Capítulo 22

La Red

LA AGUJA CANDENTE DE LA CUESTIÓN, 2893

… Maldito ataúd.

Luis intentó empujar la cubierta desde adentro, porque tardaba mucho en moverse. Encogió sus rodillas para apoyar los pies en la cubierta y empujó, deslizándose afuera cuando ya estaba abierta lo suficiente. Golpeó el piso, rodó y se alzó en cuclillas.

No era un ataúd, recordó, pero su adrenalina estaba bullendo, una buena razón para ponerse en movimiento. ¿Qué habría sucedido mientras estuvo guardado?

Su tobillo punzaba; había pateado algo… Lo ignoró.

La cosa extraña de su despertar era la forma en que se sentía.

En sus lejanos veinte años, él y una docena de amigos habían seguido un programa de adoctrinamiento en artes marciales. Unos pocos se retiraron cuando la computadora les obligó a pegarse en la cara unos a otros. Luis continuó por diez meses. Luego todo se echó a perder, y pasaron doscientos años, y…

No se sentía como si saliera de cirugía. Se sentía como un luchador de yogatsu en el entretiempo de un match que estaba ganando. Absolutamente cargado, bullendo de adrenalina y energía.

—¡Bien, tráiganlos ahora!

Dio vueltas en derredor. Sentía las manos desnudas.

Sobre el muro delantero, se veía un terreno rocoso pasar por debajo de la nave, demasiado rápido para captar detalles. La Aguja debía de estar moviéndose a varias veces la velocidad del sonido, a nivel del terreno, o casi. Se veía a través de la cabina del capitán…

Era sólo una maldita imagen. Ninguna de esas grandes rocas lo impactaría para dejarlo como gelatina. Las paredes de basalto seguían a derecha e izquierda, y el compartimento de carga yacía debajo de él, en silencio e inmovilidad.

Lo que había pateado era un bloque de piedra, ubicado en la esquina delantera estribor del área de la tripulación. Nunca lo había visto antes. Parecía completamente inerte e inofensivo: un cubo de granito rugoso de la altura de su tobillo.

Estaba solo.

Luis entendió entonces porqué Bram había retirado a Acólito en medio del coma inducido, para ponerlo a él en el autodoc. Caminando solo, el kzin hubiera puesto trampas y barricadas, o forzado el guardarropa o la cocina para conseguir armas. Pero no comprendió porqué lo había dejado despertar solo a él.

¿A que velocidad aprendería un protector? Bram había observado a Luis por… hum, unos tres días, si es que había captado la cámara de la villa de los Tejedores. ¿Podría conocerlo ya hasta tal punto que confiara en él?

No, seguramente no. Entonces… el Ser Último habría preparado el autodoc para que se abriera apenas terminara el tratamiento.

Ahora, ¿qué intentaba decirle el Inferior? ¿Habría descifrado el protector el mensaje que dejó?

La vista en holograma seguía pasando. Un extenso bosque de lo que parecían pinos había reemplazado a las rocas. Directamente al frente, se veían a gran distancia montañas y una capa nubosa.

El Ser Último podía ocultar lo que quisiera de la cabina del capitán, y su tripulación podría estar incluso aislada de él, sin ver otra cosa que el holograma. Quizá ése fuera el punto.

El borde inferior de la imagen mostraba madera oscura: el frente de un crucero a alcohol del Pueblo de la Máquina. Debajo y por delante de él, un borde curvo de algún metal o plástico brillaba, reflejando la luz solar.

El crucero en que los Chacales habían cargado la cámara estaba subido ahora en algún vehículo que volaba.

Bloques de rocas se proyectaban entre franjas de bosque. El vehículo no debía volar a más de sesenta metros de altura, a velocidad subsónica, pero no por mucho.

¿Qué tipo de homínidos podría soportar sin temor tal velocidad? La mayoría de ellos simplemente moriría si se alejaran de su ecología local. Una carrera como esa simplemente les haría detener el corazón.

¿Qué se supone que tendría que hacer con esa información?

¿Cuánto tiempo le quedaba antes de que Bram viniera a por él?

