El Paso del Corredor
La Barrera de las Llamas parecía gastada y erosionada.
Nadie salvo Valavirgillin las podía ver de esa manera. Luis Wu, del Pueblo de la Esfera, le había enseñado a ver el mundo como si fuera una máscara. Él y sus extraños acompañantes habían visto el lado opuesto, negro como la noche, donde los mares eran ampollas, las cordilleras eran sartas de pozos, y enormes cañerías extraían el flup de los fondos marinos para verterlo en las montañas derramadas.
Algún ente había tallado la Barrera de Llamas para adecuarla a un capricho estético, y labrado varios pasos en la cordillera para conveniencia de los viajeros. Algunas tribus de los Rojos habían seguido la retirada de los girasoles esclavistas, cruzando por el paso del Corredor. Dos de esos mismos Rojos guiaban ahora a los cruceros.
La noche mordía el borde del sol para cuando los cruceros superaron la cresta del paso del Corredor. Ninguno de ellos había visto el cielo claro en semanas, por lo que se gloriaron en ello. Las nubes sin límite quedaban debajo. La nieve no era muy profunda, pero lo suficiente como para que las ruedas resbalaran. Vala tenía problemas para conducir en línea recta. A derecha e izquierda las montañas ardían, debido al reflejo de la luz solar en las pendientes nevadas.
Debajo y por detrás del puesto del conductor, escuchó a Waast hablar con alguien fuera de su vista.
—Cuando cruzamos nosotros, no había nieve. Los girasoles la habían evaporado.
Tegger fue quien le respondió.
—A los girasoles no les gustan las nubes. Queman todo lo que se mueve. Oye, Waast, ¿es buena idea separar los vehículos tan cerca del anochecer?
—Quien decide es el Crucero Uno —dijo firmemente la Gigante.
El Rojo frunció el ceño.
—Por supuesto que el piloto es quien da las órdenes. Pero presta atención a esto: las parejas han sido separadas. Valavirgillin y Kaywerbrimmis, Travesera y Arpista también… Kaywerbrimmis y Chitakumishad son ambos machos; ¿qué sucederá si los vampiros vienen? Warvia y yo estamos siempre separados. Beedj está contigo, Paroom con Twuk y Manack con Coriack, pero ¿qué hay del resto?
Vala guió el Crucero Uno ladera abajo, fingiendo no haber escuchado la conversación. Esa era la típica manera en que un Rojo expresaba su descontento: cuchicheando a las espaldas de uno. ¡Parejas!
La siguiente curva del camino reveló un ancho río de aguas marrones a lo lejos.
Los Rojos eran monógamos, y se emparejaban. No les agradaba que los separaran, pero cada crucero requiere un guía. Lo mismo pasaba con Kay y Vala: dos cruceros necesitan dos conductores… ¡Pero ella no era la pareja de Kay!
Y aquí llegaba Pilack a la carrera, por delante del Crucero Dos. Vala cortó la línea de combustible y dejó que el crucero se detuviera.
Los Recolectores corrían como el viento. Pilack la miró desde abajo, sonriendo mientras recuperaba el aliento.
—Kaywerbrimmis quiere subir más arriba.
Ella atisbó hacia atrás. A la izquierda del paso, la ladera era suave. Kay debía estar más allá del borde visible de la nieve, y querría tener una mejor visión del frente.
—¿Hemos de esperarle aquí?
—Dice que no lo esperes. Detén el crucero si encuentras problemas. Te tendremos a la vista, e iremos hacia ti si lo necesitas —dicho esto, desapareció.
Sobre la colina, la tripulación de Kay aliviaba de carga el crucero. Eran varias toneladas. Sin Paroom y Twuk, hubieran tardado horas. Pero poco rato después el Crucero Dos volvía a moverse. Kay iba a los mandos, y el resto caminaba detrás, todos excepto Travesera, por supuesto. La hembra Chacal no se levantaría hasta medianoche.
Una curva los puso fuera de la vista.
El Crucero Uno contaba con Valavirgillin y Sabarokaresh, Waast y Beedj, Manack y Coriack, Tegger y Arpista. Viajaban fuera de la cabina de carga, sobre la plataforma. La cabina nunca había estado tan limpia, tan desodorizada. Arpista hubiera deseado refugiarse en su oscuridad, pero prefirió hacer como el resto, y cumplía sus turnos bajo el toldo, recostado sobre la cubierta y bajo unas mantas.
