Capítulo 9

Caras Conocidas

VILLA DE LOS TEJEDORES, 2892

A través de la imagen en el acantilado, Luis estudió a la envejecida mujer, en su gastado atuendo. Conducía un vehículo a vapor colina abajo; un hombre de su raza se sentaba al lado, y otro más pequeño y de piel roja se veía asomar sobre su cabeza.

—¿Hace tres días de eso?

—Noventa horas, para ser exactos.

—Si esa es Valavirgillin, la vida ha sido dura con ella.

—También contigo, Luis. Tal vez ella se negó a tomar su rejuvenecedor…

Luis ignoró la pulla.

—Se está volviendo vieja. Once años…

Él mismo había pasado los últimos once años sin la píldora de bioingeniería que mantenía a un ser humano libre de la vejez. Vala jamás había tenido acceso a la droga. ¿Era realmente Valavirgillin?

Sí, era ella. Luis había hecho rishathra con esa mujer, once años atrás.

—Eso cambia las cosas un poco, ¿verdad, Luis?

—Está a miles de kilómetros a estribor de donde la dejé. ¿Qué es lo que busca allí?

—Destruir un enclave de los vampiros, por lo que sé. Es ella, ¿no es verdad? Bien, eso refuerza mi punto. Si yo te mostraba diez homínidos saludables, hubieras dicho que podían ser los supervivientes de un millar de muertos. Pero te mostré a una hembra que conociste antes de la tormenta de radiación, y claramente en tiempo presente. ¿Cuáles son las probabilidades ahora?

Luis se acomodó en el peñasco alisado por el agua que había elegido como asiento[2].

—¿De veras es tiempo presente, Inferior?

—Cuarenta horas atrás fue mi último contacto.

Al fin, Luis hizo la pregunta que había evitado por once años:

—Estás diciendo que Teela ha mentido respecto a los millones de muertos. ¿Porqué iba a hacerlo?

—Actuó sin tener el suficiente conocimiento. Con la superior inteligencia viene la arrogancia, Luis, y antes del cambio ella tampoco demostró tener buen sentido. Podría haber hecho lo que yo hice, si hubiera tenido mis computadoras. Teela Brown nunca imaginó lo finamente que yo podía guiar los chorros de plasma que extrajimos del sol. Los envié directamente hacia los reactores de posición del muro; nunca pasaron por la superficie principal del Anillo. La radiación que ella tanto temió nunca superó los niveles normales.

—El Muro… —dijo Luis. Estaba comenzando a creerlo.

—Sí, el Muro resultó bañado, por supuesto.

—¿Cómo afectó eso a las poblaciones de las montañas derramadas?

—A lo largo de un cinco por ciento del perímetro del Anillo, imagino que he matado a una gran cantidad.

Aún eran diez millones, cien millones de homínidos, y de una especie que Luis Wu jamás conoció. Probablemente de varias especies.

Sin embargo, Luis respondió:

—Inferior, creo que te debo una disculpa.

El Ser Último repicó como una campana. Se aseguró de grabar eso, imaginó Luis.

—Otra cosa —dijo—. Fíjate en el hombre pequeño, por encima de Valavirgillin. ¿Un Pastor Rojo?

—Sí. Pequeños carnívoros de piel roja, viven no muy lejos del Muro. Veloces corredores.

El gran carromato de repente se movió a alta velocidad, esquivando rocas a Mach 5, en medio de una fluida tormenta de sombras de nubes, y se perdió entre las peñas.

—Los perdí por algún tiempo —comentó el titerote—. Esto es de hace cuarenta horas.

Un Rojo corría por la ribera río abajo, a Mach 12 a lo menos. Luis se rio.

—Ellos no son tan rápidos…

—¿Es el mismo hombre?

—No puedo asegurarlo. Ponlo a velocidad normal.

El Rojo disminuyó abruptamente su velocidad, aunque un corredor olímpico lo hubiera envidiado aún.

—Parece ser él…

—Infrarrojos —anunció el titerote.

Una sombra roja brilló a través de la pantalla, en medio de la oscuridad. El acantilado, corriendo al costado de un río negro, entre rocas brillantes. Un cursor verde brillante destacó un punto de la imagen.

—¿Ves esto?

Se veía la mancha roja del corredor, y el cursor señaló atisbos de otra. El Rojo corría a paso firme en el centro de la imagen, y otra sombra algo más caliente se movía siguiéndolo de cerca, saltando de escondrijo en escondrijo, relampagueando entre las rocas.

—Pásalo más despacio —pidió Luis.

Ahora se veía una pincelada de rosa fuerte, luego desaparecía. Los Rojos eran rápidos, pero esa cosa se mantenía sin esfuerzo a su altura, y pasando oculta la mayor parte del tiempo.

No podía hacerse una clara noción de la forma.

—Luis, hemos visto arder a tres naves del Patriarcado. Sospeché de un protector entonces. ¿Tenemos otro protector aquí?

—¿Por qué no un simple Chacal? —sugirió Luis.

Las manchas rojas volvieron a moverse a alta velocidad, y luego la imagen cambió a luz visible aumentada; ya debía estar cayendo la noche. El Pastor Rojo corría en soledad. Cerca de él había sugerencias de movimientos esporádicos, y los ojos del hombre miraban hacia todos lados.

Algo apareció frente a él. Sacó una espada…

—Pausa —el cursor señaló—. Pastor Rojo. Hembra vampiro. ¿Ves a alguien más?

—Pon el infrarrojo —pidió Luis.

Luis contó cinco brillos, y el cursor señaló:

—Rojo. Vampiro. Estos dos son Chacales; mira.

Luis recordaba a los Chacales; a pesar de que se refugiaban entre los arbustos, reconoció sus desgarbadas formas.

