La Historia de Bram
CENTRO DE REPARACIONES, 2892
El mapa de Marte se alzaba a 70 kilómetros de altura sobre el Gran Océano: una proyección polar en escala real, con centro en el polo norte. Desde la parte inferior del Mundo Anillo no había señales del hueco que correspondería al mapa, porque la enorme torta estaba rellena.
Luis había visto enormes espacios dentro del mapa de Marte, pero nunca había estado en éste. Era gigantesco, y estaba a oscuras. Unas sillas esqueléticas aparecían en largas hileras, equipadas con teclados adosados. La pared elipsoidal era una pantalla de diez metros de altura. La única iluminación era la provista por la pantalla: una vista panorámica del cielo local.
No había planetas o asteroides en el sistema. Los Constructores del Mundo Anillo debían haberlos eliminado para prevenir colisiones, o utilizado como material de construcción. El borde del Arco —oscurecido por la noche— se veía pálido contra el fondo negro del cielo. Brillaban las estrellas por el amplificador de iluminación, y se veían cuatro pequeños círculos verdes.
—He hallado cuatro más —comentó el Ser Último.
Estaba frente a un panel repleto de luces, diales e interruptores, de diseño primitivo y torpe. De pronto, Luis reconoció dónde estaba: era el sistema que comandaba el campo magnético solar. Había visto el sitio en una proyección holográfica once años atrás, cuando el Inferior manipulaba la defensa antimeteorítica.
El aire aquí debía estar lleno de esporas del Árbol de la Vida.
El lugar estaba limpio excepto por…
Cruzando la amplitud del suelo, una forma se alzaba contra la oscuridad. Una sombra amenazante en su quietud: aparentemente humana, pero demasiado delgada y perfilada. Un esqueleto, montado en pose de ataque.
En las sombras detrás del esqueleto se veían equipos aparentemente desperdigados al azar. Luego echaré un vistazo, se dijo Luis.
—He de terminar el chequeo de mi equipo. ¿Me necesitan enseguida?
—No —dijo el nudoso—. Muéstrame, Inferior.
Nadie en su sano juicio hubiera obligado a un hombre a lanzarse al vacío sin que hubiera chequeado su traje de presión. Eso había sido criminal. ¿Habría chequeado el protector el listado completo de un sólo vistazo? ¿Estaba testeando su actitud? ¿Su equipamiento? ¿Su temperamento?
El Ser Último montaba en una de las plataformas de carga. La hizo subir un palmo ahora, para sumergir las cabezas en los controles superiores. La vista del cielo se acercó, concentrándose en una forma esferoidal de color naranja, marcada con puntos y comas. Una nave kzinti, probablemente de cientos de años de edad, mejorada con la adición de un hipermotor.
La vista giró, se movió y se expandió. La siguiente nave parecía grande: una extensa forma de palanca, con una burbuja en el extremo más cercano. Luis no pudo reconocer el tipo.
La vista giró, se movió y se expandió para mostrar un objeto gris y negro, parecido a una patata podrida vista a través de la niebla.
—Los Constructores del Anillo respetaron sólo los cometas más distantes. Quizá fueran demasiados para destruirlos a todos.
—Reservas de aire —dijo el hombre nudoso—. Para reemplazar el aire perdido por sobre los muros del Anillo.
—Sí. Ahora mira esto.
Un círculo verde brillante marcó un cráter en el protocometa. La vista se expandió, luego cambió a radar de profundidad. Aparecieron una serie de borrosas estructuras en el hielo debajo del cráter.
—¿Qué especie construyó eso? —preguntó el protector.
—No puedo decirlo —respondió el titerote—. Los proyectos de minería siempre tienen ese aspecto, como las raíces de un vegetal. Pero aquí…
La vista mostró otra nave en forma de palanca, ahora de lado. Unas pequeñas naves de alas rechonchas, de forma familiar, estaban aparcadas a todo lo largo.