Los representantes del Pueblo de la Máquina en el Crucero Dos eran ambos machos. Vala y Kay habían dudado en tomar a Chitakumishad. Hubieran preferido a Sopash, pero nadie quería arriesgar su embarazo. Chit se había vuelto medio loco durante el ataque de los vampiros, pero al menos era un tipo despierto y hábil con las herramientas.
Pero todo estaría bien. Siempre habría el rishathra.
El Uno estaba debajo de la capa de nubes ahora. La luz menguante revelaba que el sol ya estaba cubierto por la mitad. ¿Qué era aquello que se movía allá en el río?
—Tegger, necesito tus ojos. Mira hacia el río y dime qué ves.
Los Recolectores eran cortos de vista; apenas podían verse los pies. Los de la Máquina tenían buenos ojos, pero ninguno como los Pastores. Tegger se trepó sobre la cabina de conducción, haciendo sombra con una mano sobre sus ojos; luego subió a la torreta del cañón, aún más arriba.
—Dos vampiros. Son horribles, Vala. ¿Puedes escucharlos?
—No.
—Creo que están cantando… Oye, una forma negra está saliendo del agua. ¿Cómo se ven las Gentes de las Aguas?
—Negros y húmedos. De tu tamaño, pero compactos y sinuosos…
—Brazos cortos —continuó Tegger—. Manos grandes con dedos palmeados… ¿Los pies también? Han tentado a uno de ellos. Ahora uno de los vampiros se aparta río abajo. Supongo que será cuestión de géneros, no puedo asegurarlo a esta distancia. ¿A que velocidad podemos viajar?
—No la suficiente.
No llegarían a rescatarlo. Ahora estaban más cerca. Vala podía distinguir dos formas blancas y una negra. Una de las blancas deambulaba por la costa; la negra se cimbreaba hacia la otra, que la recibió en sus brazos. Un momento después, la blanca se dejó caer de espaldas sobre el fango de la orilla.
La sombra negra se acercó nuevamente a ella, con los brazos extendidos. La blanca pareció asustarse y recular por la ribera, pero luego recuperó su coraje —o recordó su hambre—, se alzó y aceptó el abrazo.
Blanco contra negro. Vala pudo oír un chillido similar al de un gato de montaña, cuando la figura blanca se soltó del abrazo y corrió a lo largo de la costa, aguas arriba.
La figura negra no podía atraparla ya. Se detuvo y lloriqueó, con un desolado bocinazo.
—¿Cómo de rápido? —Tegger de nuevo.
—Llegaremos antes de la mitad del paso de la sombra, a tiempo de darnos un baño. Luego habremos de testear nuestras defensas, pienso. Será mejor que el Dos se quede allá arriba. Manack, ¿me has oído? ¿Coriack?
—Te escuché —dijo Coriack—. Crucero Dos se queda arriba hasta el amanecer.
—Corre a decirle a Kay, y luego te quedas allí. No quiero que vuelvas solo por las laderas cuando anochezca.
Beedj se había apeado, caminando al frente y a la derecha, su ballesta cargada. Barok preparaba el cañón. Tegger continuaba sobre la tronera.
El homínido negro yacía inconsolable sobre el lodo del río. Pronto giró a un lado y contempló el crucero en su descenso. Esperó.
Manack se lanzó a tierra desde la plataforma y corrió adelante. La pistola de Vala estaba en sus mano, lista.
Un vampiro cantó.
La melopea era inconfundible, y hacía rechinar sus nervios. Manack se detuvo con una sacudida. Vala no vio blanco a qué tirar.
El Ser del Río anadeó, atravesando los arbustos. El segundo vampiro se mostró tímidamente, yendo a su encuentro, levantando implorante sus brazos. Era un macho. Con el canto y la esencia abriéndose camino en su cerebro, Vala disparó.
La bala lo alcanzó bajo la axila, volteándolo violentamente. En la creciente oscuridad, su sangre parecía igual de roja que la de cualquiera de ellos. Vala había recibido un buen golpe de esencia; estiró la mano y se plantó un trapo con pimentena.
Manack vaciló en seguir adelante. El Ser del Río se lanzó hacia el herido. El vampiro se retorció en agonía, luego quedó laxo.
Vala llevó el crucero hacia ellos. El resto de la tripulación tomó tierra.
