El Rey
Luis se desenroscó lentamente. El dolor es un buen maestro. Afortunadamente, se movía mucho mejor que en los cuatro días previos.
El botiquín le había suministrado complementos dietarios, pero él había suspendido el goteo del analgésico. Se desconectó y fue hacia la pared de proa.
Aquí: el salón de comidas del Patriarca Oculto, con Bram hablando a los Ingenieros de las Ciudades. Las cámaras red de las paredes estaban activadas, y una de ellas en el comedor tenía esa misma vista.
Allí: la vasta amplitud del espaciopuerto. El semiterminado motor que había visto ya no estaba; lo habrían terminado y trasladado a algún sitio. En ese momento, una enorme plataforma flotante pasaba frente a la cámara; tenía torres de entramado metálico en las esquinas y un decorado espiral… No, era más que un decorado: estaba doblada como un tentáculo de plata, y su extremo parecía bifurcarse hacia el infinito. Englobaba y alzaba el fuselaje de una desmantelada nave estelar de los Ingenieros de las Ciudades.
Más allá del borde del espaciopuerto se veía una hilera de anillos verticales: el sistema de deceleración de astronaves.
En otra imagen: un borrón de pista Maglev, con las estrellas viéndose débilmente a través. Murmullo debía haber echado a andar de nuevo el trineo. Había alcanzado una considerable velocidad mientras él dormía. Tenía que ser Murmullo… ¿quién más hubiera puesto una cámara ahí?
En otra: Un campo estrellado se movía perezosamente visto a través del encaje fractal de la cinta Maglev. Un cursor destellaba en verde sobre la imagen.
—Encontré una espacionave —dijo el Ser Último.
—Muéstrame.
El titerote cantó y la vista se acercó enormemente, para terminar en una borrosa imagen de algo que parecía más una barreta que una nave espacial. Otras menores, con pequeños alerones se movían a lo largo de ella, como pulgones en el tallo de una hoja. En el extremo más cercano presentaba un gran cono motor… o un enorme cañón de plasma.
—Otra nave de la Brazo —dijo Luis—. Buena pesca.
Bram había dejado el comedor.
El Ser Último detectó movimiento a lo largo de la pista Maglev. Lanzó un timbrazo; la cámara fijada en el trineo de Murmullo se invirtió para mostrar el otro lado.
Ese no era el trineo que había estado usando Anne. Era un gigantesco plano negro. Unos cables se elevaban en lazos de variados espesores y curvaturas, bifurcándose como arterias, subiendo alrededor del vehículo y fuera de la vista. Un delgado pilar se levantaba en el mismo centro del plano.
Murmullo estaba colgada del más delgado. Flotaba en el fondo, sujeta con una sola mano de un cable del diámetro de su puño cerrado.
Parecía un grabado de fantasía extraído de un viejo libro. El único elemento que Luis pudo reconocer estaba soldado a la plataforma justo debajo del protector: el disco pedestre retirado de la sonda de repostaje.
Luis se dio cuenta de que su mente no podía asimilarlo. Necesitaba un abundante desayuno.
Los músculos de su espalda, los transversales de sus costillas y los tendones de su rodilla derecha protestaron cuando se desplazó hasta la cocina. Levantar a un kzin, aún a uno no completamente adulto… «Recordad, soy un profesional entrenado. No intentéis repetir esto en vuestras casas», murmuró por lo bajo. Pidió un omelette variado, papaya, pomelos y pan.
—¿Has dicho algo, Luis?
—Nada. ¿Ha acabado el autodoc con Acólito?
El titerote revisó la pantalla.
—Sí.
—Espera —Luis escribió una orden en el teclado de la cocina—. Vamos a pacificarlo con un trozo de mamífero.
Acólito se sentó de un salto, y se encontró con un costillar completo. Lo tomó en sus manos y se encontró con el Ser último debajo de él.
—Tu magnificencia como anfitrión debe ser legendaria —dijo, y comenzó a trozar la carne con sus garras.
—Tu padre llegó a nosotros como embajador —dijo el titerote—. Te ha educado bien.
Acólito meneó sus orejas y siguió comiendo.
El titerote discó para sí un gran cuenco de algo gramíneo, pero sólo usó una boca a la vez. Para beneficio de Acólito, narró las muertes en la pista Maglev, silbando para mostrar las grabaciones. Luis agregó unos detalles aquí y allá. El Ser Último no comprendía el arte de la estrategia. Una cosa que Acólito no «escuchaba» era que Bram había tratado a sus siervos alienígenas como prisioneros.
