CAPITULO 8

El avance del Ejército de África

El frente se estabiliza en Andalucía

El golpe triunfó en cuatro capitales de Andalucía: Sevilla (Queipo de Llano), Córdoba (Cascajo), Cádiz (Varela) y Granada (Muñoz Jiménez). Pero incluso en estos casos la victoria de los sublevados se limitó prácticamente al casco urbano y las inmediaciones y hubo de ir acompañada de una represión que tuviera efectos intimidatorios. Hasta el 25 de julio, Queipo de Llano no logró sofocar la resistencia de las fuerzas del Frente popular en Sevilla. Ese mismo día al ocupar los sublevados Utrera se pudo establecer el primer eje de comunicaciones en la Andalucía de los alzados, el que unía Cádiz —donde habían actuado algunas unidades del Ejército de África desde el inicio de la rebelión— con Sevilla.

La situación de los rebeldes era en no pocos lugares de Andalucía considerablemente precaria y transcurrió en paralelo con la revolución desencadenada en las diversas provincias. Así, a la dureza de la represión llevada a cabo por las fuerzas del Frente popular —928 víctimas mortales en la provincia de Granada, 478 en la de Sevilla, 111 en la de Cádiz, por ejemplo— se sumó la de unas columnas que no sólo pretendían ya intimidar al adversario mediante el uso de la violencia, sino también vengar las atrocidades frentepopulistas que iban descubriendo en el curso de su avance. Así, durante estas semanas, la actuación de las columnas rebeldes[28] unió a las operaciones estrictamente militares, el ejercicio de la represión. Si, por un lado, se pensaba que la eliminación de los enemigos de clase era no sólo legítima sino necesaria para implantar una sociedad que se esperaba mejor; por el otro, se tenía la certeza de que esas acciones debían ser castigadas con una dureza ejemplar que evitara su repetición futura. Así, el entrelazamiento del terror revolucionario con el contrarrevolucionario proporcionó, por lo tanto, a la guerra en Andalucía los colores más siniestros de la lucha de clases,[29] colores que ya habían quedado de manifiesto en guerras civiles como la rusa o la finlandesa.

La situación se alteró, en términos militares, de manera favorable a los alzados cuando el Ejército de África pudo pasar masivamente a la Península. De esta manera, los sublevados pudieron rectificar favorablemente las líneas en Andalucía y, pese a la lejanía geográfica, plantearse la marcha hacia Madrid. Durante los meses de agosto y septiembre, el general Varela desarrolló una serie de campañas que fueron permitiendo a las fuerzas rebeldes en Andalucía establecer nexos entre sí.

El 12 de agosto, partiendo de La Roda, Varela inició por la zona de Málaga una campaña destinada a abrirse paso hasta Granada. Aquel mismo día, los sublevados ocuparon Antequera y desde allí se dirigieron hacia Granada ocupando Archidona y Loja. Arrancando desde esta última localidad, el 18 de agosto Varela quebró el cerco que rodeaba Granada enlazando en la Venta del Pulgar con las unidades rebeldes de esta ciudad. De esta manera quedó abierta la comunicación entre Andalucía occidental y Sierra Nevada.[30]

Tras abrir el paso por Granada, las fuerzas de Varela —entre las que se encontraban los Regulares de Tetuán de Sáenz de Buruaga— debían haberse dirigido hacia la serranía de Málaga. No fue así. La razón fue la existencia de una amenaza considerable sobre las posiciones de Córdoba. Con anterioridad, se habían producido hostigamientos sobre las mismas desde la cuenca minera de Peñarroya en el norte y desde Jaén en el este. Sin embargo, ahora las autoridades del Frente popular habían articulado una ofensiva cuyo objetivo era recuperar Córdoba. Iniciada el 20 de agosto bajo el mando de Miaja, la misma partió de Montoro, Bujalance, Castro del Río y Espejo, avanzando hacia Córdoba por las vías de comunicación procedentes de Andújar y Jaén. Las unidades del Frente popular llegaron hasta el poblado minero de Cerro Muriano, donde la lucha revistió una dureza considerable. Lograron así tomar este enclave acercándose considerablemente a la ciudad. Para los rebeldes, la pérdida de Córdoba hubiera resultado gravísima y, a finales de agosto, las fuerzas de Varela se desplazaron hacia la mencionada provincia. Dispuestas en tres agrupaciones, Varela mandaba la central mientras que Sáenz de Buruaga y Baturone dirigían las alas derecha e izquierda respectivamente.

