El Pueblo de la Noche
Cuando las sombras ya se cerraban sobre el sol, Vala encontró a Recolectores y Rojos alrededor de una hoguera. Los pequeños estaban comiendo y le ofrecieron una parte. Los Rojos habían comido sus presas a medida que las cazaban.
Una fina lluvia comenzó a crepitar en los rescoldos. Los embajadores que estaban afuera se refugiaron en la tienda: Valavirgillin, Chitakumishad y Sopashintay por el pueblo de la Máquina, tres de los Pastores Rojos, los cuatro Recolectores. Anakrin hooki-Whanhurhur, el Thurl y una mujer que Vala no conocía ya se encontraban adentro.
Habían reemplazado las pilas de hierbas por otras más frescas.
La poderosa voz del Thurl dio fin a las charlas.
—Camaradas, os presento a mi embajadora Waast, quien tiene algo que referir.
Waast se puso de pie de forma muy agraciada para alguien de semejante talla.
—Paroom y yo hemos ido a pie hacia estribor, hace un par de días. Él ha vuelto en compañía de los Rojos del pueblo de Ginjerofer, mientras que yo continué con una guardia de Pastores para hablar con la Gente de los Pantanos. Ellos no pueden unírsenos, pero hablarán de nuestras cuitas con los Amos de la Noche.
—Saben que habrán de enfrentar nuestros mismos problemas —comentó Coriack.
Algo llamaba la atención de Vala. Alguna cosa hacía cosquillas a su cerebro.
Waast tomó asiento, encarándose con los Rojos.
—Vosotros no podéis compartir rishathra, pero ¿os emparejaríais, al menos?
—No es mi hora —dijo Warvia. Anakrin y Chaychind sonreían, pero Tegger parecía contrariado.
Será el viento, tal vez.
Muchas razas eran monógamas, más allá del rishathra. Tegger y Warvia debían ser pareja, a juzgar por el común apellido. Y el Thurl estaba diciendo:
—Hube de vestir mi armadura. No sabemos qué nos visitará.
Mala cosa. Había que distraer los ánimos.
¿Música?
—¿Escuchan música ustedes? —preguntó inquieta Sopash—. No parecen cantos de vampiros…
El sonido era todavía muy leve, pero crecía en volumen ahora, dolorosamente cerca del límite superior del rango auditivo. Vala sintió erizarse la piel de su nuca y espina dorsal. Eran instrumentos de viento y cuerda, y un redoble de percusión. No eran voces.
El Thurl bajó la visera de su yelmo y salió de la tienda; la ballesta en su mano apuntaba al cielo. Chit y Silack se acomodaron a ambos lados de la entrada, las armas listas. El resto se armaba a toda prisa.
El delgado Silack retrocedió hacia el centro de la tienda. El hedor llegó con él: tufo a carroña y pelambre húmeda.
Dos grandes formas humanoides lo seguían, y tras de ellos el Thurl, mucho mayor.
—Tenemos invitados —retumbó su voz.
La oscuridad era completa dentro de la tienda. Vala sólo entrevía el brillo de los ojos y la dentadura de los Chacales, y a duras penas distinguía las oscuras siluetas que se recortaban contra la escasa iluminación del Arco que penetraba por la entrada. Pero a medida que sus ojos se acostumbraron, descubrió más detalles.
Un macho y una hembra. Un pelaje cubría casi todo su cuerpo; parecía negro, erizado y húmedo de lluvia. Sus fauces eran como enormes sonrisas, sus dientes como puñales. Llevaban unas bolsas de cuero colgando de una correa, pero por lo demás iban desnudos. Sus toscas manos estaban vacías; no habían venido comiendo. Vala se sintió terriblemente aliviada por ello, a pesar de que a duras penas resistía el impulso de huir.
Salvo Valavirgillin, era muy probable que ninguno de los presentes se hubiera encontrado antes cara a cara con un Amo de la Noche. Algunos estaban reaccionando de mala manera. Chit se quedó en la puerta, en guardia, mirando hacia fuera. Sopash se mantenía valientemente de pie, pero parecía muy cerca del límite. Silack de los pequeños, y los Rojos Tegger y Chaycind se encogieron de terror, los ojos y las bocas abiertas.
