CAPÍTULO 10

La batalla de Madrid (II): las últimas ofensivas

El Jarama[100]

A finales de 1936, la toma de la capital de España continuaba siendo el objetivo fundamental de Franco. En un deseo de privarle de la iniciativa, a finales de diciembre, el gobierno del Frente popular, comenzó a concentrar sus fuerzas en la región oriental del Jarama con la intención de lanzar una ofensiva que, desencadenada sobre el flanco derecho adversario, cortara las comunicaciones de Madrid con Toledo y aliviara el dogal que el Ejército nacional había colocado sobre la capital. En buena medida era la misma maniobra que ya se había pretendido, aunque sin resultado, durante el inicio de la batalla de Madrid. Lo que ahora permitía pensar en el éxito era la disposición de medios no sólo mayores sino muy superiores a aquellos de los que disponían los nacionales. El jefe del Estado Mayor Central (general Martínez Cabrera) había planeado una operación en virtud de la cual, mientras el Ejército del Centro profundizaba y envolvía el frente de Madrid avanzando hacia Ciempozuelos-Torrejón, los defensores de Madrid debían atacar con las reservas en dirección a Navalcarnero. El Mando frentepopulista había observado importantes concentraciones enemigas en esa área —lo que podía interpretarse en el sentido de que Franco preparaba una ofensiva en el sector— pero, no obstante, se pensó que la maniobra debía llevarse a cabo de todas formas precisamente para evitar el cerco de Madrid.

El Mando del Ejército popular no se equivocaba. Para el siguiente ataque contra Madrid, los nacionales habían elegido la zona —relativamente llana— situada entre el Jarama y la carretera de Valencia. Orgaz disponía para el 23 de enero de unos cuarenta mil hombres de los que cerca de la mitad, encabezados por moros, podían ser utilizados en el ataque de manera inmediata. Además contaba con tres compañías de carros alemanes integrados en el Batallón de Carros de Combate y no en la Legión Cóndor[101] como se ha indicado en alguna ocasión.

El ataque debía haberse iniciado el 24 de enero, pero se retrasó a causa del mal tiempo, tras algunos tanteos cuyo único resultado fue la ocupación de la Cuesta de la Reina en el extremo sur del frente de ataque. Ambos mandos coincidían no sólo en la elección del lugar donde debía iniciarse la ofensiva sino incluso en el marco cronológico. Mientras el republicano Pozas había señalado el día 5 de febrero como aquel en que debía producirse la ruptura del frente, los adversarios habían señalado el 6. Sin embargo, en la zona controlada por el Frente popular se produjo un claro retraso debido, según el comunista Líster, a las discusiones originadas en relación con la persona que debía tener el mando de la agrupación de choque.

Esos incidentes no se producían en el otro bando donde la cuestión de la unidad de mando estaba resuelta desde hacía tiempo. El 6 de febrero, precisamente cuando se estaban constituyendo los Mandos y Estados Mayores de las unidades republicanas que debían ser empleadas en la ofensiva, se inició el ataque nacional con un completo éxito. Actuando por primera vez las Brigadas Rada, Buruaga, Asensio y García Escámez —la de Barrón quedó de reserva—, en aquella primera jornada ocuparon Cabeza Fuerte, La Marañosa, Gózquez de Arriba y Ciempozuelos. El 7, tomaron el vértice Coberteras, las alturas de la Boyeriza, Mesa y Valdecabas —que dominan el valle del Jarama— y Gózquez de Abajo. El 8, finalmente, las fuerzas nacionales se hicieron con el control de Vaciamadrid, desde donde se podía batir con fuego de fusilería parte de la carretera Madrid-Valencia. De esa manera se apoderaban del sector de maniobras con que contaba el Ejército popular en la orilla derecha del Jarama y el dominio sobre el valle.