Durante los últimos días de agosto y los primeros de septiembre, tuvo lugar en las cercanías de Córdoba la que, quizá, fue la primera batalla clásica de la guerra civil. Durante la misma se utilizó también por primera vez con profusión el arma aérea, de la que disponía con una clara superioridad el Frente popular. A pesar de ello, fueron los rebeldes los que se alzaron con la victoria. Hacia el 10 de septiembre, las fuerzas del Frente popular —que habían tenido un número de bajas considerables y habían perdido Cerro Muriano— se vieron obligadas a retirarse. Tras la victoria de Córdoba, Varela decidió desplazar sus fuerzas hacia el sur. El 12 de septiembre se había realizado la concentración de las mismas en Antequera y al día siguiente, Varela cruzó la sierra de Abdalajis en dirección a Ronda. En aquella misma jornada, las fuerzas rebeldes tomaron Campillos. El 14, esta localidad fue testigo de un violento contraataque frentepopulista, pero el 15, Varela pudo continuar su avance siguiendo la carretera general. Al día siguiente consiguió enlazar, en Cuevas del Becerro, con la columna sevillana del comandante Redondo, marchando ambos sobre Ronda que cayó antes de concluir la jornada. De esta manera se vio definido el frente malagueño sobre la base de Archidona, Antequera y Ronda, y quedaron establecidas de manera definitiva las comunicaciones de Ronda con Algeciras.

En otras zonas de Andalucía los alzados habían ido logrando éxitos similares. Así, a inicios de agosto se había ocupado la zona norte de Sevilla y, a finales del mismo mes, ya controlaban las sierras de Huelva. Por lo que se refiere al frente de Córdoba, las operaciones continuaron durante el otoño y el invierno de 1936,[31] aunque las mismas no obstaculizaron el avance del Ejército de África hacia Madrid.[32]

El avance hacia Madrid: Extremadura

En paralelo con las operaciones de Varela en Andalucía, las tropas rebeldes del Sur habían iniciado su avance hacia la capital de España. El 7 de agosto, Franco llegaba a Sevilla y, tras instalar su cuartel general en el palacio de Yanduri, puso a sus órdenes a las unidades militares aunque el mando directo fuera asumido por el teniente coronel Yagüe. Las fuerzas de los sublevados operaron en tres columnas a las órdenes de los tenientes coroneles Asensio y Tella y del comandante Castejón, de las que dos iban en vanguardia y una en reserva.[33] Contaban asimismo con un reducido apoyo aéreo germano, pero, en contra de lo que se repite en ocasiones, no de carros de combate alemanes e italianos. De hecho, el ejército nacional no dispondría de ellos hasta el mes de octubre, ya en el avance sobre Madrid.

El 3 de agosto, las columnas de Asensio y Castejón salieron de Sevilla, y en la noche del 4 al 5 de agosto, entraron en Extremadura. Se había producido así en un solo día un avance, verdaderamente espectacular, de ochenta kilómetros. De manera inmediata, se fueron sumando a estas fuerzas otras que se habían alzado en los días anteriores, pero que habían quedado aisladas en la zona que controlaba el Frente popular.[34] En la Venta del Culebrón, la columna se dividió y el día 5, mientras Castejón tomaba Llerena, Asensio entraba en Monasterio. En esta última localidad volvieron a reagruparse ambas fuerzas. De allí las fuerzas rebeldes descendieron a los Barros, Fuente de Cantos, Los Santos de Maimona, Villafranca y Zafra. El día 7 entraban en Almendralejo. Iba a comenzar así el conjunto de operaciones que, en alguna ocasión, se ha denominado la batalla del Guadiana y que tenía como finalidad estratégica el enlace entre las fuerzas sublevadas del norte y del sur de España.

La región extremeña había quedado dividida con ocasión del alzamiento. Mientras que la guarnición de Cáceres se había sumado al mismo, Badajoz permanecía en manos del Frente popular y lo mismo sucedía con la zona de Aljucén, situada al norte de Mérida. Para poder avanzar sobre Madrid, Yagüe debía tomar Mérida, situada sobre su ruta, y a la izquierda, Badajoz, que limitaba con Portugal.

El 10 de agosto, las columnas de Asensio, Tella y Castejón, bajo el mando de Yagüe, alcanzaron las inmediaciones de Mérida. En las próximas horas, las fuerzas rebeldes sólo encontraron una cierta resistencia en algunas trincheras muy rudimentarias que estaban situadas frente a su ala izquierda. Se llegó así sin dificultad a la cuesta que domina la ciudad por el sur. En la misma se colocaron las baterías de artillería. La localidad extremeña contaba con escasa defensa artillera —dos cañones— además de la natural que proporcionaba el río. Esta corriente de agua era surcada por dos puentes, el del ferrocarril y el romano. Yagüe decidió tomar al asalto este último. Tras una ligera preparación artillera, la 5.ª Bandera se lanzó sobre el puente romano. En un primer empuje y con enorme rapidez, los atacantes tomaron la cabeza de puente y penetraron en la ciudad. Tras atravesar las pequeñas calles, las fuerzas de Yagüe se reagruparon en la plaza principal. Aunque aún continuarían resistiendo algunos focos frentepopulistas, aquel mismo día Mérida quedó en manos de Yagüe. Un contraataque republicano, desencadenado al día siguiente, concluyó con un fracaso y así la localidad se convirtió en lugar de enlace entre las fuerzas alzadas del norte y del sur.

