El Pasaje
—¿Sientes eso?
—Sí —dijo Warvia.
El cuarto temblaba bajo una suave vibración que atacaba a las paredes y la roca debajo.
Montar en tan extraños vehículos los había dejado confusos y desorientados, pero habían tenido horas para recuperarse de ello. Esto era otra cosa. Tegger no se había dado cuenta al principio, pero ahora la respiración de Warvia y el rumor de la continua vibración eran lo único que se escuchaba en el cuarto en sombras.
—¿Tienes idea de qué pueda ser?
—El limo del fondo marino. Está cayendo sobre la cumbre, y lo sentiremos rodar todo el camino cuesta abajo.
Tegger la miró fijamente en la oscuridad.
—Es bombeado por unas cañerías, por detrás del Muro —siguió Warvia—. Cae desde una gran altura, desde el borde superior. Cae por encima de todas las montañas derramadas. De hecho, es eso lo que las forma. Sin el bombeo, todo el suelo del Anillo terminaría en el fondo de los océanos y mares. Murmullo me explicó todo acerca de ello.
—Te ha dicho mucho más de lo que nunca me informó.
—Me pregunto dónde estará ella ahora…
—¿Ella?
—Es sólo una suposición —Warvia lo acarició—. Le he preguntado, pero no me contestó. ¿Sabes cómo se llama el limo del fondo marino?
—¿Cómo?
—Flup.
Tegger se rio sonoramente.
—¿Quieres decir que todo este tiempo…? Cielos, todo el mundo cree saber lo que significa flup, pero… ¿fondos marinos?
—Esta montaña está hecha de eso. La presión lo convierte en roca…
Una luz blanca los iluminó.
—Hola —dijo una voz.
Se revolvieron, apeándose y enfundándose en abrigos. Los puntoaltinos les habían dejado una piel como la que usaba Saron, reliquia de un perezoso de manchas verdes. En Warvia parecía primoroso.
Pero ella pensaba en otra cosa.
—No es el acento de los puntoaltinos… —susurró.
—Hola. Esta es la voz de Luis Wu. ¿Podemos hablar?
Tegger pestañeó ante la fuerte luz. No pudo capturar detalles, pero sí distinguir una forma homínida y otra algo extraña.
—Has invadido nuestra privacidad —dijo.
—No estabais durmiendo. El dispositivo espía que habéis estado acarreando nos pertenece. ¿Podemos hablar, o hemos de hacerlo luego?
Alguien golpeó la pared al lado de la cortina de piel que oficiaba de puerta.
—¿Tegr, Wirba? —llamó la voz de una mujer.
—¡Flup…! Entrad —ordenó Tegger.
Jennawil y Barrey cruzaron la cortina de piel, trayendo un colgajo de carne que olía a sangre.
—Escuchamos voces —dijo la joven—. Si no fuera por eso, os lo habríamos dejado en el vestíbulo. Es un gwil; Skripu lo cazó para vosotros.
El gwil era un lagarto grande. Su cola todavía se crispaba.
—Habéis llegado justo a tiempo —dijo Tegger.
Sopesó al gwil: la piel parecía dura; habría que pelarlo. Enfrentó al brillo en la cámara red y a los monstruos que se veían adentro, y dijo:
—Hablaréis con Jennawil y Barrey, de la gente de Punto Alto; ellos conocen mejor que nosotros de lo que se trata. Jennawil, Barrey…, finalmente nos hemos comunicado con Luis Wu.
Adormilado, con su barbilla apoyada en el autodoc portátil, Luis se escuchaba a sí mismo hablar.
—Estáis escuchando la voz de Luis Wu. Estos que veis son mis asociados, Bram y el Morador de la Red. Nos hemos mantenido en silencio porque tenemos enemigos.
—Somos Warvia y Tegger —respondió una extraña y aguda voz. Los ojos de Luis estaban abiertos ahora, y reconoció a los Rojos cazavampiros—. ¿Porqué habéis roto el silencio ahora?
—Tenemos preguntas que haceros.
Era la voz de Luis Wu, de acuerdo…, pero provenía del Ser Último.
Uno de los puntoaltinos —el hombre— dijo:
—Les mostraremos el espejo oculto, y el Pasaje a través del Muro, y cualquier otra cosa que deseéis.
—Gracias. ¿Estáis listos para atravesar el Pasaje?
Jennawil saltó consternada.
