El Hombre Nudoso
LA AGUJA CANDENTE DE LA CUESTIÓN, 2892
La Aguja Candente de la Cuestión había sido construida dentro de un fuselaje número tres de Productos Generales, con muros interiores agregados que separaban al capitán titerote de su tripulación alienígena. Hace tiempo que la Aguja era usada como habitación antes que como nave. Ya no podía exceder la velocidad de la luz debido a que Luis Wu había roto los montantes del hipermotor once años atrás, por lo que en ese momento parecieron buenas razones. Luego la nave misma había sido sumergida en lava durante las negociaciones con el protector que una vez había sido Teela Brown.
Durante ese período y luego, el Inferior había distribuido discos pedestres por la nave, el Centro de Reparaciones y en otros sitios.
Luis esperó aparecer en el cuarto de la tripulación. El Inferior no tenía necesidad de sugerir —tal vez ni siquiera se le ocurrió hacerlo— que Luis entrara rápido.
La plataforma cayó rápido por el sobrepeso. Luis absorbió el golpe doblando las rodillas, pero aún así perdió el equilibrio.
—¡Alguien me ha seguido! —gritó, pero…
… pero todo estaba en marcha allí.
Miles de titerotes de Pierson giraban, se arremolinaban y pateaban en el escenario, a su izquierda. Esto debería haberlo distraído, pero no fue así. Luis y Chmeee habían aprendido a ignorar esa parte de la nave. Ése era el sector del Inferior, y la pared transparente que los separaba no era de vidrio, sino del material invulnerable que formaba los cascos de Productos generales.
Pero el alienígena de dos cabezas y tres piernas —con su melena adornada y enjoyada en moda formal— no estaba ahí, sino entre la cocina y un ataúd tan grande como una cabina de transferencia yaciendo de lado.
Un viejo nudoso con una vestimenta blanda corría hacia el Inferior, sus codos y rodillas moviéndose a alta velocidad.
Un disco pedestre oculto llevaba a los cuarteles del titerote; era invulnerable allí. El Inferior debía estar cerca de él, pensó Luis.
Pero el instinto debió ser más fuerte. El titerote se giró, dando la espalda al ataque.
Todo sucedió muy rápido. Luis aún estaba recuperando el equilibrio. El Inferior había girado, sus cabezas apartadas del cuerpo, mirando hacia atrás: visión binocular basada en tres patas, buscando un blanco. Su poderosa pierna trasera se encogió y tiró una patada al hombre nudoso que se le acercaba.
La patada del Ser Último había sido muy buena, y dio justo en el blanco. Luis escuchó un ruido a metal: el hombre nudoso debía estar usando un peto. Protegido o no, tal patada hubiera puesto en coma a cualquier homínido normal. El hombre nudoso giró al recibir el impacto, y sus pies se alzaron del piso; pero una mano velocísima aferró el tobillo del Inferior para aprovechar la reacción cuando el titerote la echara hacia delante de nuevo para una segunda patada. Entonces eludió el casco y descargó un puñetazo en la melena enjoyada del titerote, en el lugar donde las dos cabezas se conectaban con el torso.
Allí estaba la bóveda craneal del Inferior.
Y Luis intentaba apuntar con su pistola láser. Demasiado tarde, demasiado torpe: el noqueado titerote estaba ahora en medio del camino. Algo le golpeó en la muñeca y la pistola salió volando. ¿Una bola de metal? Otra más golpeó e hizo volar el cuchillo variable.
Luis hizo una violenta finta para alejarse de la cercenadora hoja de alambre.
El Inferior estaba caído hecho una bola, las cabezas y los cuellos metidos entre las patas delanteras. El suelo estaba cubierto de agua hasta los tobillos. La pistola caída se había sumergido, pero enviaba un haz de luz a través del casco transparente de la Aguja hacia la lava fría del exterior.