De manera inmediata, Yagüe prosiguió por la ruta de Lobón y Talavera la Real hacia Badajoz. Esta ciudad extremeña se apoyaba en la orilla izquierda del Guadiana y estaba rodeada de murallas. El 13 de agosto, Yagüe llegó ante la misma por el lado suroriental y desplegó sus fuerzas para que limpiaran los barrios exteriores y alcanzaran las murallas. A la derecha, Asensio llegó por el barrio de San Roque hasta la Puerta de la Trinidad, mientras que, por la izquierda, Castejón asaltó el Cuartel de Menacho que se encontraba fuera de las murallas. Se trataba, no obstante, de unos avances previos al asalto sobre la ciudad. Recientemente, se había abierto por la Puerta de la Trinidad una brecha en las murallas de Badajoz con la finalidad de ensanchar la población. Por allí decidió Yagüe lanzar el ataque principal y allí se concentró la resistencia de las fuerzas del Frente popular a las órdenes del coronel Cantero. En las primeras horas del día 14, la artillería de Yagüe bombardeó la zona de la Puerta de la Trinidad. A continuación, se produjo el asalto. Por la derecha, los Regulares de Asensio avanzaron hacia el cauce del Guadiana y entraron por la Puerta de los Carros. Por el centro, la 4.ª Bandera de la Legión de Asensio se lanzó al asalto de la Puerta de la Trinidad con la 16.ª Compañía al frente. El choque revistió una dureza especialmente extraordinaria en una guerra donde el encarnizamiento no era excepcional. De su dureza da fe el hecho de que de la 16.ª Compañía sólo llegaran a la Plaza de la Trinidad un capitán, un cabo y catorce legionarios. Sin embargo, a esas alturas, el combate ya estaba decidido en favor de los asaltantes. Hacia las cuatro de la tarde, en el extremo izquierdo de las fuerzas de Yagüe, Castejón logró tomar por asalto el Cuartel de Menacho. Tras combatir palmo a palmo contra los milicianos que seguían resistiendo, la 4.ª y la 5.ª Bandera enlazaron en la plaza de San Juan, denominada entonces de la República.

Los combates habían tenido como resultado 185 bajas para los atacantes, de las cuales 44 fueron mortales. Eliminados los focos de resistencia, los vencedores fusilaron a cualquier oponente capturado con armas o con el hombro marcado por el retroceso del fusil. En otros casos, los prisioneros fueron llevados a la plaza de toros de donde algunos de ellos serían sacados para ser fusilados. No se trató, empero, como se ha repetido a menudo, de una matanza en masa. Por ejemplo, Pedro Parra Báez, teniente de infantería republicano, fue recluido en la plaza de toros con otros ochenta y tres miembros de su regimiento. Allí permaneció hasta el 26 de agosto en que se les empezó a tomar declaración, trasladándoseles al día siguiente a la prisión provincial. En julio de 1938, el Tribunal de guerra permanente de la plaza de Badajoz dictó para todos ellos sentencia absolutoria.[35]

Unos datos similares fueron los que dio el periodista portugués Mario Neves[36] tras visitar la ciudad en las horas inmediatamente posteriores a su toma por Yagüe. Neves era de simpatías izquierdistas, pero lo que vio no dejaba lugar a dudas. Se habían producido fusilamientos, pero no una matanza indiscriminada de prisioneros como pretendería unos meses después la propaganda del Frente popular y han repetido acríticamente otros autores que, al parecer, no han considerado conveniente examinar las fuentes originales.[37] A día de hoy, ha quedado totalmente establecido que desde la entrada de las tropas de Yagüe en Badajoz hasta el final del otoño de 1936, las víctimas mortales de la represión llevada a cabo por los rebeldes fueron 493, produciéndose 172 en agosto y 191 en septiembre.[38] Entre ellos se encontraban algunos frentepopulistas huidos a los que devolvieron las autoridades portuguesas. Sin embargo, incluso en ese caso, no pocos encontraron refugio en el país vecino, como los 1500 trasladados por barco en octubre de 1936 a Tarragona, entre los que se encontraba el coronel Puigdengolas.

El origen de la leyenda de una supuesta matanza en masa en Badajoz que costó la vida a millares de prisioneros surgió en fecha tan tardía como octubre de 1936, es decir, meses después de cuando, supuestamente, se produjeron los hechos. Su propalador fue el periodista norteamericano Jay Allen, partidario del Frente popular y amigo de los socialistas Largo Caballero y Negrín. Allen escribió para el Chicago Tribune una crónica encabezada con el titular «Carnicería de 4000 en Badajoz, ciudad de los horrores». El relato resulta inverosímil ya que pretende que los datos sobre la matanza de millares de prisioneros le fueron comunicados precisamente por las autoridades rebeldes y esto —nada más y nada menos— después de que Allen hubiera publicado un artículo el 29 de julio de 1936 en el que calificaba a Franco de enano con aspiraciones de dictador, dispuesto a matar a media España. Una simple lectura de las fuentes deja de manifiesto que el reportaje de Allen no pasó de ser una pieza propagandística —pieza que ha hecho fortuna a fuerza de ser repetida por unos autores y por otros sin contrastar el relato con las fuentes— que, muy posiblemente, intentaba cubrir una matanza que dañó considerablemente la imagen internacional del Frente popular. Nos referimos a la que tuvo lugar en la Cárcel Modelo de Madrid durante los días 22 y 23 de agosto, precisamente cuando Allen, según su más que dudoso testimonio, pretendía haber estado en Badajoz.[39] A varias décadas de la entrada de Yagüe en Badajoz hay que reconocer que la propaganda de sus adversarios consiguió su propósito: desviar la atención de la matanza (real) llevada a cabo por el Frente popular en la Cárcel Modelo de Madrid y llevar a creer que, en lugar de algunas decenas de fusilamientos, tuvo lugar una matanza (falsa) de millares de presos republicanos.

