Capítulo 21

Lecciones de Física

ESTACIÓN DE ABORDAJE DEL TRINEO AÉREO, 2893

Lo vieron días por delante: una línea negra contra el más distante y vasto Muro de estribor.

Ya más cerca, la línea se transformó en una enorme silueta artificial elevándose sobre el desierto: una enhiesta plataforma con bultos aglomeradas hacia el centro.

Más cerca aún, los Rojos pudieron ver luz de día bajo algunas partes de la elevación. Para entonces, Warvia lo supo: era la meta de los Amos de la Noche, y el cementerio de la Gente de la Arena.

Atravesaban una tierra yerma. La arena no era buena para el motor. Habían pasado varios días con poco alimento hasta que se cruzaron con los de la Arena.

El Pueblo de la Arena vestía túnicas de colores pastel. Unas pequeñas y compactas bestias conducían sus carros en grupos de doce, y servían como animales de carne, también. ¡Carnívoros! Los Rojos y los de la Máquina se regocijaron.

Hicieron presentes —telas de las que rescataron del Nido de Sombras— y los de la Arena sacrificaron a dos de sus bestias para hacer un festín. Las distintas especies compartieron conocimientos e historias lo mejor que pudieron. Sólo Karker hablaba el lenguaje del Comercio lo suficientemente bien como para entenderlo, y todo tuvo que ser traducido.

El rishathra no requiere traducción, sólo gestos. Sin sus prendas, La Gente de la Arena mostraron ser pequeños y compactos. De la altura de los Recolectores, pero con amplios torsos y esmirriados brazos y piernas.

Arpista y Travesera permanecieron en la cabina de carga.

El crucero siguió su camino a mitad del amanecer.

Warvia estaba preocupada e incómoda, porque sabía que los Chacales que viajaban bajo su banco de conducción estaban famélicos. Pero su meta estaba a la vista.

Arribaron en una tarde brillante.

Una antigua carretera medio cubierta de arena llegaba hasta el centro del conglomerado. Tres brazos se abrían desde la sección central a ciento veinte grados uno del otro. Eran plataformas en forma de cuña, que flotaban sin soporte alguno.

La sección central era un bosque de postes de amarre, rieles de metal, poleas y cuerdas. Los edificios cubiertos sobre la estructura parecían agregados luego. Estaban vacíos y gastados por el tiempo y el roce de las tormentas de arena: depósitos, un salón de banquetes, una hostería. En el eje del conjunto había un profundo pozo con agua limpia en el fondo.

En uno de los amplios patios entre los edificios, la Gente de la Arena había depositado sus muertos. Parecía como si lo hubieran estado haciendo por generaciones. Había centenares de esqueletos. Los de una doble pila cerca del pozo central eran más momias que huesos. Unos pocos eran más recientes aún.

—Tal como dijo Karker —comentó Sabarokaresh—. Warvia, ¿te dijo algo Karker de…?

—Me dijo cómo encontrar una «ciudad» de aulladores. La Gente de la Arena no come aulladores, pero les dije que nosotros sí lo hacíamos.

—¿Estabas especulando?

—Bien, ¿qué otra cosa queda? Antigiro del cementerio…

Warvia se movió hacia antigiro, y luego miró otra vez. A unos treinta pasos, las suaves dunas se transformaban en una confusión de montículos. Parecía una ciudad en miniatura algo derruida.

—No molestaremos a los Amos de la Noche —decidió Sabarokaresh—. Dejémosles que despierten y sigan a sus narices.

Estacionaron el carromato en una loma al lado del cementerio —no demasiado cerca de los cadáveres— y fueron a ver el nido de aulladores.

No era la cosa más extraña que había visto Warvia, pero era bien curiosa.

En medio de la planicie vacía había cientos de montículos de forma casi cúbica. Parecía una aldea a medio derretir, construida por gentes de un pie de altura. Cada montículo tenía una puerta, que miraba hacia el centro de la «ciudad».

Cuando los cazavampiros comenzaron a caminar entre los montículos, un ejército salió por los agujeros y ocupó puestos de ataque.