El filo del alambre no había cortado a Luis en dos —suerte ciega—, pero sentía sus manos y muñecas rotas y dormidas, estaba fuera de equilibrio… y el hombre nudoso venía a por él. ¡Un protector!
Luis se dejó caer rodando fuera del disco pedestre hacia un rincón, y comenzó a ponerse de pie. Su mano derecha era ahora un mar de dolor. La izquierda estaba sólo dormida.
En el espacio que él había dejado libre, algo enorme apareció de repente. Se mantenía en pie, tan grande como un oso de color anaranjado, portando un pequeño cañón en una de sus grandes manos.
El hombre nudoso giró, se zambulló hacia el cuchillo variable de Luis y en el mismo movimiento lo hizo pasar a través del enorme intruso… del kzin. El cañón salió volando, con los dedos aún aferrándolo. El kzin se encogió, lanzando un alarido. El hombre nudoso aún tuvo tiempo de hacerse con la pistola láser, y la blandió en clara amenaza.
—No te muevas —dijo—. Morador de la Red, tú tampoco te muevas. Luis Wu, tampoco lo hagas. ¿Quieres que tu contrato te lleve a la muerte?
Los labios del hombre nudoso habían crecido a partir de sus encías. Las encías se habían pelado hasta el hueso, y sus mandíbulas habían crecido a través hasta formar un pico dentado. Hablaba con cierto impedimento, pero en Intermundial. ¿Cómo habría aprendido Intermundial el hombre nudoso? ¿Escuchando secretamente al Inferior?
—¿Mi contrato?
La realidad llegó en olas, lavando el dolor. Hace once años él ya había estado en un problema semejante. Luis dijo, atascándose:
—Sí, bajo condiciones sólo sujetas a mi propio juicio. ¿Aceptas mi contrato?
—Sí —dijo el hombre nudoso.
Después de lo que había pasado antes, esto era sorprendente.
El macho kzin sangraba profusamente de su mano, a la que sólo le quedaba el pulgar. Se apretaba la muñeca, intentando detener la hemorragia. Sus ojos miraron a Luis.
—¿Qué debo hacer? —le dijo, también en Intermundial.
—Levanta tu mano sobre tu cabeza. Mantén la presión sobre la muñeca. No intentes luchar: él es un protector. Inferior, prepara el… ¡Inferior, la siesta ha terminado! Para todos nosotros.
El titerote asomó una cabeza.
—Dime, Luis.
—El autodoc, tú habías dicho que podías prepararlo para tratar a un kzin.
—Sí.
—Hazlo. Luego me dirás qué ha pasado. A propósito, el tiempo cuenta triple, porque esto es una auténtica emergencia.
El Inferior no estaba en su mejor forma.
—¿Curar la herida a un kzin extraño?
—Hazlo ahora.
—Pero, Luis…
—¡Estoy bajo contrato! Esto es para nuestro mutuo beneficio. ¿No te das cuenta de quién debe ser él?
El titerote se arrodilló ante el autodoc y comenzó a toquetear los controles con sus labios.
El protector aún tenía la pistola y el cuchillo variable. Luis no podía pensar en nada para explicarse aquello, o el súbito kzin extraño, o la constante molestia de la danza de los titerotes en su visión periférica.
Nej. Una cosa a la vez. Comencemos por el kzin.
—¿Quién eres tú?
—Acólito.
—Eres hijo de Chmeee —adivinó Luis. Había olvidado lo grande que parecía un macho kzin cuando uno estaba cerca de él. Éste debía de tener once años; no estaba del todo desarrollado—. ¿Aún no tienes un nombre verdadero?
—Aún no. Soy el hijo mayor de Chmeee. Lo reté y luchamos; él ganó. Me dijo: «Aprende sabiduría. Busca a Luis Wu. Acólito»
—Oh, nej… Inferior, ¿cuánto te falta?
—Unos minutos. Hazle un torniquete al kzin, Luis.
