La fijación de frentes en el Norte
La posibilidad de que la rebelión pudiese fracasar en Madrid había sido contemplada ya por Mola en alguna de sus Instrucciones reservadas. Sin embargo, no se consideró que tal evento pudiera cristalizar en un fracaso total del golpe dado el triunfo que se esperaba tener en Valencia. El general Goded, que debía dirigir las fuerzas alzadas en esta ciudad, había de abrir sus tropas en abanico para enlazar con otros focos rebeldes y avanzar sobre la capital de España. Así una de sus columnas debía enlazar en Teruel con los alzados en Aragón; otra en el centro debía avanzar sobre la vía directa de Tarancón y una tercera se dirigiría sobre Alicante, donde estaba recluido el jefe de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. A este ataque dirigido por Goded desde Valencia se sumaría además la convergencia de otras unidades procedentes de las guarniciones norteñas donde hubiera triunfado la rebelión. Así fuerzas procedentes de Zaragoza se lanzarían sobre Madrid por Guadalajara; otras procedentes de Navarra y Logroño harían lo mismo por Somosierra y, finalmente, unidades procedentes de Valladolid, Burgos, Salamanca, Ávila y Segovia cumplirían la misma misión por los puertos de Guadarrama y Navacerrada.
Con estos objetivos en mente, en las últimas horas del 19 salió de Pamplona una columna a las órdenes del coronel García Escámez.[2] A primeras horas de la mañana del 20 entraba en Logroño y esa misma tarde liquidaba la resistencia frentepopulista en la localidad que se había concentrado especialmente en la fábrica de tabacos. Al mismo tiempo, en Madrid caía el cuartel de la Montaña. La capital estaba salvada para el Frente popular, pero García Escámez aún tenía posibilidades de tomar Guadalajara. El 21, parte de estas fuerzas se dirigían hacia Alfaro. Mientras García Escámez, que se había hecho con dos baterías artilleras en Logroño, continuó hacia Soria donde entró por la tarde. En la ciudad se había impuesto la rebelión gracias a la acción de la Guardia Civil y la columna García Escámez pudo continuar su camino hacia el sur, en dirección a Guadalajara. Para desgracia de los alzados, las fuerzas del Frente popular habían sido esta vez más rápidas. El 22, la rebelión quedó sofocada en Guadalajara y el 23, cuando García Escámez se hallaba a unos quince kilómetros de esta ciudad, recibió órdenes de Mola para que se desviara hacia el puerto de Somosierra.
Las razones para esta decisión eran de peso. El golpe había fracasado en Barcelona y Madrid, pero, sobre todo, había sucedido lo mismo en Valencia y en Alicante. Además en Aragón no sólo resultaba imposible enviar tropas en dirección a Madrid sino que muy pronto comenzó a experimentarse el impacto causado por las oleadas de milicianos que procedían de Cataluña. De hecho, el que lograra resistir ya podía considerarse un auténtico éxito. De todo ello se desprendía que el ataque a Madrid desde el norte era imposible, aunque sí seguía resultando perentorio el que se ocuparan y defendieran las líneas de la Sierra.
Mola había dado órdenes a Carlos Miralles de que tomara Somosierra y fijara allí los ataques republicanos a la espera de la llegada de las columnas del norte. El 17 de julio, el general Kindelán había transmitido la orden.[3] Sobre las diez de la noche de ese mismo día, unas docenas de voluntarios de Renovación Española se situaban con esa misión en el túnel del trazado del ferrocarril directo de Burgos. El 18, dos autos con guardias de asalto se habían dirigido a ocupar la posición, pero allí fueron sorprendidos por el grupo de Miralles que les hizo cinco prisioneros y se apoderó de un auto y armas. Hasta el día 22, sin embargo, no se produjo ningún ataque frentepopulista sobre las fuerzas de Miralles. Este no pudo resistir en Buitrago, como había deseado, e incluso pagó con su vida la acción. Sin embargo cuando sus fuerzas se dirigían con su cadáver hacia Cerezo de Abajo enlazaron con las fuerzas del coronel Gistau que venían de Burgos.[4] Así, el tiempo que Miralles había mantenido Somosierra sería importante para que la misma quedara finalmente en el campo rebelde.
El 23, se produjo un intento de los alzados de retomar Somosierra, que resultó frustrado. Ese mismo día, la columna García Escámez llegó a Aranda. Bajo el jefe de ésta quedaban, el 24 de julio, la columna burgalesa del coronel Gistau y el grupo del fallecido Carlos Miralles. El 25, las fuerzas rebeldes —a las que asistía un avión— se lanzaron a reconquistar Somosierra. Aquel mismo día la posición quedó en manos de los sublevados. El 26, ocupado y rebasado el pueblo de Somosierra, García Escámez llegó a las inmediaciones de Robregordo. Al día siguiente, se ocupo esta localidad y se alcanzaron las cercanías de Buitrago. El 3 de agosto, un ataque de García Escámez encaminado a tomar esta localidad fracasó y así quedó estabilizado el frente unos cinco kilómetros al norte de Buitrago.