Había que hacer algo. Vala se puso de pie y se inclinó con respeto.
—Sed bienvenidos. Soy Valavirgillin, del Pueblo de la Máquina; hemos estado aguardándoos para rogar por vuestra ayuda. Éstos son Anakrin y Warvia, de los Pastores Rojos; Perilack y Manack de los recolectores; Chitakumishad y Sopashintay, también de la Máquina… —los fue mencionando a todos, a medida que iban recuperando su aplomo.
El Chacal no hesitó.
—Conocemos de vuestras varias especies. Yo soy… —emitió algo entre suspiro y susurro. Sus labios no podían cerrarse completamente; de lo contrario, sus palabras hubieran sonado fluidas en el dialecto del comercio, con un acento más parecido al de Kay que al de Vala—. Pero pueden llamarme Arpista, por el instrumento que ejecuto. Mi compañera es… —otro susurro, algo silbante; la música seguía sonando afuera—. Habrán de llamarla Travesera. ¿Cómo practicáis rishathra vosotros?
Tegger había retrocedido, pero ahora se movió como un rayo al lado de su pareja.
—Nosotros no lo hacemos —dijo.
La mujer Chacal disimuló una sonrisa.
—Lo sabemos —dijo Arpista—. Tranquilizaos.
El Thurl habló directamente a Travesera.
—Estos camaradas están bajo mi protección. No tengo inconveniente en quitarme la armadura, siempre y cuando puedas responder por su seguridad. Después de ello, sólo deberás preocuparte por mi tamaño.
Y Waast sólo sonrió a Arpista, pero Vala admiró su compostura.
Los recolectores formaron en una línea, firmes como en revista.
—Nuestra raza practica el rishathra —anunció Coriack.
Vala echó de menos su hogar. Podría haber hallado el sustento para su pareja e hijos en otro lado, y haberse olvidado de su afán de aventuras por un tiempo. Ahora ya era demasiado tarde.
—El rishathra mantiene unido a nuestro Imperio —declaró a los Amos de la Noche.
—Es cierto que el rishathra mantuvo unido al Imperio de las Ciudades —le respondió Arpista—, pero a vosotros lo que os mantiene unidos es el combustible. Compartiremos rishathra, pero no esta noche, me temo. Presumimos que eso molestaría a los Pastores Rojos…
—No somos tan melindrosos… —protestó Warvia.
—… y además, hay otra razón —continuó el Chacal—. Ustedes tienen una solicitud que hacernos, creo.
Todos hablaron a la vez:
—Los vampiros…
—¿Habéis visto el horror…?
—… todos esos muertos…
Pero la voz del Thurl se impuso a las demás.
—Los vampiros han devastado a todas las especies en un territorio de diez días de marcha. Por favor, ayudadnos a contrarrestar esa amenaza.
—Dos o tres días de marcha, a lo sumo —contradijo Arpista—. Los vampiros necesitan refugiarse después de un ataque. De todos modos es un territorio muy amplio, que alberga a una decena de especies de homínidos…
—Pero nos alimentan bien —dijo suavemente Travesera, su voz un tono más aguda que la de su compañero—. El problema que vosotros enfrentáis es que para nosotros no hay tal problema. Lo que es bueno para cualquiera de vuestras razas es bueno también para el Pueblo de la Noche. Los vampiros nos alimentan en forma tan segura como el ansia del alcohol ataca a vuestros clientes, Valavirgillin. Pero si vosotros sojuzgáis a los vampiros, eso nos será útil también.
Vala se mantuvo en silencio, preguntándose si los otros se habrían dado cuenta de cuánto había revelado Travesera en tan pocas palabras. Pero los demás volvieron a hablar todos juntos.
—Para que comprendáis el asunto —interrumpió nuevamente la Chacal—, considerad lo siguiente. Manack, ¿qué sucedería si vuestra Reina tuviera un altercado con la gente del Thurl? Tal vez intentaríais persuadirnos de no tocar los cuerpos que yacieran alrededor de los muros de los Gigantes. De esa forma, ellos pronto se rendirían.