Atrapado en una caja del tamaño de un bungalow enterrada bajo kilómetros cúbicos de lava, no se sentía cómodo como agente libre. Los discos de transporte lo sacarían de allí, pero sólo lo llevarían adonde su amo lo esperaba.

Luis se dio cuenta de que estaba reaccionando en lugar de actuar, como un buen perro intentando adivinar el deseo de su dueño. Estaba pleno de nuevos bríos, y no podía hacer nada.

Sentémonos, se dijo a sí mismo. Distráete un poco, relájate. ¿Tienes hambre?

El menú de la cocina estaba en funcionamiento. Mostraba caracteres kzinti y una imagen: algún tipo de animal marino. ¡Sashimi alienígena! Mejor no.

Luis cambió a Humano, Sol, Tierra, français, pain perdu, agregó café au lait, y lo llamó desayuno. Y mientras esperaba…

Hum… Usar el disco pedestre le haría perder sus opciones.

Examinémoslo.

Levantó el borde, tal como vio que hizo Bram.

En la pantalla, la fuga del paisaje cambió por una abstracción: el diagrama de la red de discos pedestres.

Había algunos agregados. Varias redes se habían unido en una. El acceso a la cabina del capitán seguía vedado, y lo mismo algunos otros de los pares. El Inferior incluso había dejado de lado algunas de sus medidas de seguridad en orden a facilitar algunos traslados; Bram debió de haberlo obligado.

El diagrama refería las distancias en escala logarítmica. Cerca de la Aguja, el detalle era fino como para discriminar entre los pasajes del cuarto de la tripulación y el compartimento de carga. Había puntos de transferencia todo a través del Centro de Reparaciones. Encontró el disco en la Villa de los Tejedores, a casi ochocientos mil kilómetros. Otro estaba lejos a estribor de la aguja: tal vez en el Muro, a millón y medio de kilómetros. El más alejado debía estar a un tercio de camino del Arco, a cientos de millones.

Las líneas brillantes debían indicar conexiones que actualmente estaban abiertas. Si estaba leyendo bien el diagrama…, el circuito estaba abierto entre el disco de la habitación en que estaba y el compartimento de carga, y de allí al disco más alejado, cerca del Gran Océano. Bram debía de estar explorando.

¿Se habría llevado al Inferior? ¿O estaría éste en su cabina, detrás del holograma?

Saber eso, pensó Luis, le informaría cuánto confiaba Bram en el Ser Último por estas fechas. En su cabina, el Inferior sería casi invulnerable, con un casco de Productos Generales entre él y el enemigo. Lejos de sus elementos de acicalado, se sentiría desaliñado e incómodo.

Ding.

Tostadas de pan francés, con jarabe de arce. El café, con una espumosa leche hervida, apareció un momento más tarde. Comió rápidamente.

Luego probó usar el tenedor de plástico en los controles del disco pedestre.

Los dientes se doblaron y rompieron.

Marcó en la cocina Tierra, Japón, sashimi variado.

El hashi parecía de madera. Probablemente hasta tendría vetas. Rompió uno de los palillos a lo largo de la veta para obtener una punta, y comenzó a mover todo lo que se pudiera mover en el disco.

Las líneas brillantes se opacaban y otras se ponían brillantes, a medida que los acoplamientos se abrían y cerraban.

Un control deslizante apagó todo. Volviéndolo atrás, apareció un medio brillo parpadeante: el sistema esperaba instrucciones.

Siguió trasteando. Ya había encontrado un anillo de siete líneas brillantes, más un reloj virtual, y una música extraña se escuchaba de fondo. No comprendía el idioma musical de los titerotes, ni podía leer un reloj en caracteres de la Flota de Mundos, pero descubrió cómo ponerlo en «rápido».

Si había entendido bien, el circuito lo llevaría a la bodega de carga y luego a la Villa de los Tejedores, para ver lo que hubiera cambiado. Debía tomar un traje de vacío del casillero, porque el paso siguiente sería el cuarto de defensa contra meteoros, lleno del aroma del Árbol de la Vida. Luego a la superficie del Mapa de Marte, y entonces al punto que debía hallarse sobre el Muro. Terminaría en el misterioso lugar de la costa alejada del Gran Océano, y de vuelta a la Aguja.