En paralelo a la columna de García Escámez, también había marchado sobre la capital la del coronel Serrador que procedía de Valladolid.[5] Ésta había recibido órdenes de avanzar sobre la carretera de La Coruña que corta la sierra por el paso de Guadarrama y en la noche del 21 al 22 sus tropas abandonaron la ciudad castellana por la carretera de Olmedo. El 22, Serrador llegó a Villacastín donde se le unieron algunas fuerzas procedentes de Segovia. Se trataba de medio centenar de guardias civiles y de dos compañías del Regimiento de Transmisiones de guarnición en el Pardo. Como ya indicamos, era el único de estas características que se había sumado al alzamiento. A las órdenes del coronel Carrascosa, esta última unidad había pasado a la vertiente norte de la sierra por Navacerrada y La Granja donde se había unido a la rebelión. Reforzado por estas tropas, Serrador se dirigió inmediatamente a San Rafael. Allí se le informó de que había fuerzas del Frente popular defendiendo el Alto del León. Ante la posibilidad de que la resistencia pudiera verse fortalecida con la llegada de nuevas unidades, Serrador decidió proceder inmediatamente al ataque y en la tarde del 22 sus tropas escalaron el paso.
La acción sobre el Alto de León se realizó apoyada en el avance de tres columnas. La de la derecha avanzó por los Pinares de los flancos de Cueva Valiente que respaldan San Rafael; la de la izquierda, por la barrancada que sigue la línea del ferrocarril y por el centro, otra, al mando del propio Serrador, escaló las revueltas del camino. Mientras la columna central atraía la atención de los defensores, las otras dos debían desbordarlos. En el centro, la lucha adquirió una especial virulencia que se vio agudizada por la necesidad de desalojar a los defensores recurriendo incluso a encarnizadas luchas cuerpo a cuerpo. La retirada de los defensores se produjo cuando éstos se percataron de que estaban siendo desbordados por los lados. El 22, a las siete de la tarde, el Alto del León estaba en manos de Serrador. De sus mil hombres, ochenta y cinco habían sido baja.
Las fuerzas del Frente popular distaban mucho de haber aceptado la pérdida del enclave. Así, lanzaron en los días siguientes algunos ataques frontales partiendo del pueblo de Guadarrama y otros de flanco sobre la línea de El Espinar. Dado que no existía un frente estabilizado, las infiltraciones lograron a veces cierta profundidad y en una de esas acciones murió el falangista Onésimo Redondo, junto al pueblo de Labajos, entre Villacastín y Sanchidrián. Las embestidas frentepopulistas estuvieron a punto de desalojar a las unidades enemigas y, de hecho, el día 26, Mola estudió la posibilidad de un repliegue de aquellas posiciones hacia una línea que pudiera apoyarse en el Duero. Si no se llegó a esa situación se debió a la llegada de refuerzos procedentes de Salamanca, Segovia, Valladolid y Navarra el 27 de julio. Aquel mismo día se hizo cargo del mando el general Ponte. En los días siguientes, los alzados consiguieron incluso avanzar algo y a inicios de agosto quedó fijado el frente por la vertiente sur de la sierra hasta el sanatorio de Tablada.
El valor de aquel avance quedaría de manifiesto en las siguientes semanas. A inicios de septiembre, permitiría una conjunción de las fuerzas de Franco, que avanzaban desde el sur, con las de Mola, a través de la sierra de Gredos. A mediados de octubre, volvería a ser el marco de una nueva operación de enlace esta vez en las inmediaciones de Robledo de Chavela. Así, a finales de ese mismo mes, el frente quedó fijado en un semicírculo amplio que rodeaba El Escorial enlazando por Cabeza Lijar con la línea de Guadarrama y por Navalagamella con los sectores del frente madrileño de Brunete. El frente permanecería establecido así hasta el final de la guerra en 1939.
En el norte de España, como ya vimos, el alzamiento había fracasado en Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa. El gobierno del Frente popular intentó aprovechar aquella circunstancia para presionar sobre los sublevados y, al mismo tiempo, ayudar a otras poblaciones amenazadas. Así el 19 de julio, el Ministerio de la Guerra ordenó a las autoridades provinciales de Vizcaya y Guipúzcoa que formaran columnas y las dirigieran sobre Vitoria. De la misma manera, se ordenó a las asturianas que ocuparan las capitales leonesas a la vez que enviaban fuerzas hacia Madrid. En Guipúzcoa, una columna a las órdenes de Pérez Garmendía, colaborando con otra vizcaína, debía encaminarse hacia Vitoria. Sin embargo, el 21 se produjo el alzamiento en San Sebastián y Pérez Garmendía tuvo que dirigirse a esta ciudad para sofocarlo y someter a sitio a los cuarteles de Loyola. Convertido en comandante militar de San Sebastián, Pérez Garmendía formó cuatro columnas[7] compuestas por guardias civiles y de asalto, carabineros y milicianos de distintas fuerzas frentepopulistas. Los nacionalistas vascos, aunque a diferencia de sus correligionarios en Álava y Navarra, ya habían tomado posición contra el alzamiento, no se incorporaron de momento al combate.
En apariencia, la reacción frentepopulista había sido de cierta efectividad pero, en muy poco tiempo, quedaron de manifiesto sus terribles limitaciones como la carencia de entrenamiento militar de la mayoría de sus efectivos y, sobre todo, descoordinación con el Gobierno republicano. De hecho, en cada una de las provincias se acabó articulando una administración civil y militar que más que autónoma era independiente, que contaba con unidades consideradas como propias y que destinó las mismas a los objetivos que le pareció idóneos sin tener en cuenta la marcha general de la guerra.
