El Mapa Del Monte Santa Elena
1733 - Caída de las Ciudades. El régimen Experimentalista de los titerotes introduce la plaga de los superconductores en Mundo Anillo.
2851 - Primer contacto. El Embustero colisiona con Mundo Anillo.
2878 - La Aguja Candente de la Cuestión despega de Canyon.
2880 - La Aguja aterriza en Mundo Anillo.
2881 - La estabilidad del Anillo es restaurada.
2882 - El Ser Último bailaba.
Decenas de miles de titerotes danzaban tan lejos como el ojo puede ver, bajo una techumbre que era un espejo plano. Se movían en ajustados patrones como grandes curvas cambiantes, las cabezas subiendo y bajando para mantener la orientación. El chasquido de sus pezuñas formaba parte de la música, como innumerables castañuelas.
«Coz corta, coz larga, giro. Una mirada a la pareja. En este movimiento y en el siguiente, nunca mirar hacia la pared que oculta a los prometidos. Nunca hacer contacto».
Durante millones de años, la competencia de danza y un amplio espectro de otras disciplinas sociales, han determinado quién conseguiría pareja y quién no.
Por detrás de la ilusión de la danza, surgía la ilusión del marco de una ventana, mostrando algo distante y enorme. La vista del Patriarca Oculto era como una distracción, un riesgo deportivo, un obstáculo para la danza. «Extender una cabeza; inclinarla…»
Los otros danzantes trípedos, el vasto suelo y el techado, eran proyecciones extraídas de la memoria de la computadora de La Aguja Candente de la Cuestión. La danza mantenía al Ser Último en condición saludable, física y mentalmente. El último año había sido de letargo, recuperación y contemplación; pero ese estado de cosas podía cambiar en un instante.
Hacía un año terrestre —o medio año arcaico titerote, o cuarenta rotaciones del Anillo— el Inferior y sus esclavos alienígenas habían encontrado un enorme velero de kilómetro y medio de longitud, amarrado bajo el mapa de Marte. Ellos lo habían bautizado Patriarca Oculto, y habían echado velas, dejando al Ser Último escondido allí. La pantalla por detrás del baile era una toma en tiempo real de la cámara red instalada en el nido de cuervo del mástil de proa del velero.
Lo que mostraba la pantalla era más real que los bailarines.
Chmeee y Luis Wu estaban repantigados en primer plano. Los rebeldes sirvientes parecían algo desmejorados. Los programas médicos del Ser Último les habían devuelto la juventud hacía un par de años, pero aunque seguían viéndose jóvenes, ahora parecían flojos y perezosos.
«Coz hacia atrás, unir las pezuñas. Rulo; rozar las lenguas».
El Gran Océano yacía bajo una capa de niebla; jirones de bruma formaban patrones ondulados por encima del enorme navío. En la cercana costa, la niebla se apilaba como olas rompiendo. El mástil, a ciento ochenta metros de altitud, parecía hincado en lo blanco. Lejos tierra adentro, más allá del pálido sudario, sobresalían los picos montañosos, de oscuras laderas y brillantes cumbres.
El Patriarca Oculto había llegado a casa. El Inferior estaba a punto de perder a su tropa alienígena.
La cámara captó sus voces:
Luis Wu: —Estoy bastante seguro de que ése es el monte Hood, y aquél el Rainier. Ése otro no lo conozco, pero podría ser el Santa Elena, que estalló y perdió la cumbre hace como mil años…
Chmeee: —Aquí una montaña no explotaría, a menos que recibiera el impacto de un meteoro.
—Ese es precisamente mi punto, ¿entiendes? Presumo que deberíamos atravesar la bahía de San Francisco en las próximas diez horas. Con el viento y el oleaje que se forman en este océano, necesitarás una buena bahía para desembarcar, Chmeee. Puedes comenzar tu invasión aquí, si no te importa ser tan evidente.
—Me gusta ser evidente.
El kzin se puso en pie, se estiró y descontracturó, las garras extendidas. Dos metros y medio de pelaje naranja armado con dagas; una visión de pesadilla. El Ser Último tuvo que recordarse a sí mismo que sólo se trataba de un holograma; el kzin y el velero estaban a quinientos mil kilómetros del agujero que excavó la Aguja en el mapa de Marte.
«Rulo; deslizar la pata delantera hacia la izquierda, paso a la izquierda. Ignora la distracción».