Luis se movió hacia el dispensador, lentamente, manteniendo las manos visibles para el protector. Su mano y muñeca derechas estaban muy inflamadas. La izquierda seguía dormida, pero le serviría, pensó.
La cocina tenía menús para dietas humanas y kzinti, suplementos vitamínicos, supresores de alergia, ropas y mucho más. Luis no había visto menús de farmacia, pero estaba seguro de que los había. Cuando el Ser Último lo secuestró, él era un cableta; no habría sido inteligente de su parte el mostrarle cómo acceder a los químicos recreativos.
Luis tecleó [Sol] [Nórdico] [Formal], y una selección de corbatas. Resistiendo a la tentación, eligió un patrón naranja y amarillo que se vería bien en un kzin. No permitió que sus ojos se posaran en la escopeta excavadora que había ocultado bajo la puerta de entrega once años atrás.
El olor del kzin era apenas perceptible. Acólito debió haberse mantenido limpio para hacerse menos ostensible, pensó Luis. Su pelaje anaranjado mostraba tres largas cicatrices cruzando el vientre. Aparte de eso, tenía unas manchas de color chocolate en el pelaje: en los extremos de las orejas, una tira en el final de la espalda, otra más pequeña bajo la cola y sobre una pierna. Era más bajo que Chmeee —aproximadamente dos metros diez—, pero igual de ancho: un híbrido. Su madre pertenecía a los kzinti arcaicos del mapa de Kzin.
Acólito se sentó en el suelo, para que su mano alzada quedara al alcance de Luis. Éste sujetó la corbata alrededor de la muñeca del kzin, usando su mano izquierda y sus dientes para ajustarla. La hemorragia se detuvo.
El kzin dijo, con voz cavernosa:
—¿Quién es mi atacante?
—Nej si lo sé, pero si he de adivinar… Eh, tú, hombre nudoso…
—Habla.
—El Inferior y yo hemos supuesto que un protector debía hallarse en el Centro de Reparaciones. Tú has estado derribando naves invasoras. El cálculo de tiempo ha puesto en evidencia que lo hacías desde aquí mismo. El Inferior había colocado discos pedestres por varios sitios de este Centro. Un protector podría reprogramar uno de ellos para que se activara cuando éste de aquí entrara en funcionamiento…
—Así es.
—Y luego pasarías por él, justo antes que yo, que estaba mucho más lejos y tardaría unas décimas extra en llegar. Cuidadosamente cronometrado. Me necesitabas como distracción, y contabas con los reflejos del titerote. Eso es interesante, ¿no te parece, Inferior? Has tenido un instante para escapar, pero lo usaste para patear…
—Otra vez el viejo argumento… Está bien, Luis, yo activamente di la espalda para luchar. Tú ganas.
Luis sonrió. El dolor no era tan fuerte ahora que se había dopado con endorfinas. Se volvió al kzin.
—Acólito, éste es un protector. Míralo bien. Todos tienen ese aspecto nudoso, y todos son brillantes, rápidos y muy peligrosos.
—Se ve como cualquier homínido —el kzin sacudió su gran cabeza peluda.
—¿Por cuánto tiempo has estado observándome?
—Dos días. Pensé aprender algo sobre ti antes de mostrarme.
—¿Sabiduría, has dicho antes?
—Mi padre habló de Luis Wu. Cree que aprendió de ti lo que tiene de sabio, y que yo puedo hacer otro tanto. Pero uno de los carroñeros me vio.
—¿El pequeño?
—Sí. Aquél a quien diste el nombre de Flarpa.
—Hablé con su padre también.
—He conversado con el chico. Su padre estaba cerca, escuchando, pensando que estaba oculto a mis ojos. Le conté lo que sabía de ti. No conozco secretos valiosos que deba ocultar. Pero no mencioné al herbívoro.
—¿Cómo supone que hemos llegado al Anillo?