La conquista de Badajoz permitió a los sublevados establecer ya de manera definitiva la conexión entre las fuerzas del Norte y las del Sur así como proseguir el avance hacia Madrid. En los próximos días, Asensio continuó progresando hacia Logrosán, Tella a Navalmoral de la Mata y Castejón a Guadalupe. En este último lugar fueron liberados, después de tres días de combate, cinco mil civiles y militares, que se habían refugiado en el monasterio. Se trataba de un caso más de resistencia encarnizada de asediados frente a fuerzas muy superiores, material y numéricamente, del Frente popular.

Antes de que concluyera agosto, Extremadura se hallaba en poder de los alzados. En términos militares, se trataba de un éxito de enorme relevancia porque no sólo había permitido el empleo de la frontera para recibir ayuda de Portugal sino también el enlace entre las fuerzas de Mola y las de Franco. Madrid se encontraba ahora mucho más cerca y comenzaba a dibujarse como una meta posible. Para alcanzarla, Franco decidiría remontar el valle del Tajo.

El avance hacia Madrid: los combates en el valle del Tajo

El 23 de agosto las fuerzas de Yagüe ocuparon Navalmoral, aunque el 25 y el 26 todavía hubo que combatir en la sierra de Guadalupe. El mismo 26, Franco llegó a Cáceres donde instaló su cuartel general. Al día siguiente, el almirante alemán Canaris y Warlimont se entrevistaron en Roma con el general italiano Roana. Los representantes de Alemania e Italia volvieron a insistir una vez más en que la ayuda militar debía ser entregada sólo a Franco[40] y que tenía que ser supervisada por asesores alemanes e italianos. También acordaron que no debería producirse ninguna intervención directa en el conflicto. Este acuerdo violaba frontalmente el pacto de No-Intervención. Con todo, Hitler resultó ser mucho más audaz que sus subordinados. Apenas veinticuatro horas después del acuerdo germano-italiano, el Führer decidió que los alemanes que habían sido enviados a España podían intervenir directamente en acciones armadas. No es de extrañar que el gobierno del Frente popular expresara sus protestas el 30 de septiembre ante la Sociedad de Naciones a la vez que entregaba pruebas de la ayuda extranjera que estaban recibiendo los sublevados. Sin embargo, aunque no le faltaba razón en sus quejas, no era menos cierto que también había potencias que violaban el acuerdo para favorecer al Frente popular. Quizá esa circunstancia explique porque aquel acto, en realidad, sirvió para poco más que para enemistarlos con lord Plymouth, presidente del Comité de No Intervención, reunido por primera vez el 9 de septiembre en Londres.

El 28 de agosto, las fuerzas rebeldes continuaron su avance. En el ala izquierda, se encontraba situada la columna de Tella que arrancó de Navalmoral por la carretera general de Oropesa y Talavera; en el centro, avanzó Asensio y, por la derecha, hizo lo mismo Castejón partiendo de Valdehúncar. Aquel mismo día Tella tuvo que librar algunos combates en Peraleda y El Gordo, pero consiguió abrirse paso hacia la provincia de Toledo. El 29, el ala izquierda de los alzados llegó a Calzada de Oropesa y la derecha a Berrocalejo. El 30, Tella entró en Oropesa y Torralba de Oropesa, Castejón en Valdeverdeja y Asensio en el Puente del Arzobispo. Desde esta última localidad y desde Oropesa partirían las fuerzas encargadas de tomar Talavera. Tras vencer alguna resistencia tanto en Calera y Chozas (sector de Castejón) como Gamonal y Casar de Talavera (sector de Asensio), las fuerzas rebeldes pudieron lanzar a primeras horas del día 3 su ataque sobre Talavera.

