Opción por Defecto
A ciento sesenta kilómetros por encima de las montañas derramadas, la sonda aceleró. El Muro del Anillo corría por delante y detrás de ella como un río congelado del tamaño de varios mundos, pero ya no más a 1230 kilómetros por segundo. La sonda comenzó a igualar velocidades.
Luis se volvió al titerote.
—Esa instalación en el cometa, ¿puede ver a la sonda ahora?
—Sí. Está lo suficientemente por encima del plano del Anillo. Sin embargo, la habremos hecho descender antes de que la imagen de la sonda alcance a llegar al cometa.
Acólito se reclinó, grande y silencioso. Chmeee lo había enviado para aprender, y había estado mamando de Bram por más de dos falans. Enseñarle «sabiduría» habría sido un lindo truco, pensó Luis. A los protectores la inteligencia les salía por las orejas, pero… ¿la sabiduría? Sin embargo, ¿podría un kzin apreciar la diferencia?
—Y tú has destruido toda otra cosa que pudiera vernos…
—Sí.
—Bien, muéstranos el Borde.
—No puedo mostrarte a los protectores, Luis. Es lo que Bram pidió, pero la resolución del telescopio no es tan grande.
—¿Qué has conseguido?
El Ser Último había tenido meses, falans para observar el Muro y las montañas derramadas. Los heliógrafos parpadeaban por todas partes, no sólo en las cordilleras del Muro. Varias veces la sonda había detectado reflejos de lo que se podrían llamar «clientes», en las tierras llanas.
Un poblado pasó por la cámara a toda velocidad, y el titerote congeló la imagen para ellos: un millar de casa desparramadas por uno de los lados de una fantástica cascada, de ochenta o cien metros de altura. Del otro lado, un muelle para los globos de aire caliente, marcado por un acantilado pintado de color anaranjado. Debajo del muelle se arracimaban factorías y depósitos, corriendo en hileras por debajo de los hielos hasta otro enorme peñasco naranja, y por debajo de él había una zona de aterrizaje. Viniendo desde abajo o desde arriba, los viajeros hallarían refugio allí.
El Ser Último hizo saltar la imagen hacia otra aldea, a unos mil doscientos kilómetros de la anterior. Un racimo de construcciones cubría la verde ladera de una colina poco empinada: casas con techos inclinados cubiertos de césped, y una fila vertical de edificios industriales, con sus zonas de aterrizaje naranjas al principio y al final de la hilera.
—Acólito —dijo Luis—, tú has visto mucho más que yo de esto. ¿Hay algo que no me haga falta ver?
—No puedo saber qué cosas son útiles y cuáles no, Luis. Esas gentes arrojan sus desechos igual que lo hace un cardumen de peces. Sus…
Luis rio largamente, mostrando los dientes. Acólito esperó a que terminara.
—La forma de las casas difieren, pero la ubicación de ellas sigue un patrón. Las factorías y zonas de aterrizaje son siempre muy similares. Bram estuvo de acuerdo conmigo en que los Amos de la Noche pueden haber proporcionado a través de sus espejos todo un tráfico de ideas: diseños, mapas, alertas meteorológicos, hasta música escrita, tal vez.
—El comercio entre las estrellas es similar a eso —comentó Luis.
El Muro del mundo era una hoja continua de scrith, el material de construcción del Anillo, tan fuerte como la atracción nuclear. Pero ni siquiera esa resistencia podía contra un meteoro impactando a la terrible velocidad de la rotación. Luis notó una perforación muy arriba en el Muro, unos pocos millones de millas hacia antigiro del otro Gran Océano. Por otro lado, los grandes montantes vacíos se distribuían cada cuatro millones y medio de kilómetros, a lo largo de la circunferencia del Anillo. Un delgado hilo corría sobre la coronación del Muro por un tercio de la circunferencia total: una pista tipo guía Maglev, un transporte magnético, que habían visto ya hacía once años, en ocasión de su segunda visita.
Veintitrés de los montantes tenían sus motores en posición. Aún a la máxima aproximación de las lentes, los delgados pares de toroides eran apenas visibles.
—Así es como se ven cuando están en funciones —dijo el titerote, y cambió la imagen.