El kzin volvió a sentarse.
—Este barco está predestinado, ¿no lo ves? Fue construido por Kzinti para invadir el mapa de la Tierra. Robado por Teela antes de hacerse protector, para llegar hasta el mapa de Marte y el Centro de Mantenimiento. Ahora el Patriarca Oculto cumple su destino de alcanzar el mapa de la Tierra.
En la estropeada nave interestelar del Ser último, un viento fresco se levantó a través de la cabina. La danza era más rápida ahora. El sudor perlaba la elegante melena del titerote y corría por sus patas.
La pantalla entregaba más que el espectro visible. El radar mostraba la bahía —hacia el sur, según la orientación del mapa— y una rielada de ciudades que los kzinti arcaicos habían construido a lo largo de la costa. La curva planetaria debe haberlas ocultado a sus ojos.
Habló Luis:
—Voy a extrañarte.
Por momentos, pareció que el kzin no lo había escuchado. Luego la gran masa anaranjada respondió sin volverse.
—Luis, escúchame. Aquí hay señores que vencer, y parejas para dar a luz a mis hijos. Éste es mi sitio. No el tuyo. Aquí los homínidos son esclavos, y ni siquiera son de tu especie, de todas formas. Tú no debes venir, y yo no he de quedarme.
—¿Acaso he dicho algo distinto? Tú te vas, y yo me quedo. Voy a extrañarte.
—Pero contra tu naturaleza.
—¿Eh?
—Luis, escuché algo sobre ti, años atrás. Quisiera saber la verdad acerca de ello.
—De acuerdo.
—Después de que retornamos a nuestros mundos, después de que entregamos el navío titerote para que nuestros respectivos gobiernos lo estudiaran, Chtarra-Ritt te invitó a visitar el coto de cacería de la ciudad de Sangre de Chwarambr. Fuiste el primer alienígena que entró a ese sitio a otra cosa que a morir. Pasaste dos días y una noche en el parque. ¿Qué te pareció?
Luis se mantenía a sus espaldas.
—En realidad, me gustó. Principalmente por el honor que significaba, pienso; pero a veces un hombre debe probar su suerte.
—Escuché un comentario a la noche siguiente, en el banquete que dio Chtarra-Ritt.
—¿De veras?
—Estabas en el cuadrante interior, entre los importados. Te hallaste frente a un animal valioso…
Luis se enderezó como un resorte.
—¡Sí, un tigre de Bengala albino! Encontré ese hermoso bosque verde entre la jungla roja y naranja, y me sentí abrigado, cómodo y nostálgico. Luego ese… ese hermoso y terrible comehombres salió de entre los arbustos y me observó. Chmeee, tenía tu tamaño, quizá pesara cuatrocientos kilos, y estaba famélico… Oh, disculpa. Continúa.
—¿Tigre de Bengala? ¿Qué es eso?
—Un carnívoro de la tierra. Un antiguo enemigo, podríamos decir.
—Nos fue narrado que diste un enérgico salto y tomaste una rama caída. Enfrentaste al animal y blandiste la rama como un arma, diciendo: «¿Recuerdas esto?». El animal se retiró.
—Así fue.
—¿Por qué hiciste tal cosa? ¿Acaso los tigres de Bengala hablan?
Luis rio.
—Pensé que se alejaría si yo no actuaba como presa. Si eso no funcionaba, probaría descargar un golpe contra su hocico. Había un árbol desgajado, y encontré una rama que tenía el tamaño de un bate. Y le hablé, porque quizá hubiera algún kzin escuchando. Morir como un turista inepto ya era bastante malo; pero como una gimoteante presa… nones.
—¿Sabías que el Patriarca te había destinado una guardia?
—No, supuse que debía haber cámaras monitorizando. Miré al tigre retirarse, y al darme vuelta me encontré cara a cara con un kzin armado. Me aterroricé; pensé que era otro tigre.
—El guardia dijo que tuvo que aturdirte. Tú lo desafiaste. Estabas listo para golpearle.
—¿Él dijo que me aturdió?
—Así es.
Luis Wu rio otra vez.
—Tenía un aturdidor de la Brazo, con la culata adaptada. Vuestro Patriarca nunca hizo construir armas clementes, de modo que hubieron de comprarlas a la ONU, supongo. Cuando me preparé para atizarlo con la rama, él arrojó la pistola aturdidora y extendió las garras. Entonces vi que era un kzin y no el tigre que supuse, y lancé una carcajada.