El 29 de julio salieron de Lugo las columnas rebeldes a las órdenes de Ceano Vivas y López Pita con la intención de penetrar en Asturias y enlazar con los alzados que resistían en Gijón (en cuyo cuartel de Simancas se había refugiado el coronel Pinilla) y Oviedo. Pronto las fuerzas atacantes contaron con otras dos columnas que irían recibiendo más refuerzos y acabaron constituyendo dos agrupaciones bajo el mando del coronel Martín Alonso. De éstas, la mandada por el teniente coronel Teijeiro avanzó por la costa, mientras que la situada a las órdenes del teniente coronel Gómez Iglesias, progresó por el interior. El 1 de agosto, las fuerzas de Teijeiro tomaron Navia pero desde ese momento la resistencia que encontraron fue encarnizada. El hecho de que además cayeran ante las fuerzas del Frente popular los cuarteles de Gijón permitió desplazar refuerzos al frente para combatir a los alzados. El 28 de agosto, las unidades de los sublevados consiguieron enlazar en La Espina, pero la posibilidad de seguir progresando se iba desvaneciendo. El frente se estabilizó y Oviedo no pudo ser alcanzado por las fuerzas enviadas en su ayuda. Durante los meses siguientes, la ciudad iba a soportar un asedio de características pavorosas y sufriría algunos de los bombardeos más terribles de todo el conflicto. A pesar de todo, sus defensores darían muestra de un valor verdaderamente extraordinario.
En Santander, el poder político pasó a manos del comité del Frente popular y se formaron pequeñas columnas que cruzaron los límites de Palencia y Burgos donde chocaron con unidades rebeldes. Así, el frente quedó establecido desde el valle de Mena a los Picos de Europa con apenas unos centenares de hombres a cada lado vigilando los accesos.
En Vizcaya, el alzamiento había fracasado e incluso el mismo 19 de julio, salía de Bilbao una columna a las órdenes del teniente coronel Vidal Munárriz con el objetivo de llegar a Vitoria por Ochandiano. No pasó de este punto ya que el bombardeo de un Breguet XIX procedente de Burgos sembró el desconcierto en la columna. El 22 se dirigió a Orduña por Amurrio otra columna mandada por el comandante Aizpuru. Esta unidad no cruzó la divisoria y allí quedó estabilizado el frente. El 17 de agosto se constituyó la Junta de Defensa de Vizcaya, un organismo que sustituyó al comité del Frente popular previo y en el que se dio entrada ahora al PNV y a la CNT. La Junta se dedicó en los días siguientes a formar batallones, pero en los mismos, sobre las cualidades militares, primó el carácter miliciano y partidista.
En Navarra, el coronel alzado Solchaga, sucesor de Mola en Pamplona, recurrió a enviar algunas columnas reducidas a cerrar las vías de acceso a Navarra desde la frontera hasta Álava. Estas fuerzas acabaron aglutinándose en tres agrupaciones que, desde muy pronto, comenzaron a ganar terreno para la sublevación. La primera, a las órdenes del jefe del batallón de Arapiles, teniente coronel Cayuela, se originó en la columna que, procedente de Estella, llegó el 20 a Alsasua; la segunda fue fruto de la unión de las columnas Tutor, Fernández Checa y Latorre y la tercera —y más importante— procedía del agrupamiento de la columna que había abandonado Pamplona a las órdenes de Beorlegui y de las mandadas por el coronel Ortiz de Zárate, el teniente coronel Los Arcos y el capitán Doñabeitia.
Mola tenía la intención de controlar Guipúzcoa a sabiendas de que un éxito de ese tipo le permitiría cortar el Noroeste situado bajo el Frente popular de la frontera con Francia, limitando extraordinariamente al adversario la posibilidad de recibir ayuda militar. Para llevar a cabo este objetivo, Mola intentó seguir las tres líneas naturales de penetración que van hacia la costa a través de los valles de los ríos Oria, Urumea y Bidasoa. Lo cierto, no obstante, es que aunque la agrupación mandada por Cayuela entró en Guipúzcoa el 25, y ocupó el puerto de Echegárate el 26 y Beasaín el 27, el avance rebelde fue muy difícil a causa de la defensa dirigida por Pérez Garmendía. Aunque éste murió en acción de guerra el 28 de julio —el mismo día en que caían los cuarteles de Loyola— a inicios de agosto, el frente se había estabilizado. El día 7 de ese mismo mes se constituyó la Junta de Defensa de Guipúzcoa, presidida por el socialista Miguel Amilibia y en la que estaban presentes el PNV, el PCE y la CNT. Por su parte, los nacionalistas vascos organizaron una junta de defensa local en Azpeitia y crearon los «gudariak» o «gudaris», los «soldados vascos». Sin embargo, a pesar de las pretensiones nacionalistas de constituir los únicos representantes de los vascos, éstos no iban a combatir sólo en un bando. De hecho, como quedaría de manifiesto durante el resto de la contienda, la guerra que había dividido España en dos haría lo mismo con ellos y, de manera bien significativa, el porcentaje mayor de vascos combatiría en las filas del Ejército nacional a las órdenes del general Franco.