—Esas son naves de las Naciones Unidas, construidas por la especie de Luis.
Había terminado con el chequeo. El traje lo mantendría vivo por semanas, meses quizá.
—Muy bien. Permíteme —dijo el hombre nudoso.
Subió a otro plato, se elevó y comenzó a manipular los controles. Sus nudosas manos se movieron diestras allí donde los labios del titerote se habían mostrado inseguros. Una segunda pantalla se iluminó, con una vista opacada del sol.
Pasaron unos minutos. Luego una pequeña pluma de gas comenzó a crecer en la fotosfera, guiada por los campos magnéticos.
—Vais a matarlos a todos, por lo que veo —dijo Luis.
—Ésas son mis órdenes —dijo el titerote—. Han llegado como invasores.
—Lo mismo nosotros.
—Sí. ¿Te sientes bien?
Luis meneó su mano derecha.
—Estoy mejorando. Es una pérdida de tiempo de todas formas, si es que entraré en tu autodoc mágico. ¿Qué han estado haciendo?
—Hemos destruido seis naves de transporte y una flota de treinta y dos naves de desembarco. Eran las que estaban más cercanas al sol, y por lo tanto en posición más vulnerable. Estas otras están tan distantes que no podremos hacer más que molestarlas un poco. Me inclino a ignorar las instalaciones en el cometa; lo único que conseguiremos será fundir algo de hielo. También encontré una nave de los Exteriores, aparcada en uno de los cometas más distantes.
—¡Nej! Oye, protector, no estarás pensando dispararles a los Exteriores, ¿verdad?
—El Inferior me previno contra ello.
—Me alegro. Son muy frágiles, pero tienen tecnología que ni siquiera podemos describir. Respecto a eso, no querrán nada de lo que hayamos conseguido, y si algo les interesara, directamente lo comprarían. No vale la pena molestarlos.
—¿Te agradan?
Esa era una pregunta algo sorprendente.
—Sí.
—¿Qué supones que hacen aquí?
Luis se encogió de hombros dentro del traje.
—El cielo está lleno de planetas, pero sólo hay un Mundo Anillo. Los Exteriores son curiosos.
La pluma solar todavía estaba liberándose.
—Observa y juzga —dijo el nudoso al Inferior.
Dedos como cadenas de nueces danzaron sobre el panel. El titerote miraba, y dijo:
—Bien.
Todo parecía muy placentero y pausado. La pluma tomaría horas en formarse. El efecto láser supratérmico se propagaría por varios minutos antes de dejar atrás la pluma. Los blancos parecían estar a horas luz de distancia.
Pero Luis descartó la idea de una salvación de último momento.
No le debía nada a las Naciones Unidas o a la Brazo. Tampoco se sentía obligado a proteger a las naves kzinti. Desarmado y convaleciente, no era rival para un protector de cualquier especie. Sabía que había sido muy afortunado por haber conservado la vida, y ahora estaba fuera de la danza de poderes.
Su contrato no lo obligaba a rescatar a las presas del hombre nudoso. Y en verdad, habían llegado como invasores.
—Preparé también una estación monitora —decía el titerote—. Una de las mías. Los Conservacionistas nunca lo olvidarán.
—Me alegro. Hombre nudoso, pensé en llamarte Drácula. Era el nombre del arquetipo de las historias de vampiros…
—Como te parezca.
—Pero resulta demasiado trillado. Tú eres un protector, un promotor de la raza de los vampiros. Te llamaré Bram[7]. Ahora bien, ¿puedes decirme qué quieres de mí?
—Quiero lo que es mejor para mi especie. Los vampiros enfrentan tres amenazas, y cada una de ellas amenaza todo lo que hay bajo el Arco, incluyéndolos a ustedes.
El nudoso lo miró a la cara mientras le hablaba.