¿Algo más? El trayecto no debía tomarle más que unos pocos minutos, a menos que hallara algo interesante.

Apoyó el plato con sashimi sobre el disco.

Nada sucedió.

Por supuesto que no… El borde del disco todavía estaba alzado, exponiendo los controles. Luis lo bajó, y el plato de sashimi se fue.

La pantalla destelló también. A Luis lo intimidó el repentino movimiento. El paisaje estaba de nuevo allí, a la carrera; las montañas se veían más cerca: eran las derramadas, con el borde del Muro como gotero. Estaban cercanas para la escala del Anillo, a no más de unas decenas de miles de kilómetros.

Pensó en unas cuantas cosas que le hubiera gustado revisar, si tuviera acceso a la computadora de a bordo. Tendría que hablar con el Inferior al respecto luego. Tenía que chequear lo que se sabía sobre los protectores.

¿Dónde estaría el plato de sashimi?

Hizo algunos ejercicios de yoga, para calmar su impaciencia. ¿A que velocidad sería «rápido»?

Cuarenta y cinco minutos más tarde, el plato no había aparecido aún.

Sus compañeros debían estar en alguno de esos puntos, probablemente cerca del disco, y Acólito se habría zampado el sashimi. No: piénsalo de nuevo.

El punto alejado del diagrama se había deslizado un poco.

Deslizado un poco, sí. Jadeó. La escala logarítmica reflejaba un salto de más de trescientos millones de kilómetros hasta ese punto del arco, y el disco se debió haber movido a la velocidad de un carguero espacial para reflejar esa diferencia en el diagrama. Cientos de miles de kilómetros por segundo…

Era la sonda de repostaje, por supuesto. Debían haber montado un nuevo disco pedestre en su flanco, y estaría en vuelo orbital a lo largo del muro. En cuanto al plato de sashimi, debía haberse quemado como una estrella fugaz.

Luis expuso los controles nuevamente. Comenzó a reposicionarlos, resollando y hablando consigo mismo, para ignorar la orquesta de fondo.

—Ahora éste debería cambiar aquel trazo… Nej, ¿por qué no? Hum. Ah, claro. Negro es «No», entonces probemos éste…

Pidió a la cocina una barra de pan y la puso sobre el disco pedestre. Puf.

Había pasado una hora y diez minutos desde que había aislado la Aguja de sus asociados. Incluso los había aislado del Centro de Reparaciones. Se desataría la guerra cuando lo descubrieran, y la pérdida de contacto, también.

Y de nuevo, ¿qué podía hacer con ello?

La risa no llegó a su garganta. Luis conocía a los titerotes. El Ser Último debía tener controles auxiliares implantados quirúrgicamente. Luis sabía que debía estar preguntándose cuándo restablecer los discos pedestres. El Inferior le toleraría la trapaza, pero Luis no quería enfrentar la ira de Bram.

El pan había vuelto.

El crucero volaba sobre el agua. Las montañas estaban a su izquierda ahora, y se alejaban hacia giro. El móvil debía haber girado… unos sesenta grados. Una lenta sonrisa apareció en la cara de Luis.

¡Estaba siguiendo la grilla superconductora!

Unos grandes cables superconductores yacían como un sustrato en el suelo de scrith del Anillo, formando hexágonos de ochenta mil kilómetros de ancho. Esta red era la que guiaba el campo magnético que manipulaba las protuberancias solares. Evidentemente el crucero estaba sobre algún vehículo de levitación magnética, algo que debió ser construido por los Ingenieros de las Ciudades… O tal vez fuera tan antiguo como el propio Mundo Anillo.

¿Lo sabría el Inferior?

Reaccionando, eso era lo que estaba haciendo. Y la pieza de pan ya había regresado.

¿Valdría la pena correr el riesgo?

Luis subió al disco.