Al día siguiente de constituirse la Junta, Beorlegui reemprendió el ataque contra las posiciones frentepopulistas utilizando unidades vasco-navarras. El día 11, logró tomar las Peñas de Aya y el 15, los fuertes de Erlaiz y Pagogaña, situándose así frente a San Marcial, el último obstáculo antes de tomar Irún y aislar Guipúzcoa de la frontera con Francia. Al mismo tiempo, el coronel sublevado Iruretagoyena —que había sustituido al teniente coronel Latorre— ocupó Tolosa el 11, y el 17, Andoaín con lo que amenazó con cortar la carretera que llevaba de San Sebastián a Bilbao. La resistencia se recrudeció entonces y las unidades rebeldes se vieron imposibilitadas de seguir avanzando. La salida de esta situación de punto muerto se produjo al llegar al frente la 2.ª Bandera del Tercio. Beorlegui la situó en vanguardia y el 25 inició el tercer ataque sobre Irún, teniendo como objetivo San Marcial. En torno a este enclave se desarrollaron combates encarnizados hasta que el 2 de septiembre el tercio de requetés navarros de Montejurra logró conquistarlo. Dos días después, las fuerzas alzadas entraron en Irún y el Norte controlado por el Frente popular quedó aislado de Francia.
La toma de Irún y la posibilidad de verse copados por las unidades de Iruretagoyena llevaron a las fuerzas guipuzcoanas a comenzar la retirada de San Sebastián. El 13 de septiembre, las tropas rebeldes entraron en esta ciudad y decidieron explotar el éxito llegando, si era posible, hasta Bilbao. Como veremos más adelante, la situación de Huesca era muy delicada en esos días y Mola decidió enviar en socorro de la ciudad aragonesa al coronel Beorlegui con cuatro batallones. Es posible que semejante decisión, obligada por otra parte, impidiera la penetración de los alzados en Vizcaya. No detuvo, sin embargo, su avance en Guipúzcoa. Solchaga decidió proseguir la ofensiva y con esa finalidad dividió sus fuerzas en tres columnas. La primera (Iruretagoyena) seguiría la costa; la segunda (Los Arcos) avanzaría por las carreteras Tolosa-Azpeitia-Elgóibar y Beasaín-Zumárraga-Vergara; y la tercera, alavesa (Alonso Vega), pasaría de sur a norte cruzando el puerto de Arlabán. Durante el resto del mes de septiembre, las fuerzas de Solchaga lograron ocupar casi toda Guipúzcoa, salvo una reducida franja en la que estaban las localidades de Elgóibar, Elgueta y Éibar. Así, con un avance importantísimo de los rebeldes, quedaría estabilizado un frente que no experimentaría variaciones notables hasta inicios de 1937. Las ventajas estratégicas de sus acciones resultaban innegables, pero aún resulta más impresionante la precariedad de medios —muy inferiores a aquellos de los que disponía el Frente popular— con los que las habían logrado.
A diferencia de lo sucedido en la sierra cercana a Madrid, en Aragón el frente experimentó una extraordinaria fluidez hasta tal punto que no puede hablarse propiamente de su estabilización hasta finales de febrero de 1937. Los rebeldes habían intentado apoyarse en esta región sobre una serie de guarniciones que conectaban ya con Cataluña. Obviamente, su éxito dependía no poco del triunfo del alzamiento en Barcelona. El que la rebelión fracasara en esta ciudad tuvo consecuencias desfavorables para los sublevados en Aragón. De hecho, es posible que si los alzados en Barcelona hubieran resistido unas horas más, los de Aragón hubieran logrado el triunfo en algunos enclaves que, finalmente, siguieron en manos del Frente popular. Al final, la sublevación quedó asentada en Jaca, Huesca, Zaragoza, Calatayud y Teruel, pero fracasó en Barbastro, Caspe y Alcañiz. Previendo los ataques de las fuerzas del Frente popular, el 21 de julio, Cabanellas ordenó en Zaragoza el llamamiento a filas de los reclutas pertenecientes a los reemplazos de 1932 a 1935. Era la primera disposición de este tipo que se dictaba desde el inicio de la guerra.[9] Tres días después llegaban a Zaragoza cerca de dos mil requetés procedentes de Navarra. Ambos hechos tenían una importancia considerable para los sublevados porque sobre Aragón estaba a punto de desencadenarse el avance de diversas columnas de milicianos.
Aunque la rebelión militar no había sido sofocada en Barcelona sólo por la CNT-FAI, ésta iba a convertirse en la principal beneficiaria de aquel triunfo. Cuando aún no habían pasado unas horas de éste, García Oliver y otros dos compañeros anarquistas se entrevistaron, sucios y con las armas con que habían combatido por las calles, con Companys,[10] el presidente de la Generalidad. En el curso de la reunión, éste les indicó que el poder estaba en sus manos y que él estaba dispuesto a colaborar en lo que estimaran conveniente. Companys —el mismo dirigente que en octubre de 1934 se había alzado en armas contra el gobierno legítimo de la República— se convertía así en partícipe responsable de la terrible represión que los anarquistas habían desencadenado en Barcelona, una represión en la que tuvieron también un papel importante las otras fuerzas del Frente popular, incluida la Esquerra de Companys, y que se tradujo en 5682 víctimas mortales durante los siguientes años.[11] Además, se llegó a un acuerdo para formar un comité de milicias que dirigiera en Aragón las operaciones militares contra los alzados y que se ocupara de la seguridad en Cataluña. Así nació el comité de milicias antifascistas de Cataluña que estuvo compuesto por tres miembros de la CNT (Durruti, García Oliver y José Asens), dos de la FAI (Abad de Santillán y Aurelio Fernández), cuatro de Esquerra y Unión Republicana, tres de la UGT y fuerzas que habían formado el PSUC.