El cambio no era notable. La fusión de hidrógeno expelía sobre todo rayos X. Un motor de fusión emite luz visible a causa de su temperatura, o porque se ha añadido masa pulverizada para incrementar el empuje. Cuando un motor de posición del Anillo estaba en funcionamiento, la trama de alambre que le daba forma se ponía al rojo blanco, y se flexionaba contra el campo magnético del plasma. Los toroides formaban la constricción en forma de cintura de avispa en medio de un reloj de arena hecho de malla de alambre, y una llamarada de color índigo corría a lo largo del eje. Veintidós de esas inmensas y tenues luces formaban una hilera fantasmal.
El Ser Último presentó una sucesión de placas mostrando las tareas alrededor del motor número veintitrés. Había grúas y cables lo suficientemente grandes como para ser visibles, y unas cosas planas que debían ser levitadores magnéticos, pero nada del tamaño de un hombre podía verse con esa aproximación.
Pero Luis sólo podía pensar en la necesidad que tenía de hablar donde Bram no lo escuchara.
El protector estaba haciendo uso de la ducha de la cabina de la tripulación. No había duda de que ese equipamiento había mantenido saludables a Luis, Chmeee y los dos Ingenieros, pero aún así era pobre en recursos, complicada y primitiva. A través de la pared se podía escuchar el murmullo del agua corriendo.
Dijo, por probar:
—Me llama la atención de que, si quería bañarse, no utilizara las facilidades de tu cabina.
—Luis, no sabes cómo desearía ahora mostrarte mi cabina. Pero el disco pedestre es estructural, y no puede modificarse. No puede transportar a un alienígena.
—Valorizas en mucho tu privacidad —comentó el kzin.
—Bien lo sabes ya —respondió el titerote—. A mí me agrada la compañía, la de Luis y aún la tuya, si es que no puedo rodearme con allegados de mi gente; pero mi especie es prisionera de sus temores. Y mis temores me guiaron al construir esta nave.
—¿Has persuadido de ello a Bram?
—Así lo espero. Es la verdad.
La sonda estaba a una hora de alcanzar la velocidad de giro del Mundo Anillo.
—Habremos de usar los trajes. Hagamos algo respecto a ello.
—Conservo el mío en perfectas condiciones —respondió el titerote.
—Muy bien. Envíanos a Acólito y a mí a la zona de carga.
—Yo también iré —dijo el Inferior—. Hay otro equipamiento que deberé revisar.
Saltaron al disco.
—Aquí no puede oírnos —les aseguró el titerote.
Acólito resopló. Luis dijo:
—Supón que una inteligencia del nivel de la de un protector realmente quiera escucharnos…
—No, Luis. Yo quería espiaros a ti, a Chmeee y… —se interrumpió antes de decir «Harkabeeparolyn»—. Monté esta zona como mi puesto de escucha. Nadie podría colocar aquí un dispositivo espía sin que yo me enterara.
Tal vez.
—Inferior, ¿no estás a salvo cuando te encuentras en tu cabina?
—Bram tiene un modo de atacarme allí.
—¿Puedes bloquearlo?
—No he podido hacerme una idea de qué ha preparado.
—¿No será un puro alarde? Bram ha tenido mucho tiempo para trabajar en ti. Te tiene aterrorizado.
La mirada del titerote se concentró en Luis: visión binocular basada en un trípode.
—Nunca nos has comprendido bien. El protector oculto me ha asustado desde el principio, y sigo asustado. Aunque tú planeas eludir a Bram, yo aceptaré el riesgo o lo rechazaré, sólo basándome en las probabilidades. El peligro no me hará cambiar de idea.
—Yo no pretendo romper mi contrato.
—Excelente.
Había trajes y equipos de aire diseñados para humanos; debía preparar dos equipos completos para él y para Bram. Chequeó los cierres y las conexiones, vació los depósitos de reciclaje y llenó los de nutrientes, higienizó el interior de los trajes y de los depósitos de agua y aire, los llenó de nuevo, cargó las baterías.
Acólito hacía lo mismo con su propio equipo. El Ser Último inspeccionaba una pila de discos pedestres.
—Sé porqué murió Teela Brown —dijo Luis.
—Los protectores mueren con facilidad, una vez saben que ya no serán útiles —dijo el titerote.
Luis negó con la cabeza.
—Ella encontró algo. Tal vez el jardín de Anne, tal vez sólo huellas de dedos en los motores. No importa lo que fuera, ella sabía que había un protector en el Centro de Reparaciones. Tuvo que recibir a la Aguja en el mapa de Marte, pero cuando lo hizo, nos tomó como rehenes. El único modo en que podríamos estar seguros aquí era si ella moría. Pero…
—Luis, no tenemos tiempo. ¿Qué quieres de nosotros?