Pelaje negro y resbaladizo, piernas y brazos cortos, anchas manos y pies, cuerpo sinuoso… y ropas. El torso de la hembra del Río estaba cubierto con el pelaje marrón de alguna otra criatura. Ella miró hacia el grupo, luego se apartó del vampiro con visible esfuerzo.
—Saludos —dijo—. Yo soy Wurblychoog… —un líquido fluir de sílabas y un esbozo de sonrisa—. Vosotros no podréis pronunciarlo.
—Saludos, Wurble. Soy Valavirgillin. Dime, ¿porqué huyó el vampiro?
—Por esto —dijo la mujer, y sus manos se deslizaron por su cuerpo.
La prenda que vestía era más rígida alrededor de su cuello. Los laterales eran de un cuero suave, sin pelos, probablemente rasurado. El resto, frente y espalda, el pelaje de alguna bestia marina.
—Usamos un gel que despide un predador flotante del Lago Profundo, a medio día de camino a campo traviesa. El animal envenena a los peces y se los come, el veneno está en el gel. Embadurnamos unas pieles de nutria con el gel, luego rasuramos los laterales, para que no nos dificulten al nadar. Los vampiros detestan el veneno… Oh, pero primero debemos… debemos… —se volvió hacia Manack—. ¿Puedes tú nadar, pequeño valiente? ¿Puedes retener el aliento por un rato?
—Me ahogaría —respondió éste.
La hembra se volvió hacia Vala.
—La tribu de la Corriente sólo dispone de cuatro de estos chalecos. Antes, los vampiros solían impedirnos llegar a la costa. Desde entonces, de cuando en cuando uno de nosotros se calza un chaleco y permite que algún vampiro lo abrace; esto les enseña a dejarnos en paz. Luego podemos cazar tranquilos en la costa por algún tiempo.
—Has mostrado gran coraje.
—Mostré mi coraje para Borubble, para que me tome por esposa.
—Y de paso, llevas algo de esencia en ti… —comentó Waast.
—¡Hediondo flup! Eso no es algo para ser dicho. Tú, el Rojo, ¿puedes bucear al menos por diez respiraciones?
Tegger negó con la cabeza. Estaba harto del tema. La mujer de la Corriente suspiró.
—Hemos oído hablar del rishathra, pero nunca lo hemos practicado. ¡Siempre hemos de emparejarnos! Le daré a Borubble las buenas nuevas. Le hablaré también de las visitas. Quedaos aquí en el llano barroso, así veréis llegar de lejos a los vampiros.
Cruzó el lodo y se lanzó al río antes de que Vala encontrara algo inteligente que decir.
El agua podía ocultar otras amenazas, de modo que el grupo completo se bañó con armas de filo en las manos. Más tarde, Barok y los Recolectores caminaron río arriba para pescar. Vala lo envidió un poco, pero debía quedarse a organizar las defensas.
El Crucero Uno pasó la noche en el llano barroso. Nadie vino a visitarlos, ni vampiros ni Gente del Río.
Todo iba demasiado bien, se dijo Vala. Demasiado acorde a lo planeado. Eso la inquietaba.
Sus preparativos habían quedado terminados apenas tres noches antes.
Cuatro Rojos habían formado parte del contingente embajador, pero sólo. Warvia y Tegger permanecieron con ellos. Los otros dos machos, Anakrin Hooki-Whanhurhur y Chaychind Hooki-Karashk, fueron persuadidos de retornar al territorio Rojo, llevando instrucciones que serían la salvación de todos ellos. Whand había tenido suficiente de los vampiros, y con Sopash esperaba un hijo. Debían ser ellos quienes se quedaran para fabricar el combustible del tercer crucero. Eso dejaba a Valavirgillin y Kaywerbrimmis, los conductores que quedaban, al mando de los dos cruceros que partirían.
Habían definido los componentes de cada grupo desde el principio, pero luego discutieron acerca de ello cada noche.
Rastrillar las montañas de heces de los Gigantes durante varios días no colaboró a que aceptaran mejor a los del Pueblo de la Máquina, Vala estaba segura de ello. Pero la bosta de los herbívoros les había proporcionado varios barriles de salitre una vez cristalizada.
El mapa topográfico trazado en la tienda había ido volviéndose más elaborado y hermoso. Sólo a mediodía y medianoche podían los Chacales y las otras especies trabajar en conjunto en él, pero tuvieron un falan completo, setenta y cinco días, para hacerlo.