—Primero: si los vampiros nos volvemos demasiado numerosos, acabaremos con nuestras presas. Los homínidos inteligentes se verán impulsados a encontrar un medio de exterminarnos. Yo no quiero que ninguna de las especies de vampiros llame mucho la atención. Y tú no querrás que nuestro número crezca.
—Los cazavampiros, ¿los has enviado tú? No, eso es ridículo. Las víctimas eran de tu propia especie.
—No, Luis, no lo eran. Debe haber un centenar de especies distintas de vampiros a lo largo del Arco.
—Ah. ¿Dónde vive la tuya?
Bram no contestó a eso.
—Yo no formé la alianza contra el Nido de Sombras. Pero su solución fue elegante, ¿no crees?
—Sí.
—Segundo: estos invasores del espacio amenazan la misma estructura del Anillo.
Luis asintió.
—Sí, un navío de guerra interestelar puede usar un impacto meteorítico como arma. Vigila los cometas que caigan.
—La tercera amenaza son los otros protectores, a causa de los posibles duelos.
—¿Exactamente cuántos de ellos hay por aquí? —preguntó Luis.
—Tres o más están encargándose de reparar las instalaciones del Muro. Cada uno parece tener sus tareas, pero deben estar de acuerdo.
—¿Puedes decir de qué especies son?
—Es importante eso, ¿no lo crees? Quienes mandan deben ser vampiros. Los otros serán sirvientes tomados de las especies locales. Uno podría argumentar…
—¿Cómo nej pudo pasar que el Anillo se viera infestado de protectores vampiro?
—Es una historia complicada. ¿Por qué habría de contártela?
El contrato de Luis cuidadosamente había evitado la obligación de revelar secretos; ahora eso valía para él y también para el Inferior. ¿Con qué argumento podía inducir a Bram a que revelara algo?
—Tú has hecho el reclamo. Decide primero lo que quieres, y si te lo podemos proporcionar. Luego has de decidir cuánto hemos de saber para hacerlo correctamente.
La mano del hombre nudoso danzó sobre el panel.
—Tú conservas tus secretos. ¿Porqué tendría yo que revelarte los míos? Estás obligado a obedecer independientemente de ello.
Probemos otra cosa.
—Has estado derribando naves. Muy bien, supón que una de ellas escapa a tu detección. No tienes modo de juzgar qué hará a continuación. Nosotros tres, Acólito, el Inferior y yo, somos los únicos alienígenas a tu alcance. Tú esperas observarnos y aprender de nosotros, para así extrapolar lo que los invasores pudieran hacer. Pero nosotros no reaccionamos como quien no está enterado de nada.
La pluma brillante se había comenzado a arquear naturalmente, pero ahora fue forzada a enderezarse y hacerse más estrecha.
—¿Cómo anda eso, Inferior? —preguntó Bram.
—La prominencia está casi lista.
—¿Quieres completar la maniobra?
—¿He de disparar a los cuatro blancos?
—Olvida el cometa. Luis, ¿cómo actúas normalmente si sabes que estás siendo observado?
—Cuando alguien me observa, yo lo miro. Recuerda eso. Bram, ¿quién eres tú? ¿Cómo llegó un vampiro al Centro de Reparaciones?
—Simplemente busqué la entrada.
Luis esperó.
—¿Has visto cómo se comportan los homínidos al beber el combustible que fabrica el Pueblo de la Máquina?
—Lo he comprobado en mí mismo.
—Yo nunca lo he hecho. Ahora, imagina que se te hubiera dado alcohol desde el principio, con la leche materna. Unas decenas de falans después, te despiertas sobrio por primera vez, sobrio y bullendo de energía y ambición.
»He nacido… fui «formado», hace dos mil setecientos falans. Había cadáveres todo a mi alrededor, decenas de los míos, muertos de días, y uno de forma extraña, lleno de nudos. Yo también era todo nudos, y ya no tenía sexo. Me sentía hambriento, con frío y herido por las luchas, pero podía resolver el mundo como si de un gran rompecabezas se tratara. Otros tres también despertaban, cambiados como yo.