Los aulladores eran del tamaño de la comida de un día, calculó Warvia. Sus caras eran rudas. Salieron en cuatro patas, y luego se alzaron en dos, mostrando largas uñas en las delanteras —aptas más para excavar que para pelear—, y comenzaron a gritar. El sonido lastimó los oídos de la Roja.

—Palos —sugirió Foranayeedli.

Tegger negó con la cabeza.

—Si nos metemos entre ellos y comenzamos a apalearlos, terminaremos superados en número. Había un bosque de cuerdas allí donde dejamos el crucero. ¿No vieron alguna red?

La guardia tomó lugar nuevamente para defender la ciudad. Barok y Tegger arrojaron la red. Era de tejido tosco y fuerte, pensada para elevar carga. La mayoría de los aulladores se arrastró fuera de la red y atacó. Los Rojos y los de la Máquina corrieron entonces, arrastrando la red detrás de ellos, y luego hicieron una pausa para cerrarla bien e impedir que se escabulleran los que habían atrapado. Los otros aulladores se detuvieron, aullaron hacia los invasores, y luego retornaron a sus puestos.

Cuatro de los grandes quedaron en la red.

Los Rojos comieron, y la Gente de la Máquina coció su parte antes de que la sombra cruzara la mitad del sol. Los Nocturnos salieron, miraron hacia ellos, y luego siguieron a sus narices. Warvia y Tegger se metieron en la cabina para dormir.

—Momificados, la mayoría —comentaba Arpista durante el medio amanecer—. Demasiado aún para llevar una parte como ración de emergencia. La mayoría de ellos murieron de viejos. La Gente de la Arena parece llevar una vida buena y saludable. No importa, encontramos un…

—… un Pastor —terminó Travesera por él—. Muerto por sus propias bestias, quizá. Nosotros muy raramente pasamos hambre.

—Me alegro —dijo Warvia.

El sol fue pronto demasiado brillante para los Amos de la Noche. Se sentaron bajo el toldo mientras los otros esperaban que llegara la mañana para calentarse un poco.

—Les preguntamos a los de la Arena por este sitio —comentó Foranayeedli a los Chacales—. Ellos crecieron a su sombra, pero no saben nada de él excepto que es su lugar de reposo final.

—Es mucho más que eso —dijo Arpista—. Lo que hemos de hacer ahora es montar el crucero y amarrar todo bien. Necesitaremos comida por cinco días para cada uno de ustedes cuatro…

—Nos quedaremos aquí —dijo Sabarokaresh.

Warvia y Tegger ya suponían que eso iba a pasar.

—Les agradecemos por haberse quedado durante tanto tiempo. Debemos haber sido todo un espectáculo, Pastores Rojos conduciendo un crucero del Pueblo de la Máquina. ¿Han cambiado vuestros planes?

—Volveremos hacia babor a nuestro propio paso. Compraremos nuestro pasaje con historias y conocimientos. Enseñaremos a fabricar alcohol a las tribus que encontremos —Barok oprimió el brazo de su hija—. Cuando finalmente lleguemos a Ciudad Central, tendremos suficiente en recompensas para dotar a Forn apropiadamente.

—Muchas gracias también por vuestras lecciones —dijo cuidadosamente Tegger.

La chica lo favoreció con una sonrisa lasciva.

—Fue sencillo enseñaros —ella echó un vistazo a su padre—. Oh, hay algunas cosas que nunca hablamos sobre…

—El cortejo —dijo Barok.

—Sí. Recuerden cómo cortejar —dijo Foranayeedli—. La mayoría de los homínidos tienen rituales de cortejo. No intenten adivinar cómo son. Manténganse en lo suyo. Ustedes estarán cómodos, y los demás entretenidos. ¿Recuerdan cómo cortejar?

—Un poco —respondió Warvia.

—Entre nosotros el cortejo es breve —admitió Tegger—, y siempre negociamos primero. Supongo que los otros homínidos nos consideran huraños o fríos.

—Hum. Sí.

—El tiempo se acaba —dijo Travesera—. Debemos montar el crucero. Barok, Forn, ¿nos ayudaréis antes de marcharos?

