El Astillero
PUNTO ALTO, 2893
El crucero y su plataforma llegaron atravesando la noche. Warvia y Tegger se aferraban el uno al otro dentro de la cabina de carga. El miedo a las alturas era una cosa terrible. Ambos gritaron al sentir el golpe del aterrizaje; luego rieron por estar vivos todavía.
Abandonar la protección de la cabina era algo difícil de sobrellevar. Jadearon y tiritaron en el frío y cortante aire. El sol apenas comenzaba a asomarse tras la pantalla de la noche.
Los Amos de la Noche parpadearon por el creciente día y se arrastraron a la cabina para dormir su turno.
Arpista los había traído hasta el más alto de los dos puertos aéreos marcados por pintura anaranjada en los riscos; a su lado vieron otra placa flotante y tres canastas sujetas a globos desinflados.
La villa se agitaba. Hacia abajo y a los lados, formas cubiertas de pieles iban saliendo de las casas de nevados techos para buscar comida en las tierras de las laderas cercanas.
Tegger era un nómada, pero no le pareció una ciudad demasiado grande. En realidad, parecía casi invisible. Los tejados eran rectángulos de nieve sobre un suelo nevado; sólo se distinguían por sus sombras.
Cinco paisanos caminaban con pesadez colina arriba, para recibir a los visitantes del llano. Los Rojos los contemplaron mientras venían, pero no consiguieron ver nada debajo de sus capuchas. Traían cantimploras y abrigos extra.
El agua había sido entibiada, y sabía a gloria. Warvia y Tegger se arroparon en los abrigos con prisa desesperada, cerrándolos hasta que sólo sus narices se veían. Eso, y sus jadeantes respiraciones sorprendieron a los Montañeses.
—¡Vamos, es un día hermoso! —dijo Saron, con un acento casi impenetrable—. ¡Camina en una ventisca, y recién entonces verás lo que es vivir en la montaña!
Curiosearon alrededor del crucero de hierro y madera, sin prestar atención a la plataforma en que estaba montado.
Los cinco Montañeses parecían barriles enfundados en capas de abrigo, pieles a rayas blancas y grises. La piel de Saron era distinta: Blanco y marrón verdoso, con una capucha que debió ser la piel de la cabeza de alguna bestia feroz. Su condición debía de ser distinta, supuso Tegger, y consideró que debía ser hembra, apoyado por el hecho de que era la más pequeña de los cinco. Sin embargo su voz no entregaba pistas, y su abrigo cubría todo detalle.
Saron estudiaba la telaraña de bronce y su soporte de piedra.
—¿Éste es el ojo? —preguntó.
—Sí —respondió Warvia—. Saron, no sabemos qué hacer a continuación.
—Nos fue dicho que vendrían unos Amos de la Noche. ¿Dónde están?
—Duermen. Ya no es de noche.
Saron rio.
—Mi madre me había dicho que sólo era una forma de hablar. ¿De veras sólo salen de noche?
Los Rojos asintieron.
Un pájaro los sobrevoló, cabalgando en el viento, y luego se zambulló de golpe barranca abajo. Cayó con las garras extendidas hacia el suelo, y se remontó nuevamente con algo debatiéndose en su pico.
—¿Qué es lo que debe ver el ojo? —preguntó Deb.
Tegger y Warvia no tenían idea. Pero debía ser algo obvio, porque Deb respondió a su propia pregunta:
—El espejo y el Pasaje. Llevemos al ojo para allá. ¿Acaso habla?
—No.
—¿Y cómo saben que puede ver?
—Eso habrán de preguntarlo a Arpista y Travesera.
—Voy a dejarles abrigos —dijo Warvia—. Podrían congelarse aquí arriba.
—Bien —dijo Jennawil, y subieron pieles a la cabina de carga.
Harrid y Barrey se pusieron a trabajar, desatando las cuerdas que sostenían a la telaraña y su soporte. Tegger supuso por ello que ambos serían machos. Aunque atisbaban bajo sus capuchas, en franca sorpresa ante los Pastores Rojos, se mantenían en silencio. Parecía que eran las mujeres quienes llevaban el peso de la conversación.