—¿Ustedes habían atrapado a un protector? Los vampiros no son tan inteligentes…
—Éste había cambiado después de ser atrapado, después de ser hecho un sirviente.
¿Hecho un sirviente por quién?, pensó Luis.
—Continúa.
—La Ciudad se ubicaba contra un acantilado vertical, apoyada en un gran pilote. Yo había nacido bajo su sombra. Estábamos siempre hambrientos. Una rampa trepaba el pilote hacia el olor de las presas, pero una malla de hierro nos golpeaba con electricidad cuando intentábamos trepar por la rampa o por el acantilado. Los transportes volaban desde y hacia la ciudad. La rampa no se usaba nunca. Después de que nos convertimos en protectores, nos preguntamos por las razones de que nuestras vidas hubieran sido dirigidas de esa manera. Pienso que éramos una defensa contra…
—Eran los cocodrilos del foso —dijo Luis—. Cualquier invasor debía enfrentar primero a los vampiros antes de acceder a los guardias reales.
—Parece plausible —concedió Bram—. Hubo una hambruna cuando dejaron de llegar productos a la ciudad. Una guerra perdida, asuntos políticos, bandidos en la ruta, ¿quién podría decirlo? Lo único que supimos nosotros los vampiros fue que el flujo de deshechos disminuyó hasta volverse un goteo, y lo mismo con el agua y los líquidos cloacales. Quienes se alimentaban de desechos se fueron a otra parte, y quienes sobrevivíamos en parte de la sangre de los carroñeros comenzamos a morir de inanición.
Unos días más tarde, la barrera de la rampa se abrió y unas grandes cajas bajaron. Intentamos abrirlas, para tomar la sangre que hubiera dentro de ellas, pero rodaron sobre nosotros. Un guerrero increíble danzaba sobre los vehículos y mataba a todo aquél que se le acercara, y después de que los vehículos se hubieran ido, se quedó para matar a quien se animara a perseguirlos. No escuchaba nuestros ruegos…
—¿Vuestros ruegos?
—Era inmune a nuestra esencia, e ignoraba nuestro lenguaje corporal. Eso nos enfureció. Nunca habíamos visto a un protector. Estábamos enojados y hambrientos, y éramos estúpidos. Lo derribamos al final, agrupándonos y extrayéndole toda la sangre que no había perdido en la batalla. De todas formas, estábamos aún suficientemente hambrientos como para beber de nuestros caídos. Luego caímos en un sueño como la muerte.
»Cuando me desperté, había cambiado. Y ahora recordaba, lo que era algo enteramente nuevo.
»Varios de nosotros probamos la sangre del protector ese día. Algunos caímos en el sueño. Sólo cuatro despertamos. Por su esencia, vi que uno de ellos era mi pareja favorita, y nos reconocimos.
—¿Los vampiros son monógamos?
—¿Cómo dices?
—Si mantienen una única pareja.
—No, Luis. Si un homínido no tiene esencia, es una presa. Yo bebía de su sangre hasta dejarlo vacío mientras rishaba. Su esencia debía marcar a una mujer de mi raza y permitirle estar a salvo. Pero estábamos famélicos, Luis. Ella y yo… Oye, ¿cómo podrías llamarla a ella?
Luis estaba sorprendido por el fervor con el que Bram contaba una historia para la que había tenido que insistir tanto. ¿Sería la primera vez que lo hacía?
—Bueno, tal vez… Anne[8].
—Anne y yo sentíamos el mismo deseo de mantener nuestras bocas cerradas mientras nos apareábamos. Por supuesto, ya nunca lo hicimos después de cambiar, pero sabíamos que podíamos confiar el uno en el otro.
Un recuerdo tomó por sorpresa a Luis, y se estremeció. ¿Confiar en un vampiro?