—¿Te refieres al Arco? Le dije que tú habías conseguido una nave. No le he hablado a Flarpa sobre la teleportación. Ni siquiera le había creído a mi padre. Pero cuando te vi pasar por la cabina de transferencia…
—Era un disco pedestre, en realidad. Las cabinas de transferencia son las que se usan en el espacio conocido y en el Patriarcado, y son recintos cerrados. Éstas son mucho más sofisticadas.
—Bien, cuando te vi pasar por el disco pedestre, salté hacia él. Tomé a Flarpa y a su padre por sorpresa. Los dejé sin aliento. Mira qué sorpresa… —suspiró, y se dejó caer, cerrando los ojos.
—¿Inferior?
—Listo. Tráelo.
Luis colocó su hombro en la axila de Acólito y lo alzó. El kzin encontró fuerzas para levantarse, arrastrarse hasta la bahía de cirugía y derrumbarse en ella.
Luis quitó el torniquete y enderezó al kzin un poco. Buscó la mano cortada, hallándola al lado de las dos partes en que quedó inutilizada el arma que portaba, y la levantó.
El Ser último la tomó con una de sus bocas, depositándola en otra apertura del autodoc.
—Cierra la cubierta —dijo, y volvió a hacerse una pelota, con sus cabezas arrellanadas debajo del cuerpo.
Otra vez en shock, se dijo Luis.
—¿Buscas suicidarte? —preguntó el hombre nudoso.
Una de las cabezas se alzó.
—Demuestro desamparo. Ésta es una capitulación.
—Capitulación. De acuerdo.
El kzin podría estar ahí metido por días, probablemente.
Luis se sintió desfallecer por un instante.
El dolor lo despertó de golpe. Las nudosas manos del protector estaban moviendo los huesos de su muñeca derecha. La mano izquierda de Luis se cerró con fuerza en el brazo del protector. Gimió y lloriqueó. La realidad le llegó en olas de sufrimiento.
Sólo después de que el hombre nudoso se retirara, se le ocurrió a Luis buscar con la vista las armas. Mejor así; el protector vestía una especie de sayo con multitud de bolsillos, y vio la culata de la pistola en uno de ellos.
Ahora, ¿qué debía hacer antes de perder el conocimiento otra vez?
—El contrato… —pescó su traductor con la mano hábil y se lo ofreció al titerote—. Aquí está lo que has aceptado. Habrás de leerlo en voz alta, dado que nuestro acompañante también se ha comprometido a él.
El titerote tomó el aparato con una de sus bocas; su otra cabeza se volvió hacia el hombre nudoso.
—¿Por qué has hecho tal cosa?
—Necesito aliados que no sean protectores. Los protectores nos matamos unos a otros. Puedo suscribir una promesa formal para nuestro mutuo beneficio. Lee.
El Ser último leyó.
El hombre nudoso quizá hubiera sido mujer antes del cambio: era un poco más bajo y delgado de lo que había sido Teela cuando se volvió protector. La piel correosa y sin cabello, las hinchadas articulaciones, la cara triangular y el cráneo abultado hacían difícil determinar su género. Luis creyó detectar trazas de genitales masculinos en su desnuda entrepierna, pero no pudo asegurarse.
Tras la pared impenetrable, el holograma de un millón de titerotes seguía corriendo. El Inferior debe haber pensado que volvería a reunirse con ellos sin perder un solo paso.
—… si a su solo juicio la comisión implica un riesgo indebido… ¿A su solo juicio?
Luis sonrió y se encogió de hombros.
—… daño indebido… clara violación de étic.… ¿A su solo juicio?
—Inferior, ¿te comprometes a lo mismo? —preguntó el protector.
El Ser Último silbó indignado.
—¡Y tú hablabas de esclavitud, Luis! ¿Cómo habrás de compensarme a mí, protector? ¡Lo que yo le ofrecí a Luis Wu fue su vida! Más allá de ese punto, lo acepto.