La mugre había sido reemplazada por greda de colores. Una vez que los testigos se hubieron puesto de acuerdo sobre las formas del paisaje, lo cocieron al fuego para endurecerlo y luego lo decoraron, marcando con arena de colores las posibles rutas para los vehículos. Ahora seguían esas líneas cuando la noche se cerró, y todos se retiraron a la cabina.
Los vampiros no atacaron todas las noches durante ese falan de preparativos, pero acudían en vastos enjambres.
No aprendían, no se comunicaban. Moonwa había montado la ventana cedida por la Gente del Pantano en la pared, hacia estribor y giro. Los vampiros atacaban siempre desde ese cuadrante, y los guerreros de cuatro especies los mataban con balas y dardos, disparándoles alrededor del borde de un escudo invisible.
Vala llegó a aprender cómo disparar las ballestas, con tanto tiempo de práctica. Disfrutó del falso sentimiento de seguridad que brindaba la ventana… Falso, porque no detenía la esencia.
El edificio principal de los Gigantes semejaba un domo, con sucios muros que iban estrechándose hacia la cima y un poste central. Era muy extenso, pero estaba atestado. Mil quinientos Gigantes de la Pradera, más mujeres que hombres, y muchos más niños, y bebés por dondequiera… generaban una fetidez que podía cortarse con cuchillo.
Wemb estaba en medio de un racimo de esposas. La alimentaban con sus manos, mientras comían ellas, y parecía disfrutarlo. Barok se llegaba hasta ella, y ella sólo debía recostarse, sin necesidad de levantarse. Se recuperaban bien, pensó Vala, después de aquella terrible noche entre los vampiros.
Barok habría de viajar en el Crucero Uno. Vala se preguntó si al final él también optaría por retirarse del juego —como habían hecho Whand y Sopash—, o si confrontaría al enemigo que se había apoderado de su hija.
Los Gigantes eran muy voluminosos, pero no les molestaba el hacinamiento. Para la Gente de la Máquina, descubrió Vala, el quid era evitar ser aplastado por ellos.
Los Rojos eran un tema espinoso. Los Gigantes se mantenían apartados de ellos.
Si tanto los Rojos como los de la Máquina parecían abrumados, ¿cómo podrían evitarlo los pequeños Recolectores? Sin embargo, desarrollaron estrategias que parecían funcionar bien. Algunos jugaban con los niños, otros acicalaban a los adultos. Sus ojos miopes hallaban parásitos con facilidad.
El Thurl, liberándose de una decena de sus mujeres, preguntó cortésmente a Vala, sin asomo de malicia en su voz:
—¿Habéis hallado lo que buscábais entre las heces?
Parecía la hora de revelar otro secreto.
—Sí, y os lo agradecemos. Cuando mezclemos esos cristales que conseguimos en las heces con el sulfuro y el carbón que los Rojos están reuniendo, tendremos el fuego que impulsa nuestras balas.
—Ah —dijo el Toro, intentando ocultar su sorpresa.
De todas formas, no podría fabricar pólvora, se dijo ella; no conocía las proporciones. Pero al menos ahora sabía que rebuscar entre la mierda no era una más de las perversiones de su Pueblo.
En medio de la calma, los cantos de los vampiros se insinuaron, y el reposo se convirtió en tenso silencio.
Pero ahora, el canto tenía un acompañamiento musical. Primero se acomodó al cantar de los vampiros. Vala había aprendido a manejar el arpa, la travesera, el chifle, la tuba. Pronto la música de los Amos de la Noche se arremolinó, sacudiendo el canto y ahogándolo, mientras la tuba en el fondo marcaba el ritmo cada vez más rápido, siguiendo al de los corazones. Y ahora ya no se escuchaban más los cantos.
En el crepúsculo siguiente, aún estaban rodando. A la noche acamparon en un risco sobre el río. Los vampiros los dejaron en paz.
Habían alcanzado las hordas de Ginjerofer temprano en el segundo día. Los Rojos tenían el combustible listo. También el sulfuro y carbón, que hubieron de importar de lejos, cambiándolos por sus tesoros, a pesar de que aún no había mucho para mostrar en favor de la empresa.
