Minero
Eran cuatro en la cabina de la tripulación de la Aguja: Bram, el Ser Último, Luis Wu… y Acólito, en un gran ataúd negro ubicado en lo que solía ser la zona de ejercicios. Todos usaban la misma ducha y la misma cocina.
Los arreglos para dormir no fueron un problema. El Ser último pidió las placas sómnicas, pero eso no fue grave. Pusieron la pila de plataformas al lado de la cama de agua de Chmeee, y Luis se acostumbró a ellas.
Estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la rebotante superficie, comiendo algo crocante pero poco nutritivo. El aburrimiento lo hacía comer demasiado. También debía estar tomando demasiados medicamentos.
Bram no quería que se ejercitara solo en la bahía de carga. Luis ya había mejorado lo suficiente como para necesitar moverse. Había ofrecido enseñarle yoga o alguna técnica marcial de lucha, pero Bram se negó. Quería estar allí cuando…
¿Qué era lo que esperaba Bram? Luis no se lo imaginaba. Por más de dos días había espiado las cámaras de la sonda destruida. Incluso ahora, la imagen de la abollada sonda cubría a las otras seis —cinco ahora— y Bram estaba allí, observando.
Luis comenzaba a adolecer de fiebre de las cabinas.
Hacia proa y estribor de la nave, el brillo de las estrellas había mutado al negro mate del basalto enfriado. En el espacio al menos habría habido estrellas que mirar, un infinito universo a cada lado.
Bien, había estrellas. En la cámara ubicada por encima de la sonda, podían apreciarse algunas bajo el encaje de la pista Maglev. Pero el campo de estrellas más interesante —la cámara que Luis había lanzado sobre el vacío cuando probaba el proyector— había sido desconectado algunas horas después.
Por otra de las ventanas, la cámara robada del Nido de Sombras se había movido a lo largo de un túnel de paredes alisadas, se había detenido durante varias horas en lo que evidentemente era una esclusa de aire, y luego cruzó varias puertas, pasó a lo largo de pilas de extraño equipamiento vagamente brillante, y se detuvo. Nunca se vio a quien estaba cargando la placa, ni se escuchó aquella voz de nuevo.
La cubierta de vuelo se había convertido en una exposición de ventanas sobre ventanas, un paisaje que haría cruzar los ojos y revolcarse en las órbitas. Una de ellas mostraba una gráfica que semejaba una cordillera y se meneaba constantemente, de propósitos desconocidos. Tres de las imágenes eran repeticiones: la montaña de los puntoaltinos, vista al pasar de la sonda; las maniobras de la misma sonda hasta que recibió el ataque de luz violeta, y la muerte del protector, con su traje rajado y perdiendo el aire en el vacío.
Nada sucedía en el sitio donde la sonda había impactado en el sistema de transporte Maglev. Desde el asiento de Luis, la imagen enmarcaba a Bram como una oscura silueta de Dalí, como en su obra Caen las sombras de la noche.
Luis cerró sus ojos y se reclinó sobre la cama de agua.
Luego los abrió de nuevo. Había recibido un flash blancoazulado de una de las imágenes.
La luz se había ido ahora, pero la sonda estaba al rojo. Algo delgado había llegado por la pista Maglev desde muy lejos, y entraba recto en la zona de captación de la cámara.
Llegaba a velocidad astronómica, flotando a unos centímetros por encima de la pista: algo parecido a un trineo, perdiendo velocidad en forma salvaje. Algo de aspecto humanoide se arrojó de su parte trasera y rodó hasta ponerse fuera de la vista, mientras el vehículo se detenía a sólo unos centímetros de la cámara.
El Ser Último se puso al lado de Bram.
La sonda se enfriaba, pasando del rojo cereza al oscuro, y luego al negro.
No era un trineo, sino una caja de fondo no muy profundo. El fondo era negro como hierro forjado, y los lados tan transparentes que eran casi invisibles. Sin embargo, Luis podía adivinarlos por las protuberancias destinadas a los obenques que asegurarían la carga. Unos cables de acero sujetaban herramientas a los laterales del vehículo: una vara con mango —quizás una sierra de hilo—, una tubería de boca amplia —cañón, lanzaproyectiles o arma de energía—, una barreta, cajas apiladas, piezas de metal de diseño esquelético.
La ventana que mostraba la parte superior de la sonda mostraba el vehículo como un plano. Luis le echó un vistazo, pero algo más llamó su atención: la cámara robada por los Chacales había sido quitada del túnel y entraba en una especie de elevador abierto, moviéndose a velocidad frenética.
Luis pudo oír:
—No entiendo la guerra, pero me parece que Luis Wu podría.