Tegger intentó ayudarlos, pero apenas comenzó a trotar lateralmente cargando con el peso, se encontró jadeando sofocado. Deb y Jennawil vinieron en ayuda. Tegger les dejó la carga, luchando por respirar.
—Eres débil —dijo Saron.
Tegger intentó recuperarse de sus jadeos.
—Podemos caminar.
—Vuestros pulmones no encuentran suficiente aire. Estaréis mejor mañana; hoy debéis reposar.
Los cuatro supuestos machos comenzaron a descender con la carga, entre los tejados cargados de nieve. Saron caminó al frente para señalar puntos de apoyo a Warvia y Tegger, lista para auxiliarlos si resbalaban.
El pájaro descendió hacia ellos y se estacionó en la hombrera de cuero que portaba Deb. Éste trastabilló fuera de equilibrio, y maldijo en algún extraño idioma, levantándose luego.
Los montañeses parecían tener el pie firme a pesar del peso y la inclinación.
Tegger y Warvia caminaban aferrados, intentándose mantenerse erguidos. Habían estado moviéndose demasiado en el viaje ascendente, y ahora la montaña parecía balancearse debajo de sus pies. El viento se las arreglaba para encontrar cualquier abertura de sus abrigos. Tegger se asomó un poco de su capucha entrecerrando los ojos, que lagrimeaban.
Afortunadamente había recuperado parte de su aliento. Preguntó a Deb:
—Esa es vuestra lengua, ¿verdad? ¿Cómo habéis aprendido el idioma del comercio?
El habla de Deb distorsionaba vocales y consonantes; Tegger tuvo que adivinar el sentido a través del silbido del viento.
—Los Amos de la Noche dijeron que les contáramos todo. Pero vosotros no diréis nada a los vishnisti del llano, ¿de acuerdo? Guardaréis el secreto, ¿de acuerdo?
Tegger no reconoció la palabra, pero Warvia sí.
—Vashnesht —le dijo, pronunciándola en su idioma; y respondió a Deb—. De acuerdo.
Vashnesht, protectores. Mantenerlo oculto a los protectores de allende las montañas…
—Sí, lo haremos —dijo también él.
Deb continuó:
—Teela vino de abajo, del llano. Una persona extraña, todo nudos, y que no resha. ¿Entendéis, reshtra? No lo hace. No tenía nada ahí, él nos mostró.
»Nos enseñó el habla. Nosotros sabemos el habla de los espejos, pero hablábamos mal. Teela nos enseñó, luego nos dijo que enseñemos a la gente que sube en globos.
»Luego Teela se fue por el Pasaje. Volvió setenta falans después, sin cambios en él. Antes pensamos que era un vishnisti, ahora lo sabemos.
Pasaban entre las casas ahora. Eran rectangulares, hechas de madera que debió ser traída del bosque ladera abajo. Los seguía ahora un cortejo de niños curiosos, con sus ojos asomando de las capuchas y mucha charla entre nubecilas de vapor. Warvia intentaba responderles.
Tegger preguntó a Deb:
—¿Podremos nosotros hablar con Teela?
—Teela bajó al llano otra vez, hace cuarenta falans o más —respondió Deb.
—Más —dijo muy segura Saron.
Jennawil preguntó:
—¿Qué sabéis vosotros del reshtra?
Tegger miró a Warvia. Ésta contemporizó:
—¿Cómo sabéis del rishathra? ¿Recibís otras visitas del llano?
Los locales rieron, aún los hombres.
—No de abajo —dijo Deb—, sí de al lado. Gente de la montaña de al lado.
—Pero ellos son también Montañeses, ¿no es así? —intervino Warvia.
—Vairba, la gente de la montaña no es toda la misma gente. Nosotros somos de Punto Alto. Saron no…
Llegaron a una puerta. Tegger guió a Warvia por delante de él. El pájaro se asentó en el hombro de Deb cuando entró.