—¡No! Los vishnishti… —el traductor de Luis dudó por un segundo—… protectores se mueven todo el tiempo a través del Pasaje…
Luis decidió no abrir la boca. Se sentía blando y atontado, y el dolor acechaba cualquier movimiento de su parte. No tendría sentido, y ¿cómo podrían manejarse con dos voces de Luis Wu?
—Dinos lo que sabéis de esos protectores —decía el titerote, siempre con su voz.
—Son de dos tipos. Los protectores de nuestra raza nos mantienen a salvo, pero ellos obedecen a los del llano…
—¿Deberemos hablar con uno de esos protectores puntoaltinos?
—Me parece que no. Es casi imposible ocultar las cosas a los protectores del llano, y los puntoaltinos son muy evidentes… Pero puedo preguntar.
—¿Nos hablará Murmullo? —dijo el titerote.
—¿Cómo?
Los Pastores Rojos se miraron entre sí.
—No lo hará —dijo la hembra, con voz firme.
—¿Qué podéis contarnos acerca de Murmullo?
—Nada.
—¿Qué hay tras el pasaje?
—Pensamos que algo mortal, venenoso —dijo Barrey.
—Los protectores visten trajes que los cubren totalmente cuando entran en el Pasaje —explicó Jennawil—. Llevan grandes bultos con herramientas. Los rumores dicen que están construyendo algo allá afuera, algo enorme.
—Luis Wu —dijo la Roja—, ha sido la resolución de los Amos de la Noche la que movió el ojo hasta aquí. Vuelve a la noche, y podrás hablar con ellos.
—¿Cuánto falta para la noche allí?
—Dos décimos —respondió Jennawil.
—Esperaremos —dijo la voz de Luis Wu, y sonó como un cuarteto de cuerdas, cortando la transmisión.
—¿Has oído, Luis? —preguntó Bram.
—He seguido buena parte de ello. Bien actuado, Inferior, pero necesitas mejorar el maquillaje.
—Luis Wu es vashnesht, el Mago. Se mantiene fuera de la vista —dijo el titerote—, mientras que sus extraños servidores hablan por él.
—De acuerdo. ¿Quién es Murmullo?
—Anne es Murmullo —reveló Bram—. He visto vuestras cintas de Murmullo guiando al Rojo. Anne usó la misión de los cruceros como encubrimiento.
—El nombre de Murmullo la describe bien…
El Ser Último se volvió hacia él tras la pared transparente.
—Luis, ¿tú qué opinas? ¿Dónde está Murmullo? ¿Interferirá ella?
Luis miraba a los homínidos en la ventana. Calculó que no había suficiente anestésico en él como para noquearlo otra vez.
—Bram, tú eres el único de nosotros que podría adivinar lo que Anne busca.
—Sí.
—Estoy demasiado mareado para pensar. Pero creo que quiero recuperar mi voz.
—Como te parezca —dijo el Ser Último.
Warvia peló el gwil usando un cuchillo. Tegger les avisó a los demás:
—Nosotros comemos la carne sin cocer, y de muerte reciente. Mirar quizá os incomode.
Warvia partió el lagarto y le dio la mitad a Tegger. Comieron, mientras los puntoaltinos los observaban con una mezcla de fascinación y horror. Tegger se preguntó porqué se quedaban allí, desde que la araña de bronce estaba apagada ahora y no se encendería de nuevo hasta la noche.
Cuando sólo quedaban los huesos del gwil, Tegger interrogó con la mirada. Barrey señaló un recipiente.
Jennawil les habló.
—Tegr, Wirba, hemos notado que no habéis hablado del reshtra hasta que visteis qué había bajo nuestras pieles.
Ah.
—Nuestro pueblo toma pareja una vez, y es de por vida —dijo Warvia, y miró a Tegger. Algún pensamiento compartieron, y luego añadió—. Nos ha sucedido algo que cambió nuestra forma de pensar. Pero no necesitamos el rishathra. Lo que cambió fue sólo que hemos tenido una alternativa.
Tegger había estado pensando en ello.
—Barrey, Jennawil, no hay recuerdos de Pastores Rojos practicando rishathra. ¿Qué pasaría si vuestros espejos parlantes comentaran tal cosa a todo lo largo de las llanuras? ¿Dónde podríamos vivir, después de ello? ¿Quién querría emparejarse con nuestros hijos?
Los puntoaltinos se miraron entre sí.
—Habéis visto a la Gente de la Noche, Jennawil —dijo Warvia—. ¿Qué pasaría si les fuera dicho que vosotros celebrasteis rishathra con visitantes rojos del llano? ¿Qué esperarían los Amos de la Noche?