La mencionada localidad contaba con algunas posibilidades geográficas de defensa ya que se apoyaba en la sierra de Gredos y en el río Tajo. Sin embargo, la misma se reveló imposible casi desde el principio. Las fuerzas atacantes, que llegaron en un movimiento oeste-este, rebasaron la población con su ala izquierda (Asensio), mientras que la derecha (Castejón) se afirmó sobre el río y avanzó sobre Talavera. En el centro, las unidades de Tella marcharon sobre el aeródromo. Antes de acabar la mañana, Asensio había cerrado la salida de la ciudad cortando las comunicaciones con Madrid, mientras que Tella había tomado el aeródromo gracias a un vigoroso asalto de la 1.ª Bandera y del Tabor. Hacia las dos y veinte de la tarde, Talavera había caído en manos de los atacantes.

Los días 5 y 6 de septiembre se produjo un contraataque de las fuerzas del Frente popular. Los alzados decidieron paralizar la maniobra enemiga en campo abierto en lugar de dejar que se produjera un acercamiento a la ciudad y así situaron sus hombres a unos ocho kilómetros de Talavera. Mientras Asensio resistía la embestida frentepopulista en la carretera general, Castejón ejecutó un rodeo hacia la izquierda y pasó el Alberche. Esta última maniobra permitió a los rebeldes coger de flanco y por la espalda a las fuerzas del Frente popular que se retiraron en desorden. Abierta la carretera hacia Madrid, Franco podría haber avanzado en aquellos momentos sobre la capital de España. Sin embargo, era consciente de la cantidad reducida de efectivos de que disponía —en torno a los quince mil hombres— y de la enorme superioridad numérica y material con que contaban sus adversarios. De manera bastante sensata, optó, por lo tanto, por ir erosionando la capacidad de resistencia del Frente popular mediante sucesivos enfrentamientos en los que sus tropas pudieran ir eliminado paulatinamente a las unidades enemigas y minando la moral del adversario. En paralelo, decidió marchar sobre Toledo con la intención de tomar la ciudad y liberar el Alcázar donde seguía resistiendo desde los primeros días de la guerra un contingente sublevado al mando del coronel Moscardó. Estas acciones —que han sido criticadas repetidas veces por autores no precisamente expertos en temas militares— constituyeron en realidad una muestra más de la prudencia que venía caracterizando desde antes del alzamiento las decisiones de Franco.

En la semana y media posterior a la conquista de Talavera, ésta se convirtió en centro de operaciones de las fuerzas sublevadas que avanzaban sobre Madrid. Durante aquellos diez días, las unidades de Franco se dedicaron a asegurar el flanco izquierdo de la sierra de San Vicente y del valle del Tiétar. El día 9, enlazaron en la Parra de Arenas la columna de Delgado Serrano con la de Monasterio que procedía de Avila. El 18, tras algunos combates en el Casar de Escalona, se llegó a la base de partida que serviría para continuar el avance hacia la capital de España. El 21, cayó Maqueda en poder de Yagüe y el 23, Torrijos. Al día siguiente, Yagüe fue relevado por Franco del mando directo y sustituido por Varela. Los rumores sobre el porqué de aquella decisión seguirían circulando años después. Si, de manera oficial, se atribuyó el relevo a una afección cardíaca de Yagüe,[41] no faltaron los que atribuyeron esa medida a la contrariedad que en el destituido había causado el que Franco, en lugar de avanzar sobre Madrid se desviara para liberar el Alcázar de Toledo. El día 24, las fuerzas del Ejército de África ya ocupaban la línea Villamiel-Rielyes-Gerindote y desde ella se lanzaría el asalto sobre Toledo.

La liberación del Alcázar de Toledo[42]

La decisión de Franco de desviarse hacia Toledo estaba profundamente relacionada con uno de los episodios más famosos de la guerra. Al producirse el alzamiento, el coronel Moscardó, comandante militar de Toledo, desobedeció la orden de enviar a Madrid las reservas de municiones de la fábrica toledana. Resultaba obvio que había optado por sumarse a la rebelión y la respuesta del Frente popular fue enviar sobre Toledo una columna de unos mil quinientos hombres al mando del general Riquelme. Frente a ellos, Moscardó juntó un millar de efectivos formados por los guardias civiles de la provincia, algunos soldados, voluntarios y los cadetes de la academia militar. Ambas fuerzas se encontraron a las afueras de la ciudad y entonces Moscardó decidió refugiarse en el Alcázar, una decisión justificada por el hecho de que la ciudad estaba aislada en medio de la España controlada por el Frente popular y podían llegar nuevos contingentes de tropas procedentes de Madrid. Junto con los sublevados entraron en el Alcázar unos quinientos civiles —mujeres y niños a los que no se quería exponer a represalias— y algunos prisioneros frentepopulistas. Se ha discutido si la decisión de Moscardó no fue errónea y si no hubiera resultado preferible que intentara tomar la ciudad como había hecho Aranda con Oviedo. Sea como fuere, lo cierto es que los defensores del Alcázar dieron muestra de una gallardía extraordinaria.

El 23 de julio, Cándido Cabello, un dirigente frentepopulista, intentó forzar la rendición de Moscardó con la amenaza de fusilar a su hijo Luis, que tenía 24 años. Entre ambos se desarrolló una conversación telefónica,[43] en la que el hijo pidió a su padre que no se preocupara y Moscardó le dijo a éste que encomendara su alma a Dios y, dando un viva a España, muriera como un héroe. Acto seguido, Moscardó comunicó a los asediadores que el Alcázar no se rendiría jamás.