El empeoramiento del temporal de lluvias obligó a las fuerzas de Franco a retrasar el inicio de la segunda fase del ataque. Durante la misma debían actuar sólo las Brigadas Barrón, Buruaga y Asensio, reforzadas por la caballería del teniente coronel Cebollino. Las Brigadas Rada y García Escámez protegerían mientras tanto los dos flancos asentados sobre el espolón de Vaciamadrid y la línea Ciempozuelos-Cuesta de la Reina. Durante los días 9 y 10, Varela inspeccionó personalmente las posibilidades que existían de vadear el Jarama. Dado que el río iba muy crecido a causa de las lluvias, se llegó a la conclusión de que su cruce sólo podría realizarse por los puentes de Pindoque y de San Martín de la Vega que se hallaban en manos del enemigo. Resultaba obligado, por lo tanto, hacerse con el control. El 11, a las dos de la mañana, los hombres del tabor de Ifni, a las órdenes del comandante Molero, atacaron con bombas de mano el puente del Pindoque. De la compañía republicana que lo defendía sólo consiguieron salvarse cuatro soldados que huyeron. Los zapadores que acompañaban al tabor de Ifni tenían la misión de cortar los cables de conexión destinados a volar el puente. Sin embargo, alguno se les pasó inadvertido y uno de los soldados republicanos consiguió accionar el mecanismo de voladura. De esta manera, dos tramos del puente resultaron parcialmente destruidos. Aquella mañana del 11, hermosamente soleada, las Brigadas de Barrón y Buruaga, junto con la caballería de Cebollino, pasaron el puente de Pindoque. El 12, las fuerzas de Asensio hacían lo mismo por el de San Martín de la Vega. Durante aquellos dos días, las Brigadas Barrón, Buruaga y Asensio ocuparon el vértice Pajares, la Casa Blanca y el vértice Pingarrón, cortando por varios lugares la carretera del Puente de Arganda a Colmenar de Oreja. En aquellos momentos todo hacía pensar que al cabo de muy pocos días las comunicaciones de Madrid con Valencia quedarían totalmente cortadas. Para conseguirlo bastaría con que las fuerzas de Franco progresaran otros 25 kilómetros en la dirección San Martín de la Vega-Arganda-Loeches (Alcalá de Henares).[102]

En la tarde del 15 de febrero se entregó el mando de todo el frente al jefe de la Defensa de Madrid, Miaja, y se reorganizaron las fuerzas.[103] Del 13 al 16, las tropas de Barrón, Buruaga y Asensio todavía lograron adelantar sus líneas hacia Arganda y Morata de Tajuña, pero su empuje iba quedando cada vez más debilitado. El día 17, parte de las fuerzas del Ejército popular iniciaron el contraataque entre La Marañosa y el cerro de los Angeles-Pingarrón, mientras otras, arrancando de Arganda, arrollaron a la caballería de Barrón, obligándola a retirarse por la carretera de Madrid a Arganda. Las fuerzas del Frente popular lograron cruzar el Manzanares, aunque ahí quedarían detenidas. Quizá hubieran podido romper el frente de haber dirigido su progresión sobre el saliente situado entre Cabeza Fuerte y La Marañosa. Sin embargo, el reconocimiento del frente fue muy defectuoso y los ataques más vigorosos se lanzaron sobre unas líneas especialmente reforzadas entonces, las situadas entre San Martín de la Vega y Pingarrón. Esta última posición era una loma de poca altura que casi se confundía con otras cercanas. En dirección al Jarama, el Pingarrón —tomado el día 12 por la II Brigada de Asensio con relativa facilidad— descendía en riscos cortados, mientras que por el lado de Morata de Tajuña el terreno se ondulaba y estaba cubierto de olivares. El objetivo de las fuerzas del Ejército popular era tomarlo para luego descender hacia el río y cortar el paso por San Martín de la Vega. El 19 de febrero lograron hacerse con el Pingarrón, pero fueron desalojadas por un contraataque nacional. Las luchas, sin embargo, no habían concluido. El 23, llegaron a las líneas los Regulares de Ceuta y algunas unidades de caballería desmontada. Un nuevo asalto de fuerzas del Frente popular logró apoderarse de la posición, pero no pudo retenerla. Antes de que pudieran fortificar la cima y situar la artillería de cara a la defensa, el I Tabor de Regulares de Tetuán llevó a cabo un contraataque y la recuperó.

Ahí podía haber concluido la batalla, pero el mando republicano cometió el error de empeñarse en tomar el Pingarrón. El 27 de febrero, el general Gal, con unidades procedentes de las Divisiones 15 y 11, volvió a intentar su conquista. El ataque fue iniciado por el batallón americano Abraham Lincoln, perteneciente a las Brigadas internacionales. Éste había llegado al frente el 15 de febrero y era prácticamente novato. Atravesando un tupido fuego de ametralladoras, los americanos perdieron 200 de sus 450 hombres sin conseguir su objetivo. Con aquel inútil baño de sangre —que algunos consideraron un desquite por la derrota española en la guerra de 1898 contra los Estados Unidos— concluyó la batalla. En el sector se construyeron trincheras y fortificaciones que vinieron a conectar con las posiciones que defendían Madrid.