—Pero nuestros pueblos jamás… —protestó Manack.
—Por supuesto que no. Pero… Warvia, vuestro pueblo estuvo en guerra con los Gigantes hace cincuenta falans. Supón que vuestra líder Ginjerofer nos hubiera solicitado que dejáramos sin tocar cualquier Gigante que hubiera atacado a vuestro ganado…
—Muy bien, ya entiendo —respondió la Roja.
—¿Realmente lo entendéis? Nosotros no debemos aliarnos a ningún homínido en su guerra contra otro. Todos vosotros dependéis de los Amos de la Noche —cantó de pronto la mujer Chacal, en su susurrante voz—. Sin nuestros servicios, vuestros cadáveres yacerían allí donde hubieran caído, pudriéndose y contaminando el suelo y los cursos de agua.
Ella ya ha dicho antes este discurso, pensó Vala.
—Hemos prohibido la cremación, pero supongamos que no lo hubiéramos hecho. ¿Qué sucedería si todas las especies tuvieran el combustible para cremar a sus muertos? Fijaos que las nubes aún cubren este tramo del cielo, cuarenta y tres falans después de que el mar fue evaporado… ¿Os imagináis las nubes de humo de los muertos incinerados, una pestilencia que crecería falan tras falan?
»¿Acaso tenéis idea de cuántos homínidos de las diferentes razas mueren en un falan? Nosotros sí lo sabemos. No podemos tomar partido.
Chaychind Hooki-Karashk había ido volviéndose más rojo a medida que ella hablaba. Ahora estalló:
—¿Cómo podéis hablar de poneros del lado de los vampiros? ¡No son más que animales!
—Ellos no piensan —respondió Arpista—, y vosotros lo hacéis. Pero ¿podéis siempre estar tan seguros? Sabemos de razas homínidas que están en el límite del pensamiento; viven unos grados más arriba del Arco. Usan fuego si lo encuentran, y se agrupan y colaboran si la presa es grande o peligrosa. Una de ellas usa azagayas hechas con ramas largas. Otra vive en el agua; no pueden aprovechar el fuego, pero fabrican herramientas de corte golpeando rocas. ¿Cómo los juzgaríais vosotros? ¿Dónde trazaríais la línea divisoria?
—¡Los vampiros no usan fuego ni herramientas!
—No usan fuego, pero sí herramientas —aclaró Arpista—. Bajo la lluvia sin fin, han aprendido a cubrirse con las ropas arrancadas a sus presas. Cuando termina la lluvia, simplemente las desechan.
—Comprenderéis ahora —aseveró Travesera— el porqué de no practicar rishathra con vosotros, dado que no podemos acordar con vuestros deseos —la Chacal decidió no prestar atención a los sentimientos mezclados que su discurso generó.
Vala pensó que era su turno de intentar algo.
—Vuestra ayuda nos será de inmenso valor, si halláis un motivo para brindarla. Nos habéis contado del verdadero alcance de la depredación de los vampiros, y que han de retirarse a su sitio, y que ha de ser uno solo. ¿Qué más podéis comentarnos acerca de ello?
Arpista se encogió de hombros, sobresaltando a Vala. Sus huesos parecían desencajados, como si rodaran libremente debajo del pellejo. Pero ella continuó, obstinada:
—Hemos escuchado unos rumores, o fábulas. Se cuentan dondequiera que conocen a los vampiros. Habéis de entender que, para nuestros clientes más alejados de Ciudad Central, no hay explicación para la súbita aparición de tal cantidad de noctívagos.
—Su tasa de natalidad es alta —hizo notar Arpista.
—Así es —agregó Travesera—, y pequeños grupos se han desprendido del cuerpo principal, buscando otros refugios. En realidad, diez días de marcha no es una hipótesis tan aventurada.
Todos los demás esperaron que Vala continuara llevando el peso de la conversación.
—Pero la fábula crece, a pesar de no parecer veraz. Cuenta que la víctima de un vampiro se levanta de entre los muertos convertida ella misma en vampiro…
—Eso —declaró Arpista— no tiene el menor sentido.
Y por supuesto que no lo tenía.