A finales de julio, con el cerco asegurado, Riquelme se dirigió a la sierra de Madrid siendo sustituido por el coronel Álvarez Coque. Una semana después llegó a la ciudad el teniente Ciutat como oficial de enlace. El comunista Líster señalaría después que el orden público en Toledo era deplorable y lo atribuye a los cinco mil milicianos, en su mayoría anarquistas, que, acompañados de centenares de prostitutas procedentes de burdeles de Madrid, «se dieron la gran vida» en Toledo. No fueron ésos los únicos padecimientos a los que se vio sometida la población toledana por la acción de las fuerzas del Frente popular. En toda la provincia, la represión frentepopulista causaría en las escasas semanas que mantuvieron el poder la escalofriante cifra de 2751 víctimas mortales.

El 2 de agosto, el Alcázar, que no dejaba de ser atacado, fue objeto de un intenso bombardeo artillero, pero sus defensores siguieron mostrando una clara voluntad de no doblegarse. Fue así como el capitán Salinas y un pintor llamado Luis Quintanilla propusieron a Álvarez Coque la utilización de gas para exterminar a los que se habían refugiado en el Alcázar. De hecho, ya habían entablado contactos con una empresa francesa para la compra de este material. Quintanilla era un personaje peculiar que durante la revolución de octubre de 1934 había dejado su piso como sede del comité coordinador del alzamiento armado en Madrid. En buena medida constituía un paradigma de lo que se ha denominado «intelectual comprometido» —en su caso de manera especial— y, como veremos, años después, se dedicaría a propalar mentiras sobre lo sucedido en Toledo durante aquellos meses.

La resistencia era encarnizada, pero Álvarez Coque no quedó convencido por Salinas y Quintanilla y se limitó a lanzar el día 9 gases lacrimógenos. Por otro lado, Franco se hallaba todavía a más de 300 kilómetros de distancia y se podía pensar que, caso de llegar a Toledo, el Alcázar acabaría capitulando antes. En cualquier caso, su resistencia era muy molesta por lo que el Frente popular anunció su caída, una noticia que los defensores del Alcázar captaron por radio, el único medio de contacto con el exterior del que disponían.

Ciertamente, el edificio era muy fuerte, pero, a la vez, constituía un blanco perfecto para los bombardeos diarios y, a mitad de agosto, los sitiadores decidieron construir una mina que permitiera volarlo haciendo que cayera sobre los que se refugiaban en él. A esas alturas, el Alcázar ya había saltado a diversos noticiarios internacionales como un ejemplo de valor y el gobierno del Frente popular necesitaba tomarlo cuanto antes. Así, el día 20 dio la orden de acabar con la resistencia en el plazo improrrogable de dos días. Precisamente, cuando vencía el plazo, un avión rebelde lanzó un mensaje de Franco sobre el Alcázar con la promesa de liberarlos. A esas alturas, las tropas rebeldes estaban a 150 kilómetros, pero Franco ya había tomado la resolución de no seguir hacia Madrid dejando a un lado Toledo. Al día siguiente del mensaje de Franco, se consumó el destino del hijo de Moscardó. Junto con otros presos del Frente popular fue objeto de una saca que terminó en fusilamiento. Aunque la propaganda frentepopulista insistiría en que se trataba de una represalia por una bomba que, al caer en Toledo, había causado la muerte de ocho personas, la razón fue muy distinta. El Estado Mayor republicano comunicó al ministro que el bombardeo sólo había sido un accidente —con el resultado de cuatro muertos y dieciséis heridos— al caérsele una bomba a uno de los aviones del Frente popular cuando se acercaba a bombardear el Alcázar. A pesar de que el hecho era conocido por las autoridades civiles y militares y por los jefes de milicias —incluso por buena parte de la población civil— fue aprovechado para llevar a cabo una matanza de presos.[44]