La batalla del Jarama se libró en un espacio reducido, pero implicó un enorme uso de material en relación con combates previos. En términos estratégicos, se saldó con un resultado de tablas. Al fin y a la postre, aunque Orgaz obtuvo alguna ganancia territorial, las fuerzas de Franco se habían visto imposibilitadas de aislar Madrid como era su objetivo principal. Aunque en su impulso inicial habían logrado arrollar a las unidades enemigas, pronto los adversarios habían fijado el frente. Las bajas sufridas por ambos bandos en la batalla del Jarama fueron considerables. Si las tropas de Franco perdieron cerca de siete mil hombres, las de Miaja debieron andar en la proximidad de los diez mil.[104] Entre los republicanos, baste como ejemplo señalar que el batallón británico —que recibió su bautismo de fuego en esta batalla— tuvo 225 bajas o que el día 23 en el Pingarrón las pérdidas ascendieron a 986. En cuanto a los nacionales, las tropas moras fueron destrozadas hasta tal punto que desde ese momento ni ellas ni la Legión volverían a tener el papel relevante de los primeros meses de la guerra. De hecho, hubo compañías, como una del II Tabor de Ceuta el día 19, que perdieron hasta el 80% de sus fuerzas. La batalla de Madrid, sin embargo, no había concluido.

La ofensiva de Málaga

Pese a la aceptación formal del plan de No-Intervención de 21 de agosto de 1936,[105] la llegada de las Brigadas internacionales creadas por Stalin impulsó a Mussolini a pensar en la posibilidad de enviar combatientes a España. En noviembre de 1936, Hassell, el embajador alemán en Roma, informó a Berlín de que el Duce tenía la intención de enviar a España 4000 soldados italianos.[106] El 28 de noviembre de 1936 se firmó un acuerdo entre el Gobierno fascista italiano y el Gobierno nacional de Franco en el que se hacía referencia no sólo a su «estrecha colaboración», referida especialmente a cuestiones «de carácter militar, económico o financiero» sino también a «la manera de utilizar sus recursos económicos, en especial las materias primas y las vías de comunicación».[107]

El 22 de diciembre desembarcó en Cádiz el primer contingente de cuatro mil hombres[108] que habían sido transportados en el transatlántico italiano Lombardía. El 15 de enero de 1937 atracó en la misma ciudad otro contingente italiano. Desde el 1 de enero a mediados de febrero llegaron a España 106 barcos italianos.[109] Para recibir esos efectivos, además de los depósitos de Cádiz, se organizó en Sevilla la denominada «Base Sud». Franco afirmaría que Mussolini había enviado sus tropas a España sin su conocimiento ni consentimiento, y, aunque la cuestión sigue siendo objeto de controversia, es muy posible que el Generalísimo hubiera preferido una ayuda material que no incluyera combatientes de tierra.[110]

A finales de enero, se pudo concentrar en el sector Osuna-Montilla-Cabra-Lucena un contingente italiano que ya representaba una fuerza de envergadura.[111] Numéricamente, Franco contaba, gracias a los italianos, con un grupo de más de diez mil hombres aunque su armamento era mediocre. Así, las tanquetas Fiat-Ansaldo tenían una velocidad —carro veloce— que las hacía útiles para tareas de exploración encomendadas tradicionalmente a la caballería, pero como carros de combate eran pésimos y, desde luego, no podían competir, como ya vimos, con los carros soviéticos. Algo similar sucedía con el armamento del soldado italiano que contaba con el fusil italiano 1891 (muy similar al máuser español) y el fusil ametrallador «Breda» de 6,5 mm (denominado «el “Breda”»),[112] todas ellas armas nada extraordinarias. Para los alemanes resultaba desagradable que, gracias a sus hombres, Mussolini pudiera adquirir una influencia aún mayor sobre Franco desplazando la de Hitler.[113]

Para el Mando nacional resultaba inaceptable la pretensión italiana de lanzar una ofensiva que partiendo de Teruel saliera al Mediterráneo. Contra lo que se pueda pensar, la idea no era absurda y, como tendremos ocasión de ver, volvería a ser retomada más adelante. En aquellos momentos, sin embargo, el objetivo principal de Franco era Madrid y por sistema desechaba cualquier objetivo que pudiera distraerle de la toma de la capital. Franco decidió por ello emplear a los italianos en una operación secundaria, la ofensiva sobre Málaga.