Faltaban trajes de presión en el compartimento de carga: uno del Inferior, uno de los que habían sido para Chmeee, otro de los de Luis. Esto no significaba directamente que hubieran salido al vacío: el protector habría sido cauto y usado los trajes como protección.

Luis se bajó del disco para tomar un traje de presión, un cinturón de herramientas, un casco y un equipo de aire. Luego se deslizó hacia la Villa de los Tejedores.

Luis apareció desbalanceado. Tropezó, y dejó caer todo lo que llevaba. Avergonzado, echó una mirada a su alrededor.

Plena luz del día. El disco pedestre yacía inclinado en el banco de cieno al costado de la alberca de baño de la Villa. Nadie estaba en el agua. Prestó atención a voces infantiles, pero no oyó nada.

Se había demorado para inspeccionar el disco cuando una voz mordaz habló cerca de él. El casco tradujo desde el suelo:

—¡Bienvenido! ¿De qué especie eres?

Luis se alzó.

—Soy del Pueblo de la Esfera. ¿Kidada?

—Sí. ¿Eres de la gente de Luis Wu? —el viejo Tejedor lo miraba con extrañeza.

—Así es. Kidada, ¿cuánto tiempo hace que se fue Luis Wu?

—¡Eres Luis Wu vuelto joven!

—Sí —la atónita mirada de Kidada lo hacía sentirse incómodo—. He estado en un largo sueño. ¿Vosotros estáis bien?

—Estamos prosperando, gracias al comercio. Muchos visitantes vienen y van. Sawur se enfermó, y ha muerto hace varios días. El cielo ha girado veintidós veces…

—¿Dices que Sawur ha muerto?

—… desde la noche en que te fuiste, con alguna extraña criatura de largos cabellos siguiéndote a tus espaldas, y un niño Chacal como único testigo. Sí, Sawur ha muerto. Yo también moriré pronto, creo, y dos de los jóvenes han muerto también. A veces los visitantes traen una enfermedad que afecta a otros, pero no a ellos mismos.

—Quería hablar con ella, preguntarle algo…

Él sonrió en forma desolada.

—Sí, pero ¿respondería ella?

—Me dio un consejo sensato una vez… «No esperes a estar desesperado, Luis Wu».

—Sawur me ha contado de tu problema, después de que te marchaste.

—Lo he resuelto. Creo que lo he resuelto. De otro modo, me he esclavizado.

—Pero tendrás muchos falans para liberarte… —Kidada parecía cansado y resentido.

Luis estaba ahora haciéndose a la idea de cuánto había deseado hablar con Sawur. Se hubiera quedado a guardar el luto, si hubiera tenido tiempo.

Tiempo… El cielo había girado veintidós veces, más de dos falans. Ciento sesenta y cinco días del Anillo, cada uno de treinta horas… ¡Había estado en el autodoc más de seis meses!

Y ahora habría que ponerse al corriente…

—Kidada, ¿quién quitó el disco pedestre?

—No entiendo de qué hablas. ¿Te refieres a esto? Estaba aquí la mañana siguiente. Lo hemos dejado ahí.

El borde estaba embarrado. Pudo ver grandes rastros de dedos y uñas. Algún homínido —no los Tejedores, que eran de manos pequeñas— había estado tratando de alterar los controles.

Chacales. Debió haberse dado cuenta. Se alegró de haber llegado durante el día; los Amos de la Noche quizá ni se enteraran de que había estado allí.

Luis se metió en el traje de presión.

—Saluda a los jóvenes de mi parte —dijo, y saltó al disco.

Oscuridad.

Luis encendió el fanal de su casco, y un esqueleto entrevisto lo enfrentó.

Estaba en el cuarto del sistema de defensa contra meteoros. Las pantallas estaban apagadas; su propio fanal era la única luz.

Los huesos habían sido montados para estudio. No estaban conectados por las articulaciones; apenas se tocaban. Un armazón de varillas de metal lo mantenía en su sitio.