—¿A qué te refieres con una carcajada?
Luis echó la cabeza atrás y rio, la boca abierta, mostrando todos sus dientes. Si el que lo hubiera hecho fuera un kzin podría haber sido un directo desafío… Las orejas de Chmeee se plegaron contra el cráneo.
—¡Ja, ja, jaaa! No pude evitarlo… Nej, tuve mucha suerte. Él no iba a aturdirme: iba a asesinarme con un golpe de sus garras… Afortunadamente, se mantuvo bajo control.
—De todas formas, es una historia interesante.
—Chmeee, una idea cruzó por mi cabeza. Si consiguiéramos dejar Mundo Anillo, tú volverías como Chmeee, ¿no?
—Dudo que pudieran reconocerme. El tratamiento de rejuvenecimiento titerote borró incluso mis cicatrices. Me vería apenas más viejo que el mayor de mis hijos, quien debe estar hoy al frente de mi hacienda.
—Sí. Y el Inferior no cooperaría…
—¡No pienso pedírselo!
—Y a mí, ¿me lo pedirías?
—No veo la necesidad —dijo Chmeee.
—No estoy muy seguro de que el Patriarca aceptara la palabra de Luis Wu respecto a quién eres. Pero quizá lo hiciera, ¿no crees?
—Supongo que podría hacerlo, Charla-con-tigres, pero has elegido morir.
—Vamos, Chmeee —resopló Luis—, no moriré antes que tú lo hagas. Tengo otros cincuenta años, al menos, y Teela Brown convirtió en escoria el mágico artefacto cirujano del Inferior.
Eso —pensó el Ser Último— había sido demasiado.
—El titerote debe tener su propio autodoc en la cabina de comando —dijo el kzin.
—No podemos entrar ahí.
—Y la cocina tiene programas médicos, Luis.
—Y tendría que mendigar de un titerote…
Cualquier interrupción podría enfurecerlos. ¿Quizá una distracción?
El habla de los titerotes era más concisa y flexible que cualquier lengua humana o kzinti. El Ser Último silbó y gorjeó unas pocas frases: (orden [ ] danza [ ] bajar complejidad un nivel [ ] otra [ ] cámara seis en velero[ ] enviar/recibir [ ] vista, audio, no olfato, no textura, no atractivo sexual).
—Chmeee, Luis…
Ambos dieron un salto de sorpresa y quedaron de pie, con la mirada fija.
—¿Puedo interrumpiros? Quisiera mostraros ciertas imágenes.
Por un momento, ellos simplemente lo miraron bailar. El Ser último podía adivinar lo ridículo que les parecería. Los rictus de sendas sonrisas les cruzaban las caras… La de Luis significaba diversión; la de Chmeee, furia.
—Has estado espiándonos —dijo el kzin—. ¿Cómo…?
—Mira hacia arriba. No la destruyas, Chmeee, pero mira por encima de tu cabeza hacia el mástil que porta la antena de radio. Justo al alcance de tus garras.
Las caras de los alienígenas se extendieron.
—Un patrón fractal. Se ve como una telaraña de bronce, con una araña negra en el centro. Difícil de ver, aún desconectada. Pensé que un insecto del Anillo había hecho eso.
—Es cámara, micrófono, telescopio, video, y tiene algunos otros usos. Se coloca con un proyector, que las lanza como un aerosol. Las coloqué en varios sitios, no sólo en el velero. Luis, ¿puedo ocupar vuestra atención ahora? —silbido: (Orden [ ] localizar Ingenieros)—. Tengo algo que mostraros. Los demás deberían ver esto, también.
—Lo que estás haciendo —dijo Luis— parece taekwondo.
(Orden [ ] Búsqueda: taekwondo). La información apareció: un estilo de lucha. Ridículo. Su especie jamás luchaba.
—No quiero perder mi tono muscular. Lo inesperado siempre llega en el momento menos oportuno —una segunda imagen se mostró entre los danzantes: los Ingenieros de las Ciudades preparaban comida en la enorme cocina del velero—. Quiero que todos vean…
Las garras de Chmeee giraron ante los ojos del titerote. La cámara número seis se puso en blanco y se cerró.
