Capítulo 7

El Alma en Pena

Tegger estaba en cuclillas, su espalda contra la roca blancuzca, muy calmado. La maleza a su alrededor lo cubría casi por completo, ocultándolo a la vista.

Este era el modo de cazar de los Rojos, y él estaba de cacería en su cabeza, buscándose a sí mismo. Sus manos jugueteaban con la espada, rozando el filo.

Varios pensamientos sobrevolaban la mente del Rojo. Si les permitía posarse, inevitablemente estarían relacionados con Warvia. Y sabía que no podría enfrentarlos.

El constante rumor de las aguas lo adormecía. No podría escuchar aproximarse a ninguna criatura con ese ruido de fondo. Sin embargo, podría olerla, o detectar el movimiento en los arbustos a su derredor. Y con su espada tenía suficiente defensa.

Toda la acción estaba allá, en la ribera del río. En determinado momento, las negociaciones se convirtieron en alguna fiesta del baño.

Una espada también era útil para autoinmolarse. Bastaba sólo con tomarla al revés. Quizá saltar desde una roca… El pensamiento acarició su mente.

—Tegger hooki-Thandarthal…

Tegger saltó y se detuvo sobre la roca, su espada dibujando círculos en el aire, aún antes de que su mente se percatara. Los vampiros no hablan. ¿Quién…?

Una voz apenas más alta que el sonido del río, tan suave que Tegger debía casi imaginársela, le dijo:

—No te haré daño, Tegger. Concedo deseos.

Nada vivo estaba a la vista. ¿Sería un alma en pena?

—¿Deseos, has dicho?

—Alguna vez fui una mujer. Ahora ayudo a quienes buscan ser mejores personas. ¿Qué deseas de mí?

—Deseo morir.

—Eso es un desperdicio —dijo la voz, después de una breve pausa.

Tegger logró oír un chirrido de esfuerzo escondido en el susurro. De alguna manera, no creía que su espada fuera lo suficientemente rápida para defenderlo.

—Espera —dijo.

—Esperaré —el susurro se oyó aún más cerca.

Tegger había hablado dos veces sin usar el cerebro. Había evadido también una rápida muerte. ¿Acaso la deseaba? Pero si los deseos podían realizarse…

—Algo sucedió anoche; algo que no debió suceder. Deseo que nunca haya sucedido.

—Eso no puede ser.

Todo hombre en el Crucero Dos, no importa la dieta, el aspecto, el olor que tuvieran, había yacido con su mujer. Todos debían morir, pensó. Pero… ¿y las mujeres? Todos los que estaban enterados. Warvia también, aunque su mente se resistió a la idea.

«Nos han hecho esto a Warvia, a mí… ¡La culpa es de los vampiros! ¿Deberé matar a la mitad de nuestro ejército con un deseo? Indefensos, el resto moriría. Y la tribu de Ginjerofer luego…»

Descubrió, de repente, cómo se derrumbarían las tribus Rojas bajo la presión de una plaga creciente de vampiros. Hombres y mujeres, incapaces de confiar unos en otros, se separarían encolerizados. Las familias y tribus se desintegrarían. Los vampiros los tomarían entonces uno a uno…

—Deseo que mates a todo vampiro bajo el Arco.

—No tengo tal poder —dijo el susurro.

—¿Qué poderes tienes?

—Tegger, soy una mente, y una voz. Conozco cosas. A veces puedo ver cosas antes de que tú las veas. Y jamás miento.

Era una criatura bastante inútil.

—Alma en pena, tus buenas intenciones son mayores que tus medios. ¿Qué tal si deseo un pescado para comer?

—Puedo hacer eso. ¿Podrás esperar?

—Lo haré, pero… ¿porqué?

—No debo ser vista. En realidad, sería más rápido si te explico cómo conseguir el pez por ti mismo.

Verdad, la ribera estaba muy activa.

—¿Tienes un nombre?

—Llámame como desees.

—Murmullo.

—De acuerdo.

—Murmullo, quiero matar a los vampiros.

—Lo mismo que todos tus compañeros. ¿Volverás con ellos?

Tegger se estremeció.

—No.

—Piensa en lo que te hará falta. A esta altura, ya has de saber que el poder de los vampiros tiene más alcance que tu espada.

Tegger gimió, la cabeza gacha, las manos sobre las orejas. El susurro aguardó a que se tranquilizara, y luego dijo:

—Necesitarás defensas. Podemos hacer una lista.

—Murmullo, no quiero tratar con ninguno de ellos.

Rememoró las largas noches durante el último falan, entre la gente del Thurl, y las veces que él y Warvia intentaron explicar porqué su naturaleza monógama los hacía superiores a la lujuria del vampiro. Eso irritó a las otras razas.