El esqueleto era veinticinco centímetros más bajo que Luis Wu. Todos los huesos tenían un aspecto redondeado: la erosión del tiempo. Las costillas eran demasiado angostas, los dedos casi habían desaparecido. El tiempo estaba reduciendo el esqueleto a polvo, pero… el clima aquí no podía ser tan abrasivo. Los nudillos aún parecían grandes, y todas las articulaciones eran macizas y desarrolladas. Y esas proyecciones de la gran mandíbula no eran dientes: eran huesos crecidos.

Un protector.

Luis pasó la mano por la calavera. Los huesos estaban cubiertos de polvo, y lisos. Alisados por el tiempo, mientras las superficies se volvían polvo.

Éste no era un ambiente erosivo. Esos huesos debían llevar mil años muertos, al menos.

La cadera derecha había sido cortada, y las piezas montadas separadamente. Lo mismo sucedía con el hombro y brazo izquierdos, y con el cuello: todos fracturados o aplastados.

Debió haber muerto por una gran caída, o quizá fue golpeado hasta la muerte en combate.

Los Pak había tenido su origen en algún lugar del centro galáctico. Una colonia Pak en la Tierra había fallado —el Árbol de la Vida no había arraigado, dejando la colonia sin protectores—, pero los criadores de Pak se habían esparcido por el planeta desde las zonas de aterrizaje en África y Asia. Sus huesos estaban en los museos, bajo el nombre de homo habilis. Sus descendientes habían desarrollado la inteligencia; un claro ejemplo de neotenia: la capacidad de llegar a la madurez sexual en la fase de larva.

Había un protector de Pak momificado en el Instituto Smithsoniano. Había sido desenterrado del suelo de arena de Marte, siglos atrás[9]. Luis nunca lo había visto, excepto por un holograma durante un curso de biología general.

Esta criatura debía ser un Pak deformado, pensó Luis. Pero esa gran mandíbula…

Los protectores perdían los dientes; eso era una pena, pues le hubieran dicho mucho. Pero la mandíbula era un pico rompehuesos.

El torso era demasiado largo para ser un Pak standard, le pareció a Luis.

No era un Pak, y tampoco parecía haber sido un Chacal. Luis podía imaginarse cuándo había muerto, pero… ¿cuándo habría nacido? El protector del Smithsoniano había pasado treinta mil años o más viajando desde el centro galáctico hacia la Tierra. Los preparativos para la expedición deben haberle llevado quizá lo mismo. Los protectores podían vivir mucho tiempo.

Cronos era el más antiguo de los dioses griegos; mató a sus hijos uno por uno, hasta que uno de ellos lo mató a su vez. Llamémoslo Cronos, entonces.

Una horda de vampiros había matado a un protector que había sido el sirviente de Cronos.

Bram y Anne deben haber acechado al amo por años antes de atacarlo. ¿Años o centurias? ¿Milenios? Los criadores de Pak, antepasados del hombre y de los vampiros, deben de haber sido cazadores de acecho aún antes de que dejaran el centro de la galaxia.

El viejo Cronos no debe haber tomado muy en serio a los protectores vampiro. Después de todo, los homínidos vampiro eran unos animales no conscientes con desagradables hábitos alimenticios y sexuales, y Cronos había sido un ser de inteligencia superior, y sin urgencias sexuales que lo distrajeran.

Y eso mismo es Bram ahora. Esto debía ocasionarle un punto ciego, y Luis debía hallarlo.

Las roturas en la cadera derecha, el hombro y brazo derechos, y aquella rajadura del cráneo, habían sido recientes o muy cercanas a su muerte, pero Luis encontró por todos sitios otras más viejas, ya curadas. Cronos se había roto la columna mucho antes de morir. ¿Crecería de vuelta la médula espinal de un protector? Y en la rodilla izquierda, había una herida que no había sanado bien: los huesos estaban soldados entre sí.

Algo más había de extraño en la columna, pero Luis no lo descubrió hasta que volvió a revisar el cráneo.

La frente era abultada. Y aún más: el hueso frontal y la cima del cráneo eran más suaves y jóvenes que el resto del cráneo. La fisura de crecimiento del maxilar tenía aún la apariencia de haber llevado los dientes. Esas partes eran de crecimiento «reciente». La columna también estaba recién «crecida»: había pasado por un período de regeneración.