El 3 de septiembre, las fuerzas de Franco tomaban Talavera. Consecuencia directa de ese triunfo fue la caída del gobierno de Giral y su sustitución en la presidencia del gobierno por el socialista Largo Caballero. En esos momentos, la toma del Alcázar por parte del Frente popular no había dejado de ser un problema moral y propagandístico, pero, por añadidura, se había convertido en otro estratégico. Su presencia en la retaguardia constituía un problema, mientras que su sometimiento definitivo permitiría liberar a unos cuatro mil hombres que podrían ser lanzados contra las fuerzas de Yagüe. El endurecimiento del asedio fue extraordinario. El 4, el martilleo continuo de veinte piezas artilleras y los ataques de la aviación lograron derribar el torreón noreste. Al día siguiente, se venía abajo la fachada sur del patio y tres días después, el torreón noroeste. En paralelo, los defensores podían escuchar el sonido de la mina que iba avanzando, mina a la que se sumó una segunda iniciada por su cuenta por los anarquistas. Junto con los medios estrictamente militares, el Frente popular decidió recurrir también a maniobras psicológicas que minaran la voluntad de resistencia de los asediados. El día 9, Vicente Rojo entró en el Alcázar para instarles a la rendición. Rojo tenía amigos entre los sitiados y les ofreció garantías de que las mujeres y los niños serían respetados, y los combatientes serían puestos en manos de los jueces. La respuesta de Moscardó fue que todos seguirían defendiendo el Alcázar y «la dignidad de España». Aprovechando que había pedido un sacerdote para que celebrara misa, las autoridades del Frente popular le enviaron al canónigo Vázquez Camarasa. El sacerdote era un personaje verdaderamente peculiar que se contaba entre los escasísimos clérigos que apoyaban al Frente popular. De manera comprensible, era utilizado por éste con fines propagandísticos. Vázquez Camarasa aseguró a los asediados que la vida en Madrid era normal y que se respetaba las iglesias, afirmaciones ambas que, muy difícilmente, hubieran podido estar más lejos de la verdad. Sin ningún rebozo, intentó convencer a los presentes de la necesidad de rendirse e incluso en el curso de la homilía se preocupó de dejar la impresión de que al día siguiente todos morirían por efecto de la mina. Vázquez Camarasa reprochó a Moscardó que mantuviera a las mujeres coaccionadas en el Alcázar, una acusación a la que respondió la esposa de un oficial diciendo que o las mujeres salían libres con sus maridos y sus hijos o preferían morir con ellos. Se trató de una visita que hirió gravemente la moral de los sitiados que no hubieran podido imaginar que un sacerdote se prestara a secundar las maniobras del Frente popular. Pero, como sucedería con otra posterior del embajador de Chile, no convenció a los defensores para que se rindieran.

Mientras sobre el patio descubierto del Alcázar caían de manera ininterrumpida las bombas, el 17 concluyeron los trabajos de las minas. En cada una se colocaron dos toneladas y media de trilita que debían bastar para volar todo el edificio con sus defensores, las mujeres y los niños. Dado que llevaban días escuchando el ruido, sabían dónde podían estar colocados los explosivos y se colocaron lo más lejos posible de ellos. Los defensores lo ignoraban, pero a esas alturas, Franco se encontraba a unos 50 kilómetros. Por lo tanto, si el Alcázar caía, el Frente popular dispondría adicionalmente de varios millares de soldados para enfrentarse con él.

A las 6 de la madrugada, los restos del Alcázar fueron objeto de un nuevo e intenso bombardeo de artillería. Media hora más tarde, explotaron las dos minas. El edificio tembló y se desplomaron casi toda la fachada oeste y el torreón suroeste. Acto seguido, cuatro grupos de milicianos se lanzaron al asalto. El ataque había sido planeado por el general Asensio, nombrado por Largo Caballero jefe del Ejército del Centro. La sorpresa de los frentepopulistas fue considerable al encontrarse con que los defensores repelían su avance. La lucha, verdaderamente encarnizada, llegó al cuerpo a cuerpo y concluyó con la derrota de los asaltantes. Al retirarse, entre los escombros del edificio quedaban 170 bajas de los atacantes y 72 de los defensores.

Al día siguiente, tuvo lugar un nuevo ataque, también ideado por Asensio, pero, una vez más, los defensores lograron repelerlo. El 21 se desplomó el último torreón. A esas alturas, las fuerzas de Moscardó tenían 201 bajas y resultaba obvio que su capacidad de resistencia se acercaba, en términos materiales, al final. Los hombres de Yagüe estaban tan sólo a 42 km, pero no iban a ser fáciles de cubrir. Cuando entraron en Maqueda, Asensio decidió enfrentarse directamente con ellos y encomendar la toma del Alcázar al teniente coronel Burilo.

Convencido comunista, Burillo multiplicó los asaltos y los bombardeos de aviación y artillería sobre el Alcázar. La resistencia había adquirido características épicas, pero no era lógico esperar que durara mucho. Koltsov, uno de los agentes de Stalin que operaba en España bajo capa de corresponsal, comenzó a asesorar a los comunistas sobre la manera en que deberían utilizar propagandísticamente la caída del Alcázar. El problema principal para el Frente popular era que los defensores seguían negándose a ceder.

El 25, Varela cruzó el río Guadarrama a unos ocho kilómetros de Toledo. El ataque sobre la ciudad sería llevado a cabo por dos grandes grupos. El primero, a las órdenes del teniente coronel Barrón, avanzaría sobre el eje de la carretera de Ávila hasta el extremo derecho de la formación. El segundo, mandado por Asensio, progresaría a la izquierda por los campos que se orientan hacia Bargas y Olías del Rey. La tarde del día 26, cayó Bargas. El día 27, las fuerzas del Frente popular —en su mayoría comunistas— lanzaron su último ataque. Una vez más, resultó infructuoso. Aquella noche, las fuerzas rebeldes, al mando de Varela, llegaron a Toledo. Entraron en la ciudad al día siguiente.