—El primer vehículo está vacío, salvo por Arpista. Duerme, pero aún si despertara, no te molestará. Toma lo que necesites.

Vala deseaba incorporarse al espíritu del asunto.

El agua estaba fría. Había que mantenerse activo para no perder el calor. Parecían estar bañándose unos a otros. Las discusiones que involucraban fisonomías o rishathra podían resolverse con sólo señalar. Chitakumishad y Rooballabl intentaban una disposición que dejaría la boca de Chit por sobre el nivel del agua. Beedj y Twuk miraban y hacían sugerencias. Los parásitos habían sido removidos ya, pero los Recolectores aún tenían éxito con las picazones en la espalda.

Barok se dio vuelta, sonriendo. Sus manos tomaron a Vala de los hombros y la giraron firmemente, y luego comenzó a rascar la espalda de ella con algún tipo de alga peluda.

Todo era maravillosamente amistoso, como siempre lo era entre especies que no competían por las mismas necesidades. Pero sería perfecto si sólo Warvia y Tegger salieran de la cabina y vinieran corriendo, tomados de las manos.

Vala miró sobre su hombro. El sonido del río cubriría su voz.

—Sabarokaresh, necesito tu ayuda. Os necesito a ti, a Kaywerbrimmis y Chitakumishad.

Barok continuó con sus friegas.

—¿Qué clase de ayuda?

—Quiero que vengan conmigo; echaré una mirada en el Crucero Dos.

Sus manos se detuvieron. Miró alrededor.

—No me parece que haya que molestar a Chit ahora.

—No. ¿Piensas que lo logrará?

—Creo que sólo conseguirá ahogarse. Allí está Kay. Curiosa vista.

Kaywerbrimmis yacía sobre su estómago, de la cintura hacia abajo en el agua, dibujando mapas en el cieno de la orilla con las puntas de los dedos. Una de las personas del Río a su lado le aconsejaba. Vala se movió hacia el costado libre de Kay y lo interrogó:

—¿Algo que aprender?

—Tal vez.

—Concédeme un rato de tu tiempo. Te necesito con Barok.

Él miró alrededor, estudió la cara de ella y decidió no hacer preguntas. Se empinó sobre sus piernas, y ayudó a Vala a salir del agua, tan desnuda como él y Barok. No había chance de que se acercaran a la pila de ropas.

Ella andaría desnuda por siempre, si no lloviera tanto. ¿Era tan peligrosa la ropa? Pero no era sólo cuestión de limpieza. Un vampiro podía haber aprendido que había sangre fresca bajo una capa de tejido o cuero.

Pero no eran las ropas lo que hubiera buscado, sino su mochila.

Una mochila se vería incongruente en una mujer desnuda.

Oh, bien, seguramente no habría de qué preocuparse.

Cuando los tres estaban lo suficientemente lejos para evitar ser oídos, Vala preguntó:

—Kay, ¿cómo actuó Warvia anoche, durante…?

—Rishó con todos nosotros.

Ella se subió a la plataforma.

—¿Estaba molesta?

—Lo estaba. A veces intentó salir afuera. Tal vez sólo para librarse de nosotros, o tal vez para irse con los vampiros. La hubieran atraído, de todos modos. Ella no era inmune, según decía.

—Kay, nadie creyó tal cosa…

—Warvia sí se lo creyó. Imaginarás que no podíamos dejarla salir. Cuando llegó el día, intentamos que se calmara al respecto —Kay hablaba masticando las palabras—, pero no funcionó. Tal vez una mujer, o alguien que no hubiera estado allí… podría hacerla hablar.

—Lo intentaré.

Vala liberó la traba de la poterna e ingresó en la cabina.

No estaba demasiado oscuro. La luz se filtraba por la torreta del cañón. Vala olfateó los fantasmas de viejos cargamentos y esperó a que sus ojos se acostumbraran.

Pólvora. Minch y pimentena. Grandes pilas de pasto para Twuk y Paroom. Jabón: una sustancia extraña, fabricada por una especie que habitaba lejos a estribor. Olfateó buscando viejos tufos, el sudor frío de las gentes refugiadas contra el ataque, la agonía de los heridos; pero esos olores habían sido limpiados. No había trazas de olor a sangre.

Trepó por la escala hacia el cañón. Ni signos de Tegger.

Kaywerbrimmis asió su tobillo. Ella sollozaba a medias.

—Oh, flup, estaba tan segura de que todo estaría cubierto de sangre… Tegger habría adivinado, ¿y cómo podría Warvia mentirle? ¡Warvia!

Los pies de la Roja colgaban como muertos de la tronera del cañón. Vala se asomó hacia adentro por la apertura.

—Warvia, ¿dónde está él?

No hubo respuesta.

—Bien, ¿cómo lo ha tomado?

—Está muerto por dentro —respondió al fin.

