Capítulo 23

Lecciones de Velocidad

EL PATRIARCA OCULTO, 2893

El kzin lo puso de pie. Luis estaba temblando y jadeaba. Acólito no podría hablarle mientras tuviera colocado el casco, y lo agradeció.

Estaba a bordo del Patriarca oculto, cerca de popa.

Ésta era otra maldita sorpresa. Había dejado el velero de kilómetro y medio de largo en el río Shanty. ¿Qué estaría haciendo aquí?

Acólito intentaba decirle algo. Tenía algo en la mano…

¡Nej y maldita sea! Luis comenzó a desenroscar el casco.

—Yo estaba merodeando por la popa, cuando esto llegó a través del disco pedestre. ¿Un regalo de visita, Luis? Parece pescado seco.

Luis tomó el plato de sashimi. El pescado rebanado estaba hinchado y crujiente al tacto.

—Ha estado en el vacío —dijo Luis—. ¿Pasó por aquí una barra de pan?

—La dejé pasar, Luis. Oye, hueles a miedo.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

En un momento estaría a salvo en la Aguja, y se tiraría entre las placas sómnicas para que remitiera este temblor, hacer que su mente volviera y digerir qué había aprendido y qué no.

Ahora Acólito lo había visto. Si podía persuadir al kzin de no decir palabra… Hum, no serviría de gran cosa. El protector había estado observando el lenguaje corporal del kzin por seis meses. Acólito no podría ocultarle nada.

En cambio dijo:

—Hasta un muerto puede oler mi terror —tiró el casco y descargó el equipo de aire, comenzando a abrir los cierres del traje—. Pensé que había entendido los controles de los discos pedestres, pero estaba equivocado. Ah, y los marcianos nos habían puesto una trampa mortal. Me atraparon en ella, también.

La cabeza medio calva de un adolescente apareció por una escotilla. Un niño Ingeniero. Los ojos del chico se abrieron sorprendidos, y salió de la vista.

—¿Marcianos? —preguntó el kzin.

Luis comenzó a quitarse el traje.

—Olvídalo. Tengo que quemar algo de energía. ¿Puedes correr?

El pelaje del kzin se encrespó.

—Tuve que correr más rápido que mi padre después de que me venciera.

—Te juego una carrera hasta la proa.

Acólito dio un alarido y salió como alma que lleva el diablo.

El traje de presión se le había enroscado en los tobillos. Cuando quiso correr al kzin, sus músculos se trabaron y cayó.

¡Ése fue un hermoso grito de guerra! Siseando una palabrota, Luis se liberó del traje y echó a correr.

Acólito se hallaba aún al alcance, pero se movía considerablemente más rápido que él. Luego la estructura del velero se interpuso y lo perdió de vista.

Luis había vivido a bordo de este barco por casi dos años. No era fácil que se perdiera. Corrió con energía, compitiendo consigo mismo. Tenía un kilómetro y medio que cubrir.

—Luiiis…

La voz era débil y extraña, y venía desde arriba, muy alto…, un titerote sobre el nido de cuervo del mástil de popa.

—¡Holaaa! —respondió Luis.

—Esperaaa… —gritó la voz.

—¡No puedo! —se sentía bien.

Una sombra cuadrada descendió. Luis siguió corriendo. La sombra se puso a su costado, emparejándolo: una placa de carga con rieles soldados alrededor de ella.

—¡Déjame paso! ¡Estoy en una carrera!

—No entiendo.

—Esto no es… un test de inteligencia…

—¿Cómo te sientes?

—Maravillosamente. Desorientado. ¡Vivo! Inferior… no uses… el disco del monte Olimpo…

—¿Porqué?

—Los marcianos… están vivos… pusieron una trampa… —tomó una gran bocanada de aire y resolló. El aire salado en sus narices… ¡Maravilloso! Mantenía la respiración, sus piernas funcionaban; las exigió más—. Pondrán otra…

—Podemos hacer trampas nosotros también. ¿Qué pasa si arrojo un disco al océano y comienzo a transferir agua al monte Olimpo?

—¿Y tú me preguntas? No extermines… nada. Puedes… necesitarlo luego. Ésa es la razón… de que no hayáis eliminado… a los kzinti.

—Más o menos —admitió el titerote.