—Estoy de acuerdo con ello, pero la historia ofrece una explicación a la causa de que la plaga se extienda tan rápidamente. Miradlo desde el punto de vista… —con cuidado ahora—… del Pueblo Colgante. Están por todas partes, como sabéis —Vala se colgó con un brazo de la viga superior, dejando colgar sus piernas—. ¿Qué debo hacer?, se preguntará una viuda. ¿Debo permitir que mi pobre Vaynya vuelva una noche como mi enemigo? —remedó ella—. Los Amos de la Noche nos prohiben quemar a los muertos, a pesar de que otras veces sí lo han…
—Nunca —repuso Travesera.
—A doce días de camino a giro y estribor de Ciudad Central, los Cavadores conservan recuerdos de una plaga que…
—Eso fue hace mucho, y lejos de aquí —restalló Arpista sus dientes—. Nosotros mismos diseñamos el crematorio y les explicamos cómo usarlo antes de retirarnos. Volvimos al cabo de unos falans, y la plaga ya había sido vencida. Los Cavadores aún cremaban a sus cadáveres, pero los persuadimos de que dejaran de hacerlo. Fue sencillo, dado que la leña era escasa.
—Ahora alcanzas a ver el peligro —recalcó Vala—. No creo que los moradores de aquí se avengan a cremar a sus muertos enseguida…
—No. Veríamos las trazas de humo.
—… pero si una de nuestras especies clientes comienza, el resto las imitará.
—Entonces —dijo luctuosamente Travesera— habríamos de pensar en un trato de exterminio.
Valavirgillin tragó saliva, sintiendo un escalofrío. Se inclinó en forma respetuosa y concluyó:
—¿Por qué no comenzar ahora, entonces? Pero contra los vampiros.
Travesera lo meditó un rato.
—No será tan sencillo. Ellos también rigen la noche…
Vala cerró los ojos con cierto alivio. Pero ahora es una preocupación, un desafío, y las especies menores esperarán de ti que lo resuelvas. Ahora estás en mis manos.
Los Chacales limpiaron de hierbas parte del piso de la tienda. Trazaron el suelo en plena oscuridad, haciéndose comentarios el uno al otro en su propio y sibilante idioma. Discutieron sobre algunos rasgos que nadie podía ver, se pusieron de acuerdo, y luego Arpista se puso de pie.
—Cuando las sombras se retiren, podréis examinar este mapa. Hasta entonces habréis de esperar, pero os describiré lo que vais a ver. A dos días y medio de marcha hacia giro y babor, la antigua estructura de un centro industrial flota en el aire a unas doscientas alturas de hombre.
—Ah, yo conozco una ciudad flotante —dijo Vala.
—Por supuesto. Cerca de tu Ciudad Central hay una serie de edificios conectados. Los flotadores son raros ya por estos días. Creemos que éste en particular fabricaba maquinaria para los Constructores de las Ciudades. Más tarde fue abandonado.
»Los vampiros han vivido debajo de este flotador por varias generaciones, cientos de falans. La sombra perpetua que entrega el edificio es perfecta para su raza. Los habitantes de la zona hace tiempo que se mueven fuera de su alcance. Las migraciones y comerciantes pacíficos son advertidos de que es zona que hay que evitar; vuestros guerreros deberán arreglarse por su cuenta.
»Una cadena montañosa hacia antigiro y babor desde el Nido de Sombras se interpone entre vosotros y ellos. Forman una barrera, y una vez ha impedido la dispersión rápida de los girasoles. Los homínidos del lado lejano dieron en llamarlas Barrera de Llamas, por el fuego que a veces se veía a lo largo de sus crestas.
»Finalmente los girasoles lograron atravesar la cordillera, y atacaron el Nido de Sombras según su modo habitual; los vampiros no podían protegerse de los rayos horizontales de luz. Pero entonces llegaron las nubes.
Varias cabezas asintieron en la oscuridad. Arpista continuó:
—El alcance de los vampiros se hizo mayor entonces, ampliándose a un día de marcha. Travesera probablemente tiene razón; el daño es mayor que lo que yo dije antes. Su población ha aumentado, y el hambre obliga a las nuevas familias de vampiros a invadir otros dominios.