«Coz. Entrelazado siguiendo al Líder del Momento. Alto. Desplazarse un milímetro. Alto. Paciencia».
Evítenme si pueden.
Lo evitaron por diez horas, igual que antes lo habían evitado por medio año arcaico, pero tarde o temprano tendrían que comer.
La mesa de madera era enorme, del tamaño adecuado para un banquete kzinti. Un año atrás, el Ser último se había visto obligado a cerrar el bulbo olfatorio de la cámara, debido al hedor a sangre vieja que desprendía la mesa. Por suerte el tufo era más débil ahora. Los tapices kzinti y los frescos crudamente esculpidos habían sido retirados; eran demasiado sangrientos para el gusto de los humanos. Algunos estaban ahora en la cabina de Chmeee.
El olor a pescado asado pesaba en el aire. Kawaresksenjajok y Harkabeeparolyn trabajaban en la improvisada cocina.
Su pequeña hija parecía muy contenta en uno de los extremos de la mesa; en el otro, la mitad cruda de un gran pescado esperaba por el kzin. Al entrar, Chmeee le echó una mirada.
—Veo que habéis tenido suerte —aprobó.
Sus ojos deambularon por techo y paredes. Halló lo que buscaba: una telaraña brillante, justo debajo del gran bulbo naranja en la cumbre del domo.
Los Ingenieros entraron en el comedor, limpiándose las manos. Kawaresksenjajok, un muchacho apenas salido de la adolescencia; Harkabeeparolyn, su pareja, unos años mayor. Ambos absolutamente calvos en la cima de sus cráneos, con una corona de cabellos que les llegaba hasta los hombros. Harkabeeparolyn levantó al bebé y le dio de mamar. Kawaresksenjajok se volvió al kzin.
—Te irás pronto, ¿verdad?
—Tenemos un espía —dijo Chmeee—. Lo sospechaba; ahora lo sabemos. El titerote colocó cámaras por todo el barco.
El chico rio ante su disgusto.
—Nosotros hubiéramos hecho lo mismo. Es natural querer estar al tanto de las cosas.
—En no más de un día estaré a salvo de las miradas del titerote. Kawa, Harka, os extrañaré mucho. Vuestra compañía, vuestros conocimientos, vuestra extraña sabiduría. Sin embargo, seré libre para pensar sólo en mí, desde ahora.
Los perderé a todos, pensó el Ser Último. Mi supervivencia requiere que descubra la forma de traerlos a todos aquí.
—Camaradas, ¿podría entreteneros durante una hora? —dijo.
Los Ingenieros dieron un respingo. El kzin gruñó. Luis Wu, que entraba, dijo:
—¿Entretenimiento? Seguro.
—¿Podríais apagar la luz?
Luis lo hizo. El titerote silbó una melodía. A través del monitor, miraba sus caras.
Donde había estado la cámara red, ahora aparecía una ventana: una vista a través de la lluvia, a lo largo del borde de una vasta meseta. Lejos, hacia abajo, unas pálidas formas humanoides se arracimaban de a cientos. Parecían ser bastante gregarios. Se rozaban unos a otros sin hostilidad, y yacían en parejas aquí y allá sin preocuparse por la intimidad.
—Esto sucede ahora —dijo el Ser Último—. He estado vigilando este sitio desde que hemos restablecido la órbita del Anillo.
—Vampiros —dijo Kawaresksenjajok—. Caramba, Harka… ¿Habías visto tal cantidad antes?
—¿Y entonces? —preguntó Luis.
—Antes de traer la sonda de regreso al Gran Océano, la utilicé para distribuir unas cuantas cámaras. Estáis viendo la región que exploramos en primer término; coloqué la cámara en la estructura más alta que pude encontrar, para obtener la mejor vista. Desgraciadamente, las nubes de lluvia la han mantenido cegada casi siempre. Sin embargo, podéis ver que hay vida allí.
—Vampiros —dijo Luis.
—Kawaresksenjajok, Harkabeeparolyn, esto está hacia babor de donde vosotros vivisteis. La vida parece haber regresado allí. Podríais quizá retornar a vuestros hogares.
La mujer esperaba, demorando el emitir un juicio. El muchacho se quebró. Dijo algo en su propio idioma, intraducible.
—No prometas lo que no puedes realizar —dijo Luis Wu.