En Andalucía, las fuerzas nacionales estaban situadas al mando del general Queipo de Llano, el triunfador del alzamiento en Sevilla. Del 14 de diciembre de 1936 al 1 de enero[114] se inició el avance que ya no logró el objetivo de enlazar con el santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, situado al norte de Andújar. Como ya indicamos, este enclave, defendido por un contingente de guardias civiles al mando del capitán Cortés, acabó cayendo ante las tropas del Frente popular.[115]

De mediados de enero a mediados de febrero de 1937, la actividad nacional en Andalucía se centró en la ofensiva sobre Málaga. Tal objetivo era estratégicamente muy lógico ya que las posiciones nacionales trazaban un arco amplio sobre la mencionada ciudad que resultaba relativamente fácil de cerrar sobre la costa en dirección a Motril formando así una bolsa que podía ser posteriormente liquidada. Si hasta entonces no se había llevado a cabo la ofensiva, se debía fundamentalmente a la escasez de tropas con que contaba Queipo.[116]

La ofensiva italiana sobre Málaga fue precedida por algunas operaciones locales en los extremos del frente que fueron llevadas a cabo exclusivamente por fuerzas españolas. En la zona de Ronda, un grupo de columnas al mando del coronel Borbón, duque de Sevilla, ocupó, del 14 al 27 de enero de 1937, un territorio de forma casi triangular cuyos ángulos estaban señalados por Ronda, Estepona y Marbella. El 22, otras dos columnas, que partieron respectivamente de Granada y Loja, conquistaron Alhama y la zona circundante. Los italianos habían pensado en una ofensiva que, partiendo en una única dirección de avance desde Granada, saliera al mar por Motril. De esta manera, se crearía una bolsa en la que se vería encerrada la ciudad de Málaga. Su criterio chocaba con el de Queipo. En opinión de éste —que, lógicamente, temía los ataques republicanos sobre sus flancos— resultaba preferible avanzar de manera concéntrica sobre Málaga. Finalmente, se impuso la opinión del militar español.

Las tropas italianas, bajo el mando de Mario Roatta,[117] contaban con el apoyo de medio centenar de aviones. Para actuar, se dividieron en tres columnas, más una de reserva localizada en Villanueva de Tapia.[118] Mientras que dos de ellas, partiendo de Antequera y Loja, se dirigían a Málaga, la tercera avanzó desde Alhama a Vélez-Málaga.[119] Tres columnas más reducidas[120] debían cubrir los flancos de los italianos. Desde Marbella,[121] las fuerzas del duque de Sevilla debían avanzar hacia Málaga por la carretera de la costa, mientras su flanco norte era cubierto por una columna que seguía el curso del Guadalhorce. El plan de ofensiva contemplaba, lógicamente, la posibilidad de una retirada a fin de evitar que sus fuerzas quedaran copadas. Para conjurar tal posibilidad, una columna a las órdenes del coronel González Espinosa debía descender desde Orgiva a Motril. Frente a estas fuerzas, el Mando republicano contaba con unos doce mil hombres muy divididos además por cuestiones de partido.

El 5 de febrero, a las 6,30 de la mañana, se produjo el inicio de la ofensiva sobre Málaga. Los italianos tomaron los puertos de Alazores y Boca de Asno, pero encontraron una cierta resistencia en Zafarraya. El propio general italiano Roatta se vio obligado a desplazarse a este sector donde resultó herido leve. El 6, el avance prosiguió con enorme facilidad.[122] Del 8 al 10, cayeron en manos de los nacionales Vélez-Málaga y Motril. Se cerró así la bolsa —que fue fácilmente liquidada por los nacionales— y el nuevo frente se asentó al este de Motril.

La ofensiva de Málaga constituyó un triunfo indudable del bando nacional que no sólo redujo su frente sino que además se apoderó de un importante puerto en el sur de España. Los italianos habían tenido 555 bajas (de ellas, 131 muertos), pero las mismas quedaron más que compensadas por la rapidez y el relieve del éxito. En el campo republicano, la derrota de Málaga provocó una auténtica convulsión. El PCE y el sector moderado del PSOE la aprovecharon para atacar a Largo Caballero, aunque la ofensiva buscó como objetivo no tanto al jefe del gobierno —aún muy popular— como a sus colaboradores. Así, fueron destituidos los generales Asensio, Martínez Cabrera y Martínez Monje y el coronel Hernández Arteaga, y se cesó al también coronel Villalba. De manera comprensible, la figura de Largo Caballero quedó tocada y ya sólo sería cuestión de tiempo el acabar con ella políticamente. Sin embargo, hubo mucho de injusto en este comportamiento ya que, a fin de cuentas, el comisario político y el secretario del comité ejecutivo de Málaga habían sido comunistas. No estaban éstos dispuestos a asumir las responsabilidades y, como en otras ocasiones, buscaron chivos expiatorios de sus errores, un comportamiento que tuvo éxito dado su peso en el aparato del Estado. Seguramente, el único aspecto positivo que se derivó para el Frente popular de aquella derrota fue el final de la resistencia a la militarización de las milicias. A partir de ese momento, se comenzó a negar de manera drástica armas y haberes a aquellas que la rechazaran.