Una serpiente cíclope observó a lo lejos una bola de pelo naranja cruzar la cubierta central del velero: Acólito.

—Luis, tu llegada es oportuna. Tenemos mucho que contarte.

—¿Dónde está Bram?

—Cociendo nuestra cena —sus cabezas se miraron la una a la otra.

¿Estaba bromeando el titerote? A Luis siempre le pareció que ese gesto era una risa.

—Bram tiene muy buen olfato —añadió el Inferior.

—¿Cómo va la danza?

—¡La danza! Sigue sin mí. Estoy harto de usar vuestro reciclador, Luis, y ni siquiera he tenido tiempo para rediseñarlo…

—No sabes cuánto me alegro… —ahora habla con disimulo, Luis—. Pero si Bram no confía en el Ser Último… lo suficiente como para… dejarle hacer sus ejercicios… o usar su propio toilette

Luego, el Inferior debería estar listo para recuperar su propia vida.

Llegó al final de la cubierta central. Luis se encaramó a través de escalas y corrió por pasillos. Las escalas kzinti estaban muy inclinadas, y los peldaños estaban muy apartados unos de otros, pero Luis corría arriba y abajo como un mono con esteroides. Se mantuvo a la expectativa de superar a Acólito. O peor, esperaba que el kzin saltara sobre él desde algún nicho. Se mantuvo en los sitios elevados.

Intentó mapear en su mente el camino a través de los jardines. Probablemente era demasiado largo. Al final de un corredor subió a los saltos unos escalones de madera dura que llevaban sobre un muro, siguió a lo largo del muro para evitar unos matorrales de grandes bejines amarillos —con terribles espinas— y se dejó caer tres metros hasta el suelo de tierra.

Había sido un parque de cacería kzinti. Durante dos años, Luis y los Ingenieros de las Ciudades habían cuidado de esas plantas. Cuando ellos llegaron, encontraron que las plantas habían crecido en forma agreste. Habrían servido de alimento para rebaños de animales, que proveerían de carne a los marineros kzinti. Las bestias se habían ido, y no esperaba encontrar animales ahora, salvo que Acólito saltara sobre él desde algún macizo.

Pero nunca vio al kzin.

Había ocho tremendos mástiles principales e incontables velas, y los cabrestantes que los movían sólo podían ser accionados por un kzin. ¿O un protector? El mástil cercano era el principal, con el nido de cuervo delantero en la cima. Luis ya estaba resollando, sus piernas se sentían como fideos recocidos.

Algo lo esperaba en la proa.

Luis maldijo en su mente; ya no tenía aire para desperdiciar. Había reconocido al protector.

Luis bajó la velocidad. Bram lo esperaba quieto como una estatua. Luis no podía decir que estuviera respirando incluso.

—Creo que… has ganado —resopló Luis.

—¿Acaso estábamos compitiendo?

Bram se habría enterado de que había un intruso sólo luego que el niño Ingeniero lo encontrara en la cocina, o hasta que hubiera escuchado los pasos de su carrera sobre la cubierta. Tenía que haber corrido, aunque no lo pareciera.

—Lo que fuera. Necesitaba… el ejercicio.

Frente a ellos había una cordillera, no hecha a escala terrestre. Montañas cónicas, ampliamente espaciadas y variadas en tamaño, hacia derecha e izquierda. Sin un horizonte de referencia, no podía saber cuál era su altura. La mayoría eran lo suficientemente altas para que hubiera hielo en sus cumbres, pero por debajo de ellas todo era verde.

Luego su mente percibió lo que a su ojo molestaba.

Eran «flacas».

Un momento. El Muro tenía mil seiscientos kilómetros de altura. De las veinte o treinta montañas que su vista alcanzaba a ver, cinco o seis eran sólo colinas apoyadas contra el Muro del Anillo, pero dos o tres de ellas podían rivalizar con el Everest.

El Ser Último cruzó por la proa. Detrás de él, un bulto anaranjado apareció.

El kzin andaba con dificultad. Estaba terminado, sin resuello.

—Gracias, Acólito —le dijo Luis—. Realmente lo necesitaba. Tenía encima suficiente adrenalina como para ir a la guerra.

El kzin jadeaba.

—Mi padre… me dejó ganar. No quería matarme…

—Ya veo.

—¿Cuándo… me superaste?

—Tal vez en el jardín.