Si Cronos hubiera ganado su última batalla, hubiera vuelto a recuperarse a pesar de tan terribles heridas.

Tomémoslo como una investigación de asesinato, se dijo Luis. Conozco al asesino, pero para convencer a la corte necesitaré cada detalle, cada matiz. El enemigo ha muerto, y nadie podía vengarlo…

¿O acaso Bram y Anne temían a otros como él?

Un esqueleto de pie, y un montón de equipo en las sombras detrás. Bram no lo hubiera dejado llegar cerca de esas cosas.

Le habían parecido esparcidas al azar, pero era así en parte, y en parte no. El equipo había sido dispuesto ordenadamente para estudiarlo, pero luego algo lo había atravesado dispersándolo, como… un protector vampiro pateando rabioso.

Algunos de los ítems simplemente se había desintegrado. Otros habían dejado huellas bastante claras.

Había habido una hermoso abrigo de piel, con un cinturón para cerrarlo. Apestaba; era sólo un fantasma del hedor que debía haber tenido, pero aún así olía como un Chacal que no se hubiera bañado en mil años. En la superficie interna Luis pudo apreciar los restos de una serie de bolsillos de multitud de formas… todos vacíos.

Había algunas armas. Un cuchillo de metal, negro de óxido, delgado y de unos treinta centímetros de longitud. Otros dos de cuerno, del tamaño de un dedo índice. Seis cuchillos de lanzar, casi idénticos pese a haber sido fabricados en piedra, tan letales como en el día en que fueron hechos. Una lanza delgada de una aleación resistente, con ambos extremos afilados como escoplos.

Por las huellas en el polvo, debían de haber habido allí unos zapatos de suela de madera, con cintas gruesas. Había también una curiosa ballesta y una docena de dardos, todos diferentes. Una caja pequeña… ¿un encendedor? Lo intentó, pero no pudo sacar una llama de él. Una pila de papeles apergaminados… ¿mapas?

Había un telescopio. Algo tosco, pero muy finamente terminado y pulido, y colocado algo aparte. Unas piezas a su lado debían ser herramientas de afilado. Piedra pómez, pequeños cuchillos… Bram y Anne habían preparado una zona de trabajo para duplicar el telescopio de Cronos.

Una masa negra y pesada del tamaño de su puño. Luis se agachó para husmearla. ¿Carne seca? Mil años después de vencida…, pero el charqui siempre huele y sabe un poco fuerte. Quizá a un Chacal le gustaría…

¿Cuánto tiempo haría que murió Cronos?

¿Preguntaría?

Intentaba ponerse al corriente por su cuenta, y sabía que apenas adivinaría algunas cosas. Podría haber aprendido más preguntando, pero sólo se enteraría de lo que Bram quisiera decirle. Y el tiempo se deslizaba a su alrededor.

Luis golpeó con sus dedos el hombro de Cronos.

—Confía en mí —dijo, y saltó al disco.

Se encontró cegado por el resplandor, y fuera de equilibrio.

Se convulsionó como una anémona, balanceando las piernas en busca de algo sólido y con los ojos semicerrados contra el crudo mediodía solar. Sus dedos enguantados rozaron algo, y se aferró desesperadamente.

El disco pedestre yacía debajo de él, medio metro más allá. Había sujetado el borde del disco con su mano.

El visor fotosensible tornó al gris humo; todavía en cuclillas y aferrado al borde del transportador, miró a su alrededor.

El mapa de Marte no era muy fidedigno.

Podía ver un centenar de tonos de rojo sin necesidad de mover la cabeza, pero el cielo lucía el azul de altura de la tierra. Incluso el sol brillaba demasiado para ser Marte. Tampoco podía hacerse nada por la gravedad.

Quizá eso no importara a los marcianos. Vivían a salvo de la luz del sol debajo de la finísima arena, que se comportaba como un fluido viscoso. Tal vez la arena les permitiera flotar más fácilmente, dada la mayor gravedad del Anillo.