—Claro que sí. Hemos encontrado caza, también. ¿Qué necesitáis?

—El crucero debe apoyar sólidamente en el vehículo que está al final de la plataforma de estribor.

—¿Eso es un vehículo?

Era una de las tres plataformas flotantes. Tegger podría haberla tomado por una pista de danzas cubierta, un área de torneos o un campo de tiro… El techo era transparente y el piso plano, unas cinco veces mayor que el crucero. Unos aros macizos de aluminio, tan gruesos como su torso, estaban insertos en el piso.

Centraron el crucero en la plataforma, y los Chacales supervisaron desde debajo del toldo mientras los demás aseguraban con cuerdas el crucero a los aros, pasándolas por debajo y alrededor de la cabina. Usaron poleas para tensar las ataduras, hasta que pareció no haber fuerza debajo del Arco que pudiera hacer mover al crucero.

A mediodía el trabajo había terminado. Barok y Forn comenzaron a mostrarse ansiosos por seguir su propia travesía.

—Necesitaréis comida —dijo Tegger—. ¿Qué os parece si ahumamos algunos aulladores?

—De acuerdo. Y he visto algo que ayudará —dijo Barok.

Los guió hasta su hallazgo: una bandeja poco profunda, de tres alturas de hombre por dos, con cuerdas sujetas a través de unos agujeros en las esquinas. La alzó sin esfuerzo aparente.

Warvia sonrió.

—¡Excelente! Será un remolque perfecto.

—Así es. Pero primero…

La guardia de aulladores emergió y formó cuadros.

Primero la red. Capturados unos cuantos, enroscaron el extremo y la dejaron a un costado.

Luego los cuatro enterraron uno de los bordes de la bandeja en la arena floja alrededor de la ciudad y empujaron y la movieron hasta que quedó enterrada. Cuando tiraron de las cuerdas, las esquinas emergieron. Ahora tenían una parte de la ciudad sobre la bandeja, y comenzaron a moverla.

La guardia había estado aullando y observando, pero lo que sucedía ahora los enloqueció. Un enjambre de ellos comenzó a cavar dentro de la sección que había quedado sobre la bandeja, frenéticos por no dejarla escapar. El resto formó en semicírculo y aulló.

Arrastrarla requirió la fuerza de los cuatro, pero sólo tuvieron que llevarla treinta pasos hasta la entrada del cementerio, donde con cuerdas y poleas la colgaron de unas guías elevadas, y la llevaron empujando el resto del camino. La descargaron detrás del crucero, deslizando luego la bandeja fuera del montón de arena.

Cuatro aulladores que bramaban en la red fueron sacados uno por uno, muertos, limpiados y ahumados luego sobre un fuego de madera que Barok rescató de un edificio derrumbado. Los de la Máquina bebieron del agua del pozo mientras trabajaban, tanta agua como pudieron cargar en sus estómagos. Luego se fueron antes del medio ocaso.

Los Chacales hablaron a los Rojos mientras inspeccionaban las amarras.

—Realmente pensamos que vosotros también debíais dejarnos seguir viaje solos desde ahora.

Arpista hablaba mirando a lo lejos, hacia babor, donde Foranayeedli y Sabarokaresh sólo eran ya delgadas manchas en la lejanía.

La Gente de la Arena les había trazado un mapa para que su camino cruzara el de otras tribus. Viajando de noche, los de la Máquina podrían saltar de un campamento de tiendas al otro, hasta que llegaran a las pasturas.

Y ¿dónde estarían ellos entonces?, se preguntó Warvia.

—Los Pastores Rojos solemos recorrer grandes distancias —explicó—. Veinte días de marcha no es nada. Allí donde nos asentáramos, los rumores y las dudas nos asaltarán. No somos buenos para mentir, Arpista. Habremos de ir más lejos cada vez. Mejor evitar las preguntas.