—¿Cómo?

—Bram, tú debes saber acerca de los cazadores de persecución.

—No conozco el término —dijo el protector.

—Oh, bien. Acólito, la mayoría de las criaturas cazadoras pierden ocho presas de cada nueve. Si las presas salen corriendo, buscan a la más lenta. Sólo unos pocos carnívoros siguen a su presa hasta que la vencen por resistencia. Los lobos lo hacen, y también los humanos.

»Los gatos grandes de la Tierra no son cazadores de persecución, y los kzinti tampoco. Vuestros antecesores han aprendido que es mejor seguir la pista a un enemigo hasta vencerlo, o se volverá a levantar más tarde, pero eso es una racionalización. Vuestra evolución física no lo ha seguido.

—Sabías que podías ganar.

—Sí.

—¿Y si hubiéramos corrido a lo largo del jardín?

—Tú habrías ganado.

—Gracias por la lección.

—Gracias a ti —lo había expresado muy bien, se dijo Luis. ¿Quién le habría enseñado?

—Luis —dijo Bram—. Mira a tu alrededor. Reacciona.

¿Reaccionar?

—Impresionante. ¡Todo ese verde! Desde el pie a la línea de los hielos, todo verde. Aunque no debía sorprenderme. Esas montañas están hechas de limo marino; deben estar llenas de fertilizante.

—¿Algo más?

—Hum. Algunas de las tuberías han de haberse tapado pronto. Eso explica las montañas bajas. Lo que queda de ellas debe ser roca ahora. Las más altas deben contener una gran cantidad de agua helada en ellas, al menos en la zona de la cumbre. Se ven ríos correr a los pies. Estas montañas deben ser el único lugar del Anillo donde puede haber terremotos.

—¿Un entorno difícil?

—Imagino que sí. Bram, hemos visto esto hace ya cincuenta falans. ¿Han encontrado señales de vida en las montañas?

—Estamos lejos todavía. Aunque dieras una vuelta a tu mundo, no habrías llegado a ellas. Pero sí, hemos encontrado vida. Luis, la comida espera. Inferior, Acólito, llevadlo al comedor.

El Ser Último había instalado cámaras en las cuatro paredes del salón comedor.

Una de ellas no estaba en uso; se veía como una telaraña de hilo de bronce.

Una de las ventanas mostraba algo así como una gran alberca llena de agua, al pie de unos conos verde oscuro con la cima de color blanco.

Otra ofrecía una panorámica del Muro, girando lentamente. Era una cámara instalada en la sonda de repostaje.

Y la última mostraba una veintena de homínidos peludos y musculosos: usaban cuerdas para guiar una placa cuadrada lo suficientemente grande para ser la platea de un bungalow de seis habitaciones. La placa flotaba sobre ellos. Debía haber sido una gran plataforma de carga, o parte de un edificio flotante. Los homínidos la guiaban hacia Luis… Ah, hacia el crucero del Pueblo de la Máquina. Era la vista de la cámara robada.

—Te dejé una grabación tomada hace seis días —dijo el titerote—, para que la vieras cuando despertaras. Pero esto es tiempo presente.

—¿Qué están haciendo los viajeros?

—Están acercándose al Muro —respondió el kzin— usando todas las maneras posibles.

—¿Porqué?

—Yo aún no lo sé; tal vez Bram sí —dijo Acólito—. Mientras estabas bajo tratamiento, Bram buscó a tus amigos Ingenieros y los envió a bordo del Patriarca. Ellos lo obedecieron de la misma manera que los esclavos de mi padre lo obedecen. Tuvieron el barco yendo a estribor al día siguiente. Bram está estudiando el Muro.

—¿Porqué? —volvió a preguntar Luis.

—No nos lo ha dicho.

El titerote agregó:

—Nunca he visto a Bram demostrar temor, a pesar de que creo que teme a los otros protectores.

Luis creyó ver la conexión.

—Los motores de posición necesitan montarse otra vez, porque de no hacerse, el Anillo podría volver a perder el centrado. Cualquier protector que se hubiese dado cuenta de ello, estaría montando nuevos estatorreactores en el Muro, ¿de acuerdo?

—Si la teoría es correcta.

—Entonces, ¿porqué no está Bram allí?

El Ser Último lanzó un sonido corto y agudo, como el estornudo de un clarinete.