El kzin lanzó un gran hueso de imitación hacia el reciclador.
—Luis, ¿estás saludable?
—No estoy listo para correr de nuevo contra ti, si a eso te refieres.
—Has hecho bien. Lo que te ha costado… pero has hecho bien. Creo que tenía rota la espina dorsal. ¿Me permites ayudarte a entrar al autodoc?
—No, no, ahora no. Estamos llegando al punto crítico. Mira…
Luis señaló hacia una de las ventanas, donde se veía a Murmullo flotar serenamente sobre un infinito superconductor. Su mente había tenido tiempo de hacerse a la idea, y habló para ambos.
—Murmullo está en caída libre. Eso significa que la estamos viendo moverse en un vehículo que corre a mil seiscientos kilómetros por segundo, en dirección contraria al giro del Anillo. Es un vehículo, aunque se ve extraño porque tuvieron que ampliarlo para aprovechar todo el ancho de la pista Maglev. Debe tener unos sesenta metros de anchura, si no más.
»Esos lazos de cable… Acólito, tú estabas en el doc cuando Bram nos dio el indicio. Estáis viendo el desnudo borde inferior de un estatorreactor de los que se montan en el Muro. El grupo de Lovecraft tenía uno listo para enviar. Murmullo se los ha secuestrado.
Anne miraba hacia atrás, de cara hacia la cámara. Bram debía haberle contado lo que era.
De pronto, el mismo Bram apareció sobre el disco de la cabina de la tripulación, vestido con el traje de Luis y el casco retirado. Echó un vistazo a sus aliados, luego a las imágenes; entonces se volvió a la cocina.
—¿Alguna novedad? —preguntó.
—Como puedes ver —dijo el titerote—, un transporte de la Brazo está en órbita a unos ciento sesenta millones de kilómetros del suelo inferior del Anillo. ¿Cómo piensas lidiar con él?
—Aún no lo haré —Bram se volvió a las imágenes. Ahora Murmullo colgaba como un mono del cable superconductor—. Comienza a perder velocidad… Acólito, ¿comprendes la idea? Suponemos que el Rey considerará que uno de los motores y el gran trineo son cosas demasiado valiosas para destruirlas.
—Luis me lo ha explicado.
—Anne me espera —dijo el hombre nudoso—. ¿Necesitan algo de mí antes de que me vaya?
—Dame acceso a mis discos pedestres —rogó el titerote.
—Aún no, Inferior.
Luis protestó:
—Pero… ¿qué clase de oposición…?
—El Rey tiene una larga cadena de suministros. Ha de tener algunos sirvientes protectores de entre los montañeses. Los rotará frecuentemente, a menos que prefiera verlos morir. Deben oler a su propia raza, para saber a quién proteger, o tal vez proteger todo lo que hay bajo el Arco. El Rey se reservó eso para él.
—No son muchos, entonces.
—Ninguno, seguramente. Sólo sus manos le servirán. Los motores del Muro no pueden ser movidos por el músculo. En cualquier caso, no temo a los protectores de Punto Alto. Si ellos ven una clara victoria, terminarán derrotados. Y el vencedor siempre recibe el perdón de su pueblo.
—Danos algún indicio —pidió Luis—. Si tú y Anne son asesinados, ¿qué haremos nosotros?
—Cumpliréis vuestro contrato. Protegeréis todo lo que hay bajo el Arco.
Bram cerró el casco y se lo colocó. Desapareció, una partícula virtual en movimiento, y las paredes a proa y estribor reflejaron el brillo anaranjado debido al intercambio de la energía del momento.
Unos pequeños recipientes aparecieron en el receptáculo de la cocina. El Ser Último los insertó uno por uno en el pequeño botiquín soldado a la pila de plataformas de carga.
—Antibióticos —dijo.
—Gracias, Inferior. Debo haberlos acabado.
Más recipientes.
—Analgésicos.
Murmullo ya no estaba a la vista. Hasta ese momento había sido bien evidente, mostrándose al telescopio del Rey, con el tesoro real a su alrededor. ¿A qué estaría jugando ahora?
¿Habría trepado al cono de cable superconductor? ¿Escalaría bien un protector vampiro?