Entre los vencedores de Málaga, las consecuencias fueron bien distintas e incluso el general Rossi llegó a ambicionar un título nobiliario. Pero sobre todo, la victoria tuvo un efecto fulminante sobre la visión que los italianos tenían de los españoles. Con sus aliados tuvieron los primeros roces al pretender disputarles el poder.[123] Por lo que se refiere al adversario republicano, fue contemplado como un enemigo carente de entidad y fácil de vencer. En muy poco tiempo los soldados del Duce se verían obligados a alterar ese punto de vista.

«Guadalajara no es Abisinia…»[124]

A inicios de 1937, Franco se enfrentaba con un claro problema de falta de recursos humanos. Por un lado, las bajas sufridas en los últimos meses eran muy cuantiosas; por otro, los últimos reclutas no habían recibido aún un entrenamiento suficiente. Finalmente, en su deseo de tomar Madrid tuvo que depender de la ayuda extranjera de manera decisiva y, de forma muy concreta, de la proporcionada por los italianos. Entre el 3 y el 13 de febrero, se concentraron en la zona de Aranda de Duero-Almazán 18 batallones a las órdenes del italiano Coppi que serían los núcleos de las Divisiones 2 y 3, y además desembarcó en Cádiz la división italiana Littorio. A principios de marzo, Franco disponía de unos cincuenta mil italianos a sus órdenes.

El Generalísimo hubiera preferido dispersar un contingente de esa magnitud y emplearlo en acciones secundarias como había sido la de Málaga. Sin embargo, la situación en torno a Madrid le obligó a aceptar las pretensiones italianas de operar como una gran unidad bajo mando italiano a las órdenes directas de Franco. Aparecía así el Corpo di Truppe Volontarie (CTV). Las tropas de Mussolini actuarían en Guadalajara, donde el general Mola había ya estudiado la posibilidad de desencadenar una ofensiva que no se había podido llevar a cabo por falta de medios. Esa circunstancia se veía conjurada con el apoyo mussoliniano. Mediante una concentración de fuerzas realizada muy correctamente, en los primeros días de marzo los italianos habían situado sus unidades en la zona de Guadalajara. Tras la victoria de Málaga, la confianza de éstos en su capacidad militar rayaba en el delirio. El mismo general Roatta se quedó en Roma y dejó en manos de sus jefes de Estado Mayor, Faldella y Zanussi, la elaboración de los planes de la ofensiva y el despliegue.

De acuerdo con el plan italiano, su División 2, reforzada con las banderas independientes y la mayor parte de la artillería, se concentraría en un frente de 15 kilómetros que debía ser roto con facilidad dada la enorme superioridad numérica y material de que disponían. Logrado este primer objetivo, las unidades italianas debían avanzar sobre el eje de las carreteras y ocupar los pueblos cercanos a éstas. En el momento que el Mando italiano considerara conveniente, la División 3 superaría a la División 2 y avanzaría sobre Guadalajara. En esa progresión, la División 2 cubriría su flanco izquierdo, mientras la cobertura del derecho correría a cargo de la División Soria que estaba formada por unos quince mil españoles. En un momento determinado, ya en Guadalajara o en sus inmediaciones, entrarían en combate las Divisiones italianas 1 y 4. Supuestamente, esta nueva afluencia de tropas permitiría a los atacantes llegar a Alcalá de Henares. En ese período de la batalla se efectuaría el enlace con las fuerzas nacionales asentadas en el Jarama y así la capital de España se vería sometida a un cerco que sólo podría concluir con su rápida caída. En otras palabras, el final de la guerra podía derivar directamente del triunfo italiano en la ofensiva.