—Si estos protectores supieran que tres especies alienígenas buscan llevar a cabo invasiones, y una cuarta está en órbita estudiando los resultados, hubieran corrido hacia el mapa de Marte.

—¿Tendrán telescopios decentes? No, ellos aún no… Ah.

—¿Porqué dices «Ah»?

—Bram también ha de estar en el Muro. Se está preparando, porque los otros lo matarán si pueden.

Los ojos del titerote se miraron uno al otro. Luego dijo:

—En todo caso, tenemos una vista del Muro en el Patriarca. Mi sonda de repostaje lleva más de un falan en órbita, rozando la coronación del muro, grabando. Hemos aprendido mucho, Luis —y cerró con un breve gorjeo.

Las tres pantallas iniciaron un lento acercamiento.

Desde el nido de cuervo del Patriarca: El paisaje de las montañas derramadas se expandió hasta que una sola quedó en foco. Verde pálido y oscuro, pradera y bosque, llegaban hasta el hielo. En la misma cumbre, una hebra negra sumergida en un compacto nudo de niebla oscura. El limo marino caía en forma sostenida desde un gotero desde mil kilómetros de altura.

Desde la sonda: La pared del borde pasaba, borrosa. Luis intentó mantener sus ojos fuera de esa imagen.

Desde la cámara robada…

Luis comenzó a reír.

Ahora el crucero del Pueblo de la Máquina se balanceaba suavemente. Por sobre el borde de la plataforma flotante se veía un rocoso paisaje, morones como un campo de miles de hipopótamos durmiendo.

La plataforma era tirada por cuerdas. Una treintena de homínidos de una especie no familiar para Luis tiraban de ellas. Llevaban mochilas livianas, pero nada más. Pelaje lacio y negro los cubría desde la cabeza hasta los glúteos; quizá el pelaje cubría todas sus necesidades de abrigo.

Corrían colina arriba hacia un grupo de mujeres de la misma raza, que los esperaban tras la cima. Las mujeres gritaban y meneaban los brazos, animándolos. Entre ellas se veía a una hembra de los Pastores Rojos, guiando a los trabajadores con amplios movimientos de sus brazos.

El camino se hizo abrupto; los hombres ya no corrían. A medida que fueron alcanzando la cresta, las mujeres corrieron a su lado. Eran tan peludas como los hombres. Sin mayores prisas, se agregaron a las cuerdas. Había un buen humor general, y breves conversaciones entre jadeos.

Las mujeres jalaron. Algunas corrían hacia atrás. Tenían piernas fuertes, observó Luis; tan gruesas como las de los hombres. Estaban sobre la cima ahora, y comenzando el descenso. Los corredores estaban tras la cámara ahora, tirando de otras cuerdas para desacelerar el móvil.

La Roja corrió para treparse a una cuerda y subir por ella.

La vista se movió cada vez más rápido sobre la tierra llena de colinas. Por el momento, los corredores deben haberla dejado ir. Los morones crecían más grandes en la lejanía, casi como cerros. Unos riachos corrían por los pequeños valles y se reunían al frente. Luis se dio cuenta de que estaba mirando el pie de una montaña derramada.

El bamboleo de la plataforma lo mareaba.

—Pareciera que intentaran matarse —dijo.

Acólito aulló, el ridículo kzin.

—No los considero en su sano juicio —comentó el Inferior.

La vista desde el Patriarca Oculto se expandía aún. Ahora la cumbre de la montaña se había perdido, y a un tercio de la altura, sobre las laderas, Luis comenzó a ver puntos de color y luces parpadeantes.

¿Parpadeantes?

—Heliógrafos —dijo Luis.

—Muy astuto, Luis.

—Un joven Chacal me contó de ello. Pensé que estaba siendo críptico, pero su completo imperio debe estar unido por los heliógrafos en las montañas derramadas. ¿Cómo supones que lo hacen? Los Chacales no pueden mantenerse de día.

—A la noche, leen los mensajes de los heliógrafos en las montañas que reciben la luz del día. Eso es posible en Mundo anillo, dado que todo está a la vista y el horizonte es curvo y asciende. Es bastante sencillo, pero ¿cómo los envían? Luis, deben comprar servicios de mensajería de los locales.