—¿Aún drogado?
—Pregúntale.
—Luis, ¿estás despierto?
—Por supuesto que sí, Bram.
—Hay un duelo entre protectores…
—Medievo japonés —dijo Luis, con voz poco clara. Más allá de lo que había respondido antes, las drogas lo adormecían—. Esconderse y atacar de golpe con puñal. Ganar de cualquier modo. Ellos no se batían como los europeos.
—Sí, entiendes el asunto. ¿Te das cuenta de porqué este segundo intruso está aún vivo?
—No. Espera…
El recién llegado se movía en cuclillas y a trompicones, examinando la escorificada sonda. La sombra tenía la forma nudosa de los trajes del Anillo, como el que Murmullo vestía, pero a éste le calzaba perfectamente.
Inspeccionó la proa de la sonda, y halló huellas allí donde había estado el disco transportador, que ya no estaba. De pronto su cabeza giró hacia arriba, y la imagen destelló y se apagó.
Pero Luis había alcanzado a discernir su cara.
—Un protector del Pueblo de las Montañas. Murmullo debe estar viendo esto, también. Es un esclavo, ¿verdad, Bram? Debe haber un Amo, el protector a cargo de la pista de transporte. El Amo lo envió.
Otra ventana, hasta entonces quieta, comenzó a balancearse; luego giró y siguió girando, mostrando ora la negra parte inferior del Anillo, ora las estrellas girando, luego el fondo del Anillo, luego las estrellas de nuevo… El sirviente había limpiado la pista arrojando la arruinada sonda al espacio.
Ahora, la ventana principal retrocedía. El protector montañés apareció en otra de las cámaras.
—El primer protector, el que murió con el traje roto, había dejado un trineo sobre la pista —arguyó Luis—. Acólito lo vio, y colocó una cámara en él. Esa imagen es la que estamos viendo ahora. Alguien tenía que liberar la pista Maglev de la sonda y del trineo anterior. Por eso vino este protector montañés: quitó la sonda, y ahora enviará el primer trineo de regreso al sitio de donde vino, seguramente el espaciopuerto. Problema resuelto. Ahora aborda su propio trineo… y vuelve al lugar de donde partió.
—Veo que comprendes el asunto —dijo Bram.
—Murmullo ha iniciado algo que no puede detener.
—Ella supuso que yo envié la sonda. No quería que el enemigo la estudiara.
—No podía saber cuántos eran…
—Debió extrapolar —respondió Bram—. Comenzando con Teela Brown…
—Sí. Todo se inicia con Teela.
El dolor se había ido. Luis se sintió flotar en la cama de agua. Sería mejor desconectarse del botiquín, para tener la cabeza despejada.
La cámara del trineo se quedó sin movimiento. Luego inició la marcha, avanzando por la pista Maglev.
Murmullo lo estaba usando para seguir al otro trineo.
—Teela formó protectores para que la ayudaran a montar los motores —dijo Bram—. Un protector del Pueblo Montañés debería ser confiable, porque Teela podría destruir fácilmente toda su especie en venganza. Un protector Chacal habría de considerar que su especie rige todo lo que hay bajo el arco, por lo que sus acciones estarían encaminadas a preservarlo. Un protector vampiro…
—… comienza limpio —dijo Luis—. Nace con la mente en blanco, y Teela está ahí para educarlo desde cero. Ya lo has dicho.
—Sí. ¿Hemos de llamarlo Drácula?
—Mary Shelley.
—Hum. ¿Porqué le doy tanta importancia a lo que dice un criador aturdido por las drogas?
—Me parece que Teela tomaría a mujeres para hacerlas protectores. Tres mujeres.
Bram suspiró sonoramente.
—De acuerdo. No conozco el nombre, pero de acuerdo. Esa Mary Shelley hizo protectores de su propia especie, y los ocultó de Teela. Cuando ella retornó al mapa de Marte, dos de los protectores la siguieron. Sólo el Chacal quedó en el Muro.
»Mary Shelley debía haber sabido que sus sirvientes matarían y reemplazarían al Chacal. Ella regiría el Muro a través de ellos. El protector montañés debe haber adivinado que Teela planeaba bañar el borde con llamaradas solares; de modo que luchó para proteger a su especie. Sin embargo, Teela liquidó a los dos que la perseguían.
»Ahora la pregunta es: ¿cuántos protectores creó Mary Shelley?
—Fabricación, adquisición, transporte, montaje, suministros —dijo el Ser Último.