—Luis, me has evitado desde que rescatamos al Anillo de su perdición. Dijiste que sería como pasar un enorme soplete sobre terreno habitado, a lo largo de millones de kilómetros cuadrados. Cuestioné esos datos, pero no me prestaste atención. Ahora, mira por ti mismo: ¡hay vida!
—Maravilloso. Los vampiros lo resistieron.
—No sólo los vampiros. Mira.
El Ser Último silbó; la vista se dirigió a las montañas lejanas.
Una treintena de homínidos marchaba a través de un paso entre cumbres. Veinte de ellos eran vampiros; otros seis eran de los pequeños Pastores Rojos que habían conocido en su última visita; había cinco grandes homínidos oscuros y otros dos de reducido cráneo, quizás no inteligentes. Todas las presas de los vampiros estaban desnudas, y ninguna intentaba escapar. Estaban cansados, pero parecían felices. Cada miembro de las otras especies tenía un vampiro como acompañante. Sólo algunos de los vampiros llevaban ropas para protegerse de la lluvia y el viento. Las ropas claramente no les pertenecían; unos desgarros lo insinuaban.
Los vampiros no eran realmente autoconscientes, o al menos eso era lo que sabían hasta entonces. Se preguntaron si unos animales podrían mantener esclavos, o ganado…, pero no importaba mucho.
—Luis, Chmeee, ¿lo ven? Hay otras especies, y vivas. Incluso pude ver a un Ingeniero cierta vez.
—No veo cáncer ni mutaciones —arguyó Luis—, pero deben estar ahí. Inferior, obtuve mi información de Teela Brown; ella era un protector, más brillante que tú o que yo. Ella mencionó mil quinientos millones de muertos.
—Teela era inteligente, pero la conocí cuando era humana, Luis. Aún después del cambio, siguió siendo humana. Los humanos no miran al peligro cara a cara. Nos llaman cobardes a los titerotes, pero no mirar… es cobardía.
—Olvídalo. Ha pasado sólo un año. El cáncer matará a un diez, o a un veinte por ciento, pero las mutaciones afectarán a toda la generación.
—Los Protectores tienen sus límites. Teela no tenía noción alguna de la capacidad de mis computadoras. Me permitiste hacer unos ajustes, Luis, y…
—¡Olvídalo!
—Continuaré observando —dijo el titerote.
El Ser Último danzaba. Seguiría en ello hasta que cometiera un error. Se obligaría hasta que estuviera exhausto; eso lo mantendría saludable y lo fortalecería.
No prestó atención a la cena de los alienígenas. Chmeee no había destruido la cámara, pero ninguno revelaría algún secreto frente a él.
De todos modos, ya no era necesario. Hace un año, mientras su abigarrada tripulación intentaba poner en marcha la solución que había encontrado Teela Brown para recuperar la estabilidad del Anillo, el Ser Último colocó cámaras por todo el Patriarca Oculto mediante la sonda de repostar.
Le costaba concentrarse en la danza.
Ya era hora de hacer algo. Chmeee se iría pronto. Luego, Luis se llamaría a silencio. Pasado otro año, también él abandonaría el velero, y el Ser Último perdería contacto. ¿Valdría la pena utilizar a los Ingenieros de la biblioteca?
Igual no le servían, en cierto sentido. El Ser Último controlaba las facilidades médicas de la Aguja. Le reprochaban que usara su poder para extorsionarlos, pero no decían más que la verdad. Habían sido muy claros: tanto Chmeee como Luis habían rechazado el autodoc.
Luis y Chmeee caminaban vigorosamente por un corredor en penumbra. La recepción era pobre, pero al menos no detectarían esa cámara. El Ser Último pudo escuchar sólo parte del diálogo; luego lo hizo pasar varias veces.
Luis: —… es un juego de dominio. El Inferior se ve impelido a dominarnos. Estamos relacionados con él; es concebible que busquemos dañarlo.
Chmeee: —Ya buscaré yo el modo.
Luis: —¿Qué podrías hacer? No importa. Nos ha dejado en paz durante un año, y luego busca conectarse con nosotros en medio de su rutina de ejercicios. Nada de lo que nos mostró justifica tal hecho.
Chmeee: —Yo sé lo que estás pensando. Nos estaba escuchando, ¿verdad? Si pudiera retornar al Patriarcado, no lo necesito a él para recuperar mis propiedades, pues te tengo a ti. Aún no me has dicho tu precio.
Luis: —No.