Barrey asintió.
—Esperarían que reshemos con ellos también. ¿Somos tan curiosos, querida?
Ella palmeaba su grueso hombro, suavemente y con la mano abierta, mientras reía. Tegger sospechó que tal gesto significaba «no».
—No se trata sólo de su aspecto. ¡Es su olor!
Barrey palmeó sus posaderas de modo tranquilizador.
—Bien, entonces hemos de guardarlo en secreto.
Fue divertido. Luis miraba en medio de una pasiva sensualidad. Un show como éste sería un suceso en los canales pagos de cualquier mundo del espacio conocido. Y, por supuesto estaba siendo grabado… Respecto a eso, ¿cuántos sentidos captarían las grabaciones de las cámaras red? Seguramente no sólo imagen y sonido. ¿Olores? ¿Radar, para las criaturas con sensores de movimiento?
En algún momento cayó dormido.
Tras lo que le parecieron horas, despertó y se quedó rígido, sorprendido de verse delante de sí mismo.
No, no era él. Era su traje de presión, de acuerdo, pero se veían bultos angulosos donde un humano hubiera mostrado redondeces. Bram se alzó la visera del casco y le preguntó:
—¿Te sientes bien?
—Estoy bastante dolorido.
El botiquín de Teela liberaba sustancias sedantes en su organismo, pero podía sentir trazas de dolor ocultas.
—Tenías dos costillas desplazadas; las recoloqué. Ningún hueso roto. Tienes algunos músculos desgarrados, ligamentos rotos o distendidos, y uno de los discos de tu columna se había desviado, lo que también arreglé. Tendrás que arreglártelas con tus propias defensas y el botiquín portátil.
—¿Porqué te has puesto mi traje?
—Por razones de estrategia.
—¿Muy complejas para mi débil cerebro? De acuerdo, Bram. Te has enterado de que hay nuevos visitantes. Si me desconectas, la voz de Luis Wu podrá mostrar una cara.
El Ser Último y Bram aguardaron a cada lado de Luis, y un poco detrás de él. Del otro lado de la ventana de la cámara, los Rojos se acuclillaron bajo una piel, permitiéndoles a los Amos de la Noche tomar el centro de la escena.
Los desgarbados Chacales tiritaban.
—¡Está terriblemente frío allí afuera! —dijo la hembra—. De acuerdo, yo soy Travesera, él es Arpista. ¿Entiende tu caja lo que hablo?
—Sí, te entiende. ¿Cómo es que sabes acerca de mi traductor?
—Tu amigo Oboe parece haber partido, pero su hijo Flarpa nos contó de tu visita a la villa de los Tejedores.
—Dadle mis recuerdos a Flarpa. Travesera, ¿para qué habéis movido la piedra en que estaba la cámara espía a lo largo de tanta distancia, si podríais haberme hablado a través de Oboe?
Los Nocturnos rieron, mostrando todos esos dientes.
—Hubiéramos podido, es cierto, pero ¿qué te hubiéramos dicho? ¿Que el Muro estaba en manos equivocadas? No lo sabíamos —señaló a Bram—. ¿Eres tú un vashnesht? —«protector», dijo el traductor.
—Sí —dijo el hombre nudoso.
Tegger comenzó a levantarse; Warvia tiró de él, haciéndolo retroceder. También los Chacales se hicieron para atrás, pero Arpista se obligó a hablar:
—Sabemos ya lo suficiente para ser conscientes de nuestro desamparo. Son protectores de la raza de los vampiros. Usan a los puntoaltinos como ganado. Algunos retornan como protectores; otros, simplemente desaparecen.
—Están reparando el Arco —dijo Bram.
—¿Hacen más bien que mal, dices?
—Sí. Pero son muchos, y lucharán entre sí una vez el arreglo haya terminado. Nosotros confiamos en poder lograr un equilibrio.
—¿Cómo pensáis ayudarnos?
—Debemos conocer más. Contadnos lo que sepáis.
Arpista suspiró sonoramente.
—Sabemos lo que vosotros. La gente de Punto Alto nos mostrará más apenas amanezca.
El Ser Último silbó, y la ventana se cerró.
—Esperaremos —dijo—. Luis, hemos grabado la anterior conversación. Ellos saben mucho de los protectores, y algo sobre Teela Brown… ¿O acaso hemos de volver a la música?
Bram estaba disponiendo el complejo instrumento musical que había recuperado del Patriarca oculto.