La acción de Companys demostró estar provista de una notable sutileza política, por más que no se caracterizara por sus escrúpulos morales. Al plegarse ante la CNT-FM no sólo excluía el peligro de una insurrección en Barcelona sino que además integraba a los anarquistas en los mecanismos de la Generalidad y, por añadidura, lograba enviarlos fuera de Cataluña con el pretexto de que había que liberar Aragón. Los anarquistas, quizá deslumbrados por aquella actitud, realizaron concesiones sin precedentes.[12] No serían, desde luego, las últimas y, así, el 21 de julio, el pleno regional de federaciones locales y comités comarcales de la CNT decidía por unanimidad que no se hablara de comunismo libertario hasta la victoria sobre los sublevados. De la misma manera, se ratificó el acuerdo de colaborar con los partidos y sindicatos integrados en el comité de milicias.[13]
Sobre el Aragón controlado por los sublevados iban a marchar cuatro columnas. Al norte, milicianos de la CNT y el PSUC, bajo el mando del anarquista Ascaso, partieron de Lérida siguiendo el curso del Cinca. Mientras su flanco derecho tenía el cuartel general en Boltaña, iniciando la lucha del Pirineo hacia Jaca, el centro tenía como base Barbastro y como objetivo Huesca, y el flanco izquierdo tomó como base Sariñena y lanzó sus ataques sobre el llano de Tardienta y la sierra de Alcubierre. Al sur del Ebro, la columna Ortiz sofocó la rebelión en Caspe y Alcañiz y avanzó por la carretera de Híjar repartiendo sus efectivos a la derecha en dirección a Azaila, sobre Quinto, y a la izquierda por Lécera y Muniesa alcanzando el río Huerva y la sierra de Cucalón. Sobre Teruel marcharon fuerzas que procedían de Valencia avanzando por la carretera general de Sagunto. La composición de esta columna era extraordinariamente heteróclita ya que incluía desde unos trescientos guardias civiles de las comandancias de Valencia, Castellón y Cuenca a reclusos de los penales de Chinchilla y San Miguel de los Reyes. De entre todos estos objetivos, el principal era la toma de Zaragoza.[14] Ésta constituía un objetivo militar de un enorme valor. Aparte de ser un importante nudo de comunicaciones, cubría tanto el valle del Ebro como Castilla la Vieja y Navarra, regiones éstas donde había triunfado la rebelión y desde donde se articulaba la ofensiva sobre la capital de España.[15] Si Zaragoza caía, las fuerzas de Mola podían verse enfrentadas con una situación muy comprometida.
El 24 de julio, el anarquista Durruti salió de Barcelona al mando de una columna, que sería denominada de la Victoria. Estaba compuesta por tres mil voluntarios que desfilaron por el paseo de Gracia y la Diagonal. Los medios de transporte se limitaban a algunos camiones a los que se había superpuesto un blindaje bien poco fiable.[16] De igual forma, los milicianos anarquistas carecían de entrenamiento militar.
Con Zaragoza en mente, tras asegurar el control de Lérida, la columna Durruti continuó su avance por Fraga, Candasnos, Peñalba, La Almanda, etc., de una forma despiadada que incluyó los fusilamientos de los considerados enemigos de clase.[17] El 27 de julio, la columna Durruti llegó al cruce de carreteras cercano a Bujaraloz. En esta localidad, el dirigente anarquista se entrevistó con el coronel Villalba, que había estado al mando de la guarnición de Barbastro. Villalba recomendó a Durruti que no prosiguiera el avance hacia Zaragoza, pese a que, contando desde la vanguardia de la columna situada cerca de Pina de Ebro, la capital aragonesa se encontraba sólo a unos 35 kilómetros. El argumento empleado por Villalba, que fue apoyado por el consejero catalán de la columna, Pérez Farrás, fue que los flancos estaban al descubierto y que un ataque en esas condiciones podía concluir en un desastre.[18] Ciertamente, en el flanco izquierdo, la columna Ortiz estaba muy retrasada y el derecho se perdía en la sierra de Alcubierre, pero el 28, otras fuerzas de milicianos atacaron Almudébar y el flanco izquierdo quedó cubierto. Si el avance de los milicianos no continuó fue debido a un imprevisto ataque aéreo llevado a cabo por los sublevados con tres avionetas. Los milicianos fueron presa del pánico y se desbandaron. Durruti tardó varios días en reordenar de nuevo aquellas fuerzas[19] y detuvo su avance en Bujaraloz durante nueve días. El momento no pudo ser peor porque la CNT de Zaragoza había sumergido a la ciudad en una huelga general que mantenía inmovilizados buena parte de los servicios. Se llegó a afirmar que incluso los rebeldes se habían planteado la posibilidad de retirarse de la ciudad.[20] No podemos saber si un ataque de Durruti en aquellos momentos hubiera podido tener éxito, pero lo cierto es que el avance no se reanudó hasta el 4 de agosto. Cuatro días después, la columna Durruti llegó hasta Osera de Ebro,[21] pero allí, a unos treinta kilómetros de Zaragoza, quedó detenida. En las próximas semanas, la labor de Durruti estaría más relacionada con llevar a cabo una política de colectivizaciones típicamente anarquista y con ejercer la represión sobre los considerados enemigos de clase que con tareas de corte militar.[22]