—Warvia, querida aliada, nadie creyó realmente que fuerais inmunes a la esencia de los vampiros…

—Pensé que me mataría —dijo ella—. Esto jamás había cruzado por su mente.

—¿Podemos hacer algo por él?

—Supongo que querrá estar solo.

—¿Y tú?

—Yo también.

Vala bajó por la escala.

—No puede perderse —aseguró Kaywerbrimmis—. Puede seguir el río, o las huellas de los cruceros. Tal vez sólo necesita algo de tiempo para digerir lo que ha sucedido.

Ella asintió con tristeza. Kay miró al cielo.

—Vala, hemos de mover los cruceros.

—Tomaré la retaguardia —mientras los tripulantes preparaban el Crucero Uno, tal vez ella pudiera encontrar a Tegger. Pero no lo creía posible—. Mantén tus ojos en Warvia, ¿quieres? ¿O deberá venir conmigo?

—Tómala. Eres el jefe, y ella tiene los mejores ojos…

—Ésa no es la razón.

—Pero es una excusa válida. Ella podrá hablar contigo porque… —y se encalló ahí.

—Porque no ha rishado con nadie del Crucero Uno.

—Exacto.

—Tú eres un macho, Kay…

—Jefa, apenas puedo imaginarme cómo se sentirá Tegger ahora. Estas cosas no les suceden a los Rojos…

Tegger se descolgó en silencio por la abertura del cañón del Crucero Uno. No se veía nada viviente en torno, y por ello se sobresaltó cuando la voz susurró al lado mismo de su oreja:

—¿Tienes todo lo que necesitas?

Se mantuvo agazapado, y habló en voz baja.

—Trapos y pimentena. Jabón. Ropas limpias. Mi espada. Seguiré el río, de modo que no necesitaré llenar de agua la cantimplora. La llené con alcohol, que puede resultar útil.

—No lo beberás, espero.

—El combustible arde —métete en tus cosas, pensó.

—¿Planeas matar lo que aparezca, o piensas en algo más elaborado?

—No tengo mayor idea. Ellos viven bajo una ciudad factoría, una enorme estructura flotante. Murmullo, si nosotros…

—Si tú, dirás.

—Si yo no puedo destruir su refugio, no habré logrado nada. Si no puedo… hacer algo grande…

—¿Por tu honor?

—Sí. Por lo que hizo Warvia… yo… yo no soy nadie ahora. Debo ser alguien por mí mismo.

—Pide un deseo.

—Destruir el Nido de Sombras.

—Lo harás.

—Hacerlo caer. Aplastarlos debajo.

—Eso puede ser algo difícil.

—¿Difícil?

Tegger cargó su bulto al hombro. Se dio cuenta de que tres de los de la Máquina entraban desnudos al otro crucero. Eso no era peligroso, pero tal vez luego revisaran éste, de modo que saltó al suelo y se deslizó entre los arbustos.

Siguió conversando para sí mismo, o para el aire.

—¿Difícil, dices? ¡Es imposible! No puedo invadir un nido de vampiros. Si pudiera subir a la factoría… Pero tendría que volar.

—¿Qué esconde Valavirgillin?

—¿Eh? Hum. El Pueblo de la Máquina tiene sus secretos —dijo Tegger.

—Ella sabía que tú y Warvia sucumbiríais a la lujuria provocada por la esencia. Sin embargo, aún cree que su pequeño ejército tiene oportunidades de vencer. ¿Sabe acaso algo que nadie más conoce?

La mente de Tegger pugnaba por cerrarse; la angustia subía por su garganta. Casi lo descubren. Lo hubieran visto… Su mente no tenía que ceder a la histeria de su cuerpo. Piensa.

El primer pensamiento coherente que tuvo por largo tiempo fue que acababa de oír la primera orden de Murmullo, oculta en la frase.

Luis Wu, del Pueblo de la Esfera, había visitado a la tribu de Ginjerofer. Valavirgillin lo conoció también, probablemente mejor, dado que el rishathra era una de sus habilidades. ¿Le habría revelado Luis Wu algo a ella?

Y la había visto desnuda un momento antes.

—La bolsa de Valavirgillin. Debe estar con sus ropas. Murmullo, ¿dónde están las ropas de Vala?

—Estoy viendo la playa… allí. La bolsa está en el llano barroso, pero la puedes alcanzar con una rama desde los arbustos.

—Oye, yo no soy un ladrón. Sólo quiero ver qué lleva.

—¿Qué sucede si Valavirgillin oculta conocimientos que servirían a sus compañeros? —dijo la voz.

—La información es propiedad de quien la tiene.

La voz no respondió.

¿Estoy loco acaso?, se preguntó. Al fin y al cabo, esa alma en pena no había dicho nada que su propia mente no pudiera decir. Los sucesos recientes lo debían haber vuelto loco. ¿Estaba oyendo realmente voces?