Aquel vampiro que lo atacó doce años atrás le había parecido un ángel en celo, sobrenaturalmente deseable. Más tarde, al meter las manos en su abundante cabellera, encontró mucho cabello y poca capacidad craneana. No era posible para otro homínido juzgar lo que era realmente un vampiro del Anillo.
El Ser Último escuchaba la conversación. Una de sus cabezas estaba pendiente de Bram y Luis, mientras la otra trabajaba en el panel.
—Entiendo. Prosigue.
—Los cuatro fuimos de exploración junto a una decena de criadores, demasiado jóvenes para cambiar. Mi mente hacía mapas a medida que nos movíamos. Wedge City era un triángulo, con la base apoyada en un risco y el vértice libre apoyado sobre un pilar que arriba se ensanchaba para formar una torre. Tiramos abajo las puertas y rompimos las ventanas, pero los únicos homínidos que encontramos estaban en la torre. Cuando nuestros criadores habían comido y el hambre nos dejó tranquilos, seguimos un sendero de olor hacia un sitio mejor protegido, un lugar donde habían vivido dos protectores sobre un depósito oculto lleno de raíces bulbosas y amarillas. ¿Conoces esas raíces?
—Árbol de la Vida.
—Comprendimos su naturaleza. Anne y yo descubrimos que la raíz era nuestra sangre ahora, y que nos veríamos en problemas sin ella. Entonces nos aliamos y matamos a los otros.
—Dime una cosa. Aquel primer protector…
—Estudié su cuerpo —dijo Bram—. Era más pequeño que yo. Su mandíbula era más grande, especializada en mascar las gruesas verduras que crecen en esa zona. Sus herramientas eran primitivas. Rescató criadores de su propia especie, luchó para cubrir su salida de la ciudad y murió en el trámite.
»Luis, la mayoría de la vida superior, tanto animales como homínidos, pueden sobrevivir sólo en forma muy localizada bajo el Arco. Imagina si tu especie estuviera restringida a algún paso del río, algún pequeño bosque, valle aislado, pantano o desierto. Si te vuelves un protector te haces más flexible, pero todo lo que aprecias sigue estando en un rincón pequeño. Pero un protector proveniente de una raza menos restringida puede destruirlo todo si no obedeces sus órdenes.
—¿Encontraste algún signo de…?
—Sí, por supuesto. Había pistas por todos lados… Dos protectores moraban en la casa de las raíces. Uno era el sirviente del otro. Encontramos cuerpos, criadores de la especies del sirviente. El Amo, de unos ocho mil falans de edad, era de otra especie que desde entonces había cambiado o se había extinguido. Reconocí su olor luego, miles de falans después. La hambruna lo hizo alejarse de Wedge City; el sirviente se quedó para intentar rescatar a su propia especie.
—¿Su sangre te ha hecho un protector?
—Evidentemente —reconoció Bram.
—El virus… el virus que origina el cambio genético está también presente en la sangre de los protectores…
Luis encontró tal cosa sorprendente. Bebiendo la sangre de un inmortal, ¡los vampiros se hacían inmortales!
Pero eso no lo distraía de estar a la merced de un protector vampiro.
La pluma solar alcanzaba ahora una longitud de decenas de millones de kilómetros. El Ser Último flotaba en su plataforma muy arriba, cerca del techo parabólico, con una de sus cabezas extendida para escuchar. Estaba demasiado lejos, pensó Luis, salvo que… ¿usaría un micrófono direccional?
—¿Cómo llegaste al Centro de Reparaciones?
—Las raíces que rescatamos nos durarían un centenar de falans como mucho. Debíamos encontrar la fuente, o morir cuando se acabaran. Aprendimos a leer entre ambos. Los escritos en Wedge City nos guiaron hacia otras ciudades en las que había bibliotecas. Elegimos los climas fríos, para poder ocultarnos bajo las ropas; nos tomaron por visitantes de lejanas tierras. Pagamos los impuestos, compramos tierras y finalmente ganamos los privilegios de ciudadanía, lo que nos permitía el ingreso a la biblioteca del Pueblo del Delta.