A medida que fue avanzando el mes de agosto, los combates en Aragón se vieron desplazados geográficamente en lo que a su importancia militar se refiere. Durante los primeros días, el foco principal estuvo en la línea Quinto-Belchite-Muniesa. A mediados de mes, éste se vio trasladado a los sectores de Tardienta y Almudébar y, hacia el final, en dirección a Teruel y Huesca. La situación de esta última ciudad en los primeros días de septiembre estuvo a punto de hacerse insostenible para los rebeldes que contaban con unidades oscenses y también con otras procedentes de Jaca, Navarra, Zaragoza y Larache. Los rebeldes intentaron enfrentarse con la posibilidad de que la ciudad cayera con el envío continuado de refuerzos. El 6 de septiembre llegó la 2.ª Bandera de la Legión y después de la toma de San Sebastián el 13 de septiembre, Mola ordenó al coronel Beorlegui que se desplazara a Huesca con unas fuerzas que incluían sus unidades navarras y el Tercio Gallego del comandante Borja de Quiroga. Los bombardeos sufridos por Huesca se contarían entre los más violentos sufridos por una ciudad durante toda la guerra civil. Sin embargo, a pesar de su notable superioridad material, las fuerzas del Frente popular no lograron quebrantar la voluntad de resistencia de los asediados. Durante todo el mes de septiembre y parte del de octubre se combatió en Siétamo, Quicena, Estrecho Quinto, Monte Aragón, Cuarte, Chimiilas y en las líneas urbanas del Manicomio y de la entrada de la carretera de Zaragoza por el cementerio. Como sucedería en otros centros urbanos sitiados por las fuerzas del Frente popular —Toledo, Oviedo…— la superioridad en términos materiales quedó, de manera sorprendente, más que compensada por unos hombres dispuestos a resistir hasta el final. Estaban convencidos de que no encontrarían cuartel en sus oponentes y, sobre todo, creían en una causa a la que identificaban, literalmente, con obligaciones sagradas. Huesca, al fin y a la postre, no cayó en manos del Frente popular y, a mediados de octubre, quedó estabilizado el frente. Así se mantendría hasta marzo de 1938.
En Aragón, la situación de los sublevados era ciertamente prometedora. Habían logrado conservar las capitales de provincia y mantenían una relación directa con el Ejército de Mola. Además habían conseguido estabilizar un frente extendido y dotado de excesiva fluidez en base a cuatro posiciones fundamentales: Huesca, la sierra de Alcubierre, Belchite y Teruel. Estas circunstancias tendrían una importancia estratégica innegable, durante el resto de la guerra. También presentó una clara repercusión moral ya que, al haberse mantenido el control frente a fuerzas enemigas muy superiores, la confianza en la justicia de su causa, una causa provista de un contenido religioso, sólo podía quedar reforzada.
Cuando el general Goded salió hacia Barcelona al iniciarse el alzamiento en esta ciudad dejó comenzada la rebelión en Palma. El hecho de que las autoridades civiles se entregaran sin resistencia a los alzados facilitó considerablemente el triunfo de éstos. El 19, Palma estaba en su poder y lo mismo sucedía el 20 con Pollensa, Manacor y Sóller donde se produjo alguna resistencia. De hecho, la única interferencia que tuvieron los alzados fue los bombardeos que desde el día 23 realizaron aviones procedentes de Barcelona. Así, mientras Mallorca, Ibiza y las islas menores se sumaban a la rebelión, Menorca y Mahón seguían en poder del Frente popular.
La importancia de Mallorca era extraordinaria ya que su posesión permitía, en buena medida, controlar el tráfico marítimo sobre las costas españolas que dan al Mediterráneo. De manera bien significativa, el intento de recuperarla no derivó del gobierno del Frente popular, sino de la Generalidad de Cataluña. Siguiendo una línea ideológica propia del nacionalismo catalán que manifiesta sus apetencias sobre regiones españolas como las Baleares o el reino de Valencia, la Generalidad pretendía apoderarse de Mallorca en beneficio propio y, precisamente por ello, no contó para sus propósitos ni con el Ministerio de la Guerra ni con el Estado Mayor Central, ni tampoco reparó en el desarrollo de la contienda. A la grave situación que implicaba realizar operaciones militares de manera autónoma se sumó la ejecución del desembarco en Mallorca. Por si fuera poco, el plan fue anunciado imprudentemente en diversos medios con lo que desapareció de manera total el efecto sorpresa.
La ejecución del desembarco fue encomendada al capitán de Infantería Alberto Bayo. En la operación tomaron parte inicialmente los destructores Almirante Antequera y Almirante Ferrándiz, algunas unidades menores y, como transporte, los mercantes Ciudad de Cádiz, Mar Negro y Marqués de Comillas, actuando este último como hospital. El 5 de agosto, la expedición enviada desde Cataluña ocupó sin dificultad la isla de Formentera y, al día siguiente, desembarcó en Santa Eulalia, Ibiza, sin encontrar tampoco resistencia. Esta columna se uniría con otra desembarcada el día 8 en San Carlos, Ibiza, entrando ambas columnas en la capital de la isla sin dificultad. Tan halagüeños resultados iban a frustrarse en breve. El día 7 de agosto había salido de Valencia el buque transporte Mar Cantábrico que llevaba a bordo una expedición militar frentepopulista a las órdenes del capitán de la Guardia Civil Manuel Uribarri y cuya finalidad era la toma de Ibiza. Lejos de ser bien acogida por Bayo, éste insistió en que sólo obedecería órdenes del Gobierno catalán, mientras Uribarri sostenía, con toda la razón, que era el Gobierno de la República el que debía dar las órdenes en operaciones como aquélla. Ante el cariz que tomaba la situación, finalmente, Uribarri optó por retirarse y Bayo decidió seguir adelante con sus planes para tomar Mallorca. En esta isla, las autoridades sublevadas no perdieron el tiempo en disputas como la sostenida entre Bayo y Uribarri. Aunque la situación era casi desesperada por la lejanía de Cádiz, la ausencia de una flota amiga y la enorme superioridad de las fuerzas enemigas, se iniciaron los preparativos para la defensa. El 11 se organizó la denominada «Legión de Mallorca», al mando del comandante Antonio Montes Castelló, se llamó a los reemplazos de 1933 y 1934, y se crearon algunas unidades de voluntarios.