—En los últimos veinte días —agregó Tegger—, hemos celebrado rishathra con Gente de la máquina, Granjeros de las Tierras Secas y Gente de la Arena…

Warvia recordó que su propia experiencia iba más lejos todavía. Nadie había sacado eso a la luz, ni siquiera Arpista, pero éste exclamó ahora:

—¡Pero no con Tragapastos o Carroñeros! Haces distingos…

Warvia cerró los ojos. Haría rishathra, pero no con un Chacal, y creía que Tegger tampoco.

—Pero lo hemos hecho aún sin el embrujo de la esencia de vampiro —dijo Tegger—. Permanece en nosotros… en mí, un grado de excitación…

—En nosotros —dijo firmemente la Roja—. Somos pareja, pero no más para nosotros solos. No dudo que podamos volver a nuestras costumbres…

—Pero para ello, debemos alejarnos del sitio donde hubo rumores de que una pareja de Rojos risharon con todo el mundo en su camino, ¿comprendéis? Estamos cerca de abandonar la zona del Imperio de la Máquina. Sólo un poco más lejos…

—Cinco días habéis dicho vosotros —dijo Warvia—. ¿Cómo se hace mover a esta cosa?

Los Amos de la Noche estaban ocupados cerrando la parte trasera del gran dosel de cristal. Warvia comenzó a sentir claustrofobia. La desazonaba el hecho de que ni Tegger ni ella conocían nada del sitio al que iban.

Pensó que no iba a tener respuesta, pero Arpista dijo:

—Se hace así.

Y jaló con ambos brazos de una palanca, con un fuerte tirón. La plataforma se desprendió del muelle.

El movimiento era difícil de ver, pero la plataforma estaba claramente a la deriva.

—¿Iremos muy lejos? —preguntó Tegger.

—Oh, mucho más lejos que los rumores de los que estáis huyendo —sonrió Arpista.

Travesera controló los obenques que sujetaban el frente del crucero.

—¿Aquí trabajó Barok? Lo ha hecho realmente bien… Tegger, Warvia, estamos yendo hasta el Muro del Arco. Podemos dejaros en la próxima parada, si deseáis, o podéis venir con nosotros y luego regresar.

Tegger rio de pura incredulidad.

—¡Estaréis muertos de viejos antes de alcanzar el Muro!

—En la próxima parada, entonces —dijo Arpista, serenamente.

Travesera le habló en su susurrante idioma con enfado; Arpista rio y la calmó, mientras les decía a los Rojos:

—Travesera quiere que vengáis con nosotros; piensa que es bueno viajar con quien puede recibir la luz del día en plena cara.

—Sólo queremos alejarnos de la turba de la Máquina —dijo Tegger.

—Dejadnos cuando queráis, pero pensadlo bien: la tarea que hemos emprendido es muy seria. Vamos hasta la cima de las montañas derramadas, y aún más allá. Ningún Pastor Rojo ha concretado hazaña parecida hasta ahora. Tendréis tanto para contar una vez os hayáis establecido, que ya nunca recordaréis hablar de rishathra.

El desierto se deslizaba perezosamente hacia atrás.

—¿Qué es este vehículo? —preguntó Warvia.

—Es algo de los Ingenieros. Sólo había oído hablar de ellos. Nadie entre los Amos de la Noche debe usar un trineo aéreo a menos que la necesidad sea grave, pero tenemos permiso y órdenes.

—¿A que velocidad se mueve?

El paisaje se movía ahora más velozmente; el muelle era ya una mancha negra a popa. Un sonido comenzó a elevarse, como el viento escuchado a través de un muro de piedra.

—Muy rápido. Llegaremos al pie de las montañas derramadas en cinco días.

—No puede ser.

—Así me fue referido. Pero la primera parada será a tres días de aquí.

—Estoy asustada… —ver el mundo pasar como una bala había comenzado a lastimar los ojos de Warvia.

—Warvia, hay cables de energía bajo la tierra. Están dispuestos en rejilla, como un panal, y los Ingenieros los usaban para mover y elevar cosas. Sólo podemos detenernos allí donde las líneas se juntan.

—Dentro de tres días —repitió Travesera.

Lejos en el desierto, una caravana de homínidos y bestias apareció y se desvaneció tan rápidamente, que Warvia no pudo identificar las especies. El trineo aéreo seguía acelerando.