Pero el quinto brillo se escondía aún de los Chacales. Pudo apreciar una mano más pequeña que las de los carroñeros, y sin pelos. Una mano de viejo, artrítica, con nudosas articulaciones.

—¿Un protector? ¿Por qué se molestaría un protector en esto?

—No lo sé —dijo el Ser Último—. Pero mira esto.

Otra vez a alta velocidad. La mujer cayó muerta. El Rojo reanudó la marcha, se detuvo, se sumergió en el agua, y de repente luchaba contra media docena de vampiros. La grabación pasó a velocidad normal. La espada giraba alrededor del Rojo… Una vampiro se aprestaba a atacarlo por la espalda, pero la mano nudosa arañó su tobillo.

El personaje oculto tenía el color del barro, como si se hubiera camuflado. Su mano sólo tocó el tobillo a la vampiro, y luego se retiró. Ella tiró unos manotazos al aire, contra la nada, y luego volvió al ataque, para caer atravesada por la espada.

—Un minimalista —dijo Luis. Un sonido murmurante pugnaba por ocupar su atención.

—Un ser reservado —concedió el titerote.

El Rojo volvía a correr por el fango. Los vampiros convergieron hacia él, y luego se perdieron en la distancia.

—Estuvo fuera del alcance de mis instrumentos por un tiempo. Casi perdí al ser escondido, también, y eso realmente me importaba. Mira.

La imagen de la cámara se columpió hacia el río, capturó un chapoteo, luego se movió rápidamente hacia la sombra.

—No lo veo…

—Aquí está. Infrarrojo. El acechante es casi invisible.

—Sí. Está buceando, por supuesto, perdiendo calor. ¿Hacia dónde va? ¿Hacia el refugio de los vampiros?

El Inferior corrió la secuencia otra vez, ahora con realce de iluminación. Splash. Algo emergió del agua y corrió por la isleta en forma espasmódica. Pausa. No era una buena vista, pero la silueta era claramente homínida. Al quitar la pausa, se refugió en la sombra.

—Esa fue la ultima vez que lo detecté. Claramente no es un vampiro. Protege al Rojo, y tal vez también a sus compañeros. Pero se mantiene oculto a toda costa.

Un crujido de arbustos reveló a los Pescadores y Navegantes, alineados al borde de la alberca, contemplando a Luis Wu flotar en el aire[3], y a la imagen de distantes montañas que se veía sobre la roca.

—¿Qué más has conseguido? —preguntó Luis.

—Nada de interés, desde hace tres horas.

—Bien. Inferior, mi mente necesita reposo.

—Espera un momento. Esa cosa…

—Esa cosa está a treinta y cinco grados de arco, cinco minutos y medio a la velocidad de la luz. No puede lastimarte. Aunque creo que estás en lo correcto: es un protector.

—Luis, debes aceptar cuidados médicos.

—Tú no tienes un autodoc. Lo pusiste en el módulo, ¿recuerdas? El módulo ya no existe.

—La cocina en la cabina de la Aguja tiene un menú médico. Luis, ¡puede hacer el revitalizador!

—El revitalizador no me ayudará, Inferior; sólo me hará más joven.

—¿Estás…?

—No, no estoy enfermo. Pero los humanos enferman, Inferior, y aún recuerdo bien porqué no tenemos ahora un autodoc. Chmeee y yo no vinimos aquí en forma voluntaria. Pensaste que quizá nos negáramos a operar el módulo de aterrizaje, y por ello pusiste el autodoc allí, para obligarnos. Y Teela lo incineró luego.

—Pero…

—Deja la pantalla abierta. No quiero que ellos piensen que les estamos ocultando algo —Luis se alzó en la plataforma y la hizo girar.

—¡Luis, estoy harto de que no me escuches!

Se lo pensó dos veces… Pero se había negado a escuchar al Inferior por once años, y ¡nej!, había tenido que disculparse por ello, abochornado.

—Habla.

—Tengo mis propias facilidades médicas.

—Oh, seguro —el Ser Último estaría seguramente protegido de cualquier daño o enfermedad concebible. Nessus había perdido una cabeza durante la primera expedición, y sin embargo la recuperó luego—. Un autodoc para un titerote de Pierson. ¿Qué podría hacer por un humano?

—Luis, esta tecnología que uso es de origen humano. Le compramos el equipo a un policía kzin en Fafnir, pero aparenta haber sido algún prototipo de la Brazo, de hace más de doscientos años, robado del sistema de Sol. El artefacto usa nanotecnología para hacer reparaciones incluso por dentro de las células. Nunca hubo un segundo prototipo. Lo he modificado para que admita tanto humanos, como kzinti o titerotes.

Luis se reía.

—¡Nej, vaya si eres meticuloso!

La mayoría de lo que había a bordo de la Aguja era de manufactura humana, y lo que no lo era estaba cuidadosamente oculto. Si el Ser Último era capturado mientras raptaba a su tripulación, no se podría echar culpas sobre la Flota de Mundos.

—Qué pena no haberlo visto nunca —dijo Luis.

—Puedo desplazarlo a la cubierta de la tripulación.

Luis sintió un ramalazo frío correr a lo largo de su columna. Giró y dijo:

—Te estás burlando de mí, y estoy demasiado cansado para pensar. Hasta mañana, Inferior.

Luis estacionó la plataforma cerca de la casa de visitas. La hierba seca crujió al apoyar sus pies en el suelo. Habló a la oscuridad, en voz baja:

—Cuando estés listo para hablar, me hallarás aquí. Y apuesto a que estás usando una falda tejida.

La noche no respondió.

Sawur se removió apenas cuando él se deslizó dentro de la tienda. Cayó dormido al instante.