El pequeño espacio no era la casa propiamente dicha; sólo un cuarto vestibular con vigas de madera y perchas para los abrigos. Dos puertas enfrentadas al final del pasillo se abrían en forma opuesta entre sí.
Comenzaron a quitarse los abrigos, y ambas especies se contemplaron curiosas.
Las gentes de Punto Alto eran de amplios torsos, caras anchas y planas, con grandes bocas y ojos hundidos. Los cabellos y las barbas de los hombres eran oscuros y rizados. Bajo sus abrigos llevaban vestimentas completas desde el cuello hasta codos y tobillos, y por debajo de los puños asomaba una buena cantidad de pelos enrulados.
Deb resultó ser una mujer de fuerte complexión y de edad mediana. El pájaro —Skripu— le pertenecía, lo mismo que los dos hombres, Harrid y Barrey, que eran gemelos e hijos suyos. Jennawil era una mujer joven, pareja de Barrey.
Y Saron era una mujer de voz profunda, vieja y muy arrugada. Eran distintas sus mandíbulas y sus manos.
—¿Tú también eres de aquí? —le preguntó Warvia.
—No, soy de Picos Gemelos. Un viento fuerte desvió nuestro globo del camino a El Pequeño y nos trajo a Punto Alto. El viento sopla mal aquí, no podíamos volver. El resto siguió el viaje, explorando, pero Makray, a quien conocí aquí, se mostró muy persuasivo. Él no podía tener más hijos y yo había tenido ya los míos, así que ¿por qué no?
Mientras Deb se quitaba el abrigo y lo colgaba, Skripu se aferraba al parche de cuero, pero al guiarlos Saron dentro de la casa el gran pájaro remontó vuelo y los siguió.
El techo era alto y los muebles escasos. Había una gran percha para el ave, dos mesas bajas, y ninguna silla. Ésta era la mitad de la casa de visitas, separada de la otra mitad por el largo vestíbulo. Tegger se preguntó si alguna vez conocería a los que ocupaban la otra mitad.
Los hombres apoyaron la telaraña de bronce contra la pared. Luego la gente de Punto Alto se sentó en el piso con las piernas cruzadas, formando un círculo que dejaba espacio para sus visitantes.
—Ésta es vuestro hospedaje, la Casa de Visitas —dijo Saron—. Es suficientemente cálida para la mayoría de los que vienen, pero me temo que vosotros deberéis dormir entre pieles.
Jennawil hizo un gesto para hablar.
—Nosotros somos puntoaltinos. En la montaña de giro, nuestros vecinos se llaman a sí mismos la Gente Águila. Narices como picos. Son más pequeños que nosotros y no tan fuertes, pero sus globos son los mejores que hemos visto y comercian con ellos, los venden. Nosotros podemos tener hijos con ellos, pero tan raramente que reshamos con poco riesgo.
»A antigiro están los de los Hielos. Viven a mayor altura, y el frío los afecta menos. Mazarestch tuvo un hijo de alguien de los Hielos. Según lo que ella cuenta, su fuerza mueve montañas. El chico Jarth puede forrajear más alto que cualquiera de sus pares.
»Llegan visitas de puntos más alejados, tanto de giro como de antigiro. Los recibimos a todos y reshamos con todos también, pero no tenemos hijos de ellos. Ellos nos cuentan que ocurre lo mismo en sus casos. El reshtra es para los de diferente especie, y la pareja es para los de la misma. La gente de montañas cercanas puede emparejarse; los de lejos no. Teela nos ha contado que nuestros antepasados han de haber viajado de montaña en montaña, cambiando a medida que lo hacían.
»Bien, ¿y qué hay de ustedes, pequeños Rojos?
Warvia reía demasiado tentada para responder, por el embarazo más que por la sorpresa, pensó Tegger. Intentó organizar una respuesta:
—En el llano es sencillo viajar, y todas las especies están bastante mezcladas. Hay muchos modos posibles de celebrar rishathra allí. Nosotros, los Pastores Rojos, viajamos con los animales que criamos, a todo lo largo de nuestras vidas. No celebramos rishathra, y sólo nos emparejamos una vez.