El fracaso ante el Alcázar tuvo consecuencias muy negativas para el Frente popular. No sólo había anunciado repetidas veces su conquista, sino que figuras de la talla de Largo Caballero se habían desplazado hasta el lugar para asistir a su caída. Lo que ahora quedaba de manifiesto era no sólo la tenacidad de los alzados en posiciones defendidas con una enorme inferioridad de condiciones —algo que sucedió también en Oviedo o Huesca— sino también la posibilidad de que éstas fueran asistidas por un ejército rebelde en continuo avance. No resulta extraño que se multiplicaran las versiones que intentaban privar la historia de la defensa del Alcázar de su poder sugestivo.[45] Sí es más extraño, desde la perspectiva de la investigación histórica, que se hayan seguido repitiendo a lo largo de los años.[46]

Posiblemente, el mayor tributo a la gallardía de los defensores del Alcázar lo dieran, no por su gusto ciertamente, algunos de los dirigentes del Frente popular. El anarquista García Oliver señalaría que «los fascistas cuando les atacan en ciudades aguantan mucho, y los nuestros no aguantan nada; ellos cercan una pequeña ciudad, y al cabo de dos días es tomada. La cercamos nosotros y nos pasamos allí toda la vida».[47] No en vano, Largo Caballero pondría como ejemplo de lo que debería ser la defensa de Madrid, «la realizada por el enemigo en plazas como Toledo, Oviedo, Huesca y Teruel». No le faltaba razón ciertamente al veterano dirigente socialista.

El 29 de septiembre, justo al día siguiente de la conquista de la ciudad, Franco visitó el Alcázar de Toledo e impuso la cruz laureada de San Fernando al coronel Moscardó. El 30 tuvo lugar una reunión de enorme importancia para el futuro de la guerra. La muerte del general monárquico Sanjurjo en un accidente de aviación el 20 de julio había privado a los alzados de un indispensable mando único. Los militares sublevados debieron articular el 24 de julio un organismo que representara a los alzados, al que se otorgó el nombre de Junta de Defensa Nacional. Su sede estaba en Burgos y, en buena medida, indicaba el predominio, durante los primeros días de la guerra, de las tropas situadas en el norte de España. Aunque Mola era su verdadero dirigente por razones de antigüedad se reservó su presidencia a Miguel Cabanellas. Formaban también parte de la misma los generales Saliquet, Ponte, Dávila y el coronel de Estado Mayor Moreno Calderón, pero no Franco ni Queipo de Llano. Si Madrid hubiera caído en aquel otoño, la Junta podría haberse transformado en el Directorio militar en el que había pensado Mola al preparar el golpe. Sin embargo, la guerra se había prolongado y resultaba obvio que había que establecer un mando unificado.[48] Los días 21 y 28 de septiembre[49] se reunieron en Salamanca los generales alzados para nombrar al titular de ese mando unificado. Con la abstención de Cabanellas que desconfiaba del futuro Caudillo, todos votaron en favor de entregar el mando único a Franco. Una lectura a posteriori de los hechos ha insistido en el error de esa decisión. Sin embargo, Franco era la decisión obligada ya que no sólo mandaba el ejército que contaba con los mayores éxitos en las semanas que duraba la guerra, sino que además disfrutaba de un enorme prestigio no sólo en España sino internacional. De hecho, si Alfonso XIII consideró que la decisión era idónea, el III Reich había insistido en canalizar la ayuda a los rebeldes sólo a través suyo.

La formulación jurídica de esta decisión se llevó a cabo de acuerdo a los términos de un decreto redactado por Nicolás Franco, hermano del general, y Kindelán.[50] Este episodio, tan pródigo en consecuencias posteriores, tuvo todas las características de una conjura palaciega cuyo principal muñidor fue, presumiblemente, Nicolás Franco. Si bien los generales, con la excepción citada de Cabanellas que afirmaba conocer muy bien a Franco, no tenían reparos a la idea de entregar a éste un mando militar unificado, no es menos cierto que se manifestaban muy reticentes en lo relativo a su poder político. La redacción inicial de Kindelán atribuía a Franco junto con la condición de «Generalísimo» la de «Jefe del Estado» pero matizaba claramente que la misma sólo estaría vigente «mientras dure la guerra». Sin embargo, el texto definitivo del decreto de 29 de septiembre no se correspondería con lo acordado el día 28. En virtud de una serie de modificaciones debidas al hermano de Franco, a éste se le atribuyó la condición de «Jefe del Gobierno del Estado», se añadió que «asumirá todos los poderes del Estado» y se eliminó la limitación de «mientras dure la guerra». Con aquel paso —verdaderamente decisivo para la marcha de la guerra— desapareció la Junta de Defensa Nacional y surgió la Junta Técnica del Estado. Conseguido el mando único, aparentemente los rebeldes sólo tenían ya un obstáculo que se interponía entre ellos y la victoria: Madrid.