La cabina de carga olía a Chacal, y hacía leves ruidos. Warvia se arrellano contra Tegger en la oscuridad y no habló de lo que estaba sucediendo afuera. Se aparearon con una intensidad reforzada por el miedo, y durante ese rato Warvia pudo olvidar dónde estaba. Pero luego volvió el silbido del aire desplazado, y agradeció la voz de Tegger que lo ocultó.

—¿Cómo fue Karker?

—Fuerte. Extraño al abrazarlo; de extrañas formas.

—¿Ahí abajo…?

—No, no ahí. Su cuerpo es ancho, hombros, vientre, caderas. Creo que todos los hombres son iguales ahí. Y él estaba urgido de hablar, de probar su entrenamiento en la lengua de los comerciantes.

—¿Sólo hablaron?

Warvia se rio.

—Rishamos, por supuesto. Y fue su primera vez. Imagínalo, Tegger: ¡yo he sido su maestra!

—¿Le has comentado…?

—Por supuesto. La única Roja que jamás hizo rishathra, y era suya por esa noche. Estaba en las nubes. ¿Con quién has rishado?

—Con Hen… no, Hanshirv. Sí, ése era su nombre. Ella era la más alta de todos, casi de mi altura —Warvia rio ante ello, y él prosiguió—. Es la viuda del anterior líder, aunque tendrá mi edad. Por supuesto, no hablamos. Intentamos rishar en la oscuridad, pero no podíamos hacernos gestos, por lo que salimos y lo hicimos a la luz del Arco.

—Me pregunto si los Nocturnos estarían mirando…

—Yo me lo pregunté, también —dijo Tegger.

Y el silbido de la extraña velocidad entraba por sus oídos y penetraba hasta las almas.

Cada uno intentó dormir, pero cuando se dieron cuenta que el otro tampoco podía hacerlo, volvieron a amarse. E intentaron dormir luego. Cuando la juntura de la poterna comenzó a brillar, Warvia preguntó:

—¿Tienes hambre?

—Sí. ¿Vas a salir?

—No.

La poterna se abrió a mitad del amanecer. Los Chacales se introdujeron y cerraron.

—Nos estamos moviendo bien —dijo Arpista, y había alivio y fatiga en su voz—. ¿Estáis bien vosotros?

—Estamos asustados —dijo Warvia.

—¿No debería alguien guiar esto? —preguntó Tegger.

—El trineo aéreo corre sobre líneas trazadas en el scrith. No podemos perdernos.

—Si el vehículo elige mal el camino, nos mataremos tan instantáneamente que no nos daremos cuenta siquiera…

—Os acostumbraréis a ello.

—¿Cómo estás tan seguro?

Arpista gruñó. Travesera dijo:

—Vamos a dormir.

Desde que hubieron dejado a los vampiros atrás, los Amos de la Noche habían dormido en la cabina de carga. El olor era fuerte. Warvia se abrazó a su compañero e intentó no sentir el tufo a corrupción, o su hambre, o la vibración de los metales a su alrededor.

Se desenroscó y se alzó.

—Voy a cazar algo para comer. ¿Quieres que te traiga algo?

—Sí.

Habían dejado muy atrás las nubes eternas. El día era deslumbrador. La tierra fluía hacia atrás, llevándose con ella la mirada de Warvia. Bajó del crucero y cruzó la arena apilada, manteniendo la mirada por delante de sus pies.

No apareció ningún aullador.

Encontró uno de los agujeros y comenzó a golpear sus bordes con una varilla. Un gordo aullador salió y le gritó; ella lo atrapó, le rompió el cuello y comió con voracidad.

No podía evitar que sus ojos se fueran. La tierra se había convertido en un amplio bosque. Los vértices de los enormes árboles quedaban muy por debajo del nivel de vuelo, convergiendo y desapareciendo por detrás del trineo. La velocidad la mareaba, haciéndole perder el equilibrio.