—Quiero cambiar el esquema de los discos pedestres sin que Bram se entere. Luego quiero dejar todo como estaba. No estoy seguro de si estoy en lo correcto. Necesito una opción por defecto.
—¿Opción por defecto? —preguntó el kzin.
El Inferior respondió por él.
—Decidir por anticipado lo que se debe hacer, por si no se tiene tiempo luego para decidir.
—Es como el primer movimiento que aprendes al usar el wutsai, la daga kzin —aclaró Luis—. Si eres atacado demasiado rápidamente como para pensar en una defensa, tu entrenamiento te salva.
—El «destripador».
—No sé, lo que fuere. Sólo sabía que tenía que haber uno. Sea con espadas o armas de fuego, lucha libre o yogatsu, no importa: entrenas los movimientos para incorporarlos como reflejos, de modo de reaccionar instintivamente cuando eres atacado. De la misma manera, entrenarás a una computadora a que haga determinada cosa si no puedes decirle que lo haga.
—Una noción brillante —dijo el kzin.
—Inferior, no entiendo bien cómo funciona tu red de discos pedestres…
Lo discutieron.
—El sistema necesitaba saber que realmente querías mantener el cambio hecho, y eso sucede cuando bajas el borde del disco.
—Entiendo. Bien, ahora puedo hacer el truco, y no os enteraréis. Podréis negaros a admitir el hecho. Acólito, necesitaré que provoques una distracción.
—Dime en qué has pensado.
—No tengo la menor idea. Sólo necesito alrededor de dos respiraciones.
Cuando volvieron a la cabina, el Ser Último venía diciendo:
—Luis, ¿eras consciente de que estabas muriendo?
Luis sonrió débilmente.
—Nuestra tradición dice que todo el mundo muere. Las excepciones son para los titerotes y los protectores. Hola, Bram, ¿algún cambio?
Bram estaba furioso.
—Inferior, amplifica la imagen y la iluminación. ¡La villa!
La sonda se movía entre sombras, pero podía verse adelante, mucho más cerca de la banda de luz de día, un grupo de construcciones oscureciendo el tono nevado de la montaña derramada cercana.
El titerote cantó como flauta y cuerdas. La aglomeración se iluminó y se acercó.
La villa se asemejaba a una gran mancha en cruz vista desde arriba. Las casas eran blancas, aunque de tono distinto al de los campos nevados; tejados inclinados bajo una capa de nieve se engarzaban a lo largo de una repisa de roca desnuda, enlazados por caminos oscuros, desparramados horizontalmente por más de treinta y cinco kilómetros. Una serie de fábricas y depósitos cruzaban esa banda en forma vertical, organizados en forma más apretada, corriendo a lo largo de tres kilómetros de altura. Encima y debajo de esta hilera se veían manchas irregulares de color naranja brillante, y puntos de otros colores.
Bram se mantenía escasamente bajo control.
—Os necesitaba aquí. Temí que la sonda pasara de largo antes de que retornarais. ¿Podéis ver lo que nos concierne aquí?
—No… Ah, sí.
Luis también lo vio. Tres cuadrados de plata brillante: plataformas de carga, y de las grandes. Una estaba vacía; otra cargada con algo indefinible. La tercera, un rectángulo marrón con un borde grueso y brillante: el crucero del Pueblo de la Máquina, aún cabalgando su placa. Estaba sujeta en el dock superior, cerca de la roca desnuda pintada de anaranjado, y a su lado se veían dos parches de colores amarillo, naranja y azul cobalto: globos desinflados.
—Fue un viaje rápido —dijo Luis.
La luz del día llegó a la villa, viajando a mil doscientos kilómetros por segundo. La vista refulgió a causa del amplificador de luminosidad; luego cambió a colores más reales.
—Tienen su propia cámara red —les recordó Acólito.
El Ser Último abrió otra pantalla cercana a la de la sonda —y ya eran cuatro—. Por ella se veía a través de la proa del crucero.
Los Pastores Rojos usaban unas hermosas pieles a tiras grises y blancas. Luis sólo vio manos rojas al extremo de unas mangas grandes y colgantes, narices pequeñas y ojos oscuros bajo las caperuzas, pero ¿quiénes más podrían ser? Los valientes cazavampiros. Varias otras figuras peludas, bastante más grandes, debían ser Montañeses. Sus manos eran amplias, con dedos rechonchos. Vislumbres de sus caras bajo las capuchas revelaban pelaje gris plateado, como el de las manos.