—Tres, supongo —dijo Bram—. Para la fabricación deben estar usando las instalaciones de reparación del espaciopuerto. Si llega una nave de regreso, la fabricación se transforma en adquisición. En cuanto a los suministros, ningún protector dejaría a otro el control de lo que necesita, como es lógico. Entonces tenemos tres: Lovecraft construye, el Minero transporta, y el Rey sobre todos, montando los motores.
Luis sonrió. Bram ha recordado quién fue Mary Shelley, se dijo.
Habló el titerote:
—Mi especie podría hacerlo todo con sólo un directivo.
—Mi especie —respondió Bram— diseñaría cada nuevo dominio para que pudiera manejarse solo, sin su ayuda. Están los montañeses a mano. Los toman para construir, mover y montar, mientras Lovecraft, Minero y el Rey acechan para atacar.
—¿Crees que estaban esperando a Murmullo? —preguntó Luis.
—A Murmullo, o a cualquier otro. A mí, por ejemplo, o a invasores de las estrellas. ¿Nos crees tan estúpidos como para no imaginar los planetas, sólo con lo que vemos del universo desde aquí? Anne percibió protectores en el Borde, listos para matarla. No importa dónde se ocultó o lo que haya hecho, consiguió llegar al Muro sin que ni yo ni ellos nos diéramos cuenta. Y ya ha matado a Lovecraft.
—Hará buena presa del Minero también, supongo. Oye, Inferior, ¿puedes mostrar la parte trasera de esa cámara?
—Perdón, pero… no compren… ¡Vidrio! ¡La instaló sobre vidrio! —un órgano de tubos gritó de dolor—. Listo, pero habrá que esperar once minutos.
Once minutos después la imagen súbitamente giró ciento ochenta grados sobre la pista Maglev, enfocando la plataforma del trineo.
Luis pudo distinguir varias formas, que sugerían herramientas sujetas a los costados. Nada lo suficientemente voluminoso como para esconder a un protector. ¿Dónde estaba Murmullo?
La imagen giró nuevamente hacia el frente, y algo había cambiado: el trineo de adelante estaba frenando.
El segundo también comenzó a desacelerar.
Luis escuchó un sonido de vientos, y vio al Ser Último girar ambas cabezas con sorpresa. No era la música del Inferior, sino Bram y su escultura musical… El hombre nudoso sopló un poco más y la dejó a un lado; saltó sobre el disco pedestre y se fue.
—¿Has visto eso? —dijo Luis.
—Se ha ido —el Ser Último aún estaba sorprendido.
—¿Adónde? ¿Porqué?
—Tú dímelo. Luis Wu entiende de duelos, ¿no es así? ¿Quieres algo de comer? —el titerote se situó a su lado, tendiéndole una ampolleta de líquido.
Luis la tomó y sorbió del pico. Caldo vegetal.
—Está bueno.
Con el bloque de granito en su sitio, el titerote estaba atrapado en la cabina, al igual que Luis.
—Ha ido a algún lugar donde necesita un traje de vacío. Bien, al menos se ha ido. Inferior, si apagas el sistema de discos pedestres, ¿dónde iría Bram?
—El sistema de seguridad me impide apagarlo mientras está en uso.
—¿Y si lo destruimos con la pistola láser? Nej, no podemos: él tiene el láser y el cuchillo variable…
—El sistema de control de los discos está embebido en el casco, Luis.
—¡Entonces cambia su destino al monte Olimpo! ¿Dónde está yendo, de todas maneras? Incluso puede haber ido allí. Muestra el diagrama de los discos, ¿quieres?
El Ser Último gorjeó unas notas.
Nada sucedió.
—Estoy aislado —la voz del titerote se hizo monocorde—. Bram ha aprendido mi lenguaje de programación. Me ha arrebatado el control de los discos.
Sus piernas se plegaron debajo de su vientre. Las cabezas se doblaron, escondiéndose bajo las patas delanteras.
Luis intentó levantar el borde del disco, pero no se movió. Bram había tomado pleno control. Nej, esos conciertos no eran para entretenerse. Bram practicó con sus instrumentos hechos a mano hasta que estuvo seguro de poder duplicar el lenguaje musical del Ser Último.
Algo sucedía en la imagen. La cámara se sacudió y saltó.
—¡Inferior! —gritó Luis— ¡Da vuelta la cámara; está apuntando hacia el lado equivocado!
El titerote no se movió.
La imagen se deslizó bruscamente a un lado, golpeó el costado de la pista y salió rebotando y girando. Lo que atacaba al trineo tenía sus efectos.
El titerote comenzaba a desplegarse.