—Un poco de música sería agradable a la hora de la cena —dijo, en forma política—. Además, estoy hambriento.
Luis intentaba unas flexiones. El alzar en vilo a Acólito había lastimado varios de sus músculos y tendones. Los cuidados de Bram habían sido útiles, pero tenía que moverse con cuidado.
Habían pasado varias horas. En la ventana, nuevamente abierta, la vista de Punto Alto giraba y saltaba a lo largo del paisaje nocturno de la montaña: una mezcla de homínidos hacían rodar la plancha de material a que estaba sujeta la cámara red, llevándola como una rueda por los trillados senderos de la villa. Cuando dejaron el camino y comenzaron a trepar con ella por la pendiente de roca, el movimiento le hizo sacudir el estómago.
Dio la espalda a la imagen, confiando en que los otros lo alertarían cuando la cámara enfocara algo interesante. ¿Qué tomaría tanto tiempo con el kzin? En cualquier lugar del espacio conocido, Luis tendría que pasar por un autodoc. El botiquín no haría nada excepto inyectarle químicos…, y pronto necesitaría otra aplicación.
Cuatro puntoaltinos cargaban la losa, trepando cuesta arriba en la blindada noche. Saron iba por delante de los Rojos y Chacales, señalándoles puntos de apoyo.
Los Amos de la Noche intentaron colaborar con el acarreo, pero apenas podían mantener el aliento.
—Amanecerá pronto —comentó Warvia—. ¿Qué haréis entonces?
—Nos han dicho que podremos usar el Pasaje como refugio.
No había camino aquí. Sólo unas huellas de desgaste en las rocas y la tierra aluvional. Los puntoaltinos subían y subían por la aguda cuesta, a varios kilómetros por encima de la interminable llanura.
Hacia giro se apreciaba la línea del terminátor que llegaba, trayendo el día.
Las tierras cercanas a las montañas derramadas parecían una maqueta, como la que los Chacales habían fabricado en las afueras del recinto de los Gigantes herbívoros. Quizá una vista como ésta fue la que les dio la idea. En lontananza, los detalles se perdían. Un hilo plateado parecía ser el río del Pueblo de la Corriente, o cualquier otro curso de agua… o cualquier otra cosa.
Warvia debía haber estado pensando en lo mismo.
—Los llanos por los que se mueven los Pastores Rojos, ¿son suficientemente grandes para verlos? ¿Cómo podremos hallar a nuestra gente?
—Eso no será problema —dijo Arpista.
—Nuestra gente… —dijo Travesera, sin resuello— conoce las rutas de los Rojos… —tuvo que detenerse para tomar aire—. Nos harán un mapa… del camino a vuestra comunidad más cercana… hablando por los espejos. Encontraréis un nuevo hogar… tan rápido como habéis llegado aquí.
—Oh. Bien… —Warvia rio—. Pero no hará falta tanto… No necesitamos viajar tan rápido.
Tegger no deseaba mostrar flaqueza mientras Warvia estuviera mirando. Con sus fuerzas desfallecientes pugnó por seguir a Saron. La anciana se movía más despacio ahora. Por detrás se oían los jadeos de los puntoaltinos que trasladaban el trozo de pared.
El día al fin llegó, proveniente de giro. Cuando las primeras luces los envolvieron, Arpista sacó de su mochila dos sombreros de enormes alas. Ahora sólo los Amos de la Noche caminaban en sombras.
—Debemos estar en los confines de las praderas de los Rojos —dijo Warvia—, tan lejos de todos que las leyendas deben haber comenzado ya a surgir.
—No, Warvia —le comentó Arpista—. Los Rojos no pertenecen todos a la misma especie.
—¿Cómo? ¡Por supuesto que sí!
—Nos emparejamos entre las tribus de la pradera, cuando nos cruzamos en nuestros periplos —adujo Tegger—. Lo hemos hecho desde siempre, o al menos, que yo recuerde.
—Buena idea —comentó Arpista.
—Pero no lo hacéis siempre —dijo Travesera—. Vosotros dos tenéis el mismo acento.
—Es cierto; ambos hemos nacido en la tribu de Ginjerofer. Pero otras hordas se emparejan cuando las líneas se cruzan.
—Algunas tribus lo hacen obligatoriamente. Otras no lo consideran obligación, como la vuestra. Cuanto más lejos os vayáis de la tribu de Ginjerofer, será más difícil que vuestros hijos puedan reproducirse. Y no importará demasiado el que os emparejéis de por vida.
—Flup —suspiró Tegger.