—De algún modo. Y habrán de pactar con los de las montañas también. Apuesto a que no los cierran con rishathra.

—No necesitarán muchos. Sólo hemos visto los reflejos en unas pocas de las montañas. Unos pocos centenares de estaciones de mensajes en la superficie debían ser suficientes para mantener comunicado su imperio.

—Y ¿qué hay acerca de…? ¿Qué son ésos, globos?

El titerote silbó otra vez. El acercamiento se detuvo. La vista comenzó a derivar a un costado. Un grupo de puntos coloreados iban a la deriva contra el hielo, separados por un par de kilómetros. Luis vio más de ellos en los espacios entre las montañas.

—Globos de gas caliente, Luis. Los vemos flotar por las montañas derramadas cada vez que miramos.

—¿Cuanta variación…?

Harkabeeparolyn y Kawaresksenjajok entraron portando bandejas, y se detuvieron de pronto.

El titerote silbó. La panorámica del muro y la del viaje de los Chacales y los Rojos se convirtieron en telarañas de bronce. Era maravilloso que los Ingenieros de las Ciudades no hubieran soltado todo inmediatamente y salieran corriendo, pensó Luis. Pero Harkabeeparolyn seguía mirando a Luis, y Kawaresksenjajok estaba observándola y sonreía.

—Soy yo. Aún soy yo —dijo Luis—. Me han hecho algún trabajito médico.

Harkabeeparolyn se volvió a su pareja y le habló. El traductor de Luis dijo:

—¡Tú lo sabías!

—Zelz me lo dijo.

—¡Ya te daré lo que te mereces, pequeño zilth! —pero Harka estaba sonriendo, y lo mismo Kawa.

Llevaron las bandejas a la mesa: una pila de raíces marrones y amarillas y un bol lleno de un fluido rosáceo. Harka se sentó en el regazo de Luis y estudió su cara a tres centímetros de distancia.

—Nos hemos sentido solos sin ti —dijo.

Se sentía natural, como si lo hubieran hecho siempre. Se sentía como el regreso al hogar.

—No estabais solos cuando os dejé —dijo él.

—Nos han pedido que viniéramos aquí —señaló con un gesto hacia la cocina.

Habían obedecido a un protector. Eso también parecía muy natural.

—¿Qué les ha pedido?

—Naveguen a estribor —se encogió de hombros—. De vez en cuando venía, miraba y alteraba el curso, o nos decía del viento o las corrientes, o métodos para atrapar y cocinar peces o animales de sangre caliente, o atender el jardín. Nos ha dicho que no comemos suficiente carne roja.

—Debe ser su ascendencia la que habla.

—Luis, te ves tan joven como Kawa. ¿Acaso puedes tú…?

El titerote respondió por él.

—Sólo funciona con los pueblos de las Esferas, humanos o kzinti. Para restaurar a los homínidos o kzinti locales, o a cualquier otra especie, un millar de los de la mía tendría que estudiaros durante toda una vida.

Harkabeeparolyn frunció el ceño.

Kawaresksenjajok y Bram entraron con otras fuentes. Había seis pescados de mar profundo, increíblemente feos. Dos de ellos aún se crispaban. Los otros habían sido asados a la parrilla junto con unos extraños vegetales… kzinti, seguro. Un recipiente lleno de verduras frescas también provenía del parque del velero.

Luis echó una mirada al líquido rosado y preguntó:

—¿Sangre de pez?

—Sangre de ballena, y un puré vegetal —informó Bram—. No me alimentará mucho tiempo. Tu cocina ha sido un verdadero hallazgo.

Se sentaron a la mesa. Kawaresksenjajok se retiró un momento, y volvió con una niña de dos o tres años. Tenía la cabeza cubierta de cabello rubio; Luis no la hubiera tomado por una de la raza de los Ingenieros. El chico más grande no apareció.

La comida de Bram no estaba mal. Sólo un poco extraña. Debió haber cocinado al gusto de los Ingenieros, usando plantas del parque de cacerías. Debía haber componentes cruciales que faltarían, o que serían muy escasos.

—¿Cuánto tiempo me mantendrá vivo esto? —preguntó Luis.

—Al menos un falan, antes de que tu naturaleza comience a deteriorarse —respondió Bram, que bebía decorosamente su caldo.