La noche los alcanzó antes de que acabaran de cargar los cruceros. Los Pastores acamparon en derredor de los vehículos. Cuando llegaron los vampiros, los cañones dispararon por sobre las cabezas de los honderos Rojos. Al amanecer, más de cuarenta vampiros yacían muertos.
Los cruceros partieron con varios regalos, y la gente de Vala hizo también presentes; pero esos cuarenta cadáveres los unieron más que los bienes.
El tercer día los encontró cruzando el paso del Corredor. Su longitud era de un día de marcha, pero se vería incrementada por las dificultades del terreno, la altitud, los desniveles y otros detalles. Sin embargo, Vala consideró que podrían superarlo en un par de días. Eso les permitiría alcanzar el refugio de los vampiros al mediodía del siguiente día, si es que eran tan estúpidos como para viajar directamente allí.
Al día siguiente por la mañana, el Dos bajó por la ladera. Warvia iba sentada sobre la casamata del cañón, bajo un toldo de tela.
Twuk gritó, jovialmente:
—¡Waast! ¿Aún sostienes que el paso del Corredor es el más sencillo de practicar?
—Si los Rojos y los Amos de la Noche coinciden en ello, ¿cómo objetar?
—¡Pues te diré que lo mismo opinan los vampiros!
El Crucero Dos traía el alboroto de una gran victoria. Incluso la cara de Arpista se apartó de la oscuridad, y entrecerrando los ojos por la luz, sonrió en forma grotesca antes de hundirse en las sombras de la cabina.
El festejo animó a todos. Vala vio incluso varias cabezas negras asomadas a lo largo de la costa. La Gente de la Corriente no se acercó, sin embargo, y lo dejó pasar, mientras Kay, Chit, Twuk, Paroom, Perilack y Silack se atropellaban para contar su historia.
Kaywerbrimmis había estacionado el Crucero Dos en un saliente de roca sobre el paso. La vista estaba cubierta de nubes —que no era lo que había esperado—, pero podía aguardar un rato. Todos se habían bañado en cada afluente que cruzaron, dos veces en tres días. Si esto no era suficiente, al menos lo habían intentado.
(No estaban muy limpios ahora, pensó Vala, aunque sí sonrientes, confiados y peleándose por hablar. Pudo adivinar algo de lo que había pasado esa noche.)
La oscuridad fluyó sobre ellos, y los vampiros comenzaron a fluir también, a través del paso. Arpista, que tenía turno de vigía, dio aviso al resto.
La carga pesada que habían dejado en el paso antes de seguir subiendo debía tener rastros de su olor. Kay dirigió el cañón levemente a estribor de los bultos y esperó. Mató a veinte de ellos con sólo tres cargas.
Los noctívagos dejaron libre el paso por un rato, luego intentaron cruzarlo a la carrera. Los aliados aprovecharon la oportunidad de practicar su puntería, pero en caso de no tenerla segura los dejaban pasar. Los cascajos y balas se podían recuperar, pero la pólvora había que cuidarla.
Se apiñaron de nuevo, poco más tarde. Kay volvió al cañón, y derribó en el acto a la mayoría.
—Traían prisioneros, Vala. Machos lentos y grandes, de amplios hombros y manos fuertes. Mujeres de torsos amplios, una cabeza más bajas que los hombres. Todos de pelo amarillo, creciendo en sus cabezas como si fueran hongos. Warvia pudo verlos mejor, creo.
—Conocemos a los Granjeros —respondió ésta, como volviendo a la vida—. Son herbívoros. Plantan y cuidan vegetales y raíces, y crían animales también, en sociedad con algunas tribus de Pastores Rojos, que los defienden. Pero no vimos Rojos anoche.
—No iban agrupados entre sí —comentó Paroom—. Tampoco intentaron escapar, aprovechando la confusión. Cada uno marchaba con un vampiro como… huh… compañero. No podía disparar al vampiro sin herir al otro. Pero les disparamos al resto, a los vampiros que no tenían compañeros…
—Nos estaban cantando —siguió Twuk—. Travesera tocó su instrumento, y eso los asustó…
—No pude usar el cañón a causa de los prisioneros —completó Kay—. Quizá ya no hubiera salvación para ellos… ¿Desde cuándo los vampiros toman prisioneros?
—Los arriaban, quizás —adujo Tegger.
Habló como ausente. Estudiaba a Warvia, que no cruzaba miradas con ninguno de los presentes. De todas formas, el arreo era un feo pensamiento. Doblemente feo: implicaba una incómoda inteligencia en los vampiros.