¿Se habría escondido bajo la gran plataforma?
La vista hacia delante no presentaba cambios. La pista seguía pasando a velocidad de vértigo. La plataforma y su difícil carga habían de estar perdiendo velocidad, pero aún a alta deceleración llevaría su tiempo detenerla. Luis se preguntó si acaso Murmullo estaría planeando atacar la terminal. El Rey debía estar preguntándose lo mismo.
No le pareció posible. En diez horas a mil seiscientos kilómetros por segundo, Anne cubriría cerca de sesenta millones de kilómetros. Pero la pista corría a lo largo de más de cuatrocientos millones de kilómetros… Ella no podía darle al Rey tanto tiempo para dispararle.
Y hablando de ello, ¿dónde estaría el Rey? Si había entrenado a los protectores que tomó de Punto Alto para que colocaran los motores por sí mismos, podía hallarse en cualquier sitio del Borde…
¿Qué era eso?
Un trineo del tipo pequeño, casi perdido en la amplitud de la pista, se dirigía hacia la cámara. Ahora derivaba de un lado al otro, y bajaba la velocidad… Hacía contacto con la plataforma negra, y cinco figuras en traje de presión pasaron frente a la cámara antes de que Luis pudiera pestañar. El Ser Último silbó a la cámara para invertirla, pero cuando al fin cambió, los intrusos ya se habían perdido entre los mazos de cables.
Cinco protectores de las montañas derramadas, al parecer, pues sus trajes ajustaban bien… Cuidarían el estatorreactor, lo protegerían de los efectos de una batalla, sirviendo a ambos lados. Para el Rey, también servirían como maniobra de diversión.
Y a cualquiera que hubiera visto alguna vez un acto de magia, no le resultaría arriesgado conjeturar que uno de ellos era el mismo Rey en persona, con su traje provisto de blindaje o armas adicionales.
¿Dónde habrían ido?
Había algo de acción a lo lejos, muy atrás. Era algo frustrante, pensó. Echó una mirada hacia Acólito: ¿enloquecería de furia el kzin? Pero éste miraba la ventana con la paciencia de un gato frente a la cueva del ratón.
Unos atisbos de movimiento, distantes flashes de luz, y dos trineos Maglev aparecieron… ¡ondeando entre los cables! Chispas esporádicas los seguían. Se perdieron de vista, luego aparecieron nuevamente. Uno de ellos golpeó un cable, rebotando en una enceguecedora chispa, chocó contra otro y se perdió, volando por sobre el borde de la pista, hacia el vacío. El otro…
—Muy listo —susurró Luis, dirigiendo su mirada a la plataforma. Pero no había nada que ver.
—¿Me explicas, Luis? —dijo el titerote.
—Murmullo puso los trineos en marcha para que siguieran por detrás a la plataforma, donde el Rey no podría verlos llegar. Sólo vimos dos de ellos, pero quizá haya más, todos guiados por el que ella conducía, y ¿cuál será ese? Ahora ella está enviándolos hacia delante cuando la plataforma desacelera, para que el Rey no tenga un blanco claro a qué dispararle.
»Aún si el Rey se da cuenta de la estratagema, no podrá asegurarse de en dónde está Murmullo, y apenas dispare ella sabrá su ubicación. Pero… puedo estar completamente equivocado.
—La plataforma se detendrá pronto. Entonces el terreno de duelo se expandirá, ¿no es así, Luis?
—Es cierto, tienes razón. Si…
Bram apareció de repente sobre el disco pedestre ubicado en la plataforma negra.
Unos rayos impactaron donde él había estado, pero ya Bram estaba entre los lazos de superconductor, contestando el fuego con el arma de Luis. Flamearon luces entre los rizos de superconductor, una tormenta de haces de energía. Bram se levantó, sujetando su traje con una mano.
El primer disparo no había fallado. Diabólicamente intenso, había podido penetrar el escudo láser del traje de Luis.
Ahora dos figuras delgadas disparaban entre los rizos, brincando y disparando, arriba y abajo del estatorreactor.
—Me pregunto… —dijo Luis, y se detuvo.
—Habla ya —escupió Acólito.
—La luz no puede destruir un superconductor. Y ellos, todos, están usando armas de luz. Si el Rey se entera…
Bran estaría muerto si no se refugiaba pronto. Se había cubierto tras un grueso rulo del reactor y sólo miraba. Como si no tuviera idea, pensó Luis, de cuál de las figuras era Anne y cuál el Rey. Hizo lo que pudo.