Partiendo de Ibiza, el convoy de Bayo merodeó durante los días 12 y 13 por la costa occidental de Mallorca. El 15, por la noche, se acercó a la costa occidental de la isla y en la madrugada del 16, apoyada por una importante fuerza naval[24] y casi toda la aviación de Barcelona y Mahón, la fuerza expedicionaria desembarcó en Cala Madrona, un enclave cercano por el sur a Porto Cristo. A las seis de la mañana, esta localidad estaba en manos de las tropas catalanas que reunían unos dos mil quinientos hombres. Las fuerzas desembarcadas contaban con tal superioridad que habrían podido tomar Manacor, pero la indecisión las paralizó durante todo el día privándoles de esa oportunidad. La reacción de los defensores de la isla fue, por el contrario, rápida y durante el 17 contuvieron el desembarco realizado cerca de Porto Cristo. Lo cierto, sin embargo, es que aquélla no había sido sino una operación de diversión y así el desembarco principal se produjo en la Cala Morlanda y el promontorio de Punta Amer. Las fuerzas catalanas llegaron así a superar los diez mil hombres con los que apuntaron al cruce de San Llorens, donde se desvía el camino de Son Servera de Manacor a Artá. Bayo estableció su puesto de mando en Sa Coma, cerca de Punta Amer. Por lo que se refiere a las unidades invasoras cercanas a Son Servera, se apoyaron en las alturas del Corp, en las crestas de las Atalayas por el centro y en Porto Cristo y las cuevas del Drach al sur.
Las unidades invasoras, que habían desperdiciado el impacto inicial, pronto se iban a encontrar con una resistencia muy superior a lo esperado. Las autoridades mallorquinas, conscientes de la necesidad de apoyo aéreo en que se encontraban, se pusieron en contacto con el comandante del destructor italiano Niccolo Zeno, para ofrecerle comprar armas y aviones con el aval de algunos mallorquines acaudalados y de los fondos del Banco de España (unas 600 000 pts. oro). El 19 de agosto llegaron a la isla tres hidroaviones italianos que descendieron en la bahía de Pollensa y ese mismo día comenzaron a atacar a los buques enemigos. Se trató, no obstante, de una intervención aislada ya que los hidros partieron inmediatamente de la isla. Privados de nuevo de apoyo aéreo, los defensores volvieron a cursar telegramas a Italia y realizaron cuestaciones para recoger oro con el que abonar la ayuda extranjera. En toda la isla llegaría a reunirse poco menos de una tonelada de oro y joyas.[25]
Mientras tanto, la evolución de la ofensiva distaba mucho de corresponderse con lo esperado. Las tropas desembarcadas en Cala Madrona pronto se vieron incapaces de deshacer la resistencia enemiga. Como en Oviedo, como en Huesca, como en Toledo, los alzados demostraban una extraordinaria capacidad de resistencia que, en este caso, incluso llegó al extremo de lanzar algunos contraataques. Se desplazaron, por lo tanto, hacia el norte en busca de poder realizar el contacto con las otras unidades catalanas. Consiguieron efectuarlo en las inmediaciones de Casa Servera. Semejante acción constituyó un error porque, en realidad, contribuía a distanciarse de Manacor, desde donde, por la ruta de Villafranca y Algaida, se hubiera podido alcanzar Palma de manera directa. El movimiento por Son Servera y San Llorens pretendió algo mucho más difícil como era envolver el sector de Manacor por el norte, pero, de manera lógica, fracasó. El 26 se tomó el poblado de Son Carrió al pie de la Atalaya, pero resultaba obvio que aquellas mínimas ganancias territoriales carecían de valor estratégico real al no poderse ampliar la zona de penetración que, efectivamente, condujera a Manacor y de ahí a Palma.
El 27 llegó a Palma un barco italiano con fuerzas de este país y el 28, un caza italiano Fiat CR-32 ametralló cuatro hidros amarrados en Cala Morlanda. Se trataba de una ayuda escasa y prueba de ello es que aquel mismo día se recrudecieron los ataques contra Son Servera que ya estaba casi envuelta por el sur y el este. A pesar de todo, la resistencia de los alzados iba a provocar que la operación catalana se detuviera en un punto muerto.
El día 2 de septiembre dio inicio la contraofensiva rebelde. La superioridad seguía en manos de los milicianos catalanes, pero, al día siguiente, se retiraron[26] sin que hasta la mañana del día 4 se percataran de ello sus adversarios. El día 5, Mallorca volvía a estar totalmente en manos de los alzados. Además del fracaso militar, los atacantes habían tenido 500 muertos, un número muy superior de heridos y pérdidas materiales que incluían doce cañones, una veintena de ametralladoras, seis morteros, dos mil quinientos fusiles, dos coches blindados, un equipo quirúrgico, cinco hidroaviones, más de mil granadas de mano, una cifra similar de granadas de artillería, dos barcazas y más de medio millón de cartuchos. Todo esto en un momento en que Azaña se quejaba, un tanto exageradamente, de que «en Madrid no había “ni una sola ametralladora” para cortar el paso de la sierra».[27]
El 13 de septiembre, las fuerzas rebeldes ocuparon Cabrera. El 20, otra expedición de los sublevados se apoderó de Ibiza. Ciertamente, la operación militar se había saldado con una victoria para los alzados, triunfo que tendría una especial trascendencia en los meses venideros. Como en otros lugares de España, la tenacidad encarnizada de los alzados había terminado por compensar la notable superioridad material del Frente popular.