Luis ya no podía sostenerse.
—¿Quién eres tú? —preguntó al protector.
—No necesito un nombre. Elige el que te parezca.
—¿Cuál es tu especie?
—Vampiro.
—Bromeas…
—No.
Luis estaba a punto de desmayarse.
De pronto, recordó el botiquín de Teela soldado a la placa de carga, y se alzó penosamente para alcanzarlo. Apretando los dientes contra el dolor, metió su hinchada mano derecha en la bahía de diagnóstico.
El dolor comenzó a retirarse. Un panel le hizo algunas preguntas. Sí, prefería permanecer despierto. No, no podía reponer las existencias de varias medicinas… una lista ominosamente larga.
Su brazo derecho parecía haber desaparecido ahora, y nada más le dolía realmente. Su mente se sintió lúcida, libre para jugar con las piezas de la realidad actual y hacerlas encajar unas con otras. Había acordado servir a un protector… ¿no era así? El protector había hecho lo propio con él, y esto limitaba su poder sobre Luis Wu. Y el titerote también se había atado a él y al protector, por el mismo contrato.
Podía escuchar lo que los otros estaban diciendo, pero las palabras resbalaban por sus oídos y se le escapaban. Urgentemente… invasores… fuera del arco…
—Naves de la Brazo y del Patriarcado —dijo Luis—. Apostaría por ello… —las entidades políticas siempre invadían: estaba en su naturaleza. Luis había descrito el Mundo Anillo para los archivos de la Naciones Unidas, y Chmeee habría hecho lo propio para el Patriarca. ¿Qué otras organizaciones sabían del Mundo Anillo?—. ¿La Flota de Mundos también? —preguntó al Inferior.
—¿Tan mal diseñadas, tan pobremente protegidas? —el titerote silbó—. ¡Esas naves no son nuestras!
—¿Son peligrosas esas entidades políticas? —preguntó el hombre nudoso.
El titerote pensaba que eran mortalmente peligrosas, y así lo explicó. La cabeza de Luis burbujeaba con los químicos, y no dijo palabra.
—¿Es probable que desistan de sus planes?
—No. Puedo mostrarte dónde se ocultan sus transportes interestelares —dijo el Ser Último—. Ésos no participan de la invasión directamente. Aún el láser supratérmico no podría alcanzar los blancos más alejados. Las naves que intentan aterrizar deben ser acorazados de guerra, sin motores de hiperimpulso.
—Muéstrame.
—He de pasar a mi cabina.
Luis rio dentro de su cabeza.
El disco pedestre oculto conducía sólo a la cabina del Ser Último, y no permitía el paso de alienígenas. El Inferior se encontraría tras una pared invulnerable. ¿Qué chance podía haber de que el protector permitiera tal cosa?
Un protector vampiro. Luis hizo trabajar a su boca.
—¿Qué comes tú?
—Fabrico un puré vegetal. No he probado la sangre por veintiocho falans —aclaró—; mi dieta no te pone en riesgo.
—Me alegro —dijo Luis, y cerró los ojos.
Escuchó:
—Inferior, sólo podrás romper tu contrato una vez. Ahora, muéstrame todo respecto a la flota invasora.
La respuesta del Ser Último fue una masa de gorjeos y silbidos, con tonos mezclados de un bajo subsónico. Los ojos de Luis se abrieron para ver desaparecer a los danzantes, reemplazados por un mapa espacial rotante en tres dimensiones.
El sistema estaba vacío excepto por el Anillo y sus pantallas de sombra. Se encendieron unas motas en colores codificados bastante apartadas del Arco, y varias otras distribuidas mucho más cerca. No se podía ver movimiento a tal escala, pero parecían estar tomando posición alrededor del sistema, apartándose unas de otras.
—Debo regresar a defender el Arco —dijo el hombre nudoso—. Ven conmigo.