El trineo golpeó duramente contra el otro lado de la pista Maglev. La imagen retembló y se deslizó. Cuando al fin se detuvo, sólo se veía la filigrana plateada de la pista.
El Ser Último silbó, y la cámara se invirtió. A la luz de las estrellas, pudieron ver astilladas las paredes de cristal. Las balas habían convertido el trineo en un colador, y las herramientas sujetas en la plataforma estaban cubiertas de astillas del cristal.
La mayoría de esas cosas habían sido irreconocibles. Ahora todas eran chatarra, con una única excepción.
Murmullo había visto a Acólito y a Luis llegar y desaparecer, y eso debía haberle informado acerca de los discos pedestres. Ella debió quitar el transportador de la sonda y sujetarlo al trineo, y ahí estaba, incólume.
Tres trajes de presión saltaron súbitamente en el trineo. Dos de ellos rociaron de proyectiles todo lo que fuera de cierto tamaño, y luego comenzaron a quitar y arrojar fuera todo lo que se pudiera desmontar, en una rápida busca de un protector escondido entre los escombros. Pero Murmullo no estaba ahí.
Dos de ellos levantaron el disco para que el tercero pudiera revisar debajo de él. Luego lo soltaron. El protector vampiro debe haberlo considerado más peligroso que útil, porque ajustó el arma y lanzó un brillante y delgado haz de energía contra él.
El haz surgió del disco pedestre de la cabina donde Luis y el titerote estaban, y comenzó a calcinar el techo sobre ellos.
Aunque Luis no recordaba haber buscado refugio, de pronto se encontró detrás de la pared del reciclador, íntimamente abrazado con el Ser Último. Éste incluso no parecía molesto por su proximidad.
Luis asomó la cabeza después de un momento.
El protector vampiro había levantado el disco e intentaba arrojarlo por sobre el borde de la pista, hacia el espacio.
Pero de pronto el disco pareció hacerse demasiado pesado para sus fuerzas, como si un fantasma se hubiera subido a él; hubo de soltarlo y cayó pesadamente sobre la pista.
El fantasma —¡Bram!— apareció de repente, mientras el otro se retiraba. Un segundo vampiro —¿el Minero?— cayó en dos trozos, cuando el cuchillo variable estirado a un metro ochenta lo partió al medio. Las dos mitades lanzaron niebla por los cortes, pero el torso del Minero aún portaba armas. Intentó apuntar el arma de energía, pero el alambre esclavista zumbó de nuevo, y el arma quedó destruida.
No había forma de saber de dónde había salido Murmullo, pero allí estaba ahora. Dos protectores montañeses se enfrentaban con dos vampiros.
El titerote permanecía en un estado semicatatónico. Luis intentó seguir lo que ocurría en la pantalla, pero no era sencillo.
Los montañeses no atacaban.
Murmullo usaba uno de sus trajes; debería serle posible comunicarse con ellos. Luis podía oír la respiración de Bram, resoplando tras el empleo de sus reflejos, pero no estaba hablando. Al usar uno de los trajes humanos, no tenía la radio sintonizada de la misma manera.
Bram le hacía guiños con la lámpara del casco a Murmullo.
¡Nej! ¡Ése debía de ser el lenguaje heliográfico de los Amos de la Noche! Y ahora los otros dos también estaban usando las suyas.
El diálogo continuó durante cierto tiempo, y pareció haberse llegado a algún acuerdo.
Los montañeses intentaron arrastrar el trineo dañado, con alguna dificultad. Bran le entregó su arma a Murmullo y los ayudó a arrojarlo por sobre el murete de la pista.
Subieron el disco pedestre al trineo intacto. Los vampiros treparon primero, y los montañeses los siguieron. El vehículo comenzó a moverse en reversa, de vuelta al sitio de donde había llegado. Antes de que alcanzara plena velocidad, Bram ya había lanzado una cámara en la pista y otra en el trineo.
Luego cantó algo parecido a una orquesta siendo bombardeada por terroristas. Se paró sobre el disco y desapareció… hacia ellos, hacia la Aguja.
Al momento que se desvanecía la luz de su partida en la pantalla, Bram apareció en la esquina de la cabina, subiéndose la visera del casco. Llevaba en la boca algo parecido a una flauta ocarina.
Cuando un titerote está enojado, no pierde el control de su vocabulario o su cultura, sino de sus señales emocionales. La voz del Ser Último era tan pura como una campanilla eólica.
—Has aprendido mi lenguaje de programación.
Bram dejó la flauta a un lado.
—Nuestro contrato no me impedía hacer tal cosa.
—Estoy muy molesto.