El 2 de marzo, Roatta estableció su cuartel general en Arcos del Jalón —una elección pésima porque se hallaba a más de sesenta kilómetros del frente— y el puesto avanzado en Algora. A sus órdenes se encontraban algo más de treinta y cinco mil hombres[125] a los que Roatta anunciaría pretenciosamente: «Domani a Guadalajara, dope domani ad Alcalá de Henares e fra tre giorne a Madrid».[126]

La ofensiva, en términos generales, era extraordinariamente audaz en sus planteamientos ya que, en realidad, pretendía llevar a la práctica los principios de la «guerra relámpago» ideados por el británico Lidell Hart y empleados posteriormente de manera magistral por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con esa concepción, todo quedaba fiado en la concentración de la mayoría de las fuerzas en un frente reducido y en la movilidad —teóricamente posible en el caso italiano— que rebasara al adversario, lo desconcertara y le impidiera formar reservas para resistir y reaccionar.

Aquella brillantez sobre el papel implicaba, sin embargo, enormes riesgos que los italianos desecharon o no tuvieron siquiera en cuenta. Por ejemplo, partía de la base de que la División 3 podría sustituir fácilmente a la 2 porque los republicanos ya estarían vencidas en esos momentos; asumía que las vías de transporte eran idóneas para este tipo de operaciones (lo que constituía un error de peso) y además creía a pies juntillas que las fuerzas enemigas no sólo serían vencidas con facilidad sino que su aplastamiento resultaría tan rápido que no habría tiempo para que llegaran las reservas. La seguridad en la victoria era tan absoluta que los italianos no tomaron en cuenta los posibles cambios meteorológicos e incluso decidieron utilizar los mapas Michelín de carreteras en lugar de solicitar a Salamanca los topográficos del Instituto Geográfico. El 7 de marzo por la tarde se produjo un cambio de tiempo que se tradujo en lluvia y nieve. Al día siguiente, a las siete de la mañana comenzó una preparación artillera de las fuerzas de Franco que duró 29 minutos y que descargó su impacto sobre la División 12 republicana. A continuación, una columna italiana (a la derecha) marchó sobre Miralbueno, otra (en el centro) sobre la carretera y la tercera (a la izquierda) sobre Las Inviernas. Si la columna que avanzaba por la carretera pudo avanzar con rapidez y la de la izquierda consiguió ocupar Las Inviernas y progresar hacia Alaminos, no sucedió lo mismo con la de la derecha. En Almadrones, quedó contenido un regimiento italiano. También se vio detenido el de la División Soria formada por españoles ya que éstos habían recibido órdenes de no adelantar a los italianos. La paralización del avance italiano ante Almadrones tuvo una importancia casi decisiva sobre el resto de la ofensiva. Al quedar detenida frente a este enclave una parte de las fuerzas italianas, las otras unidades no pudieron avanzar con la velocidad que se había planeado y así el presupuesto de la velocidad de los atacantes se vio seriamente comprometido. A esto se añadió que la retirada de las fuerzas republicanas se realizó en orden y con pocas bajas. Contra lo pensado por los atacantes, su reagrupación iba a ser relativamente fácil.

El 9, con un tiempo que se había deteriorado, los italianos volvieron a atacar Almadrones auxiliados por un batallón español. La entrada en la localidad sobre las 11 de la mañana les hizo caer en el error de pensar que los republicanos habían sido derrotados de manera total y por ello se cursó la orden de que la División 3 reemplazara a la 2. El resultado de esta directiva fue, sin lugar a dudas, la confusión. Por un lado, el reemplazo no era fácil porque la División 2 aún continuaba combatiendo, pero además se produjeron atascos en las carreteras y las unidades italianas se fueron fragmentando en su desplazamiento hacia el frente. Finalmente, la División 3 comenzó a actuar hacia las cuatro de la tarde. Dividida en dos columnas, una de éstas avanzó hacia Guadalajara por la carretera general y la otra por la carretera de Almadrones-Brihuega-Torija.

Cuando la columna que se dirigía a Guadalajara llegó al kilómetro 83 junto al cruce de la carretera hacia Brihuega, sus flancos se encontraban peligrosamente expuestos. A la derecha, la División Soria estaba retrasada porque se le había ordenado no sobrepasar a los italianos y, a la izquierda, los italianos del IV y V Grupos de Banderas se hallaban en Masegoso, a casi 25 kilómetros por detrás. Dado lo precario de la situación —mucho más de lo que podían imaginar los italianos— Francisci decidió avanzar por la noche desde Masegoso a Brihuega, localidad que ocupó al amanecer. La iniciativa era correcta, pero Francisci demostró una imperdonable torpeza al no ocupar las alturas que dominan Brihuega. Los republicanos, por el contrario, se apresuraron a tomar posiciones en los puntos mencionados. De esta manera, los italianos se verían situados en una hondonada dominada por alturas en la que estaban sus adversarios.