El titerote se asustó.
—Pero… ¡los mapas sólo pueden verse aquí en la Aguja!
—Ya los he visto. Ven.
Luis se quedó solo.
Y la imagen cambió cuando se fueron. En el sector del capitán se veía ahora el diagrama 3D de algún tipo de circuito…
Suficiente. Luis apoyó la cabeza sobre la pila de plataformas y cerró los ojos.
Se adormeció, con el brazo en el botiquín. La pérdida de equilibrio lo despertaba a medias cada tanto.
Detrás de la pared trasera estaba el muelle de la naveta de aterrizaje, prácticamente vacío desde que Teela había derribado el vehículo once años atrás. Luis no podía recordar con claridad qué otras cosas se guardaban allí. Recordaba los casilleros para los trajes de vacío y las armas, por supuesto, y veía una pila de discos pedestres. Tenía la impresión de que el Ser Último había llevado adelante algunos cambios durante su forzado retiro.
Hacia estribor y babor de la nave las paredes eran negras. La aguja estaba enterrada en basalto: magma enfriado.
Una red de líneas y puntos flotaban contra la pared delantera, como un nido de hormigas visto a través de un radar de profundidad. El gráfico le hacía cosquillas en la mente.
Puntos allí, allí y allí. Esos dos unidos, y aquellos tres. Más allá, una red de diez. A la distancia, uno de los diez parecía estar formado por dos puntos superpuestos. Unos imprecisos contornos en el fondo parecían formar un mapa.
El Inferior habrá intentado mostrarle algo.
Cuando la presión en su vejiga se hizo más dura que su temor al dolor de su brazo, Luis dejó el botiquín y se tambaleó hacia el excusado. Evidentemente, aún tenía su problema orgánico. Luego se bebió medio litro de agua y marcó y comió una civilizada ensalada César por primera vez en once años, usando su mano izquierda. Ya no más aquello de comer lo que encontrara… No había pensado en ello cuando se rindió.
Examinó su brazo con mediana satisfacción. La hinchazón había remitido y los huesos parecían estar en su lugar.
Dejó el botiquín dos veces más a lo largo del día. Cuando volvía del reciclador, el diagrama le llamó la atención nuevamente.
¡Discos pedestres!
Su subconsciente debió haber estado trabajando. Ese mapa revelaba los discos pedestres que el Inferior había desplegado. Había varios desperdigados por los millones de kilómetros cúbicos del Centro de Reparaciones. Cuatro en la misma Aguja. El punto doble debía de ser la sonda de repostaje, sumergida en la Villa de los Tejedores, con el disco que había usado él y otro para el trasvasado del deuterio.
El Ser Último le había dejado aquella información. Luis la estudió, fijándola en su memoria y preguntándose por los motivos del titerote.
Y volvió a aparecer la danza de los titerotes cuando el hombre nudoso llegó.
El protector llevaba algo en su mano. Sopló en la cosa, observando la cara de Luis. La música flotó en el aire, un sonido de viento a través del bosque.
La reacción de Luis debió de ser poco satisfactoria. El protector apartó el instrumento y examinó a Luis como lo hubiera hecho un médico primitivo, probando aquí y allí para ver si algo dolía. Luego dijo:
—No falta mucho.
Luis tuvo una idea.
—La cocina puede programarse para fabricar sangre.
—¿Beberás tú primero?
—No, no lo haré. Yo no soy un vampiro. Además, el Inferior deberá reescribir el programa… No, espera, déjame probar algo.
En el muro de la cocina, Luis hizo presentar un teclado virtual para menús kzinti, todo marcado en los puntos y comas de la Lengua del Héroe. Luis conocía bastantes palabras del idioma. Rebuscó entre ellas mientras el nudoso lo miraba. Carne de Wunderland… no. ¿Carne de Fafnir? No bajo ese nombre[6]. Probemos Vida Marina. Aquí, bajo el nombre kzinti del planeta, Shasht. Carne, Bebidas. Demasiados ítems… Probemos: buscar «carne/bebidas». Cuatro ítems. Tres eran sopas, que compartían un ingrediente —shreem—. El cuarto ítem era Shreem.