Algo relumbró sobre ellos mientras rodeaban un desmoronamiento de rocas.
Tegger había intentado imaginar cómo se vería un espejo de los que se usaban para comunicarse; ahora podía verlo. Lo que vio fue a sí mismo, a Warvia, los Chacales y la gente de Punto Alto, el cielo y el Muro. Un espejo era una ventana plana que mostraba lo que tenía adelante, en lugar de lo que había detrás. Era de la altura de un Rojo, y de la anchura de tres hombres.
Apoyaron cuidadosamente la placa con la cámara red, en forma plana, cerca del espejo. Saron y los puntoaltinos se acercaron a los bordes del espejo, y los Amos de la Noche fueron con ellos.
Arpista comenzó a hablar, marcando bien las consonantes, como si dirigiera un discurso.
Los hombres comenzaron a mover el espejo, haciéndolo cabecear. Estaba montado sobre goznes. Jennawil se acercó a Tegger y le señaló algo paralelo al Muro.
Hacia la siguiente montaña derramada.
Un resplandor apareció sobre el flanco de la montaña, corriendo de abajo hacia arriba, cuando los hombres volcaban el espejo.
—¿Cómo funciona esto? —preguntó Tegger.
Jennawil se rio.
—Ah, ¡los Amos de la Noche no os lo han contado todo! Los espejos reflejan la luz del sol, y trazan con ella un código conocido por nosotros y los Chacales. Llevan las noticias entre las montañas, pero también de las montañas a los llanos, y de regreso.
Eso explicaba muchas cosas. Los Chacales habían sabido demasiado acerca del clima, del Nido de Sombras, de la telaraña de bronce.
Los cuatro puntoaltinos volvieron a soliviar la placa con la cámara.
—Alrededor de ese saliente de roca —indicó Saron—, y más arriba.
—Travesera y yo hemos estado hablando de vuestro problema —les dijo Arpista—. Creo que hemos hallado una solución.
Tegger también había estado pensando.
—Es como estar atrapados entre dos toros salvajes. Si nos vamos demasiado lejos, condenamos a nuestros hijos. Si nos acercamos demasiado a la tribu de Ginjerofer, habrá historias sobre nosotros.
—Somos demasiado fáciles de reconocer —dijo Warvia—. Cuando los visitantes hablen de los cazavampiros que aprendieron el rishathra…, ésos seremos nosotros, sin duda.
Arpista sonreía con todos sus dientes.
—Suponed que hubiera una vieja leyenda —dijo—. En el principio de los tiempos, todos los homínidos eran monógamos. Ningún hombre miraba a otra mujer que no fuera la suya, ni ella a otro hombre. Cuando los homínidos se cruzaban en el camino de otros, ello traía la guerra.
»Luego aparecieron dos héroes, y predicaron que los homínidos podían vivir de otra manera. Inventaron el rishathra, y la guerra terminó. Viendo que esto era bueno, se diseminó como una religión, o una ley…
—Arpista, ¿existe de veras esa historia? —clamó Warvia.
—Aún no.
—Oh.
—Mi pueblo no se dirige a cualquiera, pero no por ello debéis pensar que nos mantenemos en silencio. Habéis visto los espejos; ellos son nuestra voz. Sabéis que todo sacerdote debe conocer cómo disponer de sus muertos; deben hablar obligatoriamente con nosotros.
La ruta se había vuelto más abrupta, y todos resoplaban malhumorados ahora.
—Sólo los más ancianos recuerdan la historia —dijo Travesera—. Cuenta de héroes de la propia especie que inventaron el rishathra y acabaron con las guerras, y finaliza con que desde entonces ha sido así. Los detalles difieren de especie a especie. Cuando aparezca la variante en la que los héroes eran Pastores Rojos, y la guerra entre unos aliados contra los vampiros…
—Será sólo una leyenda… —rio Tegger; había comenzado a comprender cómo funcionaría—. Sólo una leyenda. ¿Qué opinas, Warvia?
—Puede ser… —dijo ella—. Quizá funcione. Valdrá la pena probar. Podemos mentir una vez, cariño, si nos evita tener que mentir a cada paso.
Una roca tan grande como una ciudad estaba partida al medio en forma vertical, y los puntoaltinos los guiaban por la fractura. Cintas de color se veían a través de las paredes de la grieta.
—El hielo hace esto —comentó Deb—. El agua cae en la roca. Se hiela, se descongela y se hiela otra vez. La roca se rompe.