Acólito ya había terminado su ración de pescado vivo. Luis le preguntó:

—¿Te has quedado con hambre?

—Es suficiente. Quien satisface su hambre se pone obeso y torpe.

La niña había alcanzado el borde de la mesa. Luis la señaló, y Harka miró hacia allí. Pero la pequeña se prendió del canto con sus dedos y se descolgó. Se había sujetado como un mono, o uno de los del Pueblo Colgante.

—¿Pensaste que caería? ¡Ja! —la Ingeniero se rio de su temor—. Te has equivocado de especie —súbitamente se dirigió a Bram—. ¿Puede quedarse Luis por un tiempo?

Un momento antes de contestar, Bram los miró a todos, juzgando, decidiendo. Luego dijo:

—Quedan libres hasta mañana al mediodía. Luis, debemos retornar a la Aguja. No podemos aprender más hasta que hagamos volar a la sonda por sobre el borde. Inferior, ¿es ésa la causa por la cual dejaste a Luis despertarse por su cuenta?

—Por supuesto. He tenido poca oportunidad de ponerlo al día.

Nuevamente los ojos de Bram se posaron en todos ellos.

—Debo conocer las montañas derramadas y el Borde. Los protectores que están en el Muro no deben saber nada de mí. El tema central aquí son los protectores: debo saber dónde están, cuántos y de qué especie son, sus intenciones, métodos y propósito.

»Al presente he aprendido todo lo que he podido sin actuar, y he evitado llamar la atención todo lo que he podido. La cámara robada está aún más cerca que nosotros del Borde. Los Chacales intentan mostrarnos «algo». Kawaresksenjajok y Harkabeeparolyn me han mostrado la actividad de las montañas derramadas desde la lejanía. Vosotros los de la Esfera me habéis dado las grabaciones hechas en uno de los espaciopuertos. Ahora sé más cosas del Muro que las que hubiera podido imaginar que había ahí.

—Si los otros ven la sonda —comentó Acólito—, habrán de creer que se trata de invasores interestelares. Deberás prepararte a defender el Centro de Reparaciones.

—Sí, pero la sonda es asunto del titerote, no mío. Estoy preparado. ¿Inferior?

Luis pensó que había cortado demasiado duro al chico. ¿Porqué el muchacho kzin se preocupaba tanto por él?

El Ser último no habló.

El chico de Chmeee llegó aquí como mi alumno. Bram ha tenido suficiente tiempo para impresionarlo. Tal vez he perdido a un discípulo… Pero nunca imaginé que quisiera ganarme su respeto.

Bien, he corrido contra él y le he ganado. Eso es algo. ¿Cuál ha de ser el próximo paso?

Bram preguntó:

—Harkabeeparolyn, ¿qué sabes acerca de los protectores?

Ella había sido maestra en la biblioteca de la ciudad flotante, donde Kawaresksenjajok había sido alumno.

—Recuerdo dibujos y grabados de armaduras, recolectados de sitios a decenas de miles de días de marcha alrededor de la ciudad. Todas parecían diferentes, adecuadas a diferentes especies, pero siempre presentaban las articulaciones hinchadas y la cresta en el yelmo. Los cuentos antiguos relatan de fantásticos salvadores y destructores temibles a la vista, con rostros blindados, grandes hombros, nudosas rodillas y codos. Ningún hombre podía luchar contra ellos, ninguna mujer tentarlos. Bram, ¿acaso quieres oír cuentos fantásticos?

—Cuando sepa lo que necesite oír, me enseñarás —dijo el hombre nudoso—. Cuando pregunte «¿Qué he olvidado?», sólo esperaré una respuesta útil y sensata. ¿Luis?

Él se encogió de hombros.

—Estoy dos falans por detrás de todos ustedes.

Bram volvió a mirarlos. Su rígido rostro no permitía leer expresiones. El Ser último y los Ingenieros lo miraban con ansiedad. Acólito parecía relajado, incluso aburrido.

El protector se levantó de la silla, la tomó y la movió hacia… una estructura esquelética situada en una esquina del gran cuarto. Tubos y bóvedas de metal y alambres se fijaban a una columna de madera, de una forma que no parecía muy práctica, pero tampoco caprichosa. Había habido muchas distracciones, pero ahora que la miraba de lleno, Luis pudo considerarla como una obra de algún breve y antiguo estilo en escultura. Tenía la unidad estética necesaria.