Esperaba hallarse en el monte Olimpo, y parecía que así era. Estaba muy arriba en la ladera. El disco descansaba cerca de la cima de una ladera de polvo de cuarenta grados de inclinación, y comenzaba a resbalar nuevamente.

¿En qué estaría pensando el Inferior, para poner un disco aquí?

Oh, rayos… Los marcianos. Habían puesto una trampa.

Resbalaba más rápido ahora, perdiendo toda estabilidad. Era un largo camino hasta abajo: kilómetros. El polvo se habría apilado por milenios allí, bajo el viento prevaleciente, el viento estratosférico del Gran Océano, que oscilaba en patrones del tamaño de varios mundos. Otra falla en la precisión del mapa de Marte.

Luis se encogió, aplastándose sobre el disco como si fuera un trineo.

Tomó velocidad. El balanceo del disco lo desestabilizaba. Sus manos se aferraron con fuerza al borde y sus pies buscaron afirmarse. Una enorme roca se hallaba en su camino. Se cargó sobre la izquierda, intentando hacer que el disco la esquive, pero no respondió. Iba a ser un golpe duro…

Luego estaba en otra parte.

Y sus manos se aferraron más fuerte aún, porque estaba cayendo hacia un abismo negro.

Reprimió la mayor parte de un chillido… «Pero… ¡yo lo probé, lo probé antes!».

Colgaba de un disco pedestre unido a un enorme cigarro graciosamente curvado: la sonda de repostaje del titerote. A su alrededor, sólo el negro cielo y las lejanas estrellas.

Todo brillaba y resplandecía. Debía haber luz detrás de él. Tratando de no perder su agarre, giró la cabeza para ver sobre su hombro.

El Anillo se desplegaba por detrás y debajo de él. Gracias a la ausencia de aire, podía ver con lujo de detalles: ríos como retorcidas culebras, paisajes submarinos, una traza recta y negra que debía ser una carretera del Pueblo de la Máquina…

El sol intentaba asarlo, pero eso no era problema: su traje intercambiaba el calor evacuando su sudor. Pero la noche sí sería una amenaza: nunca pensó que necesitaría un traje de temperatura.

Estaba a nivel de la cima del Muro lateral, mirando hacia abajo a las montañas tronco-cónicas, y a los ríos que corrían desde sus bases. Unos mil seiscientos kilómetros de altura. Giró la cabeza. Frente a él pudo distinguir unas líneas casi invisibles, formando un extenso cono doble unido por los vértices.

Un motor de corrección… Podía ver los toroides gemelos que formaban parte del estatorreactor Bussard, pero eran muy pequeños, formando el talle de avispa de algo mucho mayor. Los motores de corrección del Anillo estaban hechos de un alambre tan delgado que se mantenía al borde de lo visible. Apenas una jaula para guiar el viento solar.

Éste estatorreactor no estaría aún montado; no apuntaba para el lugar correcto.

Luis no se había sentido tan aterrorizado desde hacía al menos doscientos años.

¿Cómo pudo regresar la barra de pan?

La sonda costeaba el Anillo… no, estaba quieta: era el Anillo el que giraba debajo, a mil doscientos kilómetros por segundo.

«El sistema debe haberse reposicionado. Puse este disco fuera de la traza, pero se debe haber renumerado. No comprendo el lenguaje de programación del Inferior… ¿qué otra cosa habré hecho mal?

¿El plato de sashimi? Eso fue sencillo: debe haber derivado lejos del disco. El pan debe haberse quedado cerca, y cuando el disco cerró el ciclo siguió camino.

Colgó en el vacío durante unos minutos…

Y luego el disco le golpeó de lleno en el visor del rostro, cuando volvió al tirón de la inercia.

Se aferró al plato, con los ojos cerrados. No estaba preparado para enfrentarse con nadie, con ninguna criatura. En unos breves momentos estaría de regreso a bordo de la Aguja Candente de la Cuestión.

Una enorme mano de largas uñas se cerró en su hombro y lo hizo darse vuelta.