Lanzaban nubes de vapor al trabajar. Manos rojas y otras café sujetaron los borrosos límites de la ventana, y la vista se balanceó.
—La sonda habrá pasado muy lejos antes de que podamos decelerarla —dijo el Ser Último—. ¿Deberé traerla para echar otro vistazo?
—¿Para qué? —respondió Bram—. Tenemos esta cámara. Inferior, nos estamos acercando al extremo más cercano del sistema de transporte del Borde, y podrían ver la sonda. Pásala del otro lado del Muro apenas puedas.
—Muy bien. En veinte minutos.
La sonda se encontraba ahora a plena luz del día, y ya había dejado atrás la villa de la montaña derramada. La cámara red robada se movía alocadamente mientras era trasladada.
—¿Dónde habéis estado? —preguntó Bram.
Luis respondió.
—El momento adecuado para revisar un traje de presión…
—Sí. Informa.
—… es antes de estar respirando el vacío.
—Tú usas una lista de revisión. Yo uso mi mente.
—Y tu primer error será memorable.
—Informa.
—No sé respecto al traje del Inferior, pero los nuestros nos mantendrán vivos por dos falans. Hemos recargado todo lo recargable. El Inferior dispone aún de seis discos pedestres listos para el uso, y podemos reutilizar parte de los que están instalados ahora. Podemos instalar cámaras en cualquier parte. No hay armas en la zona de carga; he asumido que las has guardado en algún otro sitio. Quieres decidir lo que podemos portar con nosotros. No pudimos pensar en otra cosa que revisar.
Bram no dijo nada.
La cámara instalada en el nido de cuervo del Patriarca Oculto no mostraba cambios, y el titerote silbó para cerrarla. La sonda de repostaje corría a lo largo de una pared de tonos violeta. La siguiente imagen se movía a los tumbos por un camino de bajada a través de parches rectangulares de nieve.
—Estabas muriendo —dijo el Ser Último.
—¿Acaso has visto…? No importa. Muéstrame ese informe médico.
El titerote repicó. El informe médico bloqueó parcialmente las otras ventanas.
—Aquí lo tienes; está en Intermundial.
Química… reestructuración mayor… diverticulosis… Nej.
—Uno se puede acostumbrar a lo que la edad le hace, Inferior. La gente anciana acostumbraba decir: «Si te levantas una mañana sin que nada te amenace alrededor, es clara señal de que te has muerto durante la noche».
—No me parece divertido.
—Pero cualquier idiota puede darse cuenta de que algo anda mal si comienza a mear gas junto con la orina.
—Me hubiera parecido descortés observarte durante tal procedimiento.
—No sabes qué alivio me das. Pero aún así, ¿cómo te hubieras dado cuenta? —Luis siguió leyendo—. Diverticulosis, esto es unos pequeños reventones en el colon. Mi colon. Puede causar daño de muchas maneras; en mi caso parecen haberse extendido lo suficiente como para haberse adherido a mi vejiga. Luego se infectarían y reventarían, rompiendo la pared. Eso dejaría una conexión entre mi intestino grueso y mi vejiga urinaria: una fístula.
—¿En qué estabas pensando, Luis?
—Tenía el botiquín de Teela. Me estaba dosificando unos antibióticos. Por unos días me pareció que… Bien, las bacterias podían pasar a la vejiga y harían gas, pero los antibióticos las habrían barrido. Pero supe que necesitaba un fontanero.
Acólito no solía mirar directamente a los ojos, pero lo hizo ahora. Sus orejas se cerraron sobre su cabeza.
—¿Te estabas muriendo? ¿Estabas en peligro de muerte cuando rechazaste la oferta del Inferior?
—Sí. Oye, Inferior… de haberlo sabido, ¿hubieras aceptado mi contrato?
—No es una pregunta seria, Luis. Siento admiración por ti. Eres un negociador temible.
—Muchas gracias.
—Por favor —dijo Bram—, restaura la vista de la sonda… Gracias. En seis minutos la pasarás hacia el exterior del Muro. Supongo que no perderemos la señal, ¿verdad?
—El scrith detiene un alto porcentaje de los neutrinos. Algún tipo de reacción a nivel del núcleo del material produce eso, pero la caída de la señal es predecible y puedo compensarla.
—Bien. ¿Está en orden mi traje?
—Es mi repuesto, después de todo —dijo Luis—. Toma el traje que desees para ti. Yo usaré el que dejes.
La sonda aminoraba su velocidad. Continuaba aminorando.
—¿Ahora?
—Ahora.