Uno de los combatientes brilló como un sol y desapareció.
El otro brilló más aún, y se disolvió más rápido. Cuatro formas brincaron como moscas, cerrándose como pinzas sobre Bram.
Luis comenzó a reír.
Bram corrió hacia el disco pedestre. Brilló como un sol y desapareció… y apareció en la cabina, arrojando lejos el casco, tomando el aire en grandes boqueadas. Su traje de presión brillaba al rojo en algunos sitios. Se lo quitó con energía, dejándose puestos los guantes para no quemarse con el resto; arrojó el bulto a la ducha e hizo correr el agua.
Luis seguía riendo.
Y Acólito parecía estar sonriendo, pero en un kzin eso no era una sonrisa.
—Alguno de ustedes tendrá que decirme qué es lo que ha sucedido —dijo.
—Anne está muerta, y yo estoy solo —dijo Bram—. ¿Hay algo más que importe? Los sirvientes protectores del Rey fueron a proteger el motor y la plataforma mientras los atacábamos. Pero luchábamos sobre un campo superconductor, y elegimos armas de energía. ¿Comprendes, Acólito? El Arco depende de esos motores, y somos protectores.
—Entiendo —dijo Acólito.
—Cuatro de los sirvientes vieron que ninguno de nosotros podría dañar el transporte o el estatorreactor. Anne y yo pensamos que ellos matarían a los perdedores. Pero ellos vieron a dos morir y al tercero mal cubierto, ¡y decidieron librarse de todos nosotros! Debo haber parecido un blanco fácil —dijo Bram—. Malditos estúpidos. Si me vieron llegar, ¿no pudieron suponer que podía irme del mismo modo?
Bram miraba hacia las ventanas que iluminaban la cabina del Ser Último. Cuatro protectores en trajes de presión se reunían alrededor del disco pedestre. Sus cascos emitían patrones heliográficos. Uno miró hacia arriba y vio la cámara.
Todos apartaron de inmediato la vista, y un instante después la ventana cambió a un patrón muaré.
—Eso no los salvará —dijo Bram, y se dio vuelta—. Inferior, ¿porqué hay una conexión establecida entre la villa de los Tejedores y el cuarto de defensa contra meteoros?
—Pregunta a Luis Wu —dijo el titerote.
—¿Luis?
No se debe reprochar a un titerote su cobardía. Luis apenas miró al Ser último.
—Es por la cláusula moral del contrato, Bram. He juzgado que no reúnes las condiciones para regir Mundo Anillo.
La mano de Bram se cerró como una prensa en el hombro derecho de Luis, alzándolo en vilo. Luis pudo ver al kzin encresparse, intentando decidir si debía intervenir.
—¿Por qué injustificable arrogancia podría un criador…? Ah. Es por Teela, ¿no es así?
—¿Cómo?
—Ella te obligó a matarla. También te forzó a matar a cientos de millones de homínidos de las montañas derramadas para poder poner al Arco de nuevo en su sitio. Por supuesto, ella tenía que morir para salvar a mis actuales rehenes. Por supuesto, el Arco debía ser bombardeado con chorros de plasma solar para poder activar a plena furia los estatorreactores. Pero… ¿Porqué Teela te impuso a ti esas tareas?
—No lo sé.
Bram lo volvió a apoyar en el suelo, aunque su presa no se relajó.
—He leído tu expediente en los archivos de la computadora de la Aguja. Tú iniciaste los problemas, y luego los abandonaste.
Luis pensó que estaba preparado para morir, pero el asunto se estaba volviendo oscuro.
—¿De qué problemas hablas?
—Tú encontraste una especie alienígena peligrosa en el espacio interestelar. Iniciaste las negociaciones, les enseñaste el camino a tu mundo, y luego dejaste en las manos de los embajadores profesionales el dilema de enfrentarse a ellos. Tú trajiste a Teela Brown a Mundo anillo, y luego la dejaste al cuidado de otro…
—¡Nej, Bram! ¡Ella eligió por su cuenta!
—Llevaste a Halrloprillalar a la tierra, luego permitiste que la Brazo pusiera las manos en ella y la matara.
Luis hizo silencio.
