona de ataque.[72] Si los soldados del Ejército popular no conseguían reconquistar el pueblo, los nacionales tampoco lograban desalojarlos de una altura, la del cementerio, desde la que eran dominados. Finalmente, a las tres cuarenta y cinco minutos de la tarde se inició un bombardeo artillero que duró un cuarto de hora y cuya finalidad fue preparar el asalto contra el camposanto. Cinco minutos antes de las cuatro, a la artillería se sumó la aviación. A las cuatro comenzó el ataque de la infantería nacional.
Inicialmente, la nueva acometida fue rechazada por los soldados del Ejército popular, pero entonces se produjo un episodio que, como la acción del Batallón de la Victoria al principio de la batalla, tendría una enorme trascendencia. Mientras se dirigían a bombardear las posiciones republicanas algunos aviones nacionales, el sargento Juan Bejarano del Barco se lanzó al frente de una sección del VI Tabor de Melilla sobre el camposanto. La acción resultó tan vigorosa e inesperada que tomó el emplazamiento arrastrando en pos suyo al resto del VI Tabor y al IV Batallón de las Navas. El episodio hizo inútil un nuevo bombardeo nacional y si no se produjo esta vez sobre las propias tropas se debió a la correcta coordinación existente entre las fuerzas de aire y de tierra. Los aviones, libres de su misión inicial, pudieron concentrar su carga letal sobre un bosquecillo en el que se habían refugiado los restos de las Divisiones 11 y 14, batidos además por la artillería. El resultado de aquel duro castigo fue la desbandada de los soldados del Ejército popular de la República.
En las primeras horas de la tarde, el frente de Brunete —que había resistido tenazmente sólo hasta unas horas antes— se desplomó. Las medidas encaminadas a mantener a las tropas del Ejército popular en sus posiciones —o siquiera a evitar una retirada en desorden— no tuvieron éxito. En la noche del 25 al 26, la 11 División, en torno a la cual había girado el enfrentamiento en Brunete, se fortificó en Villanueva de la Cañada de donde no resultó relevada hasta el 27. De sus 10 000 combatientes, le quedaban menos de 4000 y de sus bajas un número considerable eran muertos. Éstas ascendían a 626 sólo entre jefes y oficiales[73] y superó las cuarenta entre los comisarios. Brunete, sin embargo, no sólo había significado el aniquilamiento de la División 11 sino también el de una ofensiva republicana de envergadura.
A finales de julio, el frente finalmente quedó fijado en una línea de pueblos como Villanueva del Pardillo-Villanueva de la Cañada y como Quijorna. Ambos bandos manifestaron su pretensión de que la victoria había sido propia. Tal conclusión, sin embargo, no resulta sostenible. El coste de la batalla de Brunete —localizada en torno a sólo unos kilómetros de territorio— fue, sin duda, considerable para los dos contendientes, pero resultó mucho más oneroso para los que habían desencadenado la ofensiva. Mientras que las tropas de Franco sufrieron unas 17 000 bajas, las pérdidas del Ejército popular debieron girar en torno a la cifra de 23 000. Si la 11 División perdió más del 60% de sus hombres, fue también muy considerable el golpe sufrido por las Brigadas Internacionales.[74] La 11 Brigada tuvo 1165 bajas; la XII, 476; la XIII, 1099; la XV, 1259 y la CL, 270. Los batallones norteamericanos Lincoln y Washington quedaron tan quebrantados que se vieron obligados a fusionarse en uno solo. En cuanto al British, de sus 300 hombres sólo salieron ilesos 42. En términos materiales, los republicanos perdieron asimismo un centenar de aviones frente a veintitrés nacionales. Con todo, lo peor para el Frente popular era que, estratégicamente, la ofensiva se había saldado con un rotundo fracaso y que, de manera casi inmediata, Franco pudo volver a reanudar la campaña del Norte que era lo que se había intentado impedir.
Las razones de la derrota del Ejército popular fueron, fundamentalmente, dos. La primera consistió en la falta de preparación de sus tropas, especialmente en lo que a mandos se refiere. A pesar de su abrumadora superioridad inicial y de su capacidad para lanzar una ofensiva, el Ejército popular había dejado de manifiesto que su capacidad de coordinación era muy limitada y que sus mandos distaban de estar en muchos casos a la altura de las circunstancias. Eso explica que, a la vez que la 11 División resistió heroicamente en Brunete, pudiera desperdiciar cinco horas preciosas en requisas innecesarias en el momento inicial de la ofensiva o que otras unidades se retiraran inesperadamente en el primer día abandonando para siempre un territorio ya ganado. El temor al avance y la insistencia en liquidar los puntos de resistencia situados en Quijorna (V) y Villanueva del Pardillo, primero, y Villafranca del Castillo, después (XVIII), en lugar de rebasarlos y avanzar hicieron que los republicanos perdieran un tiempo indispensable para el triunfo de la ofensiva. Esta suma de falta de preparación, de indecisión y de errores resultó fatal. El avance se vio ralentizado mientras las reservas se consumían con excesiva celeridad.
La segunda clave del fracaso de la ofensiva del Ejército popular fue, una vez más, la dificultad para mantener en favor propio la superioridad material con que contaba inicialmente. Cuando las fuerzas se vieron equilibradas, a los pocos días de comenzada la ofensiva, ésta se vio abortada. Se manifestó así un patrón que se repetiría varias veces durante el resto de la guerra. El ataque victorioso del Ejército popular había sido detenido por fuerzas nacionales muy inferiores que, al recibir refuerzos, pasarían a la contraofensiva transformando los reveses iniciales en victoria.
El triunfo de Franco —que resultó obvio en la medida en que frustró totalmente los planes del Ejército popular causándole numerosas bajas— no obtuvo todos los frutos que, potencialmente, podría haber conseguido y le ocasionó la crítica de aquellos que consideraban que el general español había violado una de las reglas básicas de la guerra.[75] La feroz resistencia de la División 11 en Brunete le llevó a convertir los planes de su contraofensiva en más modestos y, posiblemente, le influyó para no continuarla tras el desplome del frente. Seguramente, Franco deseaba cualquier cosa menos volver a cosechar otro fracaso en las cercanías de Madrid y prefirió no perseguir a fondo a un enemigo derrotado aventurándose en una operación que, no obstante, se podría haber saldado con una victoria mayor. Como tendría ocasión de dejar de manifiesto varias veces a lo largo de la guerra, la prudencia era un atributo que estimaba enormemente. De esa manera, la línea del frente quedó estabilizada en esa zona hasta el final de la guerra y el eje de ésta se vio de nuevo desplazado hacia el Norte.