No podía estar seguro de cómo estaban tomando eso los Montañeses; sus caras eran demasiado poco familiares.
—Algunas especies celebran rishathra por placer, otros para cerrar contratos comerciales, para terminar con una guerra o para posponer un hijo. Hemos oído hablar de los Desbrozadores, que son apenas sensibles, pero rishan muy bonito, y son muy convenientes para quienes no quieren perder el tiempo en el… cortejo. La Gente del Río harían rishathra con cualquiera que pudiera aguantar la respiración lo suficiente, pero son pocos los que…
—¿Gente del Río?
—Viven debajo del agua líquida, Barrey. Imagino que no habrán visto nunca alguno de su especie por aquí.
Risas. Jennawil preguntó a Warvia:
—Vosotros no lo hacéis, pero ¿sólo escucháis?
—¿Qué otra cosa puede hacer mi gente cuando llegan visitas? Pero tal vez podríais hablar con los Amos de la Noche cuando despierten.
Tegger vio que Jennawil intentaba mantener el rostro sereno.
—Por favor, comprended —dijo Saron, cuidadosamente—. Sólo hacemos reshtra con especies de las montañas. Todas somos suficientemente parecidas, aun si no podemos tener hijos. Vosotros sois… —buscó las palabras, pero no las halló.
¿Algo extraños? ¿Muy horribles? ¿Demonios del llano? Antes de que el silencio se extendiera y se volviera incómodo, Warvia cambió de tema.
—Hemos oído que los protectores pueden penetrar cualquier secreto. ¿Cómo esperáis ocultar el vuestro?
—De los vishnisti del llano —dijo Deb.
Saron explicó:
—Los vishnisti son un peligro. Teela nos dijo eso, los Amos de la Noche también, y las leyendas también lo dicen. Pero el pasaje pertenece a Punto Alto. El pasaje es del interés de los vishnisti, porque atraviesa el Muro. Ellos pueden ir fuera del mundo a través del pasaje, si usan esos trajes de aire y cascos con ventanas. Los Amos de la Noche no desean llamar la atención de los vishnisti.
—¿Vosotros tenéis protectores aquí?
Parecía claro que Saron hablaba para la telaraña de bronce tanto como para Tegger y Warvia.
—Tres vishnisti del llano controlan el pasaje. Es más: han tomado a varios de los nuestros, adultos, y algunos han vuelto convertidos en vishnisti.
»Cuando caía la Luz de la Muerte, los vishnisti del llano nos enseñaron cómo ocultarnos de ella. Los techos de madera o la roca son suficientes para detener la Luz que pasa a través de las pieles y la carne, pero lo mejor es ocultarse en el propio Pasaje. Mi pareja Makray estaba de cacería cuando brilló la Luz de la Muerte —dijo Saron, con pesar—; nosotros pasamos medio día en el refugio, y sin ningún vishnisti para decirle que él no estaba…
—Muchos de nosotros salimos a cazar —siguió Deb—, y si la Luz de la Muerte brilla afuera, muere uno de cada tres. Niños débiles y malos nacen después. Todas las montañas cuentan la misma historia, pero los vishnisti nos protegen sólo a nosotros y las montañas de cerca. Los vishnisti del llano no son malos del todo.
—¿Luz de la Muerte? —dijo Tegger.
Pero ninguno de los puntoaltinos pareció oírle, y no repitió la pregunta. Saron continuó:
—Los vishnisti de Punto Alto servían a los del llano manteniéndonos a salvo. Pero no les contaron dónde teníamos el espejo, y ellos no lo descubrieron. Son buenos para descubrir los secretos, pero las montañas no eran su tierra.
Warvia suspiró.
—Los Amos de la Noche se alegrarán de saberlo. Hemos viajado mucho para encontrarlos. No hay duda de que ellos tendrán mejores preguntas que hacerles.
—Y también Luis Wu —dijo Deb—. ¿O es sólo un cuento?