»Allí averiguamos algo acerca de la Planta de Reparaciones bajo el mapa de Marte.
»Llegamos al Gran Océano, y lo cruzamos. Tuvimos que construir unos cilindros inflables para caminar por la superficie del mapa de Marte. Me gustan más tus trajes de presión. Afortunadamente, aún estábamos vivos cuando conseguimos descubrir la entrada.
—¿Y no se mataron entre ustedes dos?
—No. Los vampiros no son conscientes, Luis Wu. Un protector vampiro comienza fresco, inteligente desde el nacimiento, sin preconceptos, viejas lealtades o promesas por cumplir. Si un homínido no puede elegir un protector de su propia especie, un vampiro ha de ser su mejor elección.
Habrías matado a todos los demás por la última raíz, pensó Luis, pero se cuidó muy bien de decirlo. No estaba seguro de si era verdad.
—Luego encontraste al Amo, me has dicho. ¿Has luchado con él?
—Hemos luchado por ver quién sería el mejor custodio para el Arco, y todo lo que hay debajo de él.
—Pero su historial era bueno, ¿no crees? Especies completas deben haber evolucionado y desaparecido durante su tiempo, y aún así la civilización creció y floreció bajo su control hasta que…
—Pero vencimos nosotros, Anne y yo —Bram se volvió—. Inferior, ¿cómo va eso?
Luis miró hacia el esqueleto que se alzaba al borde de las tinieblas. Recordó haberse preguntado quién pudiera ser.
—¿Cómo lo hallaron? Él tenía ocho mil falans de experiencia —cerca de un millón de rotaciones. Veinte mil años de la Tierra…—. Todo ese tiempo, y ahora recién llegabas tú.
—Él tuvo que venir aquí. ¿Inferior?
—He lanzado la defensa de meteoros contra tres blancos. No veremos resultados por un par de horas. Pasarán tres antes de que la instalación en el cometa pueda observarnos y reaccionar. Cualquiera de los otros tiene horas para moverse, pero ¿quién puede evadir un rayo de luz?
—¿Tu opinión?
—Mi gente prefiere conseguir sus metas dando a los otros lo que desean —dijo el titerote.
—Luis Wu, reacciona.
—Has iniciado algo que no podrás detener —dijo Luis—. Has atacado a dos flotas de guerra, tres si contamos a la Flota de Mundos. Las estructuras políticas envejecen y mueren, Bram, pero la información ya no se pierde. Los métodos de almacenamiento son demasiado buenos. Alguien estará testeando el alcance de la defensa antimeteoros mientras existan los protones.
—Entonces el Arco necesitará un protector mientras existan los protones.
—Al menos uno. Los invasores no sólo querrán hacerse cargo del territorio. Investigarán y probarán y tal vez arruinen algo, como los Ingenieros de las Ciudades cuando quitaron los reactores de posición del Muro para dotar de motores a sus naves espaciales.
El hombre nudoso esperaba.
—Un vampiro a cargo debe ser un error —siguió Luis.
—Tienes un vampiro a cargo. Y luchar contra él sería un error mucho más costoso.
Cuando Luis prefirió callar —sumido en sus pensamientos—, Bram sacó algo de sus bolsillos. Era un instrumento de madera tallada, más grande que la flauta que había tocado antes. El sonido era más profundo y rico, acentuado por el tableteo que los dedos del protector hacían sobre el barril de la cosa. Reconfortante, a pesar de la irritación de Luis.
Esperó a que cesara la melodía y dijo:
—Necesitas una alerta de meteoros en el plano del Anillo. No sé cómo lo harás. La defensa contra meteoritos no puede disparar contra nada que esté oculto bajo el suelo del Anillo.