—Sin contar a Teela, tú ignoraste las responsabilidades que te cabían por nada menos que cuarenta y tres falans. Sólo el temor a la muerte te trajo aquí. Pero has entendido el mensaje, ¿verdad, Luis?
—Eso es… completamente…
—Tú dices que has de juzgar por la seguridad del Arco. Ella confió en tu sabiduría, Luis, y no en la propia. Ella era sólo a medias brillante, sólo a medias.
El titerote habló desde su refugio tras de la pared de la cocina:
—Teela no era sabia. Ningún protector es sabio. Sus motivos no provienen del cerebro, Luis. Ella debe haber sido lo suficientemente sabia, y no más.
—Inferior, eso es ridículo —dijo Luis—. Bram, yo soy un maldito arrogante. Lo has dicho con propiedad.
—¿Qué debo hacer con los que asesinaron a mi pareja?
—Bien, preguntémosle a la gente de Punto Alto si podemos hablar con un protector. Le diremos que ellos quedan a cargo del Borde. Bram, los protectores montañeses siempre han mostrado interés en proteger al Anillo de todo peligro. Cualquier cosa que fuera a suceder, pasará primero en el Borde, y ¿quién mejor que ellos para saber qué hacer?
Bram parpadeó, y dijo:
—Sí. Ahora, lo que sigue. He regido en el Centro de Reparaciones por más de siete mil años. ¿Cómo puedes tú juzgar…?
—Yo sé lo que has hecho. Las fechas, Bram. Las fechas. Nunca intentaste ocultarlas.
—Has hablado con demasiadas especies. Has viajado muy lejos. ¿Cómo podría mentir? ¡Debieras haber aprendido!
—Estoy desconcertado… —dijo Acólito.
Luis casi se había olvidado del kzin.
—Tú y Murmullo habéis buscado al misterioso Amo protector por… ¿cuánto, Bram? ¿Cientos de falans? Pero no pudo ser suficiente, aún teniendo el telescopio del Centro de Reparaciones. El Arco es demasiado grande. Pero si supiérais dónde debiera estar un protector, podríais estar ahí antes, esperándolo. Un desastre atraería a los protectores. Como te pasa a ti, Bram. Tendrás que hacer algo con ese acorazado de la Brazo, ¿verdad?
—Sí.
—Murmullo y tú encontrasteis una gran masa cayendo sobre Mundo Anillo. Eso era todo lo que necesitaban. Cronos tenía que hacer algo al respecto. Vino al Centro de Reparaciones; tú y Murmullo debíais estar listos, ¿verdad, Bram?
Silencio.
—Tal vez Cronos sabía cómo detener el impacto. Bram y Murmullo habrían esperado, ¿correcto? Para ver si podía hacerlo. Pero Bram supo que algo andaba mal…
—Luis, pensamos que era su costumbre —dijo Bram—. Su primera movida fue preparar las defensas. Nosotros… no podíamos…
Los dedos de Bram se clavaban en el hombro de Luis, que destilaba sangre.
—Lo matasteis antes de que terminara —dijo Luis.
—¡Por poco nos movimos demasiado tarde! Tanto él como nosotros nos acechamos. Él, igual que nosotros, mapeó todo el sitio y puso trampas… —Bram le hablaba a Acólito ahora, explicándole un duelo a quien amaba tales relatos—. Anne quedó incapacitada por largo tiempo, y aún no sé cómo hizo para quebrar mi pierna y cadera en la oscuridad…, pero lo matamos.
—¿Y luego? —preguntó Luis.
—Él tampoco lo sabía. Luis, buscamos sus herramientas…, pero no había traído nada.
—Lo que fuera que pensaba hacer, nunca pudo. Pero vosotros… vosotros no teníais la menor idea.
—Acólito… —dijo Bram.
—¡Tú permitiste que el Puño-de-Dios impactara en Mundo Anillo!
—¡Acólito! Un enemigo espera por mí en el cuarto de defensa contra los meteoros. Aquí está tu wtsai. Ve y mata a mi enemigo.
—Sí —dijo Acólito.
Bram silbó una tonada en su extraña flauta. El kzin dio un paso y desapareció. Luis intentó seguirlo, pero los dedos de Bram seguían clavados en su hombro.
—Tú, maldito hijo de puta…
—Tú sabes dónde debería estar yo, pero decidiré el resto por mi cuenta. Ven.
Caminaron hacia el disco pedestre y se fueron.