El Ser Último consideró interrumpir la conversación, pero ¿qué diría?
Chmeee: —Él puede chantajearme con la recuperación de mis tierras, pero ¿cómo puede chantajearte a ti? Te tenía atado con el cable, pero tú has pasado de la droga. El autodoc del módulo de aterrizaje está destruido, pero quizá la cocina esté programada para fabricar el revitalizador.
—Eso sería muy bueno, incluso para ti.
Chmeee lo descartó con un gesto de la mano.
—Pero si te vuelves viejo, él no obtiene nada… —Luis estuvo de acuerdo—. Sin embargo, ¿te creerá el titerote? Para él… No intento insultarte, Luis… Creo que estás decidido. Pero, desde el punto de vista del titerote, que te dejes envejecer equivale a un suicidio.
Luis asintió otra vez, en silencio.
—¿Es acaso que quieres condenarte, como una forma de hacer justicia por tantos millones de muertos?
En otra oportunidad, Luis no hubiera respondido a eso. Ahora dijo:
—Es lo más justo que he encontrado. Si yo muero de viejo, el Inferior pierde a sus esclavos, y pierde control sobre el entorno.
—Pero, ¿y qué sucede si los homínidos han sobrevivido?
—¿Sobrevivido? Vamos, sabes que el Inferior hizo la programación del evento porque yo no podía entrar a esa sección del Centro de Mantenimiento, debido a que está infestada del Árbol de la Vida; pero le entregué el control del chorro de plasma que sale del sol, para que lo usara contra el cinco por ciento del Mundo Anillo. Si acaso no hubiera hecho tal matanza, entonces yo merecería vivir. Y así, el Inferior me tendría de nuevo en sus manos. Y eso es importante, dado que como hoy no me domina, no puede dominarte a ti tampoco.
—Entiendo.
—Por ello, debe haberse dicho: mostrémosle a Luis una toma antigua, y hagámosle creer que ocurre actualmente.
El viento era ahora más fuerte, y las ráfagas ahogaban las voces.
—¿Qué pasa si… números… —se escuchó decir a Chmeee.
—… Último lo dejaría…
—… mente se pone vieja más rápido que tu cuerpo!
El kzin, perdida la paciencia, se puso en cuatro patas y brincó de la cubierta. Ya no importaba; estaban fuera del rango del micrófono.
El Ser Último lanzó un silbido de frustración, comparable al de un tren expreso en tono y volumen.
En ese silbido había inflexiones y armónicos que ninguna criatura en la Tierra o en Kzin podría oír: contenían considerable cantidad de información, relativa a la ralea de esas dos especies apenas salidas de la jungla, apenas bajadas de los árboles.
A todo lo largo de la cabina del Ser Último, los controles miniaturizados cubrían los paneles como una capa de pintura. Poseía equipo que podía causar una erupción solar, y luego emitir láser a partir de esa erupción: un cañón a la medida del Mundo Anillo. Controles de enorme potencia y flexibilidad.
—¡Vosotros, retorcidos engendros semisalvajes, brutas criaturas! Vuestro lastimoso protector, la «afortunada» Teela, no poseía ni flexibilidad ni entendimiento, pero nunca habéis tenido el tino de escuchar. ¡Yo los he salvado a todos! ¡Yo, mediante los eficientes controles de mi nave!
Un solo alarido, y el Ser Último se había calmado nuevamente. No había siquiera perdido el paso.
«Uno atrás y reverencia, mientras el Líder del Momento enlaza a los desposantes, formando cuadro: una oportunidad para un sorbo de agua, muy necesario».
Una de sus cabezas se inclinó a beber, la otra se alzó para atender a la danza. A veces había variaciones.
¿Luis Wu se volvía senil? ¿Tan pronto? Es cierto que tenía bastante más de doscientos años de edad… El revitalizador había mantenido a los humanos saludables y en plenas facultades por quinientos años, y a veces más, incluso. Pero sin sus beneficios, Luis envejecería rápido.
Y Chmeee se estaba apartando.
No importaba. El Ser Último estaba en el lugar más seguro que se podía imaginar: su nave, enterrada bajo miles de metros cúbicos de magma frío, en medio del Centro de Mantenimiento de Mundo Anillo. Nada era urgente. Podía esperar. Estaban los bibliotecarios; algo podría cambiar…
La danza recomenzaba.