Pero Bram la estaba moviendo y la colocó entre sus rodillas, tañendo las cuerdas…

—¿Has terminado con el Réquiem de Mozart? —preguntó el titerote.

—Ya veremos. Graba.

El Inferior silbó unos acordes de programación, dirigidos a la cuarta cámara red, la que siempre había estado apagada. Luis enarcó las cejas hacia Harkabeeparolyn, que había vuelto a sus rodillas. Este sinsentido estaba ocupando parte del tiempo que debían pasar juntos…, pero la Ingeniero le susurró:

—Escucha.

Los dedos del protector estaban de repente en todos lados, y el aire explotó con música.

Acólito se retiró, cruzando la puerta.

La música era extraña, pero rica y precisa. El titierote silbaba el acompañamiento, pero Bram llevaba la estructura de la melodía. Luis no pudo recordar dónde había escuchado algo parecido a eso.

Era música humana, paz para los nervios humanos. Ningún sonido hecho por alienígenas podía hacerle eso a su sistema nervioso. Sentía un ruidoso optimismo, una calma sagrada, una triste añoranza… El poder de conquistar mundos, o de moverlos.

La música que él conocía estaba tramada en computadoras. Nada comparable a pulgares golpeando suavemente —o poderosamente— superficies tensadas o platos de bronce, uñas rasgueando cuerdas, soplidos en tubos con agujeros…

Nej, era terriblemente excitante, y Harkabeeparolyn se estaba derritiendo sobre sus rodillas. Pensó en darle la razón por la demora, pero no quiso interrumpir la música ni para susurrarle en su oído. En lugar de eso, se relajó contra el respaldo y dejó que las vibraciones lo atravesaran.

Y cuando el sonido por fin hubo terminado, se enderezó, conmocionado.

—Creo que lo tenemos —comentó Bram, poniendo la escultura orquestal a un lado—. Inferior, muchas gracias. Luis, ¿puedes describir los efectos?

—Abrumador. Yo… eh… Lo siento, Bram; no puedo explicarlo con palabras.

—¿Podría usarse como un elemento de diplomacia?

Luis sacudió lentamente la cabeza.

—Maldito si lo sé. Oye, ¿has pensado en montar una cámara en el cráter del Puño-de-Dios?

—¿Para qué? Ah, apuntando hacia «abajo».

—Exacto, abajo. Afuera. Tendrías una vista en el plano del Anillo. El Puño-de-Dios es un cono hueco del tamaño de una luna… bueno, es grande, y tiene un agujero en el pico. Puedes montar una fortaleza en la cima, si pudieras anclarla en el material del suelo del Anillo…

—El scrith.

—El scrith, sí. Con un décimo del volumen del Centro de reparaciones, y tan bien escondido como él.

—¿Hablas de defender el plano del Arco desde adentro del Puño-de-Dios?

Luis dudó.

—Estoy seguro que puedes hacer espionaje desde allí. En cuanto a la defensa… Bien, cualquier enemigo estará tentado de esconderse a la sombra del Anillo. No estoy seguro que puedas defenderte contra eso. Si peleas desde el Muro, el problema subsiste. La defensa de meteoros no puede disparar a través del scrith, ¿o sí?

—No podemos dividir nuestra defensa. Debo mandar sobre el Muro, y sobre sus protectores también —determinó Bram—. Pondremos la sonda en movimiento mañana. Luis, ¿cuándo llegó a tu mente esa noción?

—Sólo se me ocurrió de repente. Tal vez la música me distrajo y mi mente divagó un poco.

—¿Has pensado en algo más?

—No sé lo suficiente acerca de los protectores —dijo él—. Hay un esqueleto en el cuarto de defensa contra los meteoros. No pude acercarme a él, pero me pareció de un protector. ¿Es así?

—Te lo mostraré mañana, después de emplazar la sonda.

El crucero del Pueblo de la Máquina bajaba incontroladamente por un tobogán: el costado de una gran colina verde. Se sacudía endemoniado, como en un paseo de locos. Cuando el borde de la plataforma se estabilizaba, podían apreciar reflejos desde la montaña derramada más alta y distante. Luis pudo distinguir algunos parpadeos por encima de las nieves: el imperio de los Amos de la Noche también llegaba hasta allí.