Se obligó a circundar el suelo enarenado y aproximarse a otro agujero. Cuando un defensor apareció para protestar por su llamada, lo atrapó y lo envolvió en su falda.

Subía a la plataforma cuando escuchó que alguien decía su nombre.

El aullador cayó, y corrió libre hacia la arena. Warvia saltó hacia atrás, y al caer ya había desnudado su espada. Ésa no era la voz de Tegger, y los Chacales estaban dormidos.

La cubierta estaba vacía. Quien hubiera hablado debía esta a bordo del crucero.

¿O debajo de él? El espacio inferior estaba oscuro. Warvia se separó del crucero, buscando la mejor posición para echar un vistazo. ¿Acaso lo había imaginado?

—Muéstrate —dijo en voz alta.

—Warvia, no me atrevería. Soy Murmullo.

—¿Murmullo? Tegger dijo que eras un alma en pena. Pensó que te había imaginado.

—No volveré a hablar con Tegger —dijo la voz—. Y espero que no hables de mí con ninguno de ellos. Puedo ser asesinado, y el mismo Arco podría caer si no se sabe de mí.

—Hum. Mi pareja ya había dicho que guardabas secretos. ¿Porqué me hablas a mí?

—¿Podemos conversar un rato?

—Pronto deberé entrar.

—Lo sé. Warvia, estamos navegando justo por debajo de la velocidad del sonido. Esto, aunque parece muy rápido, no lo es. Cuando un objeto cae al mundo desde afuera, se mueve trescientas veces más rápido, con una energía noventa mil veces mayor.

—¿De veras? —el pensamiento le resultaba aplastante, pero ¿porqué? ¿Acaso pensaba que la velocidad del sonido era instantánea?

—La luz viaja mucho más rápido que el sonido —dijo la voz—. Lo has visto por ti misma: primero llega el relámpago, y luego el trueno.

No se le hubiera ocurrido a Warvia dudar de la palabra de un alma en pena. Cualquiera que hablara de tales cosas debía saber bien lo que decía.

—¿Porqué no ir más rápido que el sonido? ¿No nos podríamos oír unos a otros, tal vez?

—Ésta es la velocidad del sonido en el aire, Warvia. Si el aire viaja con nosotros, el sonido en ese aire viaja con nosotros, también.

—Oh. Entiendo.

—El trineo de aire está haciendo lo que el universo dice que debe hacer. Puede ir a sólo un lugar, y cuando llegue se posará ligero como una pluma.

—¿Porqué me lo dices a mí? —volvió a preguntar ella.

—Cuando sabes lo que está pasando, ya no tienes miedo. Por supuesto que hay excepciones, pero el trineo aéreo no está entre ellas. Vuela en una especie de pasillo invisible, una línea de campo magnético. No puede salirse de ruta.

—¿Una línea de…?

—Debo enseñarte acerca del magnetismo, la gravedad y la inercia. La inercia es la fuerza que te mantiene apoyada en el suelo del anillo que llamamos Arco, de modo que la gravedad no te haga caer hacia el sol.

—¿Es verdad, entonces, lo que los Amos de la Noche dicen? ¿El Arco es un anillo?

—Sí. La gravedad es una fuerza que tú no conoces, y de la cual es difícil que te des cuenta, pero mantiene el sol unido y le permite brillar. El magnetismo permite que la capa externa del sol pueda ser manipulada, para defender al mismo Arco contra las cosas que caen desde afuera. Te enseñaré más cosas, si vuelves luego durante el día.

—¿Porqué lo haces?

—Tú y Tegger estáis asustados. Si entendéis lo que sucede, el miedo desaparecerá. Si tú vences tu temor, Tegger también lo hará. Y no te volverás loca.

—Tegger… —dijo ella, y miró a su alrededor—. Ha de estar desfalleciendo.

No pudo encontrar al aullador que había dejado caer. Volvió hacia la arena, manteniendo sus ojos fijos en el suelo. Cerca de la velocidad del sonido… ¿Cuánto sería eso, medido en días de marcha?

Un aullador respondió a su molestia, y ella lo embolsó. Trepó a la cabina sin que esta vez la detuviera ninguna voz.