—¿Has visto lo que ha sucedido? ¿No? De los adoptivos de Mary Shelley, hemos matado a Lovecraft y al Minero. Los sirvientes del Minero nos han dicho que los de Lovecraft están listos para seguir con los envíos de material. Esperamos que ellos nos serán de ayuda.
»Ahora sólo resta el Rey. Cuando él muera, Anne controlará el Borde y yo el Centro de reparaciones, y entonces podremos llevar algo a puerto.
La cocina entregó una ampolleta, y Bram bebió con fruición. Luis advirtió que portaba consigo el arma de energía tomada de los montañeses. Esa cosa probablemente mataría todo lo que había en la cabina con sólo apretar el gatillo.
Bram lo miró.
—Luis Wu, ¿qué harías ahora si fueras tú?
—Bien, Murmullo se dirige a acabar con el Rey. Ya es tarde para cualquier otra cosa. En cuanto a mí… Mi traje me mantendría vivo un par de falans, por lo que no tendré que subir a un trineo y acelerarlo a mil seiscientos kilómetros por segundo para matar al Rey… o más bien, permitir que me mate. Si fuera yo, regresaría a este lado del Muro, y luego treparía desde aquí.
—Perderías el elemento sorpresa…
—Él aún…
Bram desechó con un gesto el razonamiento.
—El traje de Anne no la mantendrá viva tanto tiempo.
—Hum —«envíos de material», había dicho Bram—. Bien, si yo tuviera algo que el Rey necesitara, lo llevaría en el trineo conmigo. Por supuesto, habría que hacerle saber que yo lo tengo. ¿Qué cosa podría cumplir con ese objetivo?
—No importa, Luis. Siempre es bienvenido otro punto de vista.
Bram silbó con la ocarina al sistema de discos, luego partió.
—Y ahora, ¿dónde habrá ido? Inferior, ¿aún no tienes control sobre los discos?
—No puedo acceder al sistema. Pero puedo encontrar a Bram.
—Hazlo.
Dos ventanas mostraban ahora patrones muaré: cámaras destruidas durante la reciente batalla. El Ser Último silbó para apagarlas, luego las reemplazó con otra. En la ventana comenzaron a aparecer varias vistas en sucesión. La villa de los Tejedores. El Patriarca Oculto, visto desde el nido de cuervo del mástil posterior.
El titerote cantaba y percutía. Luego anunció:
—Inicié un programa de rastreo. Si llegan invasores usando naves conocidas, lo sabremos en minutos.
—Bien —Luis señaló a una de las ventanas que habían quedado semiocultas tras la principal—. Espero que estés grabando eso…
—Sí.
La cámara robada por los cazavampiros mostraba ahora el espaciopuerto. Unos personajes en trajes de vacío flotaban como diminutas estrellas hacia una estructura demasiado gigantesca como para distinguir su forma. Les debía tomar toda una vida rodearla.
Aún más grande: un par de toroides dorados, montados en inmensos caballetes. Le tomó a Luis un momento apreciar el resto.
Unos alambres salían de los toroides, abriéndose como las finas hojas de una hierba a partir del tallo, adelgazándose en la lejanía hasta perderse de vista.
—Ajá. Están construyendo motores nuevos.
—Me pregunto si el tramado de alambre será una innovación… —dijo el titerote—. Mis registros sólo muestran los toroides.
—Una interesante posibilidad, pero tal vez los Ingenieros de las Ciudades sólo usaron los toroides. Esa trama de alambre traería complicaciones si se supone que habrás de aterrizar con la nave.
La ventana puesta en sucesión estaba mostrando ahora la cocina del Patriarca Oculto, con dos adultos Ingenieros y tres niños. ¿Dónde se habría escondido el mayor, que nunca lo habían visto mientras estuvieron allí? Pero ahora todos se movían hacia la puerta, y luego regresaban conversando, con Bram en medio de ellos.
El protector se había quitado el traje de vacío, acomodándose en una banca. Harkabeeparolyn y Kawaresksenjajok comenzaron a masajearlo.
Era todo huesos y articulaciones, y ni un gramo de grasa.
—Se ve como un maldito esqueleto ahora, qué nej… —dijo Luis.
Bram parecía adormilado.
—Si Bram supone que es tiempo para ello, probablemente esté en lo cierto. Inferior, ayúdame a sacar a Acólito del autodoc. Es mi turno.
El titerote silbó, y leyó la pantalla del ataúd.
—Luis, los dispositivos nanotecnológicos aún reparan el daño de su columna vertebral. Estará libre en unas pocas horas.
—Nej.
—¿Lo dejamos dentro?
—Sí —Luis se enroscó en la cama de agua—. Me voy a dormir.