El viento aullaba a través, gélido, mordiendo cada centímetro de piel expuesta. Los ojos dolían. Tegger caminaba con los ojos apretados, sintiendo el camino con los pies; siguiendo a Warvia, a quien supuso cegada también.
Una gran mano en el pecho lo detuvo. Abrió una ranura de su ojo izquierdo.
Finalmente allí había un lugar donde refugiarse del viento: un túnel rocoso que se internaba en la montaña. Pero estaban detenidos a la salida de la fractura, con la boca de la caverna apenas a la vista. Desde la grieta, una cuesta de piedra partida trepaba hacia la entrada.
Barrey habló por primera vez:
—Tegr, no hay refugio ahí.
—¿Por qué no? —preguntó Tegger—. ¿Hay monstruos adentro?
—Sí. Vishnishti.
Apoyaron la placa sobre el canto y la encararon hacia la cueva. Barrey se llamó a silencio nuevamente.
—Luis Wu, ¿puedes ver? —dijo Saron.
La telaraña de bronce habló:
—Sí, se alcanza a ver algo. ¿Qué profundidad tiene la caverna?
—Pensamos que cruza toda la montaña. Ninguno de nosotros ha llegado tan lejos.
—¿Habéis entrado allí?
—Muchos de nosotros hemos sido refugiados allí en momentos en que brillaba la Luz de Muerte —habló Deb—. Sólo podíamos salir de noche a cazar. Cuando la Luz se retiraba, nos sacaban de allí y nos prohibían regresar.
Una voz susurrante dijo:
—Describe a los vishnishti.
Tegger y Warvia cruzaron las miradas. Esa voz debía pertenecer al vashnesht Bram…, pero sonaba parecida a la de Murmullo.
—Los vishnishti cuidaron de nosotros —dijo Deb—, pero nunca vimos a ninguno.
—¿Cómo? ¿Nunca?
—Pero de vez en cuando, uno de nosotros desaparecía. Había un límite para penetrar en el Pasaje. Sabíamos que la muerte nos esperaba ahí, pero también había muerte afuera del túnel.
—¿No podíais encontrar o fabricaros otro refugio? La roca detiene la radiación… me refiero a la Luz de la Muerte.
—Lo sabemos —aseguró Deb—. Meteros en cuevas, dijeron los vishnishti. Pero… ¿hacer casas de roca? La montaña las derrumbaría sobre nuestras cabezas…
—Mis compañeros —dijo la voz de Luis Wu— me están mostrando una imagen de un lugar situado varios días de marcha por encima de vosotros. Es sorprendente cuántos detalles pueden apreciarse desde lejos, Deb. La montaña en la que vosotros vivís es un cono truncado, pero alrededor de ese túnel se ve como un pilón de arena apoyado contra la pared, con un tubo saliendo de ella.
Ellos esperaron a que Luis Wu se explicara mejor.
—Sí… Lo que quiero decir es que el Pasaje es más antiguo que la montaña, y mucho más fuerte. Hecho de scrith, probablemente. La montaña se derrama hacia abajo a causa de su propio peso, pero el Pasaje se mantiene en su sitio, y los vishnishti han de mantener la entrada limpia cada vez, cavando en los detritos. ¿Podéis llevar la cámara adentro?
—¡No! —dijeron los puntoaltinos al unísono.
—Nos lo han prohibido —aclaró Deb—. Si nos vieran, nos matarían…
—Nos hemos mantenido en la roca —añadió Saron—. No quedarán huellas ni olores de nuestro paso. Si los vishnishti se enteraran que hemos estado cargando esto… —señaló la placa—, seremos muertos.
Arpista protestó:
—El Ojo de Luis Wu ha viajado demasiado para ver tan poco…
—Así están las cosas, lo siento. Harrid, camina detrás de nosotros. Si ves que dejamos alguna huella, hazla desaparecer. Arpista, ¿podrás tomar el lugar de Harrid llevando la placa?
—Dejad la placa ahí —dijo una voz.
Nueve homínidos se paralizaron. Tegger no pudo ver a nadie más. Y esa no era la voz de Bram, ni la de Murmullo, pero tenía la misma cualidad susurrante, el mismo impedimento al hablar.
Los puntoaltinos comenzaron a retroceder por la falla, en completo silencio. Tegger y Warvia los siguieron, guiando a los Amos de la Noche, quienes estaban prácticamente cegados bajo sus grandes sombreros. Dejaron la telaraña de bronce en la salida de la grieta, y no volvieron la vista atrás.