—¿Pueden ustedes retirar esas nubes? —preguntó Vala.
Ambos chacales rieron sonoramente.
—¿Acaso estás hablando de mover nubes? —preguntó Travesera.
—Os lo suplicamos.
—¿Por qué piensas que nosotros podríamos hacer tal cosa?
Por encima de las risas ahogadas del resto, Valavirgillin declaró:
—Luis Wu las hizo.
—Ah, sí, el Reparador Omnívoro —dijo Arpista—. Un homínido no muy raro, que decía venir de afuera del Arco, de las estrellas. Tenía herramientas que demostraban que tal cosa era cierta, pero nunca supimos que pudiera fabricar nubes.
—¡Pero sí que las hizo! —bramó el Toro—. Él y el antiguo Thurl hicieron hervir un mar para fabricar esas nubes que vemos ahora…
—Pedidle ayuda a él, entonces.
—Luis Wu se ha ido. También el viejo Thurl…
—Nosotros no podemos mover esas nubes. Qué vergüenza la nuestra… —rio Arpista—. Creedme, nosotros no podemos hacer que vosotros mismos no podáis.
—Usaremos vuestros mapas —dijo el Thurl—; os estamos muy agradecidos por ello. Guiaré un ejército con todas las especies que se dispongan a la lucha y destruiremos ese nido de vampiros.
—Thurl —dijo Travesera—, tú no puedes ir.
Arpista preguntó porqué, sorprendido. Ella comenzó a explicarse, pero el Thurl no esperó a escuchar los motivos:
—¡Yo soy el protector de mi pueblo! —ladró, haciendo vibrar la tienda—. Cuando éste va a la lucha, yo peleo en primera fila…
—Con tu armadura —lo interrumpió la mujer Chacal.
—¡Por supuesto!
—No podrás usarla. Tu armadura retiene tu olor. Quienes vayáis a la lucha, deberéis hacerlo desnudos. Os deberéis lavar en toda agua que halléis, y habréis de limpiar cada superficie de vuestros carros y cruceros. ¿No os dais cuenta que los vampiros no deben oleros?
Buen punto ése, pensó Vala.
—Nuestro cuello de botella es el combustible —estaba diciendo Chitakumishad—. Los Rojos fabrican una cerveza que podría ser destilada para los cruceros…
—Entonces id a la guerra cruzando la zona de los Pastores Rojos. Nosotros podemos acercarles en forma secreta los planos de vuestro destilador, mañana mismo —ofreció Travesera—. Ellos comenzarán a fabricar el combustible allí, mientras aquí vosotros haréis otro tanto con estos pastos y el alambique que tenéis. Eso os pondrá frente al Nido de Sombras en no más de un falan a partir de hoy.
Chit asentía vigorosamente, su propia cabeza llena de cálculos.
—Combustible para dos cruceros, ida y vuelta…
—Habréis de cruzar la Barrera de Llamas, pero creo que vuestros vehículos lo conseguirán. Hay algunos pasos practicables.
—Eso requerirá más combustible…
—Y para explorar, o para vuestros trapos húmedos, o para los lanzallamas… ¿Qué hay con ello? Sólo si salís victoriosos os hará falta el combustible de regreso, y para entonces vuestro tercer crucero podrá alcanzaros, o abandonaréis uno allí.
—Habremos de viajar en parejas —recomendó Arpista—. Travesera y yo siempre nos movemos juntos. Thurl, conocemos vuestras costumbres, pero también sabemos que de vez en cuando vuestra tribu se divide. Hacedlo de tal manera. Tegger, tú y Warvia confían en que resistirán a los vampiros, pero ¿qué hay de los otros dos machos? Habrán de buscar pareja, para no volcarse a rishar con chupasangres. Anakrin y Chaycind, debiérais volver a vuestros lares y…
Los argumentos siguieron apareciendo. Nadie aceptó los planes de guerra ofrecidos por los Amos de la Noche sin hacer críticas. Sólo Vala permaneció en silencio, sabiendo que había ganado su batalla.
Están con nosotros. Verdaderamente. Y habrán de bañarse también…