—Ven. Inferior, tú también —dijo Bram—. Volveremos más tarde, para ver si alguien se nos ha escapado.
La mano del nudoso se sentía como un manojo de grandes canicas, y su tironeo del brazo sano de Luis era irresistible. Se encontró caminando rápidamente a su lado. Miró atrás una vez, hacia los huesos en posición de ataque, antes de que Bram lo dirigiera al disco pedestre.
Salieron al espacio de carga de la Aguja.
El hombre nudoso auxilió a Luis a quitarse el traje —con cuidado para no lastimar su brazo convaleciente— y lo fue dando vuelta completamente, para no dejar caer esporas que hubieran podido haber quedado adheridas a la superficie. ¿Dónde estaba el Inferior?
Bram guió a Luis hacia el otro disco, y ambos pasaron hacia el sector de la tripulación. En ningún momento consideró Luis la posibilidad de resistirse; Bram era demasiado fuerte.
El protector se arrodilló frente a una pared vacía.
—El titerote manipuló aquí para invocar imágenes dentro de su propio sector.
Buscó sus pequeñas herramientas de madera y comenzó a trabajar.
Un diagrama apareció: el mapa de los discos pedestres.
Luego una vista de la Villa de los Tejedores.
El titerote apareció en la bodega, luego apareció en la cabina de la tripulación.
—Disculpen la demora —dijo.
—¿Estuviste comprobando mi certeza? —dijo Bram—. Inferior, despierta al kzin ahora. Después quiero una mejor vista del lugar del Muro donde están trabajando los protectores. Envía tu sonda.
El Ser Último echó un vistazo a las lecturas del autodoc, tocó algo y se hizo hacia atrás cuando la cobertura se alzó.
El kzin se alzó en un solo y fluido movimiento, listo para enfrentar a un ejército.
El hombre nudoso ya estaba armado con la pistola y el cuchillo variable, aunque Luis no lo había visto moverse. Bram esperó a que Acólito se relajara, y luego preguntó:
—Acólito, ¿aceptarás unirte a mí en los términos del contrato redactado por Luis Wu?
El kzin se dio vuelta hacia Luis. Sus cicatrices habían desaparecido, y su mano lucía bien.
—Luis, ¿deberé hacer tal cosa?
Luis se tragó sus reservas y asintió.
—Acepto tu contrato.
—Sal del aparato.
Acólito lo hizo. Bram llevó a Luis hacia allí y lo ayudó a subir al autodoc.
El Ser Último estaba ocupado en algún otro sitio. Puntos de colores codificados y arcos iris giraban y cambiaban en la cabina del capitán, respondiendo a la música del titerote. De repente, un silbido discordante.
—¡La sonda!
—Habla —dijo Bram.
—¡Mirad! ¡El disco pedestre ya no está montado en la sonda! Un momento… —el titerote besó la pared de luces. La vista de la sonda sumergida cambió a la de la cámara sobre el acantilado—. ¡Allí!
El dispositivo de teleportación que había estado montado en un flanco de la sonda yacía ahora de plano al lado de la Casa del Concejo.
—Nadie intentó ocultarlo —dijo Luis—. ¿Está el disco pequeño detrás del filtro de deuterio aún?
El Ser Último lo chequeó.
—Sí.
—Es muy adulador. Alguien me quiere de regreso.
—¡Ladrones!
—Sí, pero olvídate de ellos. Es mejor que hagas regresar la sonda aquí y le instales otro disco. Acólito, el Inferior te leerá el contrato que has aceptado. No lastimes a ninguna de estas personas. Despiértame cuando el autodoc haya terminado conmigo. La cocina está preparada para alimentar a un kzin, y Bram también podrá usarla. ¿Estarán todos bien?
—Sí.
—De acuerdo.
Sin mayor vacilación, Luis se recostó dentro del ataúd con forma de sarcófago. La cubierta se cerró sobre él.