A grandes rasgos, a finales del verano e inicios del otoño de 1936, quedaron estabilizados los frentes en el norte de España. En su conjunto, y pese a que los resultados no eran tan positivos como hubieran deseado los alzados, lo cierto es que éstos habían emergido como vencedores en la mayoría de los envites. De hecho, apenas habían perdido terreno e incluso habían logrado ganancias territoriales de enorme importancia estratégica. En el Noroeste, los sublevados no habían conseguido enlazar con Gijón y Oviedo e incluso perdieron la primera ciudad. Sin embargo, seguían manteniendo —a pesar de los terribles bombardeos— la capital de Asturias, habían logrado cerrar la frontera con Francia aislando el Norte republicano, y se habían apoderado de la casi totalidad de Guipúzcoa incluyendo San Sebastián. En Aragón habían mantenido —a pesar de la inferioridad material y de sufrir algunos de los bombardeos más espantosos de toda la guerra— el dominio sobre las tres capitales de provincia, habían detenido a las columnas lanzadas sobre la región y habían estabilizado el frente. En las Baleares, a pesar nuevamente de su inferioridad en medios materiales, habían conseguido abortar el desembarco de fuerzas de la Generalidad catalana en Mallorca y recuperar las islas perdidas a inicios de agosto. Finalmente, en la sierra habían logrado conservar posiciones de enorme importancia como Somosierra y el Alto del León y habían impedido la marcha de fuerzas del Frente popular sobre Castilla.
En comparación con lo que sucedería después durante aquellas semanas, las masas militares utilizadas por ambos bandos en los distintos frentes del norte de España fueron muy reducidas numéricamente. Cuando se produjo un acopio de material y de efectivos considerable, la ventaja estuvo siempre del lado del Frente popular. Sin embargo, los resultados no habían podido ser más negativos para éste. Las razones resultaban evidentes y volverían a repetirse, para desgracia del Frente popular, a lo largo de la guerra. En la zona frentepopulista se había reproducido el fenómeno de incompatibilidad de utopías que tan fatal había resultado para la supervivencia de la propia república. La disparidad de objetivos —la implantación del comunismo libertario, el imperialismo territorial de los nacionalistas catalanes, etc.— se había traducido en la proliferación de instancias de poder, en una descoordinación fatal de éstas con el Gobierno del Frente popular, en un ansia por dirigir localmente las operaciones desmarcadas del desarrollo general del conflicto y en una hipertrofia de las características partidistas y milicianistas de las unidades en detrimento de las militares. Esa fragmentación explica en buena medida que su superioridad en efectivos y material de guerra no se tradujera, contra lo que hubiera sido de esperar, en victorias sobre el enemigo.
En la zona que recibiría la denominación de nacional, el proceso había sido completamente inverso. En primer lugar, en el Norte, existía un mando unificado en manos de Mola y las unidades no sólo no habían tendido a la independencia sino a la integración. Sus objetivos —la contención de la revolución y la defensa de valores como la religión, la familia o la propiedad— eran compartidos por todas las fuerzas alzadas a diferencia de lo que sucedía con las que integraban el Frente popular. En segundo lugar habían prevalecido los criterios militares —algo lógico en una guerra— sobre los políticos hasta tal punto que las milicias fueron integradas en unidades de este tipo. Al revés de lo sucedido en el otro bando, las milicias de Falange y del Requeté fueron militarizadas en lugar de milicianizar éstas a las unidades militares. Finalmente, y pese a la autonomía con que Mola actuaba en relación con los alzados que operaban en el sur de la Península, las fuerzas sublevadas pusieron de manifiesto una visión global del conflicto que daba un sentido estratégico a sus acciones. Ciertamente, las tácticas utilizadas por las fuerzas nacionales podían ser tachadas de atrasadas en relación con otras ya utilizadas por los ejércitos europeos y es obvio que dependían de las experiencias africanistas, como, por otra parte, había sucedido con buena parte de los mandos aliados durante la I Guerra mundial, pero, pese a todo, por regla general, eran claramente superiores, en términos militares, a los planteamientos de sus enemigos. Todo ello, unido a un enorme entusiasmo —no pocas veces de signo religioso— y al apoyo popular que, pese a la represión, tenían los alzados en la mayoría de las provincias, permitió a éstos conseguir repetidos éxitos y acariciar, a medio plazo, la posibilidad de avanzar decisivamente sobre Madrid. Si alguna lección se derivaba de aquellos combates en el Norte y en las Baleares (el único lugar donde los nacionales habían recibido ayuda extranjera aunque no de relevancia) era que la guerra sólo podía ser ganada siguiendo criterios determinados no por la ideología política sino por la eficacia militar. Sin embargo, pese a sus logros, las acciones de las fuerzas de Mola quedarían eclipsadas por otras ciertamente más espectaculares, las llevadas a cabo por el Ejército de Franco en el sur. Al avance de éste hacia Madrid dedicaremos el próximo capítulo.