Warvia también habría sufrido un shock destructivo. ¿Qué sentiría ahora? La terrible verdad era que debía estar tan insana como Tegger.

Y él avanzaba a rastras entre los arbustos como un predador, y su presa era una bolsa que no le pertenecía.

Se detuvo, prestando atención a los sonidos de los arbustos, a Murmullo o a los otros. Nada.

Debía estar lunático para sospechar de la mujer del Pueblo de la Máquina. Esta guerra era puramente de Valavirgillin. Incluso había logrado involucrar a los Amos de la Noche, cuando un megalomaníaco hubiera más bien reservado todo el poder para sí mismo. De hecho, la artillería de Valavirgillin había salvado sus vidas…

Allí estaban sus ropas, lavadas y colgadas de los arbustos, y la mochila. Podía echar un vistazo.

No hacía falta que se descubriera; con su espada la alcanzaría. Deslizó el extremo de la hoja bajo la correa y jaló el bulto hacia él, deslizándose luego hacia la protectora sombra de los arbustos.

La mochila se abrió completamente, como otras que había visto, pero a diferencia de aquéllas poseía una buena cantidad de bolsillos. Cuero por fuera, y por dentro un suave tejido como recubrimiento. El encendedor era tan bueno como el suyo propio, conseguido por canje lejos de allí. Una manta, una bonita cantimplora —vacía—, una caja conteniendo jabón húmedo, balas y una escopeta de mano descargada.

Esa arma podría ser la diferencia entre la vida y la muerte para Tegger. Entre ser un ladrón y ser un… bien, no había palabra para designar a lo que él y Warvia eran ahora, pero todo homínido conocía la palabra «ladrón».

«Lunático, tal vez», se dijo. Intentó guardar las cosas tal como las había encontrado. ¿Podría devolver el bulto a su lugar sin generar sospechas?

Suspiró en medio del silencio. «No me apropiaré del secreto de la pólvora del Pueblo de la Máquina; eso sí sería de ladrones», se dijo, y comenzó a arrollar la mochila nuevamente… pero se detuvo, y la abrió de nuevo. Había sentido algo frío al tacto.

El recubrimiento interior: estaba frío. Y el frío se iba apenas lo tocaba.

Lo restregó con los dedos. Su tejido era demasiado fino como para apreciarlo a cierta distancia. Eran capas, varias capas.

Separó una de las capas y tiró de ella. Se rompieron las costuras, hechas con un hilo de un material menos robusto, y la capa se despegó.

Era algo semitransparente, muy delgado. No veía la manera de volverlo a su sitio ahora. ¿Qué sería aquello?

¿Qué interés tendría Murmullo por aquello?

Se guardó la tela que había retirado, enrollándola y metiéndola en la cintura de su falda. Sería menos ostensible que desapareciera sólo uno de los filmes, que la bolsa entera. Cerró la mochila, y volviendo al arbusto la restituyó con la espada, esperando haber acertado en la rama correcta.

Sus antiguos compañeros andaban por la playa y entre los pastizales. Quizá lo estuvieran buscando… Sería mejor que echara a andar.

Se desplazó en cuclillas entre los arbustos hasta que éstos dieron paso a un llano despejado. Luego rompió a correr por el cieno, perdiéndose en la niebla que se estaba levantando.

El río se ensanchaba, lo mismo que la costa barrosa. Los cruceros ya estaban fuera de la vista, gracias a la bruma.

No le preocupaban los Seres del Río. Sus ojos, que debían ver tanto en el aire como en el agua, tendrían seguramente problemas para identificarlo. No podían nadar más rápido de lo que él corría, y apenas podían moverse fuera del agua. ¿Cómo iban a dar la alarma a los cruceros? Él corría más rápido que las noticias acerca suyo…

Tegger estaba solo, y por su cuenta.

Este conocimiento laceraba su pecho. A pesar de que los homínidos de las cuatro razas habían sido sus compañeros y aliados, no les dedicó mayores pensamientos. Su congoja era por Warvia. Nunca desde su unión, en su lejana niñez, se habían separado por más de unos pocos días.

Pero ahora, el mundo tendría que cambiar antes de que la pudiera enfrentar nuevamente.

El suelo que pisaba fue modificándose a medida que corría. Arena. Guijarros. Un grupo de árboles abriéndose paso por entre las peñas de un risco desnudo, cerca del agua. Un estrecho con rápidos luego, y se vio obligado a trepar por el costado de un acantilado para eludirlos. Tres vampiros adultos y uno cachorro, acuclillados en la exigua sombra que proporcionaba el saliente de las rocas al otro lado del río, lo contemplaron mientras corría, demasiado lejos para tener chance.

Corrió todo el día.