El 10, la División Soria consiguió su mayor avance al tomar Jadraque. Ese mismo día, una columna italiana se encontraba en Brihuega en la situación que hemos señalado y otra había conseguido avanzar algunos kilómetros por la carretera general. Sin embargo, entre ambas, posicionadas en los bosques de Brihuega, estaban las Brigadas Internacionales XI y XII que impedían cualquier posibilidad de contacto entre los italianos. Su intervención resultó importante porque impidió la conexión entre ambas columnas italianas. En buena medida, el día 10 resultó decisivo porque el general republicano Miaja comprendió que por aquel sector era por donde se estaba produciendo el avance enemigo y comenzó el traslado de las tropas bajo el mando de Líster y Cipriano Mera a fin de que detuvieran el ataque italiano.

Mientras las fuerzas del Frente popular reaccionaban, los italianos fueron acumulando un error tras otro en su avance. Así emplazaron mal las baterías de artillería y organizaron pésimamente la defensa de los lugares tomados, guiados por la creencia de que nada impediría su avance. El 11, la División 3 ocupó Trijueque utilizando tanquetas dotadas de lanzallamas y llegó al kilómetro 77 de la carretera general, mientras la División Soria había tomado Cogolludo. Sin embargo, la División 2 no avanzó apenas, limitándose a ocupar el palacio de Ibarra. En aquella jornada entró en crisis la ofensiva italiana mientras la Brigada Internacional XI continuó en las cercanías de Brihuega.

El 12, los italianos comenzaron a experimentar reveses. Por un lado, la División 3 perdió algunas posiciones y, por otro, la 2 se vio impedida de seguir avanzando. La División Soria logró alcanzar casi una línea recta entre Cogolludo y Valdedueñas, pero el Mando italiano contemplaba con desánimo el desarrollo de una ofensiva que, cada vez más, parecía haber entrado en crisis. Aquella noche comenzó a realizarse el relevo de las Divisiones italianas 2 y 3 por parte de la 1 y la 4. Una vez más, los italianos operaron con desorden y confusión. Al día siguiente perdieron Trijueque donde tuvieron que abandonar cierta cantidad de material. En la jornada siguiente, los italianos recibieron un nuevo sinsabor: la pérdida del palacio de Ibarra. Este enclave constituía la última defensa de las alturas de Brihuega por el lado de la meseta. Si caía en manos del Ejército popular, la citada ciudad quedaría totalmente a su merced y además se produciría el corte de la comunicación entre la misma y el kilómetro 83. El palacio había sido ocupado el 11 por los italianos. Ahora la Brigada Internacional XII lo cercó y consiguió tomarlo el 14. Ciertamente, como hemos señalado, la toma del palacio tenía una importancia estratégica, pero no puede ser excusa para la acumulación de leyendas que han circulado sobre este episodio. Por ejemplo, no es históricamente cierto —pese a su aparición en alguna película notable— el episodio de las proclamas lanzadas por los italianos del Batallón Garibaldi a sus compatriotas del CTV en un combate entre ambos.

El día 14, el estado de las fuerzas italianas era penoso. La artillería estaba mal emplazada y, en ocasiones, ni siquiera se conocían con certeza sus posiciones. Para colmo de males, los suministros funcionaban lamentablemente; y la aviación no podía prestarles apoyo a causa del mal tiempo. Ante semejante situación, Roatta decidió suspender los intentos de avance y esperar a que el buen tiempo volviera y le permitiera reanudar la ofensiva con apoyo aéreo. Así, Roatta se trasladó a Salamanca para informar del estado de la situación a Franco. No nombró a ningún sustituto en el mando porque, posiblemente, esperaba que su decisión de interrumpir el combate tendría un paralelo en las fuerzas del Frente popular. Cometió así un nuevo error.

Durante los días 15, 16 y 17, las fuerzas del Frente popular no dejaron de combatir e incluso decidieron, probablemente por influencia del comunista Líster, lanzar una contraofensiva. El 18, contra lo presupuesto por los italianos,[127] estaban reagrupadas.[128] Aquella misma noche, las tropas del CTV se vieron obligadas a retirarse del lugar y con ello el flanco izquierdo italiano quedó pulverizado. La posibilidad de que las fuerzas italianas se vieran deshechas desde aquel flanco era real y, en ausencia de Roatta, el coronel Faldella intentó salvar la desesperada situación aun a costa de asumir competencias que no tenía. No pudo, sin embargo, evitar la desbandada. Sólo la División Littorio logró mantener un cierto orden en su retirada y aquello salvó seguramente a los italianos de un desastre mayor. El general Bergonzoli, que mandaba la citada unidad, decidió retirarse no hasta el kilómetro 90, como se le había ordenado, sino al 97 donde consideró que podía sujetar mejor el frente. Éste quedaría así estabilizado aunque resultaba obvio que la ofensiva había concluido con un fracaso. Aquel mismo día 18, el general italiano Roatta solicitó al mando nacional que se le autorizara a retirarse del frente. No consiguió que Franco aceptara su pretensión y hasta el día 22 no comenzó un reemplazo que sólo concluiría el 26.[129]