Kaywerbrimmis continuó el relato.
—El viento era frío y húmedo, y mantuvo limpias nuestras narices hasta la mitad de la noche. Otros vampiros intentaron cruzar, y éstos no tenían prisioneros. Corrieron. Tal vez el olor a los propios muertos los puso nerviosos. Fue una linda cacería, pero luego el viento viró y comenzamos a sentir su olor.
Travesera miraba a lo lejos bajo su toldo de la cima; escuchaba, aunque su cara estaba en sombras.
—Debimos haberlos capturado, Kay. Nuestra música los confunde, los paraliza.
Los ojos de Kay estaban clavados en Vala.
—Lo que fuera. Invité a Travesera a unírseme en rishathra… —eso era una forma elegante de decir: ¡la Chacal estuvo a punto de unirse a los vampiros!—… Y mientras ella tocaba, ambos danzábamos. Warvia me acusó de abandonar la lucha, pero el resto cayó bien en la cuenta de lo que sucedía…
En medio de la carcajada general, el susurro de tenor de Arpista sonó muy claro:
—¿Cómo estuvo él?
—Inspirado —concedió Travesera—. Paroom también.
—Todos… —Kay se detuvo, pero Vala se dio cuenta al instante—. Todos nos unimos. Has de entender, Vala, los teníamos amontonados en el paso. Tan pronto como cesamos de disparar, pasaron a través como un caudaloso río. El aire estaba tan denso con su esencia que podríamos haber fabricado ladrillos para venderlos a los ancianos.
Tegger observaba a su pareja. El silencio de Warvia le tenía molesto, pensó Vala, pero aún le faltaba escuchar lo peor.
—Supongo que el Thurl nos cedió a Thuk porque ella es bastante pequeña. Una decisión inspirada.
Twuk le sonrió con placer. Warvia miraba a lo lejos, con cara de piedra.
—Dos décimos de la noche pasaron así, presumo. Luego el viento cambió. Yo no me di cuenta enseguida; el olor a vampiro ya no estaba pero nuestros olores sí. Entonces Chit dijo que…
—¡Los chupasangres trataban de alcanzarnos a través del hielo! —aulló éste—. Son casi del mismo color de la nieve…
—El viento comenzó a soplar en ráfagas, y se mantuvo así —continuó Kay—. Ellos captaron nuestro olor y nos buscaron, y éramos claramente visibles, imagino…
—Eran cientos —dijo Paroom.
—Pero al romper la mañana, se retiraron. Hemos dejado una alfombra de vampiros muertos en el paso.
—Nada apesta tanto bajo el Arco como el cadáver de un centenar de chupasangres. Hasta ellos mismos evitan a sus muertos.
—Quizá valiera la pena tenerlo en cuenta —razonó Vala.
—A medio amanecer ya habíamos cargado todo, y recuperamos unas cuantas balas y metralla —comentó Twuk—. Vala, creo que hemos visto el Nido de Sombras.
—Háblenme de ello.
—¿Warvia?
La Roja habló desde la torreta, sin mirar hacia abajo.
—Desde giro, la luz del día se acercaba a nosotros, mientras aún permanecíamos bajo la oscuridad. Todos estábamos exhaustos, pero yo conservé mi puesto, aquí en la torreta del cañón. Las nubes se apartaron, y pude ver dos líneas negras horizontales a lo lejos. Difícil precisar a qué distancia o a qué altura, pero era una placa negra con estructuras arriba, más alta hacia el centro y con un brillo plateado, y su negra sombra paralela debajo.
—No es mucho más de lo que Arpista ya nos contó —dijo Vala, sondeándola.
Warvia reprimió un gesto de ira.
—Pude ver los meandros de un río, este mismo río, fluyendo bajo la sombra.
—Sabemos del Nido de Sombras —dijo una nueva voz.
Una forma oscura y satinada, de género y edad inciertas se elevó de las aguas, apeándose en el fango.
—Yo soy Rooballabl. Bienvenidos a la Corriente, vuestro paso por ella será libre. Yo hablo el idioma mejor que la mayoría. Me han contado que ustedes no risharán.
—No bajo el agua, Roobla —aclaró Vala, con pesar. Eso debía ser toda una hazaña—. Cuéntanos del Nido de Sombras.