Un aviso en color naranja: Fuera de la ley en Shasht/Fafnir, Tierra, Jinx, Cinturón…
Un bulbo cayó dentro del vaso, lleno con un espeso líquido rojo.
El nudoso tomó el bulbo y sujetó la mandíbula de Luis antes de que él pudiera echarse atrás; sus dedos parecían de hierro.
—Bebe tú ahora —exigió.
Obediente, Luis abrió la boca. El protector le arrojó adentro un poco del fluido pastoso; el sabor no le resultaba familiar, pero el olor era inconfundible. De todas formas lo tragó.
El hombre nudoso bebió mientras lo observaba.
—Me sorprendes. ¿Porqué habrías de hacer sangre para mí?
Durante los últimos once años, Luis Wu había comido lo que podía atrapar, o lo que homínidos desconocidos le ofrecían por comida.
—Yo no soy un remilgado —dijo.
—Sí que lo eres.
En verdad, lo que había olido y tragado le había hecho sentir unas leves náuseas.
—He respetado nuestro contrato —le dijo—. Me impulsa a actuar en tu interés. Pero tú lo has violado. He juzgado que no era correcto para mí el beber sangre humana, y así te lo dije.
—No puedes juzgar con la mente embotada de barbitúricos, y éste es el caso. Ponte el traje de vacío y ven conmigo.
—¿Traje de vacío? ¿Adónde vamos?
El protector no respondió.
Luis esbozó una sonrisa, y señaló hacia la pared trasera.
—El equipo de vacío, la naveta de aterrizaje, la esclusa de aire… todo lo que Chmeee y yo podíamos necesitar está allí, en la zona de carga. No puedo llegar allí excepto mediante un disco pedestre. El Ser Último nos tenía prisioneros.
—¿No tenías un contrato?
—No entonces.
—He aprendido cómo usar los discos. Ven aquí.
El nudoso tenía unas herramientas como de cerrajería hechas en madera dura. Se arrodilló cerca del disco y levantó uno de sus bordes.
Luis no pudo seguir lo que estaba haciendo. Sus manos trabajaban demasiado rápido. Vio que el diagrama de los discos aparecía por un instante en el sector del Inferior, y titilaba. Luego el protector volvió el borde a su lugar, empujó a Luis sobre el disco y lo siguió.
Desaparecida la naveta, la cabina de carga era en su mayor parte espacio vacío. Había trajes de vacío para humanos, kzinti y titerotes. Las paredes transparentes de la escotilla mostraban un túnel que atravesaba miles de kilómetros cúbicos de magma, que no había sido usado desde la guerra con Teela Brown.
Luis lanzó una mirada hacia la panoplia de armas, pero no se acercó a ella. Retiró un traje de presión, abierto en el torso, brazos y piernas. No necesitaría el cinturón de herramientas esta vez. Comenzó a introducirse en él, pero se detuvo dando una boqueada de dolor.
Antes de que pudiera pedir ayuda, el protector estaba allí, auxiliando a su brazo a medio curar a introducirse en la manga y guante, y luego improvisándole un cabestrillo con la corbata que había sido el torniquete para Acólito. Cerró el traje, enroscó un casco en el aro del cuello e instaló el sistema de aire a su espalda. Luego esperó que el traje se adecuara, contrayéndose a la forma de Luis.
El hombre nudoso se puso a trastear con el disco grande, el de carga que había sido diseñado para liberar a la naveta. Luis comenzó con la lista de chequeo: cámara del casco ok, flujo de aire ok, reciclador ok, contenido de CO2 y vapor de agua…
El protector lo empujó a través.