La batalla de Guadalajara fue, obviamente, una derrota italiana, pero no alcanzó los rasgos de desastre, catástrofe o hecatombe con que la calificaría la propaganda del Frente popular. Los italianos tuvieron, según estimaciones de Conforti, quizá un tanto exageradas, 1400 muertos, 4500 heridos y 560 desaparecidos,[130] entre los que habría que incluir seguramente los 300 prisioneros. A esas pérdidas habría que añadir 800 muertos y 1500 heridos de la División Soria, según Conforti, aunque, en realidad, fueron 148 muertos y 203 heridos. Por su parte, el Ejército popular habría sufrido dos mil doscientos muertos y cuatro mil heridos. Por lo que se refiere al material, los italianos del CTV perdieron 25 piezas de artillería de cinco modelos diferentes, 1 mortero, 294 fusiles, 125 machetes y 133 cañones de ametralladora. Perdieron también, en cantidad indeterminada, carros y camiones que, en ningún caso, llegaron a los centenares o millares a los que se referiría la propaganda. El CTV capturó, por otro lado, a unos trescientos prisioneros, dos piezas y algunos camiones. Por su parte, las agrupaciones del Ejército nacional causaron 849 muertos al Ejército popular de la República, capturaron 92 prisioneros y registraron 66 pasados. Además se apoderaron de 350 fusiles, 22 fusiles ametralladores, 16 ametralladoras, 10 lanzabombas y 7 morteros. El CTV afirmó haber derribado una veintena de aviones del Frente popular, pero la cifra, seguramente, es exagerada.

La victoria —modesta ciertamente— fue enormemente magnificada por la propaganda, pero debe reconocerse que su contenido simbólico resultaba obvio. Por primera vez, el fascismo de Mussolini que, hasta entonces, sólo había cosechado victorias militares (incluyendo Málaga en territorio español a inicios de febrero de 1937) era batido en el campo de batalla. Sin embargo, curiosamente, aquella derrota italiana no perjudicó a Franco. Por el contrario, le entregó la posibilidad de resistir desde una posición mejor los deseos del Duce y sus generales de dirigir la guerra. Estas circunstancias explican que ambos bandos estuvieran interesados en construir la leyenda, un tanto injusta, de la cobardía italiana que a unos permitía denigrar al aborrecido adversario que estaba prestando ayuda a Franco y a los otros disminuir la influencia derivada de la ayuda fascista. En realidad, la derrota de Guadalajara cabe atribuirla a diversos factores. El primero es que la Littorio era la única división del CTV que procedía, íntegramente, del Ejército italiano. Las unidades restantes contaban con un porcentaje elevado de voluntarios de la milicia fascista cuyos mandos intermedios eran muy flojos y cuya preparación dejaba mucho que desear. Esa circunstancia, sumada a la excesiva autoconfianza italiana (alimentada hasta la saciedad tras la victoria de Málaga) y su falta de realismo les llevaron a concebir una ofensiva y a realizar un avance plagado de errores graves. Posteriormente, culparon a los españoles de la División Soria de no haberles ayudado, lo que era injusto ya que esta unidad tenía órdenes de no sobrepasar en su avance a los italianos. Mussolini —pese a que intentó presentar la derrota como una nueva victoria de las armas fascistas— debió comprender perfectamente dónde residían las responsabilidades. Así, ordenó a Roatta que se sometiera a las órdenes de Franco, y que marcharan a España para reorganizar el CTV un general de Cuerpo de Ejército y un general de la Milicia.

Sin embargo, la consecuencia más importante de la derrota italiana fue que, finalmente, disuadió de manera definitiva a Franco de sus planes iniciales para concluir la guerra con una victoria frente a la capital de España. Si el conflicto iba a decidirse a su favor no sería gracias a la toma de Madrid sino al triunfo en otros frentes. El eje militar de la guerra iba a desplazarse así al norte de España.