—Es una cueva sin muros —dijo la forma—. Un techo negro de mil quinientos pasos de circunferencia, con los lados abiertos. Los vampiros han vivido y crecido allí desde mucho antes que cualquiera de nosotros naciera.
Arpista habló desde las sombras; sólo Vala pudo oírlo.
—Mil quinientos pasos de circunferencia deben de ser unos quinientos pasos de diámetro, para los de la Corriente. Doscientos para los Gigantes, trescientos para el resto de nosotros. Trescientos pasos de diámetro, tal como nos fue contado.
—Roobla, ¿qué altura tiene ese techo?
Rooballabl intercambió una larga serie de cornetazos con otro de ellos, aún sumergido.
—Fudghabladl no está muy seguro —después de más cornetazos cruzados, declaró—: lo suficientemente bajo como para bloquear la lluvia, aún con un viento fuerte. Comprended, sólo Fudghabladl ha estado ahí.
—¿Cómo es el río bajo el Nido de sombras? ¿Pueden nadar los vampiros?
Un concierto de trompetas ahora. Uno se adelantó: franjas blancas en la cabeza, y a lo largo de donde debían estar sus fauces… Y lanzó más cháchara hacia Rooballabl. Al final, éste dijo:
—Hay que bucear muy cerca del fondo para pasar por allí. Pero ninguno de nosotros lo hace ya. El agua es un albañal, a veces incluso un whonkee… —palabra desconocida—. Los vampiros nunca nadan.
Desde su sitio en las sombras, Arpista acotó:
—Whonkee, camino de los muertos.
Vala asintió.
Warvia se zambulló dentro de la torreta del cañón.
Vala prestó atención al Crucero Dos mientras la discusión se acallaba. Warvia no se veía. Y… ¿dónde estaría Tegger?
El pueblo de la Corriente había observado a los vampiros por generaciones, pero desde su personal punto de vista. Los noctívagos solían arrojar esporádicamente cadáveres al agua, cientos cada vez, de diez o veinte especies distintas, incluyendo la propia. Tiempo después, había un exceso de peces. Eso podía ser un dato valioso…, pero el viejo Fudghabladl no se había acercado al Nido en veinte falans, al menos. Dejando de lado la pesca fortuita, nada había de deseable en acercarse al Nido de Sombras.
Vala bajó la voz.
—Oye, Arpista. Esos cadáveres que caen al río son pérdidas para vosotros, ¿verdad?
—Los peces los comen, y los Pescadores comen peces, y al final de todo siempre estamos nosotros.
—Y un cuerno. Os están robando.
—Vala, los vampiros son animales. Los animales no roban.
Escuchó que Rooballabl estaba diciendo:
—… nadie excepto la Gente de la Corriente ha podido entrar al nido de sombras y salir con vida, pero ¿porqué hacéis todas estas preguntas? ¿Qué os trajo aquí, a todas vuestras especies?
Beedj habló antes de que Vala pudiera argüir:
—Venimos a poner fin a la amenaza de los vampiros. Los atacaremos en su propio terreno; otras varias razas de homínidos que no pueden viajar nos apoyan en esta cruzada.
La Gente del Río discutió el asunto. Vala creyó oír algunas risas ahogadas.
Pero tal vez se equivocaba. Rooballabl se volvió otra vez hacia ellos.
—Valavirgillin, creemos que hay un Amo de la Noche entre vosotros.
—Dos de ellos nos acompañan. Otros nos han acompañado como amigos. Ellos no soportan la luz diurna, Roobla.
—Los Chacales y vampiros son ambos Gente de la Noche.
¿Insinuaba el negro ser que eran aliados?
—Compiten por las mismas presas, en el mismo terreno. Es algo más complicado en realidad, pero…
—¿Estáis seguros de que están de vuestro lado?
Por todo un falan, Vala se había preguntado por los motivos de los Chacales. Ahora contestó:
—Sí, estamos seguros.
—No podremos viajar con vosotros.
—No, por supuesto, ya…
—Pero si hacéis rodar vuestros vehículos cerca de la Corriente, podremos viajar a vuestro lado, Fudghabladl y yo. Os contaremos cosas. Nos pondremos los chalecos, os enseñaremos yendo aguas abajo.
Comenzaron a trabajar en los detalles. Era un inesperado golpe de suerte, y Vala supo que debía aprovecharlo, sobre todo desde que ni Tegger ni Warvia volvieron a ser vistos.