—¿Dónde habéis escuchado de él?
—En los mensajes del espejo y a través de Teela.
—Luis Wu evaporó un océano —dijo Tegger—. La Ingeniero de las Ciudades llamada Halrloprillalar pactó e hizo rishathra con él. Luis Wu es real, pero no sabemos si se encuentra del otro lado de esta telaraña de bronce. Deb, necesitamos dormir.
—Sí —dijo Warvia.
Jennawil expresó en palabras la sorpresa de todos:
—¡Pero si estamos en mitad del día!
—Hemos trabajado toda la noche. Aún respirar es laborioso aquí —aclaró Warvia.
—Dejémoslos dormir —ordenó Saron—. Nos vamos. Tegr, Vairba, ¿os levantaréis cuando lo haga la Gente de la Noche?
Tegger apenas podía mantener sus ojos abiertos y sus pensamientos en orden.
—Esperemos que sí.
—Hay comida tras esas puertas… ¡Flup, lo hemos olvidado! ¿Qué coméis vosotros?
—Carne recién muerta —respondió Warvia.
—Tras esas puertas… No, no importa. Skripu os encontrará algo. Dormid bien.
Todos salieron.
Tuvieron que matar su curiosidad mirando tras las pequeñas puertas, y eso hizo que escapara la mitad del calor de la casa. Allí había comida para las visitas —plantas y carne vieja, no comida para Rojos—, y un paisaje helado detrás, a través de unas tablillas de madera, que a modo de barrotes mantenían fuera del pequeño recinto a los predadores. El clima se encargaba de preservar la comida por el frío.
Warvia y Tegger se enroscaron entre sí, con pieles por debajo y por encima. Se quitaron sus ropas y las pusieron a un costado para que se airearan. Estaban bastante abrigados, pero Tegger podía sentir el frío entrar por sus narices. A través de la pared podían oír los golpes y susurros que hacían los puntoaltinos al abrigarse para salir.
Casi se había dormido cuando Warvia le habló:
—Murmullo hubiera hecho mejores preguntas aún.
—Eso sólo fue una locura momentánea —dijo Tegger.
—Entonces yo también estoy loca, pues me ha contado cosas…
—¿Qué?
Warvia susurró en su oído.
—Estaba con nosotros en el trineo de aire, bajo el crucero. Me habló respecto a la velocidad, para que no me volviera loca de miedo. Se mantiene en secreto, Tegger. No quiero que la telaraña de bronce nos oiga.
Él echó un vistazo a la cámara red, recostada contra la pared de enfrente, con toda la habitación a la vista, y rio.
—Si esa telaraña no fuera más que un trozo de piedra adornada…
—… seríamos todos unos grandes tontos.
—¿A qué se parece Murmullo?
—Nunca lo vi. Tal vez es un espíritu, un alma en pena sin cuerpo.
—¿Qué te ha dicho? No, no me digas ahora. Tenemos que dormir.
—¿Por qué les has dicho que no celebramos rishathra? ¿Por el modo en que nos miraban?
—No. No son más extraños que la Gente de la Arena. Pero me imaginé en brazos de Jennawil, jadeando como un pez en la playa…
Warvia rio deliciosamente contra su oreja.
—Luego recordé que ellos hablaban con… hablaban para el Imperio de los Amos de la Noche. Hubiéramos sido famosos. Seguramente querrás un día radicarte en un sitio donde ningún Pastor Rojo haya oído de una pareja de su especie rishando con toda raza bajo el Arco, ¿no?
—¡Nunca hemos hecho tal cosa!
—Las historias crecen al contarlas. Son grandes contadores de historias esos Chacales, y los Montañeses comunican sus palabras para todos, y tú y yo hemos destruido el mayor nido de vampiros debajo del Arco.
—Sí.
—¿Estás pensando…?
—Son nuevos en esto —dijo Warvia—. Sólo han rishado con gentes muy parecidas a ellos. Amor, ¿quisieras enseñar